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La Nueva Era por Camila mku

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Notas del fanfic:

¡Bienvenidos, lectores! Este fic está basado solo y únicamente en mi fanatismo desmedido por la novela de Jurasssic Park y todas las películas, series y videojuegos bartardos que salieorn en su honor. Los personajes principales son los dos niños de Jurassic Park 1 (Tim y su hermana Alex) y los dos niños de Jurassic World 1 (Zach y Gray). 

La trama se sitúa en un futuro distópico que se cuenta en la última peli que salió: Jurassic World 3 Dominion, donde los dinosaurios que huyeron del parque ahora están en libertad por todo el mundo. Hay gente en contra de esto, que intentará capturar o matar a los dinosaurios para que no estén en contacto con los humanos y otras especies, y hay gente a favor que hará cualquier cosa con tal de que los dinosaurios convivan en armonía con el resto de especies.

Ojalá les guste. Abrazo y ¡nos leemos xD!

 

Había oído que el humano era capaz de transgredir los límites de la ficción con solo proponérselo y Gray fue testigo de eso cuando entró, hacía diez años atrás, a la Isla Nublar, donde estaba, en aquel entonces, el más increíble atractivo turístico de la historia: Jurassic World, el gran parque que traía de regreso a la vida a los dinosaurios extintos.

Él era apenas un niño cuando su tía Claire lo llevó a Jurassic World. Ella era la encargada de que todo saliera perfecto durante las visitas que la gente hacía al parque en época de verano. En invierno estaba cerrado al público.

Era imposible no recordar la emoción que sintió Gray cuando, junto a su hermano Zach, exploraron el área restringida del parque dentro de la girósfera. Recordaba que ese día había hecho mucho calor y sudaba mientras esperaba en la fila para entrar al parque. La emoción, la aventura, la idea infantil de que ese día sería inolvidable por el resto de su vida; y, más tarde, el terror, la desesperación, la resignación a morir siendo engullido por algún dinosaurio… Eso había podido con él, con su hermano y, más tarde, con su madre, luego de que ella se enterara.

Ese día, viernes 6 de marzo del 2093, se cumplían diez años de aquella vez en que Zach y él fueron atacados por Indominus, la clonación abominable que, según su tía Claire, sería el mayor atractivo del parque. Diez años de la última vez que vio a su tía Claire… Y la extrañaba.

Su madre les prohibió a ambos volver a verla después de aquel incidente. Quedó tan devastada que los lazos familiares con ella se habían acabado por romper del todo, porque bien sabido era que ya estaban rotos desde antes; después de todo, tía Claire era una adicta al trabajo que nunca había asistido a reuniones familiares para festejar Navidad, el día de la independencia y ese tipo de festividades que acabaron por irse al caño después de que los dinosaurios que escaparon de la isla invadieran el planeta.

—¿Vamos o qué? —le preguntó Zach, trayéndolo de vuelta al presente.

Gray pestañeó. Asintió con la cabeza y se puso el casco. Se subió a la motocicleta y le dio una patada fuerte a la palanca de arranque.

—¿A dónde vamos primero? —preguntó Gray. Su voz había cambiado tanto… apenas se asemejaba a la que solía tener de niño, y Zach no se cansaba de decirle que sonaba como un gorila. Eso no le molestaba a Gray. Además, sabía que Zach lo decía cariñosamente y porque también había pegado un estirón que le había sacado una cabeza de altura a su hermano.

—California —respondió Zach con firmeza, montado en otra motocicleta. El viento caliente de esa ciudad desierta les golpeaba la cara con fuerza y Zach achinaba los ojos para evitar que le entrase arena—. Me advirtieron de una manada de velociraptores que está atormentando a un grupo de humanos en un vecindario del sur de California —dijo mientras leía los mensajes en su celular—. Van a pagarnos diez mil dólares si los atrapamos. —Miró a Gray de reojo.

