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Otoko geisha por Rebeca-chan

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Notas del fanfic:

Alguein podría ayduarme a como seleccionar mas de un personaje en esto jdbfjdbf no se como poner todos los personajes involucrados en el fanfic... AIUDA...

Y si antes existian los otoko geisha pero hace siglos, ahora es un mundo enteramente de mujeres. Este fanfic es una adaptacion de la novela "Memorias de una Geisha" que tiene una película del mismo nobmre...10000% recomendada. 

Notas del capitulo:

Komon: El komon es un kimono para uso diario, por lo tanto es el más informal.

Rickshaw: Un rickshaw es un vehículo ligero de dos ruedas que se desplaza por tracción humana.

 Maiko: es un aprendiz de geisha.

Okasan: Madre en japonés.

Okiya: es el albergue que da alojamiento a una maiko o geisha mientras dura su nenki, o contrato

Ochaya: es un establecimiento donde los clientes son entretenidos por geishas.

Obi: es una faja ancha de tela fuerte que se lleva sobre el kimono, se ata a la espalda de distintas formas.

Geiko: formas para denominar a las Geisha “mujeres artistas”

Geta: es el nombre de un tipo de calzado tradicional japonés.

Shamisen: es un instrumento musical japonés derivado del chino s?nxián (tres cuerdas)

 

Corría por su pueblo con los pies descalzos. Su padre estaba trabajando y su madre cuidaba la casa. Vio aquel familiar paisaje y sonrió hacia el mar salada, done la brisa le acariciaba el rostro y mecía sus cabellos dorados. Llego a su casa—ya llegué—dijo a toda voz, pero por primera vez en su corta vida no recibió el tan esperado “bienvenido a casa Naruto”. Recorrió la humilde morada echa de madera y vio a su madre sentada en el suelo, con cara de dolor, sosteniéndose el estómago.

-¿Mamá?-corrió hacia su progenitora, asustado.

-Ve a buscar a tu padre-salió a toda prisa por el umbral de la puerta. Bajo por el pequeño sendero que conducía hacia la playa, corrió fuertemente por la arena hasta adentrarse en el mar y gritó lo más fuerte que sus pulmones de niño se lo permitieron, pero su padre estaba lejos, estaba en alta mar. Volvió corriendo por el mismo camino hasta que se encontró con una señora anciana, dueña de la única tienda que vendía vegetales y amiga de su madre. Le contó lo que sucedía y los dos volvieron rápidamente con su progenitora.

Por suerte para ellos la anciana mujer conocía al único curandero del lugar y le mando a llamar. Tiempo después llegó otro anciano, con un gran maletín llena de hierbas de todo estilo. Examinó a la pelirroja de arriba, hacia abajo. Realizó ofrendas a los dioses, intentó alejar los malos espíritus que asechaban por el lugar y por último hizo una infusión para recuperar el chi que supuestamente había perdido y  fortalecer las energías del cuerpo. Al final tan solo negó con la cabeza diciendo—Ya no hay nada que hacer chico, sufre de mal del corazón. Ya nada se puede hacer—hizo una reverencia y se fue por donde vino, dejando a un Naruto de seis años muy desorientado, asustado y triste ¿Su madre se iba a morir? ¿Eso fue lo que dijo el doctor? Más tarde llego su padre, Minato que había sido alertado nada más llegar a Yoroido, el pueblo donde vivía su humilde familia.

-Lo siento Kushina-se arrodillaba sobre el cuerpo débil de su esposa, quien se encontraba acostada entre las colchas matrimoniales.

-No te preocupes Minato, hiciste bien por esta familia- Quemaron incienso e hicieron ofrendas a los dioses pidiendo la misericordia, pero nada parecía funcionar. Kushina se debilitaba cada vez más. Sufría por las noches dolores inmensos que hacían que soltara un quejido insoportable para quienes las escuchaban. Naruto, tenía su corazón contraído por la pena y la preocupación de lo que vendría en el futuro. No tuvo que esperar mucho para saber aquel futuro que le deparaba.

Un día vino una señora a su casa. Una vieja anciana con un kimono de telas brillante, la cara cargadamente maquillada, voz ronca y olor a cigarro. Entabló una conversación con Minato, que el infante no logro captar pero la señora después de hablar con su padre, se acercó a Naruto, lo miró, tocó sus pequeños miembros, agarró el rostro y miró aquellos ojos azules que poseía—Mucha agua en su ser, quizás sea bueno para el negocio—lo soltó y el rubio se limpió el rostro. No le gustaba para nada aquella mujer y menos que le tocara.

