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Las tres mujeres de Adán por KurageHime_

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Notas del capitulo: Para Shiu :)

«No es sorpresa para nadie decir que, en muchos sentidos, la televisión nos ha mentido. Pero quizá ninguna mentira es tan descarada como cuando se habla del libre albedrío. De éste, de los planes divinos, y de la influencia de los demonios sobre las decisiones que puede tomar un humano. El libre albedrío, para ser claros al respecto, es una cualidad intocable. Ninguna entidad de alto o bajo astral puede manipularla. Ni siquiera dios, como podemos leer en largos pasajes bíblicos, donde ha pedido (con énfasis en la palabra) amablemente que sacrifiquen primogénitos. Por consiguiente, los demonios tampoco están dotados de la capacidad de manipularla, ni siquiera Lucifer en persona.

Incluso a María se le pidió su consentimiento para ser madre de Jesús.

Podría darse el caso de algunos susurros maliciosos al oído, por expresarlo de forma metafórica, pero es imposible dirigir la acción tomando las riendas de la autonomía humana. Y no pocas veces ha sido la testarudez de los mismos hombres la responsable de que los grandes divinos planes hayan fracasado. 


Generalmente los mortales cuestionan a dios por qué les pone pruebas, por qué su vida es complicada, o por qué las cosas son de un modo y no de otro; pero en realidad es su propia creación la que, en una escala mucho más grande (en una escala de hecho divina), suele ocasionarle pequeños inconvenientes. O al menos es lo que se deduce; porque nadie ha visto a dios en mucho tiempo (cuando se habla de "mucho tiempo", se debe considerar, de nuevo, una escala divina, por ejemplo, la edad actual del universo y el tiempo de la evolución humana como especie). Allá arriba, los ángeles han estado tanto tiempo en orfandad que la única opción viable ha sido la improvisación. (Podrían haber tenido, en cambio, una sesión de terapia con Freud para hablar sobre la ausencia de la figura paterna)  (Aparentemente Freud está en el paraíso. No sabemos cómo ocurrió).

El proyecto Anticristo era una de esas cosas serias. Alto secreto de estado (que irónicamente, todos los mortales conocen gracias a la cultura pop y una película de Schwarzenegger). Contrario a la creencia popular, el anticristo no podría ser portado por un cuerpo mortal, y por lo tanto, tampoco podría nacer de una mujer mortal.  Y da la curiosa casualidad de que existe un tipo de entidad que posee esa clase de cuerpo, particularmente apto para ello. 

El Anticristo, además, constaba de dos entidades distintas: el virus y el portador, si se le quería llamar así. Ambos debían nacer, y como una especie de fetus in fetu casi alquímico luego de sus primeros minutos de vida, se fusionarían en uno mismo. De la otra parte, en realidad, no importaba mucho que tuviera orígenes humanos. Era, digamos, aquél pequeño reactor nuclear de maldad que en el momento justo se detonaría dentro del cuerpo resistente con el que se habría fusionado. En el infierno lo encontraban como un detalle casi poético, eso de corromper la creación de dios mezclando un poco de esto con otro poco de aquello y licuarlo con satán inseminando parte de la mezcla. En términos realistas era un plan horriblemente impráctico. Una pesadilla logística que se evidenció cuando aquél otro pedazo del rompecabezas apocalíptico se anunció a su madre mortal, y ella decidió que simplemente no deseaba ejercer la maternidad en ese momento. El cielo y el infierno vieron con las caras largas cómo la bestia quedaba incompleta y por lo tanto, incapaz de lograr su propósito. Entonces, cuando llegó el día del armagedon, simplemente no sucedió nada y todos siguieron con sus tranquilas vidas.

Aunque mamá dice que ese día, yo me desmayé.»

—Esa libreta que estás leyendo es mía. 



Akira dio un respingo. Hasta entonces se había entretenido mucho leyendo el contenido del elegante diario que había hallado en el asiento contiguo del metro. No estaba muy seguro de qué se trataba, pero pensó que era la clase de libro que le gustaría leer, o por lo menos, adaptar a una partida de rol de mesa con Takashima.  Se sintió avergonzado por haber leído algo personal, pero cuando llegó a la oficina de objetos perdidos de la estación, el oficial encargado no estaba y él se había aburrido mucho esperando. La voz que le había hablado, a su espalda, sonaba grave y molesta. Le hizo pensar en un tipo enorme, uno que esperaba, no deseara golpearlo.

