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¿Quién es el padre de Camus? por PrincessIce

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Notas del capitulo:

Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada.

 

El timbre resonó por toda la facultad de Filosofía y letras, los estudiantes ansiaban esa señal para poder salir desbocados del salón de clases y disfrutar de su fin de semana tan valioso. Pero había alguien quien parecía acabarse su diversión justo hoy, ese era Degel Lamarck, un joven sumamente interesado por el mundo de las letras, quien prefiere sumergirse grandioso libro que estar amodorrado en casa, de fiesta en un antro, o cualquier otra banalidad juvenil propio de su generación. 

 

En casa se la pasaba solo, su padre Krest, un destacado cardiólogo vivía gran parte del día metido en el hospital, solo convivía con su amado Degel cuando podían coincidir en tiempos, algunas ocasiones su hijo asistía al hospital para comer juntos en la cafetería, por ende el jovencito desde inicios de su adolescencia era bien conocido por los colegas de Krest.

 

Volviendo a Degel, con pesadez guardó sus pertenencias en la mochila perdido en sus pensamientos, hasta que su gran amiga Serafina entró al aula como un bólido zarandeándolo por la espalda – Deggie… ¡Deggie apurate ya va pasar!– los ojos del francés brillaron, su corazón retumbó en su pecho. 

 

– Espera Serafina, vas a tumbarme – se acomodó su camisa perfectamente alisada, a los empujones lo llevó hacia la puerta donde se podía ver al profesor Deuteros caminar rumbo a los cubículos del profesorado.

 

– Buenas tardes jóvenes… son los últimos, es viernes y todo mundo sale corriendo – saludó el moreno ante los suspiros de Serafina.

 

– Muy buenos días profesor, es que ellos no aprecian el acervo que tenemos en la Universidad, yo preferiría ir a la biblioteca – responde Degel dedicando una suave sonrisa al mayor.

 

– Eso me agrada de ti, pero también debes descansar un poco o terminarás ojeroso – acomodó un mechón de verdosos cabellos detrás de la oreja del francés, arrancándole un pequeño sonrojo al más jovencito.

 

– Lo consideraré, primero terminaré el libro que me prestó – respondió  hasta que fueron interrumpidos por alguien más que lo tomó del brazo para moverlo y colocarse en medio de Serafina y Dégel.

 

– Muy bien, bueno jóvenes tengan un excelente fin de semana –  se despidió de ellos desapareciendo en el siguiente pasillo que daba hacia los cubículos.

 

–¡Pero qué fue eso!– reclamó Serafina – No puedo creerlo – tomo a Dégel de los hombros – El profesor Deu te presta libros y no me lo habías contado, eres un mal amigo… debes mostrarme ese libro, ¡Seguro tiene su aroma!– dio vueltas como loca enamorada abrazando su propio bolso.

 

– Si yo también quiero saber porque tanta confiancita con ese viejo – se pronunció esta vez Unity.

 

– Oye no es viejo, apenas tiene 30 años – se quejó Dégel de la forma despectiva en que Unity se referia a su profesor favorito.

 

–¡Como sea Dégel!, ¡Te estaba coqueteando!¡No estoy ciego!– ante esas palabras el rostro del francés se convirtió en una granada.

 

– ¡No seas idiota!, solo fue amable – refutó el francés.

 

– Si claro, por eso toqueteaba tu cabello y … y también por eso estas todo rojo, parece que tu cara va explotar – se quejó Unity haciendo un puchero, tratando de disimular sus celos.

 

– No seas tonto hermano, solo es nuestro crush – suspiró Serafina aun fantaseando con él. – Además 30 años no es viejo, es maduro y atractivo, esos músculos … ohh dios, sus manos, sus brazotes, de ahorcame  baby ¿verdad Degel?– 

 

– Serafina… ¡Calla que cosas dices!– Degel apresuró el paso dejando atrás a sus amigos.

 

– Degel ¿irás mañana a casa?– gritó Unity antes de que cruzara la calle el de cabellera verdosa.

 

– No sé, le diré a papá… aunque ya se que dirá, hijo te la vives en casa de los García–  rió un poco – no prometo nada, aunque creo que papá tiene razón vivo ahí 3 días a la semana mínimo –

 

– Eso que, nos gusta que te quedes a dormir en casa – su hermana le dio un codazo en las costillas y murmuró algo que al parecer Unity decidió ignorar.

