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Momentos KakaGai / GaiKaka por InuKidGakupo

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Naruto, sus secuelas, y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto y Pierrot.

Notas del capitulo:

Sin orden cronológico, sin conexión una con otra (a menos que se indique), auto conclusivas. (Advertencia de posibles AU, posibles genderbender, posibles Mpreg, o cualquier cosa rara que se me venga de la nada).


No sé cuántas serán, ni porqué.

La Tercera Guerra Ninja. Este interminable conflicto llegó a su fin después de cobrar las vidas de muchos ninjas anónimos. Y, al mismo tiempo, grabó los nombres de varios héroes en la historia de los ninjas.


La batalla del puente Kannabi, ese día, en la Aldea de la hoja, nacieron dos héroes, cada uno con su Sharingan.


El nombre de uno está grabado en una lápida.


Y el otro es conocido en todo el mundo como Kakashi del Sharingan.


Gai suspira. El funeral ha terminado y la gente comienza a regarse como perezosas hormigas a través de las tumbas que se enfilan una a una como una desagradable y fría alineación. 


Luego, el silencio. Las flores comenzando a secarse se remueven contra el viento y derraman sus pétalos contra las lápidas. A Gai le parece que son como lágrimas. Quiere que sean lágrimas. Quiere que se llore lo que se tenga que llorar por esos héroes y que de alguna manera esas lágrimas sirvan para calmar, para perdonar.


No lo son, por supuesto. Sus deseos se hacen arena entre sus dedos y palidecen bajo la luz del atardecer que le resulta demasiado melancólica y grotesca, vacía y grisácea con sus gigantescas sombras alargadas que se proyectan contra la piedra y resaltan el tono naranja de aquellas gafas.


Detrás de Gai, Minato resopla y frunce en congoja. Kushina llora, Rin gimotea apenas, sus ojos ahora demasiado vacíos como para decir cualquier cosa.


Entonces, todos lo saben. La idea resulta clara y parece que no hace falta decirla en voz alta para que lo puedan comprender.


Se acabó. Era la hora de regresa a casa.


Sin embargo, nada cambia. La escena sigue congelada en el mismo lugar por largos momentos que se extienden en una tristeza que a Gai lo perturba, que le hace pensar que no deberían estar sucediendo así las cosas, que debería haber más.


Kakashi, delante de todos, sigue imperturbable ante la piedra conmemorativa. Su rostro es un gesto que no dice nada, su boca apretada casi parece rechinar lo suficientemente alto detrás de su máscara.


No hay lágrimas.


No ha habido lágrimas.


El funeral se escurrió entre menciones de nombres y números que no significaban nada, que fue más un pase de lista extraño, que fue una intuición en muchos casos porque no hubo demasiados cuerpos que recuperar.


Obito tampoco había tenido un cuerpo al cual llorar.


No habían recuperado su cadáver. Lo habían abandonado en algún lugar.


Aun así, Gai cree que debería haber más, que Kakashi debería haber dicho algo, que debió haber llorado para desahogarse, que debió haber pedido una ceremonia especial.


Tristeza.


Eso es lo que Gai percibe de Kakashi a primera instancia, lo que lee de su rostro apartado y de su mano temblorosa que va una y otra vez a su cara para tocar su párpado herido que ahora recubre su Sharingan.


A Gai la idea le disgusta más de lo que podría pensar.


Obito había sido un héroe, había hecho un acto terriblemente honorable y respetable, su regalo para con Kakashi era una de las coas más valerosas que hubiera escuchando jamás.


Aun así, cuando Gai mira a Kakashi, lo único que puede ver es un pedazo colgando en su cara de un cadáver.


¿Cómo iba a enfrentar su muerte si lo tendría que mirar todos los días al espejo? ¿Cómo iba a dejar de doler? ¿Cómo iba a perdonarse?


Gai sabe bien que Kakashi no lo hace.


— Es hora de irnos — anuncia Minato tras unos minutos más. A esas alturas Kushina ha parado de llorar.


Rin asiente lentamente, sus ojos diluidos muestran una herida en su corazón que no podrá borrarse nunca. La sombra insustituible de la ausencia de su compañero la atormenta.