-Nos volveremos a ver niño-dijo antes de retirarse ceremoniosamente del lugar. El rubio intentó buscar la mirada de su progenitor, en busca de respuestas, pero este la rehuyó sin ninguna explicación.

Tiempo después llegó la misma señora en compañía de un hombre vestido con un komon de color azul, con rayas negras.  Hablaron con Minato, entraron a la casa y sin esperar respuesta por parte del rubio menor, lo tomaron y se lo llevaron hasta el rickshaw estacionado al frente del hogar de Naruto. Este protesto, gritó, mordió pero de nada le sirvió, ya su destino estaba sellado. Su padre estaba parado en la puerta, con la mirada baja mientras el carro se alejaba por el sendero. Lloro y lloró pero el señor no lo soltó, no dio su brazo a torcer. Después vio como se alejaban de Yoroido, como el mar se iba perdiendo y alejándose como un presagio, como si algo le dijera que desde ese día nada iba a volver a ser como antes.

Minato tuvo que vender a su único hijo para pagar el tratamiento de su esposa. La anciana le había prometido un buen porvenir, una hogar, comida y vestimentas—Es más de lo que te puedo dar yo Naruto- dijo mientras veía desconsolado el carro que se alejaba, como su hijo lloraba a todo pulmón y como su propio corazón se desgarraba en su pecho.

Recorrieron un largo camino. Camino lleno de gente que paseaba hacia sus destinos, vendedores de sus cosechas, árboles, pájaros, animales y vegetación. El tren que tomaron iba a toda velocidad y el pequeño infante quedó fascinado por él. Era la primera vez que veía una maquina semejante. Tiraba humo, corría por los campos y hacía un gracioso ruido de “pum pum”. Llegaron hasta la  antigua capital de Japón. La imponente ciudad tradicional que se erguía entre sus ríos y montañas. Donde se reunían todas las personas de distintas partes del país para ir hacia el distrito más grande del placer. Kyoto. Se detuvieron en una construcción exquisita, con lámparas de papel adornándola, una gran pared que separaba la casa interior del exterior, puertas de fina madera y una enredadera que rodeaba la gran pared.

-Bienvenido chico, esta será tu nueva casa-abrieron las puertas y dentro habían un montón de mujeres hermosas, con el cabello largo, piel clara y ojos almendrados. Ajetreadas y ocupadas. Corrían de aquí para allá, arreglándose, vistiéndose, maquillándose. Naruto quedó fascinado por aquella imagen- serás aprendiz de peluquero. Estas mujeres que ve aquí son Geishas y Maikos que se están preparando para sus banquetes. Tu deber es peinarlas y ponerles los pesados y vistosos kimonos-  Le tironearon de la manga del komon que portaba para seguir con el recorrido de la morada, pero él no quería irse, él quería ver que es lo que pasaba con aquellas mujeres. A donde se dirigían, que es eso blanco que se ponen en el rostro, que son esas ornamentas brillantes con formas de flores o pájaros, como logran ese color carmín en esos pequeños labios, entre tantos otros secretos que ocultaban. Pero debía seguir su desdichado camino.

-Por cierto, puedes llamarme Okasan, soy la madre de todas estas niñas y ahora tú serás mi peluquero personal-

-Pero yo no quiero-ttebayo-

-No puedes hacer nada, niño. Tu padre te vendió a la Okiya. Si fuera otro tiempo podrías haber sido un otoko-geisha, pero ya nadie quiere a un hombre velludo haciendo el delicado trabajo de las geishas- carraspeo la Okasan. Y Naruto sintió vergüenza de su condición. Se miró los brazos aún tiernos, las piernas aún infantiles y suspiró aliviado. El no quería ser velludo ni tosco, el quería ser como ellas. Pero había otro asunto más importante, él había sido regalado, botado a la calle como un perro callejero. Sus ojos se aguaron y un nudo en la garganta se instaló, impidiendo que las palabras brotaran de su pequeña boca.

-¿Mi padre…me vendió?- no podía creer lo que sus oídos habían escuchado. Su padre siempre había sido una figura de rectitud, de honradez y sinceridad. No podía creer que hubiera vendido a su propio hijo como un pescado.

-La pobreza, niño. Ya lo entenderás cuando seas mayor-De los dos zafiro que tenía por ojos, salieron un montón de lágrimas que mancharon la raída tela de su pequeño komon. Una parte de él murió aquel día, donde se enteró que su padre lo había botado cual basura. La otra fue cuando se enteró que su madre falleció a pesar de todos los esfuerzos que hicieron los curanderos locales y la última fue saber que su padre, consumido por la pena, se había arrojado al mar.

