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Sweet Break. por RLangdon

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Hacía una mañana esplendorosa y cálida en la tierra de Aaa. Los rayos crepusculares bañaban hasta el último recoveco del dulce reino, intensificando los colores pasteles de las fachadas de las casas y avivando aún más los azucarados efluvios de los bizcochos de crema que yacían en una bandeja sobre la ventana del palacio, despertando el apetito de todo aquel que pasase.
 
El príncipe Gumball acudía presuroso de un vestíbulo a otro, aún con el delantal puesto y los guantes para hornear asomando del bolsillo delantero. Tan pronto abría una puerta, otra se cerraba, produciendo un eco sordo que no cesaba. Hasta que se vio con un impedimento al llegar a su aposento, puesto que un intruso se le atravesó en el paso, bloqueandole la entrada a su propio dormitorio.
 
—Marshall Lee— exclamó con las rosadas cejas suavemente contraídas en lo que aparentaba ser un rictus de enojo que no causó el menor cosquilleo en el interpelado, quien, se limitó a bostezar largamente contra la palma de su mano, escudriñando a consciencia el atuendo estrafalario del príncipe. Gafas de montura gruesa, delantal, y su vieja indumentaria asomando debajo de todo. Marshall ni siquiera tuvo el decoro de reprimir la risa que subió por su garganta como una exhalación divertida.
 
—¿Habrá un baile de disfraces y no me enteré?— rodeó el cuerpo de Gumball, ignorando deliberadamente el dedo índice acusador que se extendía para señalarlo.
 
—¿Qué haces en mi palacio?— demandó saber.
 
Marshall encogió los hombros despreocupadamente, después introdujo la mano al delantal para extraer el guante rojo de cocina y absorber el brillante color para aplacar un poco el hambre.
 
—Estaba aburrido. Así que decidí explorar un poco el hogar de su majestad— ironizó lo último con un marcado movimiento de sus dedos—. Todos en el reino duermen a esta hora, pero tú siempre estas haciendo cosas innecesarias.
 
Gumball se llevó las manos a las caderas en una clara actitud de desafío.
 
—Tengo que encargarme del reino— se ajustó las gafas y sacó una de las papeletas pulcramente dobladas de su delantal, apoyándose en el muro aledaño para escribir la encomienda del día—. Pero ya que estás aquí, podrías llevar esta nueva misión a Fionna y Cake— garabateó su firma y extendió el papel hacia el sonriente vampiro.
 
—¿Y exponerme a qué los rayos del sol me maten?, eso ni soñarlo— se mofó en tono ofensivo, haciendo una bola de papel con la importante hoja de imprenta y lanzándola por encima de su hombro, provocando que Gumball corriera preocupado a recogerla—. Estoy atrapado aquí contigo, y lo único que puedo ver es que eres un completo desastre— alzó una ceja cuando el pitido del horno traspasó los pasillos junto a un horrendo aroma a nata quemada.
 
Marshall carcajeó abiertamente cuando Gumball salió disparado hacia la cocina. Lo siguió levitando hasta la habitación que ahora yacía sumida en una densa capa de humo y lo vio apagar a toda prisa la estufa.
 
Quitándose el sudor de la frente con el antebrazo, Gumball clavó en su visitante una mirada de enojo.
 
—Tengo demasiados preparativos el día de hoy para ocuparme de ti también.
 
Las cejas de Marshall se elevaron en sorpresa.
 
—¿Cómo es que estás ocupado todos los días? Ni siquiera en los bailes te quedas hasta el final— una sonrisa divertida se ensanchó en sus labios. Flotó hasta la habitación de Gumball y arrancó el calendario para llevárselo.
 
—Oye, ahí están las fechas importantes— pasó por alto la increpación del príncipe para arrancar algunas hojas y pasar otras tantas, mes tras mes hasta llegar al último día del año.
 
—¿De verdad no hay un solo día exclusivamente para tu descanso?- se exaltó—. ¿Cómo puedes dirigir un reino sin tener al menos unos días de vacaciones? Mira que sabía que eras un aguafiestas pero esto ya es el colmo.
 
Las rosadas mejillas adquirieron una tonalidad casi cerúlea.
 
—Fuera de mi casa, Marshall. No necesito vacaciones, ni ahora, ni nunca.
 
Cuando el timbre del teléfono resonó en el castillo, Marshall chasqueó la lengua y movió el índice con estío hacia el corredor. Nuevamente Gumball derrapó en esa dirección para atender la llamada.
 
Aprovechando la distracción, Marshall espió los papeles rezagados sobre la mesa. Una larga pila de informes con las actividades, misiones, tratados de armisticio y encomiendas.
 
Se preguntó cómo hacía Gumball para lidiar con un estilo de vida tan esclavizado y sin una pizca de libertinaje, sin sucumbir al cansancio.
 