Gai no voltea a ellos, ni siquiera cuando Rin le toca el hombre, ni siquiera cuando Kushina le dice que lo deje solo.


No lo voy a abandonar. Se dice Gai. Su ceño se aprieta y cierra los puños con determinación. No lo iba a dejar solo con esa tumba, con esa culpa, con ese ojo mirando cosas que nadie salvo él mismo comprendía.


Pierde la cuenta del tiempo que estuvo ahí, solo observando los nombres y la espalda de Kakashi mientras este se quedaba como una sombra extraña y desencajada entre los colores pardos del cenotafio y las flores que suavemente se cerraban.


Luego, nada.


Kakashi se da la vuelta y camina a prisa por el pasto, sus ojos no reparan en Gai, su rostro no se dirige a él un solo instante y su mirada atraviesa su sombra cuando este comienza a perseguirlo por la acera.


— Kakashi, ¿vas a estar bien? — pregunta, porque tiene que preguntar algo, pero sus palabras se barren y se desvanecen casi tan pronto como abandonan sus labios.


Por supuesto, Gai no se rinde, nunca se rinde, y cuando Kakashi comienza a avanzar más rápido por las calles Gai lo sigue como una imagen doble adherida a su espalda.


— Kakashi, si necesitas…


— No — Kakashi gruñe por sobre su hombro, sus ojos apretados lo miran un momento y Gai se contrae en horror y miedo cuando se enfrenta a su ojo rojo.


Todavía es visible, piensa, todavía se puede mirar a Obito ahí, con su gentileza, con su dolor, con esa gracia y espontaneidad tan particular, con ese gesto tranquilizador y temeroso, aniñado, demasiado suave en contra del rostro furioso y petrificado de Kakashi.


— No voy a dejarte solo — Gai insiste cuando Kakashi sube por las escaleras de los departamentos a los que se ha mudado.


Sus pies demasiado rápidos intentan dejar atrás a Gai, pero Gai ha estado entrenando.


— Kakashi, escucha, tú…


— ¡Basta! — truena con enfado, sus ojos dos hileras cargadas de un odio que reverbera de su corazón. El ojo oscuro lo amenaza, el rojo es un espejismo de su ceño fruncido, porque lo mira de una forma entrañable que Gai no podrá olvidar jamás.


Pero de nuevo, no hay lágrimas.


— Kakashi, está bien sentir dolor, está bien llorar — Kakashi gruñe, parece más frustrado consigo mismo que otra cosa pero intenta absurdamente esconderlo bajo una máscara de furia.


— No me interesa lo que tengas que decir, déjame solo — sus palabras tiemblan, sus puños ahora formados parecen dispuestos a atacar a Gai.


— No voy a dejarte así — Gai teme, pero teme más a ese gesto hundido en una miseria que no tiene igual.


— ¿Por qué no solo te largas, maldita escoria? — las palabras lo hieren, pero las rechaza, el dolor hacía que las personas actuaran de formas extrañas.


— Es lo que los amigos hacen, Kakashi — suelta con convicción, con demasiado entusiasmo y con tanta franqueza que parece descolocar a Kakashi un momento antes de que su ojo oscuro vuelva a mirarlo con aversión.


— No te pedí tu jodida amistad — silba, su voz ahora más apretada de lo que parece soportar — A nadie se la pedí.


— Aun así, la tienes — dice Gai.  


— ¡Pues retírala!


— No puedo hacer algo como eso — responde desesperado, sus manos ahora tensas a su lado por la impaciencia —. Déjame ayudarte… necesitas dejar que te ayude.


— ¡Solo quiero que me dejen solo! — Kakashi se contrae — ¿Por qué demonios no puedes meterte eso a la cabeza? — Gruñe — No merezco nada de eso, no merezco la amistad, ni la compasión, tuya o de cualquier persona, ¡solo déjame en paz!


Gai lo mira con dolor, e incluso ahí, con esa sombra destruida debajo de sus párpados, con la luz apagada y mortecina que lo envuelve, Gai puede encontrar a Kakashi, puede mirar su dolor y su debilidad, su duelo, su terror.


