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Girando en un espiral de problemas. por ASimpleWriter

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Notas del fanfic:

Con esta historia, sólo espero hacer que cada uno de ustedes gire en el mismo espiral de acontecimientos divertidos que el protagonista ;).

Capítulo 1.

La Ciudad Trinity, era una pequeña localidad que se encontraba al sur del Estado de Texas. Se caracterizaba por ser el segundo en cuanto a opulencia por detrás de Nueva York, aunque era un sitio mucho más remanso. El distrito financiero y comercial, a un lado de la parte más aparatosa donde residían los acaudalados habitantes, estaba divido por el angosto Río Oval; justo por encima de ésta, se alzaban tres puentes: el Viejo Puente Central, el Nuevo Puente Central, y un puente simétricamente más estrecho que desempeñaba la función de vía ciclística. Los tres, daban al sector modesto de la ciudad, con casas de estética sencilla; los suburbios, y a una botánica más extensa entre la cordillera fronteriza.

     Y en esa sección, es donde yacía la Coubertin High School.

     Los Avery llegaron un domingo al atardecer entrando por la carretera principal en un comedido auto al distrito comercial, mientras el sol descendía sobre el horizonte causando el efecto rojizo del arrebol sobre las nubes.

     Asher Avery apartó su vista del objeto más valiosa que cargaba en el auto –sin considerar por un segundo a Tom, su padre, quien iba al volante; Emma, su madre; y Margot, su hermana de diez años, que reposaba su cabeza sobre el tembloroso vidrio, dormida–, su raqueta de tenis, para asomarse sobre la ventana y dejarse asombrar por la retahíla sucesiva de edificios y rascacielos que flanqueaban la calle. Parecía un hormiguero de personas que bullían de un lugar a otro, y de un atestado tránsito sofocante.

     Emma se inclinó sobre su asiento para tener una mejor visión de Asher.

     — ¿Estás seguro de que no has tenido ningún síntoma de tu celo?  

     Asher frunció el ceño, pero sin sombra de molestia. Al cabo, curvó sus labios en una sonrisa.

     — ¿Temperatura alta, hemorragia nasal? ¿Una repentina necesidad de satisfacerte manualmente?

     —No —aseveró divertido—. Y creo que tú misma has podido comprobar que no tardo mucho en el baño; ni me has pillado en una ocasión íntima en mi cuarto.

     —Bueno, esa es una argumentación de doble filo: también podría indicar que eres precoz.

     Sus labios quedaron vacilando, a la espera de una ingeniosa refutación. ¿Pero cómo se podía responder a eso?
     —El asunto de verdadera relevancia aquí es —se integró Tom, con la atención aún puesta sobre la carretera. — que serás uno de los pocos Omegas en una preparatoria repleta de Alfas. Te verán como a un oasis en medio de un desierto; se querrán meter en...

     Entonces decidió hacer caso omiso del sermón, consciente del cauce donde se dirigía la charla.

     Mientras pugnaba por hacer oídos sordos, bajó el vidrio de la ventana causando que la brisa marítima del río chocara contra su rostro, agitando su abundante y rebelde cabello cobre.

     Su corazón dio un vuelco cuando atisbó, a un lado del río, el espacioso terreno que abarcaba la Preparatoria Coubertin; mas, desde ese punto de vista, sólo podía ver una amalgama de escombros monumentales de una arquitectura victoriana.

     A un lado del Nuevo Puente Central por donde transcurrían, se levantaba el estrecho, pero refinado puente que pertenecía al Instituto para sus estudiantes ciclistas, sostenido por gruesas columnas y cercado por una balaustrada.

     Con cuidado de no alterar a Margot, se acercó hasta el otro lado de la ventana para divisar un conjunto concentrado de glamurosas casas cerca de la costa, donde también contaba con un muelle y una fila de yates. Debía tratarse del vecindario acomodado.

     La espectacular vista se fue empequeñeciendo al llegar al final del puente y entrar a un tramo de casas menos ostentosas. El auto se detuvo en la desembocadura de una calle en forma de T, frente a una pequeña casa de dos pisos.

     Tom tocó el claxon unas tres veces antes de salir a la par de Emma; Asher lo hizo en cuanto verificó que Margot no daba indicios de despertar.

     Rita salió al pórtico para recibirlos con aire festivo.

     La hermana menor de su madre, era la única pariente que tenía en esa ciudad, y pernoctaría bajo el techo de su casa durante su recorrido en la preparatoria. Era una mujer que vivía en la plenitud de sus treintas; tenía los ojos claros y el cabello rubio corto encima de su radiante piel ligeramente bronceada. Su complexión era atlética, debido en parte, a su profesión: se desempeñaba como bailarina en un club nocturno.

     Ella y Asher se dieron un afectivo abrazo; la veía más como a una hermana mayor.

     —Pero mira cómo has crecido —exclamó Rita, apoyando sus manos sobre sus hombros. —. Estás más alto que hace un año.

     —No tienes que esforzarte —farfulló Asher—: ambos sabemos que sigo a la altura de tu nariz.

     —Bueno, agradece que escogiste tenis y no básquet.

     Le dio unos leves golpes al hombro y se acercó raudamente hasta Tom para ayudarlo con las cajas; no quería enfrentarse a la voz autoritaria de su hermana.

     En cambio él, se quedó recordando su breve y bochornosa experiencia en el básquet, cuando el balón pasaba de él. Se espabiló para contemplar la monótona casa y emitir seguidamente un silbido.

     Rita se acercó con una caja entre las manos.

     —Será mejor si entran —les advirtió a Asher y a Emma. —: los vecinos deben estar espiándonos desde sus ventanas.

     —Ayudaré con las cajas.

     —No —negó en rotundo Emma, deteniendo el amago de Asher. —. Mejor entremos; sólo trajiste dos cajas y lo llevan Tom y Rita. Tú llevas tu bolso. —le señaló para al instante entrar a la vivienda.

     Asher barruntaba que algo planeaba su madre; pero igualmente decidió entrar.