Hacía un par de meses que se dedicaban a capturar dinosaurios por dinero. Una vez que tenían al animal sedado y acorralado, nomás bastaba hacer una llamada para que fueran los miembros del grupo Exaurio y se encargaran de aniquilar al animal. Era cruel y lo sabían, pero más cruel era permitir que esas aberrantes clonaciones intentaran destruir a la raza humana y nadie hiciera nada al respecto.

Hacía tiempo que Gray había dejado de sentir ese “cariño” por los dinosaurios. Más precisamente después de que intentaran matarlo de niño. Ahora solo sentía por ellos un verdadero desprecio y esperaba que pronto todos fuesen mutilados, para así volver a gozar de la vida tranquila que tenía antes de que esas clonaciones escaparan de ese maldito parque. Y su hermano pensaba igual que él.       

—¿Velociraptores…? Se les dice raptores, imbécil. —Gray lanzó una carcajada gamberra y Zach aprovechó para darle una patada en una pierna.

—Seguís siendo igual de pendejo que siempre… —dijo Zach y abandonó la moto para sacar algo de la mochila que le colgaba del hombro. Se acercó a Gray y le lanzó una ametralladora al pecho.

Gray atajó el arma y la sostuvo con cuidado.

—Es más grande que la última —dijo el menor mientras inspeccionaba el arma y observaba con cuidado los detalles de la empuñadura.

—Sí —contestó Zach, y se sentó sobre su motocicleta al mismo tiempo que se puso el casco—. Y dispara mil veces más fuerte que la anterior. Úsala con precaución.

Gray exhaló profundamente y le dio una patada a la palanca para encender la moto. Anduvieron por las carreteras áridas del desierto de Monjave, con las ametralladoras amarradas en sus espaldas. Zach estaba al tanto del celular, por si llegaba a recibir alguna llamada de Exaurio. Los miembros del grupo llegarían a su encuentro después de que ellos se encargaran de atrapar a la manada de dinosaurios. Les entregarían el dinero y luego matarían a los animales. Siempre lo hacían así y Zach esperaba que esta vez la paga sea buena o al menos que triplique la anterior porque, según había oído, atrapar velociraptores era mucho más peligroso y caro que atrapar otro tipo de dinosaurios. Y ni qué hablar del Tiranosaurio rex.

……………………………………………………………………………………….

 Era otro día cálido de verano para Alexis. No hizo demasiado ruido al levantarse de la cama e ir hacia la cocina. No quería despertar a su esposo ni a sus hijos mientras se preparaba el desayuno.

Cuando despertó, supo de inmediato que sería un día diferente porque debía realizar una excursión al desierto de Monjave. Debía cerciorar con sus propios ojos acerca del comportamiento de los dinosaurios en los últimos meses. Se trataba de un experimento que se le había ocurrido a su hermano Timothy, quien aseguraba que los dinosaurios aprenderían a convivir con el resto de animales que habitaban el planeta.

Obviamente Alexis creía que eso jamás pasaría, y no era porque quisiera echar por tierra las esperanzas de Timothy, pero daba por seguro que en el tiempo que los dinosaurios anduvieron sueltos y haciendo de las suyas por doquier, seguramente ya se habrían comido a la mitad de los caballos, lagartos, serpientes, lobos y perros que habitaban en los bosques y en la gran ciudad.

Pero ir a chequear nunca estaba de más, sobre todo porque Timothy creía con firmeza que los dinosaurios eran parte de una especie que debía ser incluida en el ecosistema. «Solo hace falta que las personas se acostumbren a ver dinosaurios a diario para que aprendan a convivir con ellos», solía decir Timothy y por más que Alexis quisiera creer en ello con todas sus fuerzas, su lógica le decía que eso nunca pasaría. Alexis amaba a Timothy, era su único hermano y tenían una unión fraternal maravillosa, pero muy en el fondo sentía que él tenía la fe puesta en una especie de utopía irrealizable.

—Mamá… —Alexis escuchó la voz de la pequeña Marta acercándose a la cocina mientras ella se preparaba un café con tostadas y mermelada. Marta se fregaba los ojos con los puños del pijama.