— No puedes hacerte esto, Kakashi — Gai toma aire para darse fuerzas — No tienes que lidiar con esto tú solo. Nada de esto fue tu culpa. Si tan solo dejas que…


— ¡No quiero tus jodidos discursos! ¡Solo vete a la mierda! — su pecho parece vibrar — ¡No pude protegerlo! ¡No puedo proteger a nadie! ¡No merezco a nadie! ¡Solo mantente fuera de mi vida!


Entonces, finalmente hay lágrimas. La herida de su corazón abriéndose delante de él, sangrando, desahogándose, lamentándose como tenía que ser, como se suponía que tenía que ser.


Gai sabe que hay un tiempo para pensar, y hay un tiempo para actuar. Un hombre como él casi nunca tiene tiempo para pensar, porque sabe que la vida se conforma de actos, que es lo único que la mayoría de gente reconoce al final.


Gai se mueve y lo abraza. Le cuesta casi toda la vida mantener sus brazos alrededor de su cuerpo antes de que Kakashi deje de luchar y se rinda.


Cuando su frente se recarga en su hombro Gai puede sentir sus lágrimas mojando su ropa y tocando con suavidad su piel.


Lo aprieta contra su pecho, sus dedos rozándolo contra su espalda lo acarician en un gesto consolador, en un agarre que pretende sostener su alma, que pretende comprender su dolor y transmitirle su fuerza de alguna manera.


Entre sus brazos, Kakashi se deshace. No debe recibir abrazos muy a menudo, reflexiona Gai cuando se desmorona contra su pecho y se aferra a su ropa con desespero. La escena lo entristece, lo hace sentirse igualmente desvalido. Algo tan simple como eso, tan simple como una palabra, como un por favor o un gracias.


El aliento del llanto de Kakashi se intensifica contra su cuerpo, su llanto ahora un berrido que obviamente había estado conteniendo. Gai odia la idea de esconderse, odia la idea de negarse, de ocultar sus sentimientos, después de todo, seguían siendo parte de él, seguían siendo parte de seguir viviendo.


Entonces, cuando sus manos tocan el cabello de Kakashi, este parece despertar de su trance y se aparta. Sus manos crean distancia en un movimiento y lo empuja lejos con brusquedad.


— ¡Vete! — Kakashi escapa entonces, su cuerpo apenas una línea delante de su cara antes de que se escabulla por la puerta de su departamento y desaparezca.


Gai no lo puede seguir, su nariz roza la puerta apenas y sus manos contra le perilla intentan abrirse paso. Pero Kakashi ha cerrado con llave y se ha marchado.


Aun así, no se aparta. Sabe que no le cuesta nada doblar la madera de una patada, pero esa no es la manera. Ninguna de esas formas debe de ser de esa manera.


— ¡No me voy a ir! — grita hacia adentro, puede escuchar su propia voz entre el pasillo antes de que se desvanezca.


Obviamente, no hay respuesta.


Gai suspira contra la superficie y se gira para sentarse enfrente de la puerta.


A su lado, una bolsa de basura lo acompaña y a través del plástico transparente Gai puede ver lo que hay adentro, el forro verde moteado que había estado entre sus manos parece saludarlo desde el otro lado.


Ahí, intacto, estaba el regalo que Gai le había dado por volverse Jounin. Ni siquiera lo había abierto. Ni el de él, ni el de nadie. La bolsa llena de todos los obsequios, el botiquín de Rin junto a todo lo demás.


Es imposible no sentirse herido y rechazado, aun así, hay más. Siempre hay más.


El único regalo con el que Kakashi se había quedado era con el ojo de Obito. Era lo único que había aceptado, era el único que le había importado.


Gai se abraza a sí mismo, la noche comienza a enfriarse y las estrellas llenan ahora el insondable firmamento delante de él.


No es justo. Quiere decirle a Obito. Odia su regalo porque le ha atado una responsabilidad y una culpa eterna a Kakashi. No es justo para él.


Gai encoge sus piernas contra su pecho, mira con tristeza su regalo en la bolsa de basura antes de volverse a la puerta una vez más.


— ¡Sigo aquí! — grita.


Esa iba a ser una noche fría.


 


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