     La entrada daba a la cocina junto con el comedor: una mesa de madera con un tazón de frutas podridas acompañada de cinco sillas hacía de merendero en la recepción; la alacena en la pared tenían un musgo extraño y casi no contenía nada; la mesada de mármol parecía gastada y estaba repleta de cajas de cereales y cubiertos despedidos por todas partes; una escalera se abría brecha en el lado izquierdo de los estantes y la mesada. Finalmente, se encontraba el patio trasero.

     —Rita —profirió disgustada Emma ante al sucio panorama—, me prometiste que limpiarías tu casa.

     —Yo puedo limpiarla —se ofreció Asher de buena gana; Emma le dirigió una mirada indignada, a lo que Asher se apresuró a explicar: —. Me quedaré aquí gratis, podría hacerlo como remuneración.

     —No, Asher —interrumpió Rita, adoptando una voz solemne. —. Ya soy una mujer adulta, y cumpliré mi promesa de ayudarte a limpiar mi casa.

     Emma ensombreció el semblante ante el revés de su hermana, que sonrío asustada para escabullirse junto con Tom al segundo piso.

     En cuanto éstos desaparecieron, la sospecha de Asher se concretó.

     —Asher, ¿sabes que los años en la preparatoria son inolvidables, no? —Comenzó Emma—. Y los años en la secundaria son para divertirse, y tú ya te perdiste esa oportunidad. Sé cuánto te esforzaste por conseguir la beca, pero no quiero que desperdicies tu juventud dedicándote sólo a entrenar. Quiero que salgas; que hagas amigos, que consigas una pareja, y hasta que pierdas la virginidad...

     Asher se resignó a escuchar pacientemente.

     Estaba atosigado de la misma discusión; sus padres siempre le habían hablado abiertamente de la sexualidad: poseía demasiada teoría al respecto, sin embargo, jamás había pasado a la práctica. Al menos, no en su caso, pero sí había ayudado a sus amigos, y ocasionalmente a sus compañeros durante la duración de sus celos.  

     Asher aún no tenía su primer celo, y en su mente sólo había espacio para el tenis.

     Albergaba la conjetura de que sus padres siempre habían deseado que fuera a más fiestas, que llegara después de las once tambaleando y arrastrando las palabras, que lo descubrieran in fraganti en su dormitorio con alguien... Pero él era el adolescente responsable que todos los padres anhelaban... menos, los suyos.

     —... No te costará mucho; eres un desparpajo y les caes bien a las personas con facilidad. Al menos hazlo sólo por este año. —instó Emma.

     Sus ojos transmitían una ávida súplica que conmovió a Asher. «Si sólo es por un año...», sopesó.

     —Está bien, lo haré. —accedió derrotado.

     — ¡Bien! —Prorrumpió Emma, tomando abruptamente su mano para zarandearlo enérgicamente. — ¡Es un trato! Seguramente no tendré que pedirle a Rita que me ponga al tanto de tu vida social. Si invitas a alguien a quedarse...

     Asher siempre caía fácilmente a los retos, y Emma aprovechó su ingenuidad para asegurarse de que cumpliría con su palabra.

     —Tendrás ese informe más pronto de lo que esperas. —aseguró socarrón, ignorando por completo las implicaciones venideras que originarían esa promesa.

     Tras bajar Rita y Tom, acordar las transacciones financieras para los gastos personales, escolares, y médicos –un buen nutricionista y fisioterapeuta para su mantenimiento–, y una sucesión de despedidas efusivas, Rita y él quedaron solos en la casa.

     —Ven —le apremio su tía, subiendo a un escalón de la escalera. —, te mostraré tu cuarto.

     Siguió a Rita escalando los peldaños hasta llegar a un pasillo que daba a tres habitaciones: dos cuartos y un baño.

     Suspiró de alivio al ver que su habitación sólo contaba con polvo.

     Tenía un ropero de madera del tamaño adecuado para sus pertenencias; una mesa de luz vacía; una cama sin sábanas y un escritorio. Le agradó ver el amplio espacio que abarcaba el dormitorio, y la ventana en la que podía ver la calle y las casas apostadas en derredor.

     Un arrebato de emoción lo envolvió al recordar algo.

     — ¿Ya tienes mi uniforme? Quiero probármelo. ¿Tiene las medidas correctas? —Ya había visto los uniformes por internet, pero no era lo mismo mirar que probar. 

     —Yo... sí. Fui, pero... —Percibió un amago de vacilación en su voz; no supo si eso sería una buena señal. —; necesitaba estar más tiempo en la tintorería. Lo recogeré mañana en cuanto salga del trabajo. Espero que no te incomode el color rosa del cuarto, usualmente no recibo muchos huéspedes, ya sabes —Definitivamente había algo que le ocultaba, pero antes de poder decir algo, lo interrumpió. –. Me habría gustado hacerte una fiesta de bienvenida, pero esta noche tengo turno en el club. ¿No te enfadas si dejas pasar esta ocasión?

     —Está bien, tendremos tiempo para hacer una fiesta. Tú, yo, una cena íntima...

     —Espero que esa cena no termine como a las mayorías a las que me invitan. Ahora que lo de tío y sobrino está a la moda. —bromeó, dejándolo zozobrado.

     Poco después de despidió para dejarlo desempacar.

     Asher acomodó su indumentaria en el clóset, y extrajo un póster cuidadosamente enrollado de Max Mayer, su pilar de admiración y otrora mejor tenista contemporáneo, para estamparlo sobre la pared.

     La fuente de felicidad que predominaba en su ser, era que Max era entrenador en la preparatoria. Existía la alta posibilidad de que lo encontrara en persona, y el otro remoto resquicio de que pudiera ser instruido por él. Él era la causa de que amara el tenis, el sustento de sus fundamentos para exponer que el tenis era el mejor deporte, y la razón de que se encontrara allí.

     No tardó mucho para Rita le dejara la casa para él, a lo que aprovechó para asearla. Sintió sus piernas entumecidas y contraídas una vez que terminó, pero ahora la casa estaba centelleando en todo su esplendor.

     El consumo de energía no fue suficiente para descargar toda la ansiedad; no podía refrenar moverse de un lado al otro en la cama por la noche. Miraba al póster, luego al reloj aposentado en la mesa de luz, y, por último, al techo.