**
 
Cuando la llamada finalizó, Gumball volvió de nuevo a la cocina, con mil y un amonestaciones acumulándose en la punta de su lengua. Sin embargo y para sus sorpresa, encontró solitaria la pieza y la ventana abierta de par en par.
 
Negó con la cabeza y la cerró en el momento. Extrañamente la presencia de Marshall siempre lograba importunarlo, aunque no negaba que aunque fuera un grosero de la peor calaña, también le resultaba interesante.
 
El resto del día Gumball se dedicó a adelantar gran parte de sus deberes como príncipe. Transcribió los últimos reportes de las misiones encomendadas, registró las del día siguiente, horneó bizcochos de fresa, y realizó las llamadas que tenía pendientes con los reinos vecinos. No acabó hasta ya entrada la madrugada. Su ritual nocturno consistía en una cena ligera, limpieza dental, un baño con agua caliente y una lectura breve.
 
Tras haberse puesto la pijama, corrió las cortinas tintas y se introdujo en su aposento real, bajo las sabanas de seda de lino. Puso el despertador a la hora de siempre y se colocó el antifaz.
 
Cuando abrió los ojos y se removió sobre la cama, notó que todo el cansancio acumulado en días pasados, se había esfumado como por arte de magia. Un bostezo escapó de su boca.
 
Adormilado, Gumball alargó el brazo hacia el despertador, conteniendo apenas las ansias por empezar su día. Quería saber cuánto le restaba por dormir.
 
—Oh no.
 
Pero la sorpresa que se llevó al descubrir la hora, le hizo dar un salto fuera de la cama. La ansiedad fue reemplazada por la confusión en su semblante, después acudió el enojo al girar el objeto y dar cuenta de los hechos. La alarma estaba apagada.
 
¿Había cometido semejante error? No era posible.
 
Se desvistió a toda prisa para ponerse su traje pulcramente doblado en el dosel de la cama. Se abotonó las mangas de la camisa y se acicaló un poco el cabello.
 
Pasaba de las cuatro de la tarde. Era una falta inconcebible en su larga lista de tareas del día.
 
Muy pronto y pese a sentirse descansado, Gumball se angustió, dando por sentado que no terminaría ni siquiera con la mitad de los deberes en su listado.
 
Fue hasta el teléfono de la galería adjunta y, al retirar la bocina, el desconcierto se diluyó en un torrente de molestia al ver el cable trozado por la mitad.
 
—Marshall Lee— paladeó el nombre en tanto sus ojos se entrecerraban en dos pequeñas y acusadoras rendijas.
 
Sintiéndose cada vez más molesto y trastornado, Gumball se dirigió al salón donde guardaba los reportes. El escritorio estaba vacío. Ni una sola hoja de las pilas que tenía acumuladas. Seguramente todo había ido a dar al basurero.
 
¡Y pensar que tardó meses en dejar todo medianamente decente!
 
Retrocedió al cabo los pasos dados en dirección a la cocina. Cuando abrió el frigorífico, Gumball contuvo la respiración. Sintió un molesto tic en uno de sus parpados ante la visión de la nevera completamente vacía.
 
¡Ahora no podría siquiera cocinar!
 
No podía llevar a cabo ni uno solo de sus deberes diarios. Peor aún, le llevaría semanas ponerse al día con el orden de las misiones.
 
Comenzaba a exasperarse al meditar lo último cuando, al cerrar de vuelta el frigorífico, reparó en la nota adherida a la puerta que había pasado por alto hasta entonces.
 
"Ve al claro junto al cementerio a las diez de la noche. Tal vez encuentres algún informe bajo las rocas"
 
Gumball hizo trizas el papel en un arrebato de disgusto al enterarse de la jugarreta del vampiro. No entendía la conducta tan altanera y pretenciosa, pero una cosa era lidiar con su narcisismo y otra muy distinta someterse a sus juegos ridículamente infantiles en los que pretendía involucrarlo.
 
Ahora se enfrentaba a una enorme disyuntiva que consistía en si debía o no presentarse. Si lo hacía, estaría acatando su gamberrada y exponiéndose a otra de las trastadas de Marshall, pero si no iba, sus valiosisimos reportes corrían peligro.
 
Maldito vampiro con ínfulas de superioridad.
 
**
 
La tarde transcurrió sin que Gumball pudiera cernirse a sus actividades diarias. Contrario a ello, tuvo que salir al bosque a recolectar vayas y solicitar los ingredientes más básicos a sus súbditos reales para poder cocinar un sencillo pastel, después aseó su recámara y tomó un relajante y largo baño en su tina, imaginando esporadicamente la severa amonestación que recibiría por culpa de Marshall. Tendría que citar a Fionna y Cake para tener los pormenores de las misiones pasadas. Para sus adentros rogaba porque Marshall no hubiera roto los papeles, aunque también sabía que era pedir demasiado teniendo en cuenta de quién se trataba.
 