**

Lo pusieron en un pequeño cuarto, a las afueras de la Okiya. Allí empezó como el “chico de los recados” Su rutina empezaba a las seis de la mañana, levantándose, ordenando su futon, lavándose la cara, colocándose su kimono y yendo a la cocina para ayudar a preparar el desayuno. Allí colocaba a mesa y poco a poco la gente iba llegando al lugar. Supo que las Maiko son las aprendices de Geisha, quienes al igual que las últimas estaban hasta muy tarde en sus compromisos en las ochaya (casas de té) asistiendo a banquetes y compromisos con sus clientes. 

La primera vez que vio a una chica totalmente maquillada y vestida con un kimono, quedó fascinado. Era hermosa, como una pieza de arte en movimiento, con un andar grácil y femenino (producto del apretado kimono, que restringía su movimiento). Boca roja como cereza, piel blanca como la porcelana, un moño complicado que dejaba ver su delicado cuello. Kimonos enormes, lleno de adornos exquisitos, con paisajes, hojas, flores, pescados y animales que envolvían la tela.  Su joven corazón se aceleró, su mirada se perdía entre el obi y la tela. Quería ser parte de aquel mundo, quería ponerse el mismo un Kimono así y tener la misma gracia que aquella pequeña Maiko. Pero estaba estancado en sus deberes, en lo que madre esperaba de él, en ser hombre, un peluquero, un ser sin libertad.

Aquella maiko que había visto aquella vez, se llamaba Hinata y rápidamente congeniaron. Era una chica tranquila, amable y reservada.  Ella fue quien le explicó cómo era el mundo de la flor y el sauce y cómo funcionaban las cosas dentro de la Okiya. Quien era madre, la tía gruñona que vivía allí y las demás Geiko que convivían en la misma Okiya. Otra maiko que conoció fue Sakura. Maiko más experimentada, osada y de mal carácter. Ella dejaba su ropa tirada por todo el lugar, sin ninguna consideración, se quejaba constantemente de la comida y siempre lo miraba despectivamente—tu niñato no puedes tocarme, con tus manos olor a pescado—decía cuando el rubio iba a su habitación a limpiarla- ¿Qué pensarían los clientes? Dirían: Sakura ¿Por qué hueles a pescado? Y yo tendría que responder que es por el nuevo criado de la Okiya. El pobre viene de Yoroido y no conoce los modales de Kyoto- Naruto bajaba la mirada avergonzado de ser un chico campesino, hijo de un padre pescador.

**

-Ella es tan desagradable-ttebayo-

-Pero ella es quien gana más dinero dentro de la Okiya, todo por ser la hermana menor de la Geisha más famosa de aquí-decía Hinata. No podía negar que Sakura era hermosa e ingeniosa al momento de estar en los banquetes y conversar con los clientes. Un poco de picardía les encantaba a los comensales. Pero a la vez era ruin, déspota y odiosa en la intimidad de la Okiya.

Su día terminaba cuando ya estaban todas en la casa, después de trabajar y la última Geiko apagaba la luz y se quedaba dormida. Allí recién tenía un momento de paz y tranquilidad. Miraba el cielo y recordaba a sus padres, a su familia en Yoroido y lloraba. Aunque su pesar más grande era que no iba a poder ser nunca una Geisha, ya que ese no era su mundo. Él era hombre y allí no estaban permitidos, solo unos pocos selectos que vestían y peinaban a las Geiko. Se dormía agotado ya de tanto llorar, cuando la luna estaba en su punto más alto.

Cuando ya transcurrieron varias semanas, una idea se empezó a gestar en su pequeña cabeza. Una idea loca pero factible. Debía huir de allí. Debía huir y construir su propia Okiya, ser su propia madre y ser una Geisha como él quería. Lo pensó durante días hasta que encontró el día más propicio para huir. El tercer día del mes tercero, día de buena suerte según el calendario lunar. Tomó el otro komon que tenía, agarró sus getas y al amanecer salió en silencio por la puerta hasta el patio interior. En la entrada siempre había una criada que vigilaba, por lo que ese camino no era una opción. Miró hacia todas partes buscando una salida y por fin encontró una. Por el techo, aunque arriesgado era factible.  Tomó una vieja escalera del cobertizo de la casa, la puso en una de las paredes y lentamente subió en ella hasta el techo.