     Faltaban pocas horas para iniciar el ciclo lectivo. Recordó la vía ciclista, y eso lo llevó a asimilar que posiblemente  sería el único en iniciar las clases con una semana tardía: y eso era porque la competición para obtener la beca que el mismo instituto había organizado, y en la que salió victorioso, se había retardado por mal temporal una y otra vez.

     «Pero ya estoy aquí», pensó.

     Se durmió sin darse cuenta, y la alarmó de su teléfono sonó a primera hora. Se había propuesto acudir a la preparatoria con unas horas de antelación para explorarla.

      Con hormigueos de ansiedad, se duchó y luego bajó hasta el comedor en donde Rita yacía dormida en el asiento y con la cabeza apoyada sobre la mesa. La despertó para interrogarla sobre su uniforme.

     —Ah, sí... —Se volvió a buscarlo en alguna parte de la cocina mientras él era un manojo de nervios: las manos le temblaban y sentía el corazón palpitándole casi al borde de salir huyendo de su pecho.

     Volvió con el uniforme en una mano, y Asher lo tomó y subió a su habitación para colocárselo.

     Pasó las manos y el cuello entre las aberturas de la camisa color hueso, y los pies en los del pantalón de seda color azul oscuro, y antes de llegar a colocarse la chaqueta y los zapatos, sintió que unos bordes le rozaban antes de alcanzar donde debían. El uniforme le quedaba pequeño: los extremos de la camisa le llegaban por encima de las muñecas, y los del pantalón se acercaban a la parte alta de sus pantorrillas. También podía verse el ombligo.

     Entendió por qué Rita había estado vacilando, y ante el estado somnoliento en el que se lo entregó, no se habría percatado que le había dado el uniforme mal.

     Oyó zancadas desde el pasillo y luego un súbito refrenar en el marco de la puerta.  Había llegado para advertirle sobre la situación del uniforme. Asher se volteó con la cara perpleja e hizo señas con sus manos para remarcarle lo ya obvio.

     —Pensé que le había dado bien el talle...

     — ¿Buscaste otra de repuesto? —Preguntó con toda la calma que pudo reunir.

     Pero tomó su expresión acongojada como una respuesta negativa.

     Con apremio, cerró la puerta y se desnudó para buscar algo más adecuado con que ir. Sus manos estaban por todas partes del cuarto hasta que encontró el uniforme con el que iba en ocasiones festivas. Se abotonó la camisa blanca, acomodó su pantalón de seda negra y se puso encima el chaleco que hacia juego con el pantalón. Era un traje de gala, pero era mejor que nada.

     Tomó el bolso en el que portaba el traje de entrenamiento y la raqueta, y otro en el que llevaba cuadernos y lo necesario para las clases.

     No hubo tiempo para desayunar; lo bueno es que la preparatoria quedaba a unas calles de la casa de Rita.

     El sol estaba aún en el horizonte, y arrancaba siluetas semejantes a los árboles que vadeaban el contorno. Corría una brisa agradable.

     Aún no podía procesar el hecho de haber sido admitido en la mejor preparatoria de todo el país para optimizar sus oportunidades de ser un tenista profesional. La Preparatoria Coubertin se destacaba por ser el instituto en el que los mejores atletas habían asistido, y porque contaba con un lustroso repartimiento de deportistas jubilados que ahora se dedicaban a instruir a los estudiantes; ese era su punto fuerte.  Era un colegio elitista cuya población estudiantil abundaban de Alfas; y una minoría, se encontraban los becados de bajos ingresos, y Betas.

     Asher era unos de los pocos y nuevos Omegas que habían conseguido la beca para ingresar por primera vez a la Preparatoria Coubertin.

     En aquel momento, logró atisbar la cúpula de su torre de reloj. Era inmenso; la campana parecía ser de oro macizo. Se alzaba un monumental baluarte de granito con ranuras florales; se interrumpía a mitad del camino para que las verjas con incrustaciones de animales y flores hicieran de empalizada. La cabeza de un león rugiendo –que era la mascota– moraba en lo alto de la entrada arqueada de verjas.

     Pensó que si así lucía el exterior, no quería imaginar cómo sería el interior.

     Y superó sus expectativas al adentrarse y ver el enorme vestíbulo decorado con hornacinas. A los dos lados había pasillos con casilleros que daban a un sinfín de salones. Las escaleras se presentaban para subir hasta el quinto piso.

     Entonces recordó su objetivo. Viró a ver el reloj de su muñeca que mostraba explícitamente que eran las siete y media de la madrugada. Demasiado tiempo para indagar el complejo.

     Al final de unos minutos, llegó a la conclusión de que no habría hora suficiente para poder ver toda la extensión. Había avistado ya pabellones deportivos, un velódromo, el campo de atletismo, dos estadios cubiertos; una para disciplinas acuáticas y otra para deportes terrenales; la vía de ciclismo que había visto al llegar rodeaba el predio. Había cuatro canchas subdivididas para soccer y béisbol, unos pequeños campos conjuntos para deportes ecuestres –con los respectivos establos para los caballos–, el golf y tiro. Y casi a lo lejos, estaba el prolongado río para las actividades náuticas.  

     En todo el recorrido, no se inmutó en las miradas de escrutinio curiosas, y algunas, lascivas que le dirigían los estudiantes que llegaban.

      Pero, en un instante, pudo divisar las canchas de tenis. Era como un oasis en medio de un desierto. Se acercó hasta la empalizada de alambre con la boca igual de abierta que sus ojos; no podía creerlo. Habían las de superficie de hierba, el de cemento y la de costo más elevado: tierra batida.

     Sacó los panfletos de su bolso para comparar las imágenes que en los folletos mostraba y con los que tenía frente a él. La diferencia era casi minúscula; se veían igual de sublimes en las dos alternativas.

     —Veintitrés metros de largo, diez de ancho y...

     —Se nos ocurrió hacer redes con hilos de oro para este año.

     La voz de un extraño lo sobrecogió. Estaba tan embriagado en su alegría que todo lo demás había pasado a ser un segundo plano.

     Rotó para ver al chico que lo había perturbado.

