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The beautiful boy and the beast por OldBear

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Notas del capitulo:

Disclaimer y notas:


· Ni la Bella y la Bestia ni Harry Potter me pertenecen (de haberme pertenecido habría hecho que el snarry fuera canon) yo solo junté ambas ideas en este fic, y peor aún, lo hice omegaverse. Todos estos personajes pertenecen a sus respectivos autores y yo no gano con esto más que la felicidad de verlos mezclados.


· No estoy segura de que exista un fic de la Bella y la Bestia versión Snarry, quizás sí, pero no lo he leído.


· Me basé en la película de 2017, pero cambié algunas cosas más. Esto quiere decir que los lugares y algunas cosas más me las inventé. Algunas frases las dejé igual que en la película por que, para ser sincera, amo la historia de la bella y la bestia y no pude evitar utilizarlas por lo bellas o bien formuladas que son.


· Es un oneshot, pero lo dividí en varias partes por que no me gustan los capítulos tan largos.


· Si bien las películas tienen una canción principal "Bella y Bestia son", la que usé para crear el fic es la canción que canta la bestia en la película del 2017: Evermore. Y será la que deje aquí y referencie algunas palabras de ella.


· En el cuento original era un principie quien se convierte en bestia, aquí es un rey.


· Por último, este fic lo hice mientras atendía a mis clases virtuales (no hagan eso niños, atiendan a sus clases) por lo que para ser sincera creo que no está tan editado como acostumbro, pero intenté no cometer ningún error.


· En este omegaverse el olor de los omegas se emite de forma inconsciente cuando no están en pareja, mas no es algo que enloquezca a ningún alfa siempre y cuando no estén en celo. Los alfas emiten sus feromonas a voluntad, esto para intimidar a otros alfas o, en presencia de un omega, para doblegarlos y/o provocar que quieran estar con ellos.

Parte I.

Los pasos apurados de la servidumbre resonaban en cada esquina o corredor del castillo. Iban de un lado a otro dando los mejores arreglos a aquella morada, preparando hasta el más mínimo detalle para la esperada festividad que se celebraría ese día nueve de enero.

La viuda Weasly -la beta jefa de la cocina-supervisaba con ojo crítico mientras revoleteaba entre los hornos y los ayudantes, dándole órdenes al chef principal para recordarle con exactitud los gustos de los señores del hogar y reyes del reino. Había enviado a sus hijos - con quienes vivía en el castillo- a los almacenes en busca de víveres, pues aquel banquete sería tan inmenso que tendrían que cocinar hasta el final de la tarde.

En el salón principal, el cual era usado comúnmente para los bailes debido a su gran amplitud y capacidad para acoger a tantos invitados como pudiesen invitar las familias reales que habían vivido en aquel fortín, se encontraba la señora de Malfoy, la omega del ilustre alfa y pianista Lucius Malfoy; quien además era la encargada de la decoración del castillo en todas sus festividades. Aquello era debido a que la reconocida mujer tenía un gusto exquisito, y su marido, amigo del rey en posesión, era el músico del castillo.

Narcisa, señora de Malfoy, hacia batir el vuelo de su vestido mientras revisaba cada recoveco con sumo cuidado, buscando hasta el más mínimo detalle de imperfección para resolverlo ipso facto.

En aquel salón se encontraba también su marido, Lucius Malfoy, practicando por última vez en el piano el repertorio de canciones que tocaría aquella velada. Si bien Lucius no necesitaba practicar unas canciones que bien sabía de memoria, y que incluso podría tocar a ojos cerrados, aquella práctica le servía más bien para que Draco, su hijo de once años, viera con detalle los movimientos de sus manos; pues Lucius deseaba que Draco continuará con su legado en la música. Y el pequeño Alfa era más que feliz con aquello, aunque su expresión de seriedad- la cual era inmutable- pareciera contraria a aquello.