—Ah, disculpa. —Con torpeza, cerró la libreta y la extendió a la persona que la había solicitado. No era ningún grandulón, más bien, era un tipo bajo, con el cabello decolorado y cara de pocos amigos; pero sobre todo, que tenía la apariencia de tener mucha, mucha prisa.

—Sí, dámela. Gracias. No deberías leer las cosas que no tienen que ver contigo.



Reita volvió a sentir que enrojecía de vergüenza y también, un poco, de enojo. Vale, se había entrometido un poco, sí; pero tampoco le parecía estar recibiendo un agradecimiento apropiado por haberla devuelto. Se preguntó cómo había reconocido que el cuaderno era suyo, porque las tapas eran negras y totalmente impersonales. «La caligrafía» se dijo a sí mismo. Tenía un carácter muy propio, redondeada y coqueta, como el trasero de su malhumorado autor.

Se hizo un silencio tenso durante el cual, el más bajo guardó con prisa la libreta dentro de su gran bolso, y Reita se rascó la cabeza sin saber si debía volver a disculparse.  Ambos salieron del cubículo vacío esperando salir también de aquel momento incómodo, sólo para darse cuenta de que éste se estaba alargando de forma innecesaria al caminar ambos hacia la misma dirección.

—¡Bueno, deja de seguirme! —gruñó en tono irritado el muchacho de la libreta, intentando dar zancadas más largas.

—No te estoy siguiendo, es que los dos estamos yendo al mismo lado. —Akira tenía la mala costumbre de reírse en los momentos menos indicados, pero ésa vez era legítimamente inevitable: los pasos largos y apresurados del rubio equivalían a su andar normal, dado que él tenía las piernas más largas. Intentó desembarazarse de la situación haciéndole un gesto de despedida con los dedos y acelerando el paso. No tardó mucho en dejarlo atrás, él no tenía piernas de corgi. 

«Hay un hecho que ni a dios, ni a los creyentes, les gusta admitir, aunque la evidencia nos grite a todos en la cara.

Dios tuvo una etapa de Deviantart.

La mayor parte de ésta se encuentra oculta en las aguas abismales donde los humanos tardarán años en encontrar a todos los infelices prototipos de las primeras creaciones divinas. Pero hay otros experimentos fallidos mucho más ocultos que un estúpido pez con  boca impráctica.  Experimentos que directamente se han intentado borrar y destruir. Al menos de la historia. La muerte no tiene que ser un acto físico, se puede matar a alguien simplemente haciendo que el mundo lo olvide.»

Desde hace algunos meses Akira estaba ahorrando para un amplificador nuevo para su bajo. Tuvo que sacrificar el ingreso semanal que destinaba a comprar mangas y figurillas, al ahorro. Con lo primero, tuvo que contentarse con visitar la biblioteca pública y tramitar una credencial para poder llevarlos prestados a casa.  En la mochila llevaba los que debía devolver antes de ser multado. Hizo rápidamente el trámite en el mostrador y los dejó en el carrito para libros. Ahí, como si alguien lo hubiera tomado recientemente, estaba también un libro sobre teología cristiana. Lo tomó y se lo llevó a una mesa para ojearlo. Akira no practicaba el cristianismo y básicamente no sabía mucho sobre ello, pero lo que había leído momentos atrás había llamado su atención e, insistía, podía adaptarla a una partida de rol de mesa. Y también, como había supuesto, la persona pequeña y gruñona iba al mismo lugar que él: escuchó su voz grave hablando en la recepción y luego lo escuchó buscando en los anaqueles, y en el mismo carrito donde acababa de dejar los cómics que se había llevado a casa.

Le hubiese gustado no estar tan interesado, pero no podía negar que aunque sus ojos estaban fijos en la lectura, con los oídos estaba siguiendo todo el recorrido del muchacho. Tal vez estaba esperando que se acercara a él y se disculpara por ser tan hosco, o que se diera cuenta de que, de verdad, no era ningún raro que estuviera intentando seguirlo. El deseo se le cumplió, más o menos, cuando escuchó un par de pies detenerse frente a su mesa. Las pisadas hicieron eco como cuando su hermana caminaba con tacones altos, por lo que estuvo a punto de volver a reírse en un momento inadecuado. Resistió muy bien la tentación de levantar la vista de inmediato,  recordándose a sí mismo que no debía parecer demasiado atento a lo que hacía el otro.  Y no lo hizo hasta que se aclaró la garganta para llamar su atención. Reita levantó la vista de forma casual, como si no se hubiera percatado de su presencia hasta entonces, mientras por dentro gritaba «¡Sé cool! ¡Actúa como un tipo genial!».