     Tenía su atención puesta sobre su celular táctil. Llevaba gafas cuadradas con un marco azabache. El reflejo de la pantalla de su celular sobre el cristal de sus lentes le impedían distinguir el color de sus ojos, pero si no se equivocaba, eran de un color avellano. Tenía un rostro cuadrado y una nariz larga y afilada. Su cabello era de un color castaño oscuro; su corto jopo iba en dirección al cielo. No era tan alto como para ser un Alfa, ni tan bajo para ser un Omega; su constitución era promedio. Debía ser un Beta.

     —Por cierto —inquirió—, los recorridos escolares ya han terminado. Ya empezamos las clases.

     Se quedé perplejo ante su advertencia. Luego se vio a sí mismo desde su lugar: con panfletos en la mano y con su estatura, debía de haberlo confundido con un estudiante de la secundaria.

     —Oh, no; yo estudio aquí. Soy nuevo. —le aclaró de buena gana.

     Alzó su vista hacia Asher y, luego de meditarlo, se dio cuenta de su error.

     —Ah, debes ser uno de los Omegas becados —Extendió su mano para estrechar la suya. —. Owen Neeson, presidente del consejo estudiantil.

      —Asher Avery, de primer año. —Estaba contento de hacer su primer contacto con un estudiante. Estuvo a punto de preguntarle a qué deporte se dedicaba, pero se vio interrumpido.

     —Primer año... Si eres de primero «A» te encontrarás con mi primo; él también ha comenzado este año. Yo soy de segundo, así que si estás desorientado o necesitas ayuda, búscame. Usualmente estoy en la biblioteca... —Se detuvo abruptamente con una expresión meditabunda—. A lo que me lleva a avisarte que estás atrasado: ya es la hora de entrar a clases.

     Incrédulo, apostó su vista en la torre del reloj que desde aun a esa distancia se veía: en efecto, eran las ocho menos veinte. Llevaba diez minutos de retraso.

     Tomó su bolso y la raqueta, pero antes de salir corriendo hacia su salón, se detuvo para inquirirle si él no debía hacer lo mismo.

     —Tengo inmunidad: sólo tengo que llevar a clases a los que merodean —Asher asintió con una sonrisa y le agradeció por el aviso. — ¡Ah! Antes de que entres —lo detuvo justo a tiempo—, ¿has firmado los formularios de inscripción?

    —Mi tía se ocupó de mi papeleo —dijo, tomándose un tiempo para pensar—, pero no he firmado nada.

     —Hazlo, no te llevará mucho tiempo; así tu entrenamiento será pronto —Sólo necesitó ese pequeño argumento para convencerlo de que cincuenta minutos de retraso no haría diferencia. —. Pasa por el claustro; en una esquina a tu izquierda encontrarás las ventanillas de la secretaría.

     —Bien ¡gracias! —Y siguiendo su consejo, se dirigió hacia el claustro donde pudo avistar la ventanilla.

     Una vez llegado allí, también se percató de que su salón estaba al lado opuesto de la ventanilla. Sólo debía dar unos pasos para llegar. Había una silueta en constante movimiento que se podía entrever en el cristal polarizado de la puerta; se la adjudicó a su profesor, que estaría impartiendo las clases.

     Entonces, la ventanilla se abrió con un estruendo a su espalda. Se viró para ver a una mujer con círculos oscuros contorneando sus ojos. El movimiento de su quijada le dejó en claro que estaba masticando un chicle. Detrás de ella parecía haber un caos: torres inclinadas de papeles se alzaban en una mesa situada en el centro del salón; sellos y bolígrafos dispersados en todo el lugar. Le nació el impulso de entrar y limpiar todo lo que estaba a su alcance.

     — ¿Si? —La voz atronadora de la secretaria lo bajó de las nubes.

     —Hola, vengo a firmar mis formularios.

     — ¿Nombre?

     —Asher Avery. —La mujer se volvió y desapareció para buscar sus papeles en toda esa pila; Asher supo que le llevaría un tiempo.

     Se movió inquieto: la silueta ya no estaba. Y el reloj marcaba las siete menos cuarto. El nerviosismo lo incitó a menear la raqueta, imaginando una jugada invisible.

     La ventanilla se volvió a abrir.

     —Tienes que firmar los espacios vacíos. —le avisó, con la indiferencia ante su actitud frenética, porque ignoraba el hecho de que el montón de papeles que le acababa de servir lo perjudicaba.

    Angustiado por su retrasada llegada, mientras podía oír las agujas del reloj deslizándose en su cabeza, se decantó por firmar sin leer lo que él creía era un conjunto de palabras que nada malo le podía deparar, confiando en el buen juicio de su tía: porque si Rita los había firmado, era porque todo estaba en orden.

     Le agradeció a la secretaria por su atención y se desplazó hasta el salón.

     Un bulto relampagueante pasó enfrente de él al entrar al aula, provocando de inmediato un estruendo sobre el suelo y risas subrepticias.

     El chico de cabello azabache, con un gesto de dolor que intentaba ocultar, se empeñó en incorporarse. Asher, sin prestar un ápice de atención al súbito silencio que se formó al entrar, se inclinó para ayudar a auparlo.

     — ¿Estás bien, amigo? —preguntó sin recibir respuesta.

     El chico se deshizo de su agarre y se perdió raudamente al fondo del salón.

     Asher se quedó consternado por su brusca reacción; había tratado de ayudarlo y ni un sencillo «gracias» recibió.

     —Las excursiones escolares ya acabaron. —pronunció el profesor.

     Una risa general estalló. Asher se limitó a esbozar una sonrisa nerviosa para luego sacar de su bolso el comprobante de su estatus como estudiante.

     —Curso aquí —le informó, extendiéndole la hoja. —. Acabo de llegar hace un día.

     El profesor le lanzó una mirada desdeñosa, pero aceptó el papel.

     Mientras tanto, él examino el resto del salón y se percató de la posición de los antebrazos de sus compañeros: estaban dirigidos hacia quienes más confiaban. Los grupos sociales ya debían estar conformados, y él debía entrar a uno si quería cumplir el reto de Emma. Se consideraba un chico desenvuelto, por lo que confió en que podría llegar a hacer amigos con facilidad.

     —No parece haber ningún problema. —determinó por último el profesor, devolviéndole el comprobante. —. Busca un asiento.