Fuera del castillo y sin importar el viento helado de esas fechas el anciano Dumbledore, un alfa amigo de la familia Snape por varias generaciones, se enfundó en una gruesa capa para salir al patio posterior y ver como los jardineros se esmeraban en los toques finales de los jardines reales. EL anciano miró su reloj de bolsillo mientras acariciaba su larga barba, pensando en que todos los preparativos estaban marchando a la perfección y que quizás podría tomar una corta siesta de media mañana antes de pasar al comedor o, en su defecto, que podría buscar a Madam McGonagall para charlar un rato si esta estaba desocupada, lo cual dudaba.

A su lado pasaron corriendo los hijos de la viuda de Weasly, eran cuatro niños - solo una niña- que vivían en el castillo e iban desde los catorce años, el mayor, hasta los cinco, la más pequeña. Los niños parecían apurados y cargaban unos sacos con dirección a la cocina.

El anciano vio como los pequeños hacían verdaderos esfuerzos por llevar los sacos que claramente pesaban, y la más pequeña solo llevaba una papa entre las manos.

- ¿A dónde van con tanta premura jóvenes Weasly? -preguntó el anciano, aun sabiendo la respuesta.

- Mamá necesita más papas. - exclamó el joven Ronald, el mayor.

Los niños no se detuvieron y siguieron su camino hasta entrar al castillo y dirigirse a las cocinas antes de que su madre les riñera por detenerse a conversar y perder el tiempo.

Todo aquello era un caos organizado, pues cada quien, aun sin dejar de moverse, sabia exactamente lo que necesitaba hacer para que todo estuviese perfecto. Y todo debía estar perfecto puesto que era una fecha especial: era 9 de enero, y se celebraba el trigésimo cumpleaños del rey Severus Tobías Snape.

A tan magnifica celebración estaban invitados los personajes más ilustres del reino de Hogwarts, y prometía, como en años anteriores, ser de una magnitud excelsa.

El reino de Hogwarts era uno de los más prósperos y grandes del país Hesconia, ubicado en Europa. Estaba conformado por varios pueblos aledaños y la llamada Central, capital de Hesconia. Había sido gobernado por generaciones de Snape, la familia real más prospera e intachable de todas.

En aquel momento el reinado estaba en manos de Severus Snape, único hijo del anterior rey Tobías Snape, y de la princesa del reino vecino Eileen Prince.

El príncipe Severus era un alfa apuesto aun en su trigésimo cumpleaños, con el pelo negro largo y unos ojos tan oscuros como la noche. Su piel era clara y su voz tan profunda que era capaz de enamorar a cualquiera solo con hablarle. Su nariz aguileña, legado de los Snape, nunca fue algo que le restara atractivo a su persona. Por lo que le fue bastante fácil captar la atención de varias omegas de alta sociedad.

Pero aquello realmente poco le importaba, pues él supo a una edad muy temprana que no necesitaba enamorarse de nadie, ni quería hacerlo.

Cuando le tocó buscar esposa a la edad de veinte años lo hizo sin pensar en el amor, pues era algo en lo que no creía. Un mes antes del vigésimo cumpleaños de Severus su padre, el rey Tobías, había encontrado a su tan amada esposa en los brazos de otro hombre, por lo que en un acto de cólera mató a los adúlteros y procedió a quitarse la vida después. Severus sabía que su madre engañó a su padre por todos los maltratos y vejaciones que el hombre le propició, pero nunca pudo dejarlo; era el rey después de todo. Aquel fatídico hecho solo lo supieron los más allegados pues, para los demás, la reina Eileen y el rey Tobías habían muerto por enfermedad. Eso provocó que el único heredero al trono entendiera que el amor no podía ser real, solo una forma de sufrir. Así que buscó a una omega de clase, quien pudiera llevar a sus hijos y que encajara en la realeza sin preocuparse por los sentimientos. No sería violento como lo fue su padre, pero tampoco pretendía querer amar a alguien.