—Necesito el libro que estás leyendo. 

No pudo evitar sentirse un poco decepcionado. Esa no era la gran escena que tenía en su mente.

—Sí, bueno, el punto es que lo estoy leyendo —dijo haciendo énfasis en las tres últimas letras. La respuesta no pareció agradarle al muchacho, por lo que Reita también se puso a la defensiva. No habían acumulado más de dos interacciones y al más bajo parecía gustarle tratarlo mal. Y podía ser lindo, pero Akira no era, tampoco, tan falto de carácter—. Pero podemos leerlo a la par, si quieres.

No tenía remedio, le ponían una monada enfrente, y quién sabe dónde terminaba su dignidad. 

Coordinarse para leer juntos no fue tan fácil como Akira hubiese deseado. Empezando por el hecho de que él estaba en las primeras páginas del libro, y Takanori —así le había dicho que se llamaba— ya iba cerca de la mitad, por lo que ambos estaban en posturas torcidas, cada quien intentando leer en donde se había quedado. Además, Takanori de vez en cuando hacía largas pausas para tomar notas en su libreta negra, y Reita tenía que volver a leer páginas enteras porque perdía el hilo de lo que estaba leyendo, o se quedaba cavilando, con la vista perdida.

—¿Por qué no tomas notas en lugar de releer una y otra vez? —Preguntó Takanori exasperado—. Mira, así me dejarías avanzar más rápido.

—¡Yo no necesito tomar notas! Tengo una privilegia memoria fotográfica, muy por encima del promedio. —Exclamó Reita, sacando mucho el pecho en un intento, quizá, de verse más varonil y ocupar más espacio.


Takanori lo miró con el ojo crítico con el que siempre seleccionaba una prenda de ropa antes de comprarla: lo evaluaba. Tras segundos de inspección, decidió figurativamente desecharlo y devolverlo al montón.


—No la tienes —dictaminó, y volvió la atención al libro como si no hubiera nada más que discutir.

«El primer experimento humano de dios fue Lilith. Lilith es bien conocida, una se labra una reputación cuando decide que el primer hombre es un poco imbécil y sólo sabe tener sexo de misionero. Entonces, decide dejar voluntariamente el paraíso, convertirse en amante de varios demonios, responsabilizarte por la muerte de cuna, y convertirte en un ícono de la igualdad femenina.

Pero hay una mujer experimental de la que nadie se acuerda, que dios se encargó de mantener bien oculta, salvo por algunos deslices que sus profetas han cometido en algunas versiones de su libro sagrado. Una mujer que existió después de Lilith y antes de Eva. Nunca fue nombrada, pero se podría decir que es una especie de Eva 00, o Eva versión Beta. Y como nadie lo había hecho, ella se nombró a sí misma: Astaroth.

Fue creada de dentro hacia afuera del éter ante la mirada misma de Adán. Y éste, al ser los órganos de su compañera lo primero que vio de ella, no pudo evitar tenerle asco. 

La primera Eva fue rechazada por Adán, y Dios tuvo que expulsarla del paraíso. Entonces, cuando hizo a la segunda Eva, decidió dormir a Adán para evitar un tercer rechazo. El resto es la historia que todo mundo conoce. Y aunque el destino de la primera Eva no vuelve a ser mencionado jamás, en realidad no es muy complicado seguir el rastro de su historia.



El prototipo de Eva poseía sus propias particularidades. Era un ser con personalidad propia. No era Lilith, ni tenía interés en aliarse con ningún demonio; pero tampoco era su Eva sucesora, ni sentía la necesidad de  tener un compañero.

Quizá el detalle más importante sobre ella es que nunca comió el fruto del árbol de la ciencia, y por ende, nunca se volvió mortal.»