     Asher se sintió desahogado al no recibir una reprimenda por la tardanza. Tomó el papel y se lanzó a echar nuevamente otra mirada en busca de un asiento, en tanto el profesor intentaba renovar la atención. No encontraba ninguno, hasta que alguien le señaló con señas un asiento vacío detrás de él.

     Quedó embelesado. Quizás el sermón de su madre había surtido efecto en él inconscientemente, porque su enfoque del mundo parecía haberse explayado y provocado que observara con más detenimiento lo que le rodeaba. El chico que le había indicado con gestos el asiento era la persona más atractiva que había visto.

     Tenía un cabello rubio resplandeciente con un ligero flequillo que cubría su frente.  Sus ojos azules eran extrañamente peculiares, como si fueran rasgados en las comisuras. Los labios eran finos pero de un fuerte carmesí en su rostro cuadrado. Le sonreía.

     Tras unos segundos clavado en el lugar, salió de su trance y ansió internamente que no lo hubiera cogido.

     Agradeció con un movimiento de cabeza, enervado, y tomó asiento detrás de él.

     Se sobresaltó cuando el chico se volvió de su asiento para confrontarlo.

     —Hola, chico nuevo —susurró, trazando una gentil sonrisa. —. Me llamo Neal Neeson. —le extendió la mano para estrecharla.

     —Asher Avery... —dijo, dejando al aire el resto cuando recordó de dónde le sonaba el apellido. —. Ah, tú eres el primo del presidente del consejo estudiantil.

     — ¿Te encontraste con él? —interrogó, a lo que Asher aseveró. Neal, por alguna razón, miró al suelo y amplió su sonrisa.

     Intentó buscar alguna similitud con Owen que los vinculara, pero ambos tenían un aspecto bastante distanciado y no logró encontrar algún atributo que compartieran. Si no fuera por sus apellidos, sería difícil percibir su parentela.

     — ¿Eres unos de los Omegas becados?

     Asher presentía que sabía la respuesta, pero tal vez estaba siendo cortés.

     —Sí.

     —Nos alegra tener otro a bordo. —Apuntó con la cabeza al compañero de banco de Asher, que resultaba ser el bulto que había tratado de ayudar.

     Se sorprendió, puesto que cuando se había incorporado del suelo, calculó que medía una altura considerable, más que los Omegas promedio.

     —Será mejor que me dé la vuelta antes de que me pille el profesor. Por cierto, estamos en trigonometría. —Acto seguido, se viró.

     «Es agraciado», arguyó sin escrúpulo. No tenía recato en admitir la belleza de ciertas personas, pero no pasaba a más, y asumía que Neal era de esas atracciones físicas que no duraban –en una hipotética relación– más de una semana. Por eso, decidió no dar más vueltas al asunto y tratar de copiar los garabatos de fórmulas de cálculos en su carpeta.

     La campana de la torre del reloj rompió en tañidos para anunciar el receso.

     Todos salieron agitadamente del aula, pero Neal se volvió reiteradamente para afrontarlo. Asher se sintió extrañamente agasajado; sin embargo, en ese momento, unos chicos se asomaron por el marco de la puerta.

     — ¡Neal —gritaron—, tu coach quiere verte!

     Neal resopló exasperado. Le dedicó una sonrisa a Asher y se dirigió hacia la puerta.

     Sin motivo, se sintió levemente decepcionado ante la interrupción. 

     Su compañero de banco se removió, captando su atención. Ocultaba su rostro a través de un libro de tapa dura, y a Asher se le ocurrió la idea de utilizar el factor común denominador de sus condiciones de Omegas para entablar conversación y aplicar la promesa de Emma.

     Extendió su brazo, a sabiendas de que no podía verlo.

     —Me llamo Asher Avery, supongo que seré tu compañero en esta clase. —Se presentó afectuosamente.

     Pasado los segundos, a su mano sólo lo envolvió la calidez de ninguna otra. ¿Estaba siendo ignorado? Curioso, se inclinó de su asiento para poder ver su rostro, pero como si supiera lo que pretendía, se resguardó más en el libro.

     — ¿Qué se te apetece? —preguntó al fin, con tono taxativo.

     —Quería conocerte; Neal me dijo que también eras Omega y... —añadió de improvisto, porque el estómago comenzó a rugirle. —, que me acompañaras a desayunar algo. No lo creerás, pero llegué antes de tiempo aquí para explorar la zona y se me olvidó desayunar. —bromeó para apaciguar la tensión.

     —Si llegaste antes, ¿por qué tardaste en llegar a clases?

     «Touché», se dijo.

     —Además —prosiguió—, no creo que quiera ir.

     —Oh, vamos; no he tenido tiempo para ver la cafetería y no sé dónde queda; tú llevas una semana aquí. Si no como algo ahora podría desmayarme, y me tendrás que acompañar en la ambulancia.

     La advertencia pareció surtir efecto. El chico bajó el libro, por lo que Asher pudo apreciar su rostro. Tenía unos ojos espectacularmente celestes claros bajo una poblada procesión de pestañas largas. Sus cejas eran perfiladas bajo una expresión naturalmente verecunda, dándole la impresión de estar bajo el constante yugo del miedo. Su cabello azabache cubría parcialmente su frente.

     —Vamos. —soltó con resignación, irguiéndose.

     —Tú —lo detuvo Asher— aún no me has dicho tu nombre.

     —Colin Coleman.

     Durante el trayecto en el pasillo, Asher advirtió que los ojos de Colin oscilaban de un lugar a otro, como si esperara encontrarse con alguien. Su tez estaba pálida y sus labios trémulos; se preguntaba si acaso se debía a él.

     La cafetería era un amplio espacio con paneles de cristal que deban al extenso campus donde yacía una cincelada fuente que tragaba y escupía agua sin cesar. Había asientos acolchados, sofás recubiertos de cuero, y en una esquina central se alzaba un escaparate con diversas fuentes de comida. A un lado, se encontraban dos máquinas de refrescos, en su mayoría, naturales.

     Tuvo que reprimir el impulso de emitir un silbido por la lujosa vista.

     Él y Colin se acercaron con sedas bandejas al mostrador; Asher se sirvió una abundante cantidad de comida, mientras que Colin, en su opinión, unas migajas.