Consiguió todo lo que buscaba en la princesa Helena, la segunda hija de los reyes Umbridge, quien aceptó casarse con él para ser reina.

Ella tampoco sentía nada por su futuro esposo más que el deseo de gobernar el reino de Hogwarts y lucir su gran belleza ante todos. Si bien Helena era la segunda hermana y a quien le correspondía casarse era a la mayor, Severus la prefirió a ella pues nunca le agradó la primogénita de los Umbridge. Sentía en la primera algo que no podía describir, pero no le agradaba.

De todas formas ni Severus amaba a Helena, ni Helena a Severus. Solo estaban juntos por sus intereses y su única misión seria tener un heredero, como todas las familias reales debían de tener. Pero nueve años después aún no concebían un heredero, y Helena recriminaba a Severus, pues decía que en su linaje familiar todos eran fértiles y ningún omega tenía problemas para concebir.

Y, lamentablemente, aunque era el día del cumpleaños de su esposo, la reina Helena se encontraba sentada en la cama, con los doseles recogidos y una mirada de desdén hacia el rey, quien se encontraba mirando por el balcón la organización de los jardines.

-Tú debes ser un alfa defectuoso, es la única razón lógica del por qué aún no tenemos heredero.

El rey optó por no ver a su esposa y mantuvo su vista en los jardines, determinado a no escuchar sus recriminaciones.

- ¿Acaso escuchas lo que digo?

-Helena, no quiero oírte, por lo menos no hoy.

-No quieres escuchar mis palabras porque todas son reales. Todo esto es...

Unos golpes en la puerta detuvieron a la reina de seguir hablando. Imaginándose de quien se trataba Severus exclamó a quien tocaba que podía pasar.

-Señor- dijo la institutriz con una breve inclinación a modo de saludo. Era una beta, la señora McGonagall-Es casi mediodía y necesito determinar unas cosas con usted.

Helena miró a la institutriz con malos ojos, sabiendo que algunos de los trabajadores la detestaban por el modo en que trataba a Snape, a quien apreciaban. Pero a ella poco le importaba pues era la reina y nadie podría hacer nada contra ella.

Severus asintió y salió de la habitación, feliz de no tener que discutir más tiempo con su esposa; aun si eso significara encargarse de asuntos del reino el día de su propio cumpleaños.

Estuvo ocupado toda la hora de la comida, evitando verse con Helena y sin demasiados ánimos de unirse a los preparativos de la celebración. Pero, a eso de las tres de la tarde, se reunió con sus principales trabajadores para revisar los toques finales.

Los hijos de Molly correteaban por doquier mientras que Draco intentaba empujarlos para que no le molestaran. Todo parecía estar en orden.

Parecía....

 

 

.......................

 

Dolores Umbridge resopló con rabia cuando estuvo de pie a las afueras del castillo de los Snape. Debía apresurarse pues sabía muy bien que el poder que le había otorgado aquel demonio, aunque bastante fuerte, mermaba su vida. Y ella necesitaba vengarse de todos los que la traicionaron.

Desde donde estaba podía ver a la servidumbre del castillo decorando la parte delantera de este. Sonrió mientras elevaba las manos y recitaba aquel hechizo enseñado por el demonio para que todos cayeran rendidos.

Cuando vio como los trabajadores caían uno a uno en el suelo se sujetó el pecho con fuerza, pues usar el hechizo era devastador para ella. Sin darse por vencida tomó aire y, cerciorándose que la rosa que cargaba seguía intacta, atravesó las rejas sin que nadie pudiese detenerla, llegando hasta las puertas dobles y fijando su punto en el salón principal. A su paso toda la servidumbre caía rendida, incluso vio de reojo que, en la puerta de la cocina, unos niños pelirrojos y uno rubio estaban tirados también, rendidos.