Allí pudo ver los tejados que se desplegaban delante de él, el sol que estaba saliendo y los primeros indicios de vida en el distrito de Gion. Se subió y caminó por las tejas con paso vacilante, pero los getas no lo dejaban caminar en paz, una a una fueron resbalando y cayendo con un sonido seco hacia el suelo. Tragó duro pensando que ese sería su destino si no tenía cuidado. Intentó ponerse de pie, pero el viento era más fuerte. Alcanzó a avanzar un par de metros antes de que una de las tejas del tejado se saliera de su lugar, refalándose hacia el suelo y con ella Naruto le siguió, cayendo hacia el duro piso, causando un gran estruendo. La casa despertó, Madre y tía gruñona fueron a ver qué ocurría. Allí al medio del patio interior, hecho un ovillo estaba el rubio, quejándose de un gran dolor en la cadera. ¿El diagnostico? Una fractura y el fracaso de sus sueños. Madre y tía gruñona decidieron mantenerlo por siempre como un criado más. No le iban a pagar lecciones de peluquería y de cómo poner los kimonos a las Geishas—este chico no vale aquello—sentenció Madre y así se hizo. Varios meses pasaron, incluso algún que otro año y Naruto siguió en la Okiya siendo tan solo un criado. Sentía como si su vida no tenía sentido ni rumbo. Se sentía triste, solo y sin valor. Solo se contentaba al salir a realizar recados o al contemplar las Maiko y Geisha que se preparaban en las Okiyas. Un fugaz desello de felicidad que le dejaba un vacío en el pecho incapaz de llenarse.

Un día fue a la plaza principal de Kyoto, a buscar un recado, pero su mirada y pies se dirigieron a un camión que vendía helados. Helados cremosos y exquisitos para el paladar. Rebuscó en su obi y mangas buscando algún yen, pero nada apareció. Su mirada se volvió cabizbaja y suspiró resignado,  pero no duró mucho. Una mano se posó en su hombro, era un hombre o eso percibía su mirada infantil. Era un joven, unos cuantos años mayor que él, que llevaba un traje estilo occidental echo a la medida. Tenía el cabello oscuro como la noche, piel blanca como la nieve y ojos profundos color ónix. Este pelinegro vio aquel niño con la mirada cabizbaja, mirando aquel puesto de helado con anhelo. Le sonrió y fue hasta el puesto, compró uno de vainilla y se lo entregó en las manos al chiquillo.

-Toma-su voz profunda, llenó los sentidos del joven Naruto, quien miró embelesado aquel hombre, quien era bello y varonil. Su corazón se despertó, latió con fuerza. Sus mejillas se sonrojaron y su sangre empezó a bullir en sus venas ¿Qué era aquel sentimiento que se empezaba a gestar en su corazón?

-Gracias-comió con aspereza, brusco y desesperado. El pelinegro rió ante aquel comportamiento.

-Sasuke-escuchó que lo llamaban. Era un par de Geishas que le esperaban en un puente de madera. Naruto observó a aquellas encantadoras mujeres, que tenían el privilegio de estar con un hombre como Sasuke. Dios, hasta su nombre sonaba precioso.

-Bueno, me voy-le pasó un pañuelo para que el rubio se limpiara la boca-ten, estas todo embardunado, dobe-sonrió de medio lado y se alejó con las Geiko, sonriente y tranquilo.  Quedó allí parado al medio del puente, con la mirada fija en la dirección en la que se había ido el pelinegro, con el corazón desembocado y los sentimientos dispersos.  Pero algo en su interior se encendió, algo dormido resurgió y en ese mismo instante supo que debía hacer, que quería hacer con su pequeña existencia,

Naruto había tomado una decisión. Corrió y corrió por la ciudad hasta llegar al templo más cercano, allí movió la cuerda para tocar la gran campana que lucía en la entrada, junto sus manos  y oró para que su deseo se volviera realidad. Oró a todos los dioses para que solo le concediera tan solo una cosa: que fuera una Geisha para acompañar a Sasuke Después de aquello, con recelo guardó aquel pañuelo que no se había atrevido a usar por miedo a mancharlo. Lo guardó cual tesoro en su habitación, procurando que nadie lo viera jamás y solo sacándolo cuando la vida era muy dura, recordando que él tenía un objetivo y no se podía rendir.

**

Un día en la anochecer, Naruto dormía al igual que todos en la casa pero algo se avecinaba, algo maligno rodeaba el ambiente. Sus narices captaron un olor ahumado como a quemado. El rubio se despertó con pereza pensando que todo era producto de su imaginación, pero la realidad era muy distinta. En cierta parte de la casa salían llamaradas infernales que devoraban todo a su paso. Madre salió disparada del lugar, gritando desaforada, a todo pulmón. Solo pudo salvar algunos Kimonos y tía gruñona unos pocos más.  Naruto se lanzó por la ventana para escapar y para su buena suerte calló en un montón de arbustos quienes detuvieron la caída. Se encontró con madre, tía gruñona y Hinata quien había alcanzado a escapar. Lamentablemente Sakura pereció en aquel incendio y la mayoría de las Geiko corrieron con la misma suerte que la Maiko antes mencionada. De un momento a otro la Okiya había quedado reducida a un par de kimonos y tan solo una Maiko, quien era aún inexperta. Los bomberos habían apagado el incendio pero ya era demasiado tarde y las pérdidas eran muchas.