     A pedido de Asher, salieron al campus para tomar aire fresco.

     Ambos ocuparon un lugar en los bancos al borde de los pasillos del exterior.

     — ¿Qué deporte practicas? —comenzó para romper el hielo, llevándose a la boca un bocado de un sándwich de pavo.

     —Atletismo.

     —Oh, eso es genial —exclamó entusiasmado—. Por un tiempo practiqué atletismo también, pero no me fue muy bien con las vallas. Creo que de haber sido unos centímetros más altos hubiera podido pasarlas. —Colin sonrió brevemente para volver a fisgonear el contorno, generando que Asher se sintiera un poco desalentado; pero no iba a ceder tan fácilmente. —. ¿Y qué hay de tus padres? ¿Tienes hermanos?

     —No —negó aún concentrado en examinar su entorno. Al cabo de unos segundos, reparó en la mirada extrañada de Asher, por lo que detalló: —... Soy hijo único, y hace mucho que no tengo padres.

     —Lo siento, amigo.

     Asher inmediatamente se arrepintió por formular la pregunta; no consideró que tendría una vida tan delicada, y sabía que lo de no tener padres hace mucho era un eufemismo. Posiblemente por eso se debía a que Colin fuera tan ensimismado.

     —Mi papá es chef: tenemos un restaurante familiar —dijo—. Y mi mamá era enfermera, pero lo dejó cuando decidió formar una familia. También tengo una hermana que va a la primaria. Por cierto, yo hago tenis y... No he podido evitar advertir que pareces estar nervioso. ¿Estás bien? —espetó ya exasperado, para seguidamente emular la acción de Colin de mirar de un lado a otro, sin saber realmente qué estaban buscando.

     Colin hizo un amago de contestar, pero contuvo la respiración cuando su rostro se oscureció por la sombra de alguien.

     —No me creo que te hayan admitido. Si la preparatoria continúa con esa ridícula reforma de admitir a cualquiera se desprestigiará. Ahora que te veo disminuyen mis expectativas para con los otros dos Omegas.

     Una risa prosiguió al comentario. Colin bajó la mirada, a todas luces, amedrantado, y Asher supo de inmediato que iba dirigido a su compañero, y que era aquello lo que tenía a Colin ansioso.

     Miró incrédulo a quien soltó la bufonada: había supuesto que esa clase de situaciones se quedaban en la secundaria, pero tal parecía que se había formado una idea errónea y aún predominaban ese tipo de casos en la preparatoria, de pelmazos.

     En la delantera de un séquito, un chico menudo pero alto sonreía acerbamente. No pudo negar que tenía el aspecto de un modelo, hasta le parecía familiar, pero no pudo rastrear el origen. Tenía los ojos celestes, un abundante cabello rubio arrastrado a la nuca, y un rostro rectangular con las facciones marcadas.

     —Discúlpame, pero es sabido que el programa de becas es de una selección más minuciosa. Las personas que antes eran pobres y ahora son ricas estudiaron con becas; en cambio, es fácil cubrir el lugar con el dinero para los cualquiera. —Y subrayó con énfasis «cualquiera».

     El pelmazo demudó su expresión para volverse a mirarlo; apenas lo había notado. En unos instantes recuperó la compostura dirigiéndole una sonrisa.

     —Pero si ya tenemos al segundo —soltó, inspeccionándolo de arriba abajo. —. Pero este está mejor...

     — ¿Hay algún problema, Chris? —Neal apareció. Tenía una expresión contenida de furia.

     Chris apartó bruscamente su vista de Asher hacia Neal. Miró con brevedad a su grupo, tanteando el siguiente paso.

     —Para nada —mintió con una sonrisa superficial. —, sabes que no. Sólo quería darle la bienvenida al nuevo, que seguramente volveré a ver.

     Le dedicó una última sonrisa a Asher, como asegurándole que no habían acabado, para salir de escena seguido de sus amigos.

     Asher siguió a la procesión rezumando de sus ojos un auténtico odio. No se lo podía creer. «Me he encontrado con el rey de la preparatoria», chistó hilarante ante esa ocurrencia.

     — ¿Los ha molestado? —preguntó Neal, sacándolo de sus cavilaciones.

     —Sí, creo que querían ensayar sus guiones con Colin.

     —Yo ya me tengo que ir. —balbuceó Colin para escabullirse sin dar tiempo a Asher de protestar.

     Estaba fatal; su primer intento de hacer un amigo salió por la culata. Tenía la corazonada de que Colin había aprovechado la intervención de Neal para él mismo huir de la amistad de Asher, más, el pelmazo de Chris le había estropeado su acercamiento.

     —Lo han estado molestando desde el inicio de clases —comentó Neal—. He tenido que espantarlos como a las palomas cuando los pillaba.

     En ese momento, Asher resolvió por qué le pareció familiar el rostro del idiota.

     —He insultado a un modelo. —soltó, chasqueando los dedos.

     Había visto a Chris Campbell fugazmente por las pasarelas y posando para marcas de ropa importante. Tenía el perfil impecable de un modelo: alto, delgado, sin mucha musculatura definida a pesar de su condición de Alfa, y un rostro versátil. A pesar de todo, jamás se imaginó que tuviera una personalidad tan abyecta como había presenciado –aunque no hubo ocasión en la que le prestara atención antes–.

     A pesar de su estatus, se alegraba de haberlo enfrentado.

     —Todos sabemos que es quien es por sus padres: su madre era modelo; tiene conexiones —admitió despectivamente Neal. Sustituyó su expresión por una más cálida. —. He visto que portabas una raqueta al entrar al salón. ¿Practicas tenis?

     Asher tuvo la impresión de reparar un brillo entusiasta en sus ojos, lo que lo llevo a conjeturar la razón, y causándole excitación de ser cierta.

     —Sí: no tuve tiempo de buscar mi casillero y guardarlo allí. Lo practico desde que tenía nueve años; Max Mayer me convenció de entrar en el tenis.