Había anochecido ya cuando ambos salieron juntos rumbo a casa e hicieron el camino de vuelta a la estación del metro. La hostilidad entre ambos se había, por lo menos, limado un poco; por lo que el regreso no fue tan incómodo. Reita quería preguntarle a Takanori por qué estaba tan interesado en esa clase de temas, pero sospechaba que no le respondería. En cambio, se enteró que el muchacho venía de una larga familia donde en todas sus generaciones, siempre habían nacido mujeres. Él era el único varón en toda la historia familiar; por lo que vivía en una especie de gineceo un tanto estricto.

—No puedo llevarte a casa.  —Le había dicho a Akira cuando éste se ofreció a acompañarlo—. No entran hombres, a excepción mía obviamente. O para, ya sabes, reproducción.

—No importa, puedo decirle a tu mamá que también me llevaste para reproducirte.

Obtuvo un par de ojos en blanco, un golpe en el hombro, pero también una risa; por lo que se sintió conforme.

Cuando se trataba de mostrar interés, Akira era más bien poco sutil. No es que se preocupara por fingir, los días venideros, que se encontraba con Takanori en la biblioteca; sino que derechamente admitía estarlo esperando. Y aunque Takanori fingiera que esa atención le molestaba, la realidad era que hubiese sido muy fácil para él mandarlo al diablo, pero no lo hizo. Se acostumbraron a leer juntos, y poco a poco, el misterio que era Ruki comenzó a arrojar un poco de luz sobre sí mismo.

—¿Qué pasa si te digo que lo que has escuchado sobre el fin del mundo es cierto?

—No he escuchado nada sobre  el fin del mundo —admitió Reita—. Pero no sé, suena... metal, supongo.

—No tiene nada de eso —replicó Ruki con disgusto, volviendo a clavar la nariz en el libro.

—¿Estás intentando detener el fin del mundo? —Dijo sin poder tomárselo en serio. Seguro de que nadie iba a hacerlo, de cualquier modo.

La mirada que Ruki le dirigió fue tan seria, tan completamente carente de cualquier atisbo de broma, que a Akira no le quedó espacio para la duda de que Takanori estaba siendo honesto.

—No, Akira. Yo debería estar provocándolo.





Takashima era el mejor amigo de Akira y opinaba que tenía el peor gusto del mundo cuando se trataba de elegir a sus parejas. A esas alturas de la vida, ya estaba muy consciente de que ningún consejo entraría a esa cabeza dura, por lo que sólo quedaba escuchar y resignarse.

—... Y entonces me dijo que técnicamente tendría que estar gobernando en el Vaticano desde el 2016. —Exhaló Reita, ocultando el rostro entre los brazos cruzados.

—¿Seis, seis, seis? —preguntó Takashima con incredulidad—. ¿De verdad?

—Dice que él no inició el cliché, ni que le gustaba.

Durante un largo rato, lo único que se escuchó fue el rechinido del vidrio contra el trapo que Takashima usaba para secar los platos del restaurante que atendía. Ya era muy noche, la hora en la que sólo quedaba limpiar y escuchar a Reita ir a llorar sus fracasos amorosos, por lo que su jefe no tenía inconveniente en que ambos jóvenes platicaran mientras Uruha se ocupaba de las actividades previas a cerrar el local.

—No sé —dijo Takashima luego de un rato—. Es decir, has salido con personas trastornadas, Akira, pero esto es ir...

—¿Demasiado lejos?

—Quizá lo dijo para ahuyentarte. Puede que no le gustes tanto como crees.—Intentó consolar a su amigo, obteniendo un gruñido a cambio que dejaba claro que no lo había logrado.

—Cuando habla, suena sincero —replicó Akira. «Resignación» se dijo Uruha a sí mismo—. Podría traerlo, y presentártelo.

«Mucha resignación», repitió Uruha en su mente.





—La primera Eva, Astaroth, tuvo descendencia, de modo que la inmortalidad se transmitió de madre a hija, como un gen dominante. Las hijas de Astaroth, a su vez, tuvieron descendencia con los hijos de los hombres. ¿No te das cuenta? En mi familia no nacen mujeres cada generación: mi familia está compuesta de mujeres inmortales que han cambiado de identidad cuando se supone que debería llegar el tiempo para envejecer y morir.

—¿Eso significa que tu abuela, Astaroth, es en realidad la primera Eva?

—¿No es Astaroth un duque del infierno o algo así? —Intervino Takashima, dejándoles sendos platos de ramen sobre la barra.