Sin perder más tiempo Dolores traspasó las puertas del salón principal, viendo rápidamente la hermosa decoración del sitio y, en medio de este, estaban su hermana y su más grande amor; acompañados del Matrimonio Malfoy, la institutriz, la jefa de la cocina y el viejo Albus.

Ninguno se había dado cuenta de su presencia debido a que miraban algo que la esposa de Lucius les enseñaba, así que Dolores carraspeó y habló con amargura.

- Entonces es cierto, harán una espléndida fiesta a la que no fui invitada.

Reconocieron inmediatamente aquella inconfundible voz; la voz de Dolores Umbridge, la hermana mayor de Helena.

Todos en el salón se miraron sorprendidos y atemorizados al mismo tiempo. Dolores no estaba invitada a la fiesta por la sencilla razón de que aquella mujer se suponía estaba internada en un hospital mental.

Después de que Severus eligiera a Helena para casarse Dolores explotó en furia, pues amaba al hombre con locura, e intentó acabar con la vida de la pareja prendiéndoles fuego. Solo fue internada en beneficio de que sus padres eran de alta sociedad, por lo que se le perdonó la vida. 

- ¿Qué haces aquí Helena?-preguntó Snape, dando un paso hacia delante.

-He venido a recuperar lo que por derecho me pertenece, amor mío.

Acto seguido Dolores volvió a elevar las manos y, sin poder hacer nada, todos quedaron dormidos con excepción de Helena y Severus, quienes vieron como los demás caían al suelo sin esfuerzo.

Helena no podía hablar, aterrada como estaba por aquella demostración. Sabía que su hermana planeaba vengarse pero nuca pensó que podría escaparse de donde estaba internada.

- ¡¿Qué les has hecho?! -cuestionó Severus, furioso. - ¿Qué les has hecho engendro del mal?

-Un demonio vio mi sufrimiento en aquella celda, y decidió que merecía su ayuda.

-Vio que tu alma esta ennegrecida-vociferó el rey-Eso fue lo que vio.

Una lágrima de dolor rodó por la mejilla de la bruja, sintiéndose lastimada por las palabras de su gran amor.

-Severus yo te amo, no comprendes la inmensidad de mi amor hacia ti. -Dolores extendió la mano en la que cargaba una rosa tan roja que parecía cubierta de sangre, mostrándosela al rey, -acéptala como muestra de mi amor, te lo imploro.

-Nunca aceptaré nada tuyo, ¡Porque no te amo! Lo único que puedo sentir por ti es lastima.

Umbridge apretó la rosa contra su pecho, ya había previsto aquellas palabras y estaba preparada para terminar su plan a toda costa.

-Lo sé. Sé muy bien que no me amas; y por eso he decidido que si no puedo tenerte, nadie lo hará. Aunque eso me cueste la vida.

Dolores apretó el collar mágico que le había otorgado el demonio junto con la rosa y cerró los ojos con fuerza. La magia que realizaría era más que poderosa y terminaría con su vida inmediatamente después de decir el hechizo.

Helena quiso correr y escapar, pero sus pies parecían estar unidos al suelo. Severus, por su parte, quiso correr hacia Dolores y detener lo que fuera que estuviese haciendo, pero tampoco pudo moverse ni un centímetro. Apenas podían gritar, pero la malvada omega no detendría su plan.

La voz de Dolores volvió a escucharse, y esta vez su tono era más alegre, pues se vengaría del hombre que no la amó y de la hermana que le arrebató lo que por derecho era suyo.

-Hice un trato con un demonio, Severus, le pedí saber tu punto débil. Y él me dijo que era el amor. Entonces lo comprendí. -Comenzó a recitar un breve y extraño hechizo, antes de dirigirse a los reyes nuevamente. - El amor que no das ni recibes será tu castigo y penitencia. Todo el que viva en esta casa que no sea el rey, será condenado a convertirse en utensilio sin libertad de salir. Lo pido por mi sangre.