     —Max Mayer es coach aquí —De repente, Neal se acercó a Asher como si lo que estuviera por decir fuera de naturaleza clandestina. —. Pero se rumorea que no ha aceptado a ningún estudiante desde que entró. Algunos presumen que se debe a alguna secuela que le dejó el accidente de antes de que se retirara; y hasta hace unas semanas aún no ha aceptado a nadie, lo cual refuerzan los rumores.

     Asher quedó fatídicamente desconcertado. No podía ser cierto lo que Neal le acababa de exponer, y albergaba la esperanza de que los rumores no tuvieran ni una pizca de legítima veracidad; si no, todo el esfuerzo habría sido en balde.

     —Pero no creo que sea verdad —volvió a agregar Neal—: no tendría sentido el que lo hubieran contratado para entrenarnos si se muestra reticente a aceptarnos. 

     Una ráfaga de esperanza le insufló el ánimo.

     —Sí, tienes razón: no tendría sentido.

     Ambos se dedicaron sendas sonrisa conviniendo, pero Asher rápidamente sintió que era una situación muy íntima y se avergonzó.

     La campana volvió a repiquetear, indicando el final del receso.

     — ¿Ya has recogido tus papeles de la secretaría?

     —No. ¿Crees que ya estén?

     —Seguro: si lo recoges rápido sólo te quedará buscar a un coach. Te acompañaré.

     Pese a mostrarse voluntario, se detuvo al admirar a las pocas personas que quedaban en derredor; ya todos estaban volviendo a clases.  A Asher no le costó descifrar que estaba titubeando entre acompañarlo y perderse las clases, o abandonarlo y seguir al corriente del programa.

     —Ve a clases. Yo ya he faltado una semana y estoy atrasado.

     — ¿Estás seguro? —Asher le giñó el ojo. —... Está bien. —Decidió no muy convencido.

     En cuanto Asher y Neal se separaron, ambos en caminos bifurcados, Neal se detuvo repentinamente para volver a fijar su vista a la espalda de Asher. Lo contempló por unos segundos con un matiz hierático. Cuando llegó a la conclusión de algo, sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón y comenzó a pulsar las teclas táctiles.

     A Asher le dieron sin retrasos sus cláusulas ya ratificadas por el sello del rector en las ventanillas de la secretaría. Estaba pletórico: toda su dedicación y esfuerzo, el desinterés deliberado que le había dirigido a las fiestas en la secundaria, y el escaso cuidado por entablar amistades –pese a que sí tenía muchos amigos en Texas– por practicar tenis, se veían recompensados a creces.

     Deslizó sus pupilas por las líneas de palabras que conformaban las estipulaciones en la que declaraban que practicaría y competiría en Tenis Individual por simple formalidad.

     Pasando a la siguiente hoja, leyó el encabezado.

     « ¿Tenis Dobles?», exclamó en su mente.

     Asher había firmado erróneamente el contrato. La firma de Rita también estaba en el pie de la página, motivo por el que él había firmado sin cuidado. Fue como si le hubieran echado un balde de agua fría.

     Parpadeó incesantemente hasta que, incrédulo, se acercó a la ventanilla para deslizar los papeles sobre el alféizar. Quien lo atendió fue la misma secretaria que le entregó los papeles para que los firmara.

     —Disculpe —comenzó Asher con una sonrisa, nervioso por no saber qué tono adoptar y cómo formular su error sin que se viera como un idiota. —, firmé el contrato para Tenis Dobles... —La secretaria lo miró sin comprender, ante lo que Asher se apresuró a esclarecer: —; sólo juego Tenis Individual.

     La secretaria le arrebató el papel para enseñárselo.

     —Usted —lo señaló—, firmó la cláusula —le indicó con el dedo índice el pie de la página—, y su tutora también —seguidamente le remarcó la firma de Rita a un lado. —. El contrato ya ha sido sellado por el rector y subido al sistema.

     Sin más preámbulos, le devolvió los papeles y se marchó con velada indiferencia.

     Asher estaba paralizado, sin poder creer que no le hubiera ofrecido alguna alternativa, y que se  hubiera marchado sin más. Se asomó por la ventanilla para poder buscar a alguien más, pero la estancia estaba vacía.

     Comprendía que había sido culpa de su negligencia por firmar sin leer o echar siquiera un fugaz vistazo, pero no podía asimilarlo. Jamás había jugado con alguien que lo secundara, y ahora debía participar en Dobles. Se imprecaba por dentro.

     Sin saber qué más hacer al respecto, se encaminó hasta el aula.

     Oyó un silencio desde la puerta, lo cual avivó su curiosidad. Al abrirla, descubrió que no se encontraba nadie; salvo dos estudiantes con los pantalones bajos apoyados sobre la pared del fondo mientras uno embestía al otro. Pararon en cuanto percibieron su presencia.

     Asher enrojeció pero esbozó por inercia una sonrisa divertida; no era la primera vez que presenciaba algo de esa calaña.

     —Oh, lo siento, no los escuché desde afuera —Hizo amago de salir, pero recordó que había dejado sus cosas en el salón. —. Sólo —Levantó los hojas de la cláusula por encima para evitar mirar sus cuerpos por respeto. — buscaré mi bolso y mi raqueta.

     Iba a cerrar la puerta, cuando compareció Neal en los pasillos cargando lo que pretendía buscar. Por su expresión de lamento, dedujo que le había querido ahorrar la escena, pero demasiado tarde.

     Cerró la puerta detrás de sí.

     Neal le extendió sus cosas mientras que Asher sopesaba cómo proceder ante esa incómoda situación.

     —Gracias, Neal —logró decir al cabo. — ¿Dónde están los demás?

     —El profesor de Literatura ha faltado y es el último que teníamos en el día, por lo que nos despacharon para ir a las prácticas. ¿Estás bien? Te ves conmocionado.

     —Si... Firmé por equivocación que competiría para Dobles y me han dicho técnicamente que no puedo hacer nada. —dijo, cediéndole los papeles.

     Posteriormente a darle una hojeada a los papeles, Neal siseó con los dientes volviéndolo a entregárselos.

     —Tiene el sello del rector; cuando lo tiene ya no se puede modificar.

     Intercambiar afirmaciones con Neal fue como echarle más sal a la herida; sin embargo, Asher reunió fuerzas para dedicarle una sonrisa de gratitud.