Takanori parecía alguien que había llevado un secreto a cuestas durante mucho tiempo, y ahora que lo había compartido, no tenía reparo en dar detalles ni en involucrar a otra persona. Se había mostrado muy accesible con Takashima, a diferencia de toda la hosquedad que tuvo, en un inicio, con Akira.

—Lo es en el cristianismo —admitió Ruki, separando sus palillos para comenzar a comer—. Pero en realidad, era la diosa del amor, la guerra y la fertilidad... ¿qué? El cristianismo moderno ha tomado prestados muchos elementos paganos —argumentó al ver la expresión de escepticismo de Uruha—. En casa creyeron que hacer lo mismo una vez, no iba a hacer mucho daño. Además, dios nunca nombró a la abuela, lo que técnicamente le dejó el camino libre para nombrarse como ella deseara.

Takanori se refería a Astaroth como su abuela, pero en realidad era un ancestro demasiado lejano, con demasiadas generaciones de otras mujeres de distancia. Todas habían permanecido jóvenes e inmortales, según palabras de Ruki, y él mismo había dejado de envejecer (había utilizado la palabra «crecer», lo que hizo reír mucho a Uruha)desde los dieciséis años. Toda esa información era, también, nueva para él hasta hacía poco tiempo. El día en el que se había desmayado, ya tres años atrás, su madre había hecho varias llamadas telefónicas, y al día siguiente, la abuela llegó a casa. En ese tiempo Takanori creía, de manera genuina, que Astaroth era su abuela en el sentido estricto de la expresión. Sin embargo, ella no fue la única que se presentó para hablar con él: no tardaron mucho en tomar un vuelo a Estados Unidos, y pronto se vio rodeado de todo su árbol genealógico, las mujeres que habían estado antes que él, con todos los diversos rasgos físicos de todos los rincones del mundo.

Contrario a lo que podría parecer, no era una familia demasiado numerosa tomando en cuenta el factor longevidad, inmortalidad, y presencia en la tierra desde los primeros días de la creación. Astaroth le explicó que la decisión de tener otra descendiente nunca se tomaba a la ligera, pues estaban conscientes de que eran capaces de superpoblar al mundo con mujeres inmortales. También le habló de su llegada profetizada y de su papel como recipiente del anticristo.  Del alivio de que la profecía no se cumpliera, pero del hecho urgente de que Takanori debía convertirse en un hombre mortal, pues cuando Lucifer despertara y supiera que el apocalipsis no estaba en marcha, y que las dos partes que conformaban su carta más fuerte en aquél juego, no se habían unido; usaría a Takanori para rastrear a todo el linaje de la primera Eva y las destruiría por no haber cooperado directamente con él.

Al ser el único varón de la familia, había cosas sobre sí mismo que desconocía, y que ninguna de sus ancestras podía responder. No sabía hasta qué punto compartía características con Astaroth, y los hombres mortales que alguna vez ella y su descendencia habían amado se desvanecían en los recuerdos familiares por su misma cualidad de ser efímeros en comparación a la eternidad. Así que tampoco había manera de saber qué tanto se parecía a ellos. Takanori ni siquiera conocía a su propio padre.

—Si tú tampoco envejeces, ¿entonces eres también inmortal? —Preguntó Akira cuando dejó de tener la boca llena de fideos.

Fue como si alguien hubiera encendido un switch en la cabeza de Ruki. Inmediatamente soltó los palillos y salió corriendo del local. Reita tardó en procesar lo que estaba sucediendo, y cuando lo hizo a medias, salió también detrás de él. No sabía a dónde iba Matsumoto, pero había esa sensación implícita de que no podía tratarse de algo bueno, de que había peligro de por medio. Y al parecer la adrenalina lo había hecho más veloz de lo habitual, pues cuando salió a la calle, Akira tuvo que voltear en ambos sentidos para intentar ubicarlo: lo vio cruzando la avenida sin molestarse en mirar el semáforo, poniéndose, a posta, en el camino de un aterrorizado motociclista; que parecía saber que no podría detenerse a tiempo para evitar arrollarlo. 

Aunque sabía que no llegaría a tiempo, Akira corrió para intentar quitarlo del camino. A medio camino se produjo el choque, y aterrorizado sólo pudo encontrar mayor velocidad en sus piernas. Lo realmente sorprendente ocurrió cuando antes de llegar, pudo ver a Ruki sentarse en el pavimento como si nada hubiera pasado. Lo hizo con lentitud y parecía desorientado, pero una parte del cerebro de Akira estuvo, de pronto, seguro de que estaba bien, porque la lógica le decía que nadie podría moverse después de un impacto a esa velocidad, a esa distancia.