Umbridge emitió un grito gutural y ante los ojos de Helena y Snape todos comenzaron a convertirse en cosas. Era inaudito ver a sus conocidos reduciendo su tamaño y quedando relegados a objetos cualesquiera.

Helena gritó ante aquello, sin entender lo que sucedía a su alrededor. Severus solo pudo mirar sin saber que podría hacer.

-A ti, mi gran amor te condeno a ser un monstruo, una bestia hasta el final de tus días. La única forma de revertirlo es que alguien te amé así por lo que eres. Así te darás cuenta que la única persona que podía amarte era yo, y nunca apreciaste mi amor. Pero, si eso no sucede antes de la caída del último pétalo de la rosa, el hechizo ser irreversible. Diez años, Severus.

Dolores habría preferido matarlos a todos, pero las condiciones del demonio para prestarles sus poderes habían sido claras: no podría matar a nadie y cualquier hechizo que colocara debía poder ser revertido. Pero ella decidió que esa parte la haría la más imposible, pues nadie amaría a una bestia tan horrenda.

Severus sintió como un halo de luz lo envolvía y un dolor terrible se apoderaba de su ser. Sus piernas se alargaban y doblaron, tomando las formas de unas patas de animal. Los dedos y uñas de sus manos se estiraron cuando sus manos se convirtieron en garras. Un par de cuernos sobresalieron de su cabeza y todo su cuerpo se cubrió por un espeso pelaje marrón. Sus dientes se volvieron colmillos y sus ojos se oscurecieron aún más.

El príncipe se había convertido en una bestia.

Helena volvió a gritar cuando vio a su esposo en lo que se había convertido, aterrada por la sola visión de aquel monstruo.

-Amalo-retó Umbridge a su hermana. Dolores sonreía sabiendo que su hermana nunca lo amaría. -Amaló o morirás.

-No-Helena tartamudeaba con lágrimas en los ojos. Sintió que sus pies volvían a despegarse del suelo e intentó correr. - ¡Yo no puedo amar a una bestia tan horrenda! Yo soy muy hermosa para atarme a un monstruo.

El castigo de Helena era convertirse en una estatua pues Dolores veía a su hermana tan superficial como una estatua de mármol. Pero la reina logró correr antes de que se completara su transformación, y tropezó cuando su cuerpo se volvió de mármol, rompiéndose en mil pedazos.

Fuera de la inmovilización de Umbridge Severus vio sus manos y sus garras. No entendía en qué clase de monstruo le habían convertido pero el ver a Helena correr le había hecho darse cuenta que era una bestia horrible. Intentó alcanzar a la bruja para obligarla a revertir aquello, pero fue inútil. El hechizo había agotado la vida de Dolores y seguramente su alma estaba camino al infierno, directo a las garras del demonio que le había prestado sus poderes.

Aquel día hermoso comenzó a tornarse gris, y del cielo comenzaron a caer copos de nieve incesantes, que perdurarían mientras lo hiciera la maldición. El castillo que otrora estuviera lleno de vida adquirió los tonos del cielo: un poco gris, un poco negro. Y en todo el alrededor una espesa niebla comenzó a formarse cubriéndolo todo; y la vereda del bosque, a cientos de metros del lugar, empezó a cambiar. Y el caminó que llevaba al bosque fue ocultado por los árboles, y se hizo sinuoso, estéril y lleno de lobos, provocando que todos temieran pasar por un lugar tan atemorizante.

Y todo poblador olvidó la existencia del que una vez fuera unos de los castillos más prósperos de aquella tierra. Y olvidaron a las personas que estaban dentro, aun si fueran su familia. Y nadie supo que, en aquel lugar, se escondía la bestia más horrenda de todas, la cual debía esperar por alguien que lo amara de verdad.

Y en la memoria de todos quedó que el castillo Snape estaba en otro sitio, más lejano al que nadie le interesaba ir.

Y la bestia y su servidumbre quedaron atrapados en aquel lugar, a la espera de quien rompiera la maldición.

 


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