     — ¿Sabes? Yo también juego tenis —Asher se sintió repentinamente entusiasmado ante el anuncio y, sin pensarlo, vaticinó el posible motivo por el que se lo hubiera mencionado; mas, recibió una decepción cuando prosiguió. —, pero sólo Individual. Tengo amigos que también juegan: podría ayudarte a buscar a alguien a quien le falte pareja.

     Asher se mostraba escéptico al respecto; a esas vísperas ya todos debían tener pareja, y no estaba seguro de que realmente su cuestión no tuviera solución; no podía competir para Tenis Dobles. Pero sacudió su cabeza para ahuyentar los pensamientos negativos; estaba en un aprieto, y en el peor de los escenarios, nada perdía con buscar a una pareja en caso de que su problema no se resolviera.

     Si debía jugar Tenis Dobles, lo haría.

     Recurrieron a las canchas para preguntar a cada tenista si buscaban pareja, y Neal envió mensajes a los que aún seguían en clases al respecto. Pero todo parecía en vano, y Asher se sentía languidecer. Asimismo, comprendió que Neal, por la cantidad de personas a las que acudieron, debía ser popular. Y pensó que quizás la halagadora atención que le dispensaba se debía a que estaba siendo exclusivamente amable con él. No podía confundir la amabilidad con el coqueteo u otro tipo de interés.

     —Lo siento. No logramos encontrar a nadie. —se lamentó Neal en la salida de la preparatoria.

     —No te preocupes, me ayudaste mucho.

     Neal pareció poco convencido. Tomó su bolso y sacó de él su carpeta para entregárselos a Asher.

     —Es todo lo que hemos hecho durante la semana pasada. Aún no hemos tenido a todos los profesores, como todos los inicios de clases.

     Asher pensó, escudriñando la pila de hojas en la carpeta, que si eso era lo que habían realizado con los profesores que sí acudieron, no quería imaginarse lo que sería con los que faltaban aún por llegar.

     Durante el trayecto a la casa de Rita, como un caleidoscopio, retrotrajo todos los acontecimientos acaecidos en el día: el uniforme de talle equivocado; Colin, huyendo de su amistad; el preocupante rumor de que Max Mayer no recibía estudiantes, y luego la novedad de que competiría para Tenis Dobles.

     Lo único bueno que pudo recopilar, fue a Neal.

     Al llegar a la casa, Rita lo recibió con efusividad en el vestíbulo.

     — ¿Qué tal te fue? Debió de ser toda una aventura. He visto a los chicos que van a tu preparatoria, y si yo fuera diez años más joven...

     —Rita —le frenó Asher con severidad—, firmaste el contrato en el que estipulabas que competiría y entrenaría para Tenis Dobles... y yo los firmé porque no los leí; llegaba tarde.

     Rita tardó en procesar la magnitud del problema. Cuando cayó, abrió desmesuradamente la boca.

     — ¡Somos unos pelmazos, Asher! —Se llevó una mano hacia la frente. —. Tuve que haberlos firmado sin darme cuenta cuanto te matriculé; fui al salir del trabajo y tuve que estar dormida para hacerlo.

     Mientras que Rita pasaba por el mismo proceso anímico que sufrió Asher cuando reparó en su error garrafal, éste se echó sobre el asiento más próximo para reposar su cabeza sobre la palma de su mano, y entendió por qué su madre siempre le remarcaba su parecido con su tía.

     — ¿No te dijeron cómo solucionarlo? —preguntó al fin Rita.

     —No —Sacudió la cabeza—. Ya no hay vuelta atrás. Tendré que competir para Dobles.

     Rita se mordió el labio superior, compadeciéndose de Asher.

     —Ya verás que se remediará —expresó con un renovado entusiasmo. —. ¿Sabes? Estás tenso: te llevaré a un lugar que te hará olvidar todo el asunto.

     —Si es un lugar en el que se cumplen los deseos, no tengo objeción.

     A medianoche, Asher se encontraba en el club nocturno en el que trabajaba Rita. No sabía qué razón había llevado a pensar a su tía que eso le serviría de ayuda, pero obviamente no le atinó.

     La música ensordecedora hacía retumbar el lugar, las luces con los colores primarios de los reflectores oscilaban de un lugar a otro. Y no faltaba lo característico de un club: las bailarinas y bailarines semidesnudos que danzaban encima de una tarima o de las mesas.

     En una esquina, en una mesa con sofá de forma concéntrica apartado de la algarabía, estaba Asher. Aún seguía repasando los eventos del día.

     — ¿Más bebida, cariño? —le inquirió una camarera con dejo lascivo.

     —No, gracias. —Agitó su vaso en la que contenía soda con hielo por la mitad para indicar que todavía estaba bien servido.

     Cuando entonces, lo vio.

     A una distancia, divisó a Colin ataviado con una indumentaria comprometedora, sirviendo bebidas.

     Ambos chocaron miradas. Colin se enrojeció, escandalizado.

     Ese fue el primer secreto que Asher descubrió involuntariamente: Colin, su compañero huidizo de espectaculares ojos celestes, trabajaba en un club nocturno.

Notas finales:

Espero que les haya agradado este primer piloto; estoy al tanto de que ha sido más tranquilo de lo que supongo se esperaban, pero en los siguientes catorce capítulos que este fanfic compone se llenarán de sorpresas. Así que, espérenlo.

¡Nos leemos!

Posdata: ya voy por el capítulo cuatro, pero he decidido volver hasta aquí para agregar los rostros que en mi cabeza imaginé que tendrían estos personajes:

Asher Avery: https://i.pinimg.com/originals/ca/57/98/ca5798c4dbd1853a6526d031ce541210.jpg

Neal Neeson: 

https://data.whicdn.com/images/54277460/original.gif

Colin Coleman: 

https://i.pinimg.com/originals/47/7e/98/477e98d74489603df653a5b56b1924ab.jpg

Chris Campbell: https://www.zimbio.com/photos/Neels+Visser/2019+Billboard+Music+Awards+Arrivals/dOhgZpSzbvx

Owen Neeson: 

https://es.fanpop.com/clubs/dylan-obrien/quiz/show/1011551/what-name-character-internship

 


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