—Hola, cielo. Perdón por despertarte —susurró Alexis para no acabar despertando también a Ídan.

 Marta vio el equipaje de su madre preparado a un lado de la puerta principal y enseguida supo que se iría a ver a los dinosaurios. Sus ojos desbordaron de alegría.

—¿Puedo ir yo también? —rogó, arrodillándose en el suelo y juntando las manos en forma de súplica.

—Acá vamos de nuevo —dijo Alexis rodando los ojos—. Si vos venís, tu hermano va a querer venir también. —Tras decir eso, Marta salió corriendo hacia la habitación de su hermano y se encargó de cerrar bien la puerta para que no oyera nada y continuara durmiendo plácidamente.

Alexis comenzó a reír cuando vio a Ídan parado justo detrás de Marta.

—Ya estoy despierto, tonta —le dijo con el cepillo de dientes colgando de su boca.

—¡Mierda! —gruñó Marta.

—¿Cuántas veces les dije que no insulten? Ídan no le digas tonta a tu hermana. —Marta se giró y le sacó la lengua a su hermano—. Y hablen bajito porque su padre aún duerme.

—No entiendo cómo puede dormir con los gritos de esta loca —dijo Ídan por Marta y ella le dio una patada que lo hizo doblarse de dolor.

Alexis miró la hora en su celular. Debía salir de inmediato o llegaría tarde. Tenía cuatro mensajes de su madre.

—Dejen de pelear —les pidió a los niños—. Su abuela está a unos kilómetros de acá, dice que tiene enfrente a una manada de triceratops… —De inmediato Alexis se arrepintió de haber dicho lo último. Los ojos de los niños se iluminaron y corrieron a sus habitaciones para cambiarse el pijama—. ¡Oigan, no! No les dije que podían venir —se apresuró a decir, pero ya los tenía a los dos listos para salir, parados frente a la puerta y rogándole.

Alexis exhaló con hastío. Nunca había estado de acuerdo con llevar a los niños a ese tipo de expediciones, porque no podía realizar su trabajo al cien por ciento, ya que debía estar cuidándolos de que no fuesen atacados por algún dinosaurio.

Bufó y decidió enviarle un mensaje a su madre:

«¿Qué opinas de que vayan Ídan y Marta?» le preguntó.

Esperó impaciente por la respuesta de Ellen, esta no tardó en llegar.

«Déjalos venir. Estarán a salvo. Solo hay dinosaurios herbívoros».

Ellen era ese tipo de abuela que añoraba pasar tiempo con sus nietos. Mientras trabajaba se encargaba de explicarles a Ídan y a Marta todo sobre los dinosaurios. Alexis todavía no podía comprender cómo hacía su madre para hacer de manera eficiente dos tareas al mismo tiempo, ella nunca había sido capaz de algo así. Claro estaba que Alexis admiraba tanto a su madre que había terminado por convertirse en paleontóloga al igual que ella. 

«Recuerdo la última vez que dijiste eso y nos llevaste al parque Jurásico del abuelo. Un rex casi nos come a Tim y a mí… ¿Debería confiar en ti?».

Ellen no le respondió.

Alexis había pasado años reprochándole a su madre por haberlos llevado aquel día al parque Jurásico, pero después de haber hecho terapia por mucho tiempo comprendió que echarle la culpa por lo que había pasado era una completa estupidez. Nadie podría jamás haber predecido que las cosas acabarían así.

Timothy, por el contrario, sufrió mucho menos esa etapa postraumática. Dedicó su vida a continuar el linaje de su abuelo, John Hammond, el primer clonador de dinosaurios. Ahora Timothy se pasaba los días en un laboratorio de genética donde intentaba mejorar cada día aspectos de la clonación. La gran mayoría de las especies de dinosaurios que corrían en libertad por todo el mundo en ese momento, eran fruto de las clonaciones llevadas a cabo por Timothy.

Alexis estaba muy orgullosa de su hermano y, si bien a ella le costó mucho perdonar a su abuelo y a su madre por lo ocurrido en el parque, logró salir adelante, formar una familia y continuar con el linaje familiar.