—¡¿Qué estás haciendo, puto loco?!

—chilló de forma histérica cuando estuvo a su lado.

—Tenía... tenía que averiguarlo. —Los pequeños ojos de Ruki estaban tan abiertos que fácilmente doblaban su tamaño normal. Parecía tan extrañado, tan confundido como Akira. Seguía sentado  en el pavimento y su bonita cara comenzaba a deformarse un poco por los moretones y la hinchazón; pero éste no parecía darse cuenta. La gente se aglomeraba a su alrededor, mirándolos entre asustados y curiosos. Había murmullos, el motociclista parecía a punto de sufrir una crisis nerviosa (pero afortunadamente parecía ileso), y por si fuera poco, una pareja de policías se estaban acercando a la zona. 



—Deja de ver tantos dramas de mierda. Pudiste haber intentado ahogarte en el tazón de ramen si querías averiguarlo —le regañó, antes de notar que los guardias se acercaban a ellos. No quería ir a prisión, no quería que su madre tuviera que pagar una fianza o le llegara alguna multa por perturbar el tranquilo espacio público japonés. Tomó a Ruki de la mano, como si pretendiera ayudarlo a incorporarse, aunque realmente lo que buscaba era apoyo moral. 



—Vámonos de aquí, estamos llamando la atención —respondió el rubio, y ayudándose de la mano extendida de Reita, se levantó por sí mismo. Hizo una mueca de ligero dolor, más parecido a cuando algo simplemente te molesta en lugar de dolerte; pero fuera de aquél diminuto gesto no parecía fracturado y hasta se levantó con gracia. Por supuesto, hubo un sonido de asombro general, y Reita se preguntó si Ruki estaba consciente de que probablemente estaba haciendo un poco más que simplemente llamar la atención.

Se escabulleron antes de que los guardias pudiesen acercarse demasiado. Alcanzaron a escuchar un «¡Hey!»; pero corrieron más a prisa y los dejaron atrás.  Aún desorientado por la conmoción, decidió que lo mejor era llevar a Takanori a casa. Necesitaba limpiarse la cara y en lo que refería estrictamente a él, quería sentarse en silencio unos minutos para procesar todo lo que estaba sucediendo en su vida desde que esa persona de corta estatura y trasero redondo había entrado a su vida.

Tecleó un mensaje a Uruha para decirle que todo estaba bien, pero que no volverían al local de comida para evitar miradas incómodas. Abrió la puerta de su hogar esperando que su madre no estuviera en casa, aliviado al ser recibidos por el silencio denso. Lo guió escaleras arriba a su habitación y cerró la puerta tras sus espaldas. 

Akira tenía que reflexionar muchas cosas, la más relevante entre ellas era gustar del descendiente directo de un personaje —apócrifo, para más sal a la herida— bíblico.


Se sentaron en extremos opuestos de la cama. Cada uno tenía cosas en qué pensar; por lo que no hablaron durante un largo rato. Al final, Akira se levantó al baño y trajo un paquete de toallas húmedas, con las que limpió la sangre en el rostro de Takanori. Lo hizo con toda su delicadeza, con todo el cuidado del mundo, a pesar de que las heridas de Ruki ya habían desaparecido y no había rastros de moretones. Cuando terminó, le acarició el cabello y le dio un beso en la sien.

—Adán es... el imbécil primigenio —dijo Ruki con un suspiro—. Comprendo por qué la familia se ha querido mantener lejos de los varones. 


—Tú no pareces muy interesado en mantener a los varones lejos de ti.

Takanori sonrió. Reita se dio cuenta de lo mucho que había extrañado ese gesto en las pocas horas en las que estuvo ausente.


—Bueno, el anticristo obviamente tenía que ser gay. No sólo tengo que ser inmoral para las religiones abrahámicas, sino también para mi familia. Se supone que sea escandaloso para todos, incluso para la madre que me parió. 

Akira se unió a las risas del rubio. Había un sentimiento de estar metidos en problemas, pero el punto radicaba justamente en aquél plural: juntos. Era un problema que ambos debían afrontar y solucionar.