 

Los amigos se despidieron con alegría separados por algunos metros, puesto que Degel intentaba terminar de cruzar la avenida, por último agitó su mano para concentrarse de nuevo en su itinerario, llegar casa a darse un baño, leer al menos dos capítulos del libro de su amado Deuteros y después ir a buscar a su padre al hospital, sin embargo, su recuento de actividades se vio interrumpida por un mensaje recibido en su teléfono.

 

“Bonito, mañana iré a la cafetería de siempre… encontré un libro fascinante para ti, por cierto que aún está pendiente tus opiniones del último libro”

 

Degel mordió su labio inferior emocionado al leerlo, terminó por cruzar la avenida y se detuvo en la acera, más un estruendoso ruido lo hizo saltar de susto, un ebrio había tirado un árbol en su loca carrera, el auto chillaba las llantas marcandolas en el asfalto, un parpadeo apenas en el que lo vio venir todo.

 

 

– ¡Rápido!.... ¡Carajo Yato! ¡Levanta la camilla rápido! – grita Manigoldo sosteniendo la mascarilla de oxígeno mientras bajaban al herido de la ambulancia.

 

Entre los dos empujaban la camilla por los pasillos de urgencias, las enfermeras corrían desesperadas al darse cuenta de la identidad.

 

– ¿Qué es todo este alboroto?... – se acercó Krest para prestar su ayuda, ya sus compañeros médicos de urgencias estaban atendiendo al herido.

 

– Krest es mejor que no entres amigo mio – Lugonis intenta impedirle el paso.

 

–Yuzuriha, ¿no le dijeron verdad?– murmura Yato tratando de hablar bajito.

 

– ¿Qué me debían decir?– pregunta arqueando la ceja, pensando que el inmaduro de Yato le saldría con alguna bobada, más la expresión de la rubia aguantando las lágrimas alarmó al cardiólogo Krest.

 

Lugonis les regaló una expresión de querer matarlos a ambos, momento que Krest aprovechó para hacer a un lado a su colega y asomarse detrás del cuarto de urgencias. 

 

Su rostro se desencajó al verlo ahí –¡Degel! ¡Mi vida!... ¿qué te sucede cariño mío?– ¡No no, mi niño, mi bebé!– gritó desesperado al ver como Shion coloca el desfibrilador.

 

Entre varios lo sostuvieron para sacarlo de ahi, por primera vez en la vida lo vieron perder la calma, se tironeaba para soltarse del agarre, su hijo estaba perdiendo la vida y no lo dejaban estar ahí con él.

 

Pronto fue llevado a la sala de espera, Yato y Yuzuriha intentaban proporcionarle un calmante pero éste continuaba renuente, su mente estaba shockeada sin poder borrar la imagen de su adorado hijo totalmente ensangrentado, golpeado y ese maldito pitido de las máquinas que conocía tan bien, aquel que indicaba falta de pulso, el que reflejaba un trabajo nulo del bombeo del corazón.

 

– No se va morir, mi hijo no se va morir – se repitió una y otra vez.

 

– ¡Señor Krest!– gritó Serafina igual de nerviosa que su hermano Unity. 

 

– Ustedes… ¿que le pasó a mi hijo?– se levantó y tomó de los hombros a la muchacha que no podia ni hablar del llanto, Krest aflojó su agarre pues la chica lo abrazó fuertemente empapandolo de lágrimas.

 

– Un ebrio, no puedo creerlo aun – respiró profundo tratando de tranquilizar la sensación que estaba experimentando, aguantando las ganas de llorar, no podía entrar en crisis como su hermana – Señor Krest, Deggie estaba cruzando la avenida a la salida de la universidad… ya estaba en la acera en un lugar seguro, pero un tipo chocó, tiró un árbol y … vimos volar por el aire el cuerpo de Deggie, el auto se detuvo solo con la pared de un edificio, si tan solo hubiese insistido… queríamos invitarlo a ir a casa, solo un minuto más debimos retenerlo – se sentía con la culpabilidad, sin embargo, Krest no lo dejó continuar.

 

– Unity, ustedes no podían saber lo que pasaría – se acercó al chico para abrazarlo, como padre quien necesitaba consuelo era él, sin embargo, ahora mismo Krest era quien daba consuelo a los dos mejores amigos de su hijo, suponia que esa impresión sería dificil de borrar de los recuerdos de eso chicos, los mantuvo en sus brazos hasta que Lugonis salió a dar su reporte.

 

– Krest… Lo recuperamos, ya mismo lo trasladamos a terapia intensiva, su cerebro está muy inflamado por el traumatismo. – Lugonis trató de darle ánimos con un pequeño apretón en el hombro. 

 

– Gracias… gracias amigo mío– 









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