Sin embargo, de algo estaba segura: los niños y la profesión nunca iban de la mano, o al menos no para ella. Alexis se mostraba en desacuerdo cuando su madre insistía en llevar a Ídan y a Marta a las exploraciones para que tuvieran contacto directo con los dinosaurios. Alexis prefería que se quedaran en casa con su padre. El mundo se había vuelto un lugar inseguro para los niños. Los dinosaurios corrían en libertad por todos lados, no existía lugar que no haya sido invadido por ellos. Debía proteger a su familia.

Alexis miró su celular y había un mensaje de su madre que no había leído.

«Ahora eres paleontóloga y adoras tu profesión… Algo bien hice cuando decidí llevarte a ese parque».

Alexis quedó en completo silencio. Reparó en sus palabras. Era cierto. Lo había hablado con su terapeuta miles de veces: de no haber ido al parque Jurásico de niña, y más allá del peligro de muerte al que se vio expuesta junto a Timothy, jamás hubiese sentido el deseo interno de dedicarse a la Paleontología. Se impuso a sí misma la creencia de que “todo pasa por algo” y resolvió sacar el mayor provecho de esa experiencia tan aterradora, al igual que había hecho Timothy. A veces se preguntaba si no era contradictorio dedicarse a salvar dinosaurios cuando había estado a punto de ser devorada por uno.

«Ya. Los llevaré», respondió de mala gana.

Los niños se emocionaron al saber que irían y le ayudaron a cargar en el jeep el bolso con los instrumentos necesarios. Hacía demasiado calor, así que Alexis les aconsejó que vistieran shorts y remera. Además estarían cerca del desierto de Monjave, por lo que era necesario que calzaran borcegos y no zapatillas, y que llevaran por lo menos tres botellas con suficiente agua. Una vez listos, los tres partieron hacia donde se encontraba Ellen. Alexis condujo las carreteras áridas del sur de California de manera rápida. Tanto que acabó generando polvaredas inmensas de tierra a su paso. Logró ubicar a su madre de manera casi inmediata.

—¡Abuela! —la saludaron desde el jeep cuando la vieron escondida detrás de una montaña rocosa que la cubría de ser vista por los triceratops—. ¡Wow! —exclamaron los dos al ver la manada de dinosaurios pastando en la línea del horizonte. Estaban a una distancia prudente de ellos, así que no tenían por qué temerles.

Los niños abrazaron a Ellen con cariño.

—No les siento olor a repelente —advirtió Ellen. Alexis se llevó la mano a la frente.

—No les puse, mamá. Lo siento —dijo Alexis—. Lo olvidé. Tampoco me puse.

—Va a ser mejor que se unten con repelente cuanto antes. Tengo en la cartera —continuó Ellen—. Hay demasiados mosquitos por esta zona y no todos son inofensivos.

Los niños se apresuraron a hacer lo que les decía su abuela. Una picadura de mosquito normal a lo sumo llegaba a generar ronchas y una picazón molesta, pero una picadura de un mosquito del cretácico era otra cuestión. Se pusieron una pasta lechosa por toda la cara, los brazos y las piernas, pero pronto arrugaron la nariz porque despedía un olor fuertísimo y desagradable.

—Huele a culo —dijo Ídan, y Marta lanzó una carcajada que la hizo doblarse.

—Shhhh —chitó Ellen y los obligó a bajar la voz—. No hagan ruido o los espantarán —susurró. Sujetó los binoculares y se detuvo a observar a uno de los triceratops. Luego, se dirigió hacia Alexis—: Uno de ellos está gravemente herido. He examinado sus heces y encontré sangre.

—¡¿Te acercaste a ellos, mamá?! ¡¿Qué hablamos de mantener contacto directo?! —rezongó. Ellen elevó los hombros.

—Son inofensivos… —se apresuró a decir—. Y no me acerqué a ellos. Cuando se fueron a pastar a otro lado, aproveché para acercarme a las heces... Solo a las heces.