—Entonces debes convertirte en un hombre mortal.

—Ajá.

—Es una perspectiva agradable. No me gustaría que tú siguieras joven cuando yo ni siquiera pueda tener una erección.

—No vas a poder tener erecciones si sigues haciendo esa clase de chistes malos, Akira.

—Vale, sólo quería aligerar el ambiente.

Ambos estaban acostados en la cama, con las manos unidas y la mirada clavada en el techo.

—¿Cómo vas a hacerlo?

—Del mismo modo en el que Adán y su mujer se hicieron mortales: comiendo el fruto del árbol de la ciencia. 



Akira elevó una ceja, lleno de incredulidad. Era difícil para él tomar el elemento de un mito como algo real. Como una posibilidad de solución a sus problemas.



—Pensé que estaba en el paraíso.


—Es verdad —reflexionó Ruki, con el entrecejo fruncido—. Entonces el verdadero problema no es el qué vamos a obtener, sino el cómo.

—¿Cómo llegar al paraíso? —De nuevo, obtuvo un asentimiento de parte del rubio—. ¿Y tu familia no sabría cómo...?



—No —respondió Takanori—. Recuerda que Astaroth fue echada. Lilith se marchó por sí misma, y Eva está muerta. Tal vez lo estamos viendo mal: el problema no es llegar, el problema es volver a entrar.



—Se supone que uno vaya ahí cuando muera, ¿no?



—Se supone que yo no puedo morir, y suicidarte es garantía de ir al otro lado, según sabemos. Además, ¿cómo vamos a salir? Si algo me han enseñado las series, la cultura pop, y la experiencia de vida de mis ancestras, es que los ángeles son bastantes hijos de puta.

Reita se incorporó con un resoplido, se sentó en la orilla de la cama y frotó su cara con las manos. Parecía agobiado.

—Es como andar a ciegas, ¿sabes? Existes, y resulta que la mitad de las cosas del cristianismo, del que de hecho, no conocía nada, son reales. Pero de la otra mitad sólo tenemos mitos, metáforas, y rimas rebuscadas que no sabemos interpretar correctamente. Perdón si pierdo la paciencia, pero es... frustrante. Mucho. Porque no sé cómo ayudarte. No te ofendas, te amo; pero no pretendía meterme en... algo así. Mi idea de tener una pareja era coger, ponernos sentimentales de vez en cuando por las noches. Rascarme los testículos mientras miro televisión y que me regañes por ser un cerdo y olfatearme los dedos. Ya sabes, esas cosas simples.



Contrario a lo que esperaba, Takanori no se enfadó. De hecho soltó una carcajada.


—Eres peor que Adán —dijo limpiándose las lágrimas de risa—. Bueno, peor no, al menos no coges únicamente de misionero.



—Y la tengo grande— replicó Reita, orgulloso. 


Takanori chasqueó la lengua.



—Buena resistencia, un poco peludo, nada que no se pueda arreglar. Pero dejando de lado la primigenia necesidad masculina de medírnosla, literal y metafóricamente, ¿podemos volver a lo que estábamos diciendo? Hipotéticamente —continuó Ruki— si lograra, digamos, consumir al otro feto, a la otra parte del anticristo, obtendría el poder de la bestia y podría cambiar las cosas. Ya sabes, asesinar a tu hermano, Caín y Abel, muy mal asunto. El punto es ¿dónde encuentro a un embrión que seguramente se fue por el desagüe hace unos veinte años? A estas alturas debe estar totalmente desintegrado.

—Espera, antes de eso: ¿significa que te vas a volver pudoroso y te dará vergüenza estar desnudo, cuando te vuelvas mortal?

—¡Akira!

—Ya, ya. Lo mejor es dormir, ¿de acuerdo? Son demasiadas emociones para un solo día. Fuiste tú quien estuvo a punto de matarnos a mí y a ese motociclista del susto; pero eres tú quien me regaña.

—Así es el orden natural de las cosas.

Separaron las sábanas para entrar a la cama, y Akira se quedó mirando el techo, con los brazos cruzados tras su cabeza.

—Vale, lo acepto. Pero deja de hacer cosas que pongan en peligro tu vida.

Después de un bostezo y una sonrisa adormilada, Takanori se volteó para su lado y se hizo una bolita en la cama.

Notas finales:

Gracias por leer :)


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