Marshall Lee parecía decidido a hacerle la vida imposible desde que se habían conocido. Primero compitiendo por el amor de Fionna y después molestandolo con cualquier treta que se le ocurría.
 
Minutos antes de las diez, Gumball terminó de vestirse. Había sopesado largamente comentarle a alguno de sus súbditos sobre aquella imprevista salida, pero prefirió ahorrarse la humillación de tener que explicar los detalles de tan insólito hecho.
 
"No puedes ni amarrarte las agujetas sin ayuda de tus lacayos"
 
Recordó cuando Marshall se había mofado de él en su segunda visita al castillo. No le daría más razones para que siguiera fastidiandolo.
 
Salió todo lo silencioso y sigiloso que le fue posible y emprendió la caminata hacia el cementerio.
**
 
La oscura bóveda se le antojó a Marshall mejor que ninguna otra. Se entretuvo mirando las estrellas titilantes mientras hincaba sus colmillos en una manzana para hacerse con el delicioso color bermellón, después se incorporó y dirigió una mirada maliciosa y anhelante hacia el claro del cementerio. Sonrió sagaz cuando vio llegar la silueta rosada de su joven acompañante para la noche.
 
Descendió con premura del destartalado edificio y acudió flotando hacia él.
 
—Buenas noches, alteza— hizo una exagerada y burlona reverencia antes de tocar el suelo. —Dígame, ¿Qué trae a un príncipe tan ocupado a mi humilde morada?
 
Tan pronto escuchó la burla, Gumball apretó sus manos en dos firmes puños.
 
—Debí imaginar que no cumplirías tu palabra— masculló irritado, dándose media vuelta para ignorarle—. Que sepas, Marshall, que esos informes no son la mitad de importantes de lo que pensabas. Puedos escribirlos de nuevo y...— calló y se giró al oír el sonido improvisado del bajo de una guitarra.
 
Marshall acababa de entregarle su instrumento musical a uno de los esqueletos que empezó a tocar una extraña pieza, mezcla de rock y rap.
 
Anonadado, Gumball quiso echar a correr, pero sus piernas no respondieron. La confusión se instaló en su rostro cuando el vampiro le extendió la mano.
 
—Ya que Fionna no está y me encuentro terriblemente aburrido, nos divertiremos un poco.
 
Gumball se petrificó cuando los dedos macilentos de Marshall se entrelazaron con los suyos para conducirle a otro claro. En silencio, lo observó moverse al cómpas de la música, derrochando sensualidad con sus atrevidos y marcados movimientos, pero su embeleso se volvió estupefacción cuando uno de los esqueletos lo empujó por la espalda para obligarle a que se uniera al baile.
 
Por todos los medios posibles, Gumball trató de imitar los movimientos sueltos, desenfadados y radicales del otro, sin comprender del todo el objeto de semejante parafernalia. Creyó que sería motivo de risas para Marshall, pero este realmente parecía estar divirtiéndose, con aquella expresión tan pagada de si, acompañada de una sonrisa triunfal que desarmó a Gumball por entero.
 
Bailaron cinco piezas diferentes, todas ellas interpretadas por esqueletos controlados por Marshall. Acabada la última canción, Gumball recordó el motivo (el verdadero motivo) de su presencia en aquel lugar y corrió hacia las piedras para buscar debajo de ellas.
 
—¿Qué hace, majestad?— de nuevo el tono burlón hacía acto de presencia. Gumball cesó con la búsqueda.
 
—Mis informes— extendió la mano con la palma vuelta hacia arriba.
 
Marshall esbozó una sonrisa astuta.
 
—Oh, claro. Los informes de su alteza— metió la mano al bolsillo delantero del pantalón y sacó un papel doblado que entregó al príncipe. Sin fiarse del todo, Gumball desdobló el papel. Grande fue su sorpresa al comprobar que, en efecto, se trataba de uno de los informes...uno de los casi quinientos.
 
Entonces la tranquilidad se esfumó de su faz.
 
—¿Y el resto?— enarcó las cejas cuando Marshall rompió a reír.
 
—Tomatelo con calma—. farfulló divertido—. Hasta los príncipes deberían tener vacaciones. Te devolveré uno cada vez que salgamos.
 
—Marshall...
 
—Mañana aquí a la misma hora, majestad— tras otra burlesca reverencia, Marshall ejecutó su transformación a murciélago y desapareció en la oscuridad de la noche.
 
Gumball infló las mejillas con fingido disgusto, preguntándose qué extraños eventos le depararían el día de mañana.
 

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