-Tendremos que cerrar-dijo madre con pesar. Hinata lloraba con desconsuelo ya que no sabía hacer otra cosa, no tenía otro camino más que ser Maiko. Tía gruñona lloraba junto a ella, abrazándola ya que tía era solo una vieja inservible ¿Qué podía hacer con aquellas manos surcadas por la artrosis?

-No tienes que hacer eso madre, yo puedo ser una Geisha-propuso el rubio. Todos quedaron en silencio, mudos de la impresión ¿Qué había dicho Naruto?

-Estas loco, chiquillo. En el mundo de la flor y el sauce no se admiten hombres-

-Pero yo soy bueno, seré la mejor Geisha, te lo prometo-decía con convicción. Los ojos le brillaban, el pecho se movía con desesperación, el sudor le surcaba por el rostro. Estaba emocionado y su miraba denotaba pasión y determinación.

-¿Por qué estás tan seguro?-

-Porque yo las he observado por mucho tiempo, practicaba los bailes con Hinata en secreto, miraba cada gesto, cada sonrisa, cada palabra que salía de ellas. Me escapaba a los salones del té y me quedaba mirando por las ventanas, viendo y aprendiendo-

-Aun así eres hombre-decía con recelo tía gruñona.

-Pero mi cuerpo es menudo y con el Kimono no se va a notar-

-Crecerás-

-Mi padre era delgado, mi madre igual. Dudo que sea un chico musculoso-

-Mierda-suspiró madre- No tenemos otra alternativa si queremos abrir la Okiya otra vez. Bien, lo intentarás. Hinata te enseñara las coreografías y bailes que debes saber. Ya veré de donde sacaré el dinero para reabrir esto. Tocaras el shamisen, bailaras y moverás los abanicos con gracia. Si veo algún error, por mínimo que sea, no te dejaré debutar ¿Está claro?-el rubio asintió enérgicamente y con alegría. Sería por fin una Maiko, su sueño se había hecho realidad. Aunque tendría que trabajar duro. Lo que lleva años en aprender, él tendría que hacerlo en meses, ya que debían abrir cuanto antes la Okiya, pero no se iba a rendir. Sentía que cada vez estaba más cerca de estar junto a Sasuke.

En aquellas escapadas a los salones del té, lo había visto por las rendijas de los tatamis. Descubrió que era una persona seria, que raramente reía, pero en aquellos salones su semblante era relajado y hasta simpático. Siempre vestía formalmente con trajes del tipo occidental y su acompañante era un hombre de cabellos blancos y sonrisa curiosa. No veía la hora de ser el quien estuviera allí acompañándole, haciéndolo reír y sirviéndole sake.

**

Fueron meses duros, entre ordenar y limpiar la Okiya, las lecciones de baile, shamisen, gestualización y estudiar los diversos temas que una Geisha debe conocer  para entablar una conversación agradable y que el comensal no se aburriera. Lo peor de todo era el peinado. Una vez a la semana iba a la peluquera, se peinaba con aquellos moños complicados y después debía dormir en un pequeño tronco, sin mover la cabeza, ya que si se movía debían hacer el peinado todo otra vez, producto que el pelo se desordenaba. Pero todo el sufrimiento, sudor y lágrimas valía la pena a la hora de verse en el espejo con un kimono, los adornos y el maquillaje. Parecía mujer, nadie podría decir que aquella delicada Maiko era en realidad un varón llamado Naruto.  Sus manos y piernas eran gráciles, su rostro ovalado perfecto  y ojos azules daban un aire de delicadeza, de inocencia que volvía locos a los hombres.  Decidieron ponerle Naruko, como nombre de Geisha y que Hinata fuera su hermana mayor, hermana de juramento que sería su guía en aquel mundo femenino. El rubio estaba encantado porque la peliazul era su amiga y en aquellos meses de entrenamiento habían fortalecido aún más sus lazos.

-Prometo cuidarte Naruko-

-Estoy bajo tu cuidado Hinata-chan-dijo en una reverencia. Después sellaron aquella unión bebiendo el sake de la ceremonia. Y Naruto Pensó que todo iba a ir como la seda, pero dentro de aquel mundo de mujeres, como existen las buenas personas como Hinata, también existen las personas envidiosas y codiciosas como Sakura.


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