—Niños, nunca hagan lo que hace su abuela —dijo Alexis rodando los ojos, pero pronto arrugó el entrecejo, adoptando una postura pensativa—. La sangre en las heces significa que el dinosaurio se encuentra estresado —anunció—. Por lo tanto hay una amenaza cerca… ¡Carajo, mamá! —gruñó.

—¡No insultes frente a los niños! —retrucó Ellen.

—Me dijiste que estaba todo bien. Una amenaza cerca me hace pensar que hay un rex acechándolos.

—Quizás —dijo Ellen—. O quizás el dinosaurio solo esté estresado por la escasez de alimentos. No hay mucha vegetación por esta zona.

Alexis bufó y se apresuró a sacar la cámara del bolso. Filmó a los triceratops pastando tranquilamente. Pudo ver que su madre tenía razón: el lugar era tan árido que la vegetación era poca para la cantidad de integrantes de la manada. Llegó a contar seis triceratops adultos y dos bebés. Pero algo no andaba bien. Alexis tomó los binoculares y pudo observar de cerca a los triceratops: tenían heridas severas en el lomo y las patas. Heridas de garras…

—Mamá… —llegó a balbucear Alexis.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ellen asustada.

—Son velociraptores —anunció al ver en la línea del horizonte a dos velociraptores que corrían hacia los triceratops—. ¡Rápido! Llévate a los niños en el jeep de regreso a casa. Yo me encargaré de detenerlos —gritó. Agarró tres bengalas que tenía adentro del bolso y corrió hacia ellos. Sabía muy bien que los dinosaurios le temían al fuego, sería fácil ahuyentarlos, pero cuando vio que más y más velociraptores se acercaban, ya no estuvo tan segura de poder hacerlo sola—. ¡Mamá, llama a Carl! ¡Dile que venga ahora!

Ellen pensó rápido. No quería abandonar a su hija, pero tampoco podía permitir que algo les pasara a sus nietos. Hizo caso y con su celular llamó a su yerno al mismo tiempo que subía a los niños al jeep y encendía el motor.

……………………………………………………………………………………….

Chequeó la hora en su celular: las nueve de la mañana, y una llamada entrante hizo que se despertara abruptamente. Caminó fuera del cuarto hacia la cocina para poder responder sin despertar a Ádam.

—¿Puedes hablar? —Era la voz de su Lewis, su jefe.

—Sí, ¿qué ocurre? —preguntó adormecido.

Escucha, Tim: me acaban de reportar que algunos miembros de esa maldita organización están yendo ahora mismo hacia el sur de California para matar una manada entera de velociraptores que está merodeando la zona. —Timothy se despabiló de repente—. ¡Necesito que por favor los detengas! ¡No pueden hacer esto con nuestros dinosaurios!

Se mordió el labio inferior, apesadumbrado. La adrenalina comenzó a invadirlo de manera violenta.

—¿Por qué ruta se acercan? —preguntó tan rápido como pudo. Enseguida pensó que debería cargar mucha gasolina si quería conducir por la vieja ruta que lo llevaría al desierto de Monjave. Le quedaba demasiado lejos.

Acabo de pasarte la ubicación exacta de esos malandros al celular —contestó Lewis—. Por favor, apresúrate. —Y no dijo más, colgó la llamada.

«¡Al carajo con estos hijos de puta!», soltó Timothy y lanzó el celular al sofá con rabia. Comenzó a frotarse la frente con las manos, desesperado. ¡Odiaba a Exaurio! Un grupo de malditos condenados que de la noche a la mañana habían creado una especie de pseudo-organización que “salvaría a la humanidad de ser devorada por los dinosaurios que habían escapado del parque Jurásico”… «¡Menuda pendejada!», pensaba Timothy. Masacraban dinosaurios por placer, ¡sus dinosaurios! ¡Los que tanto esfuerzo le había costado crear tras años de investigación en el laboratorio! Pero no se saldrían con la suya esta vez, no se los permitiría. Estaba agotado ya de intentar hacer las pases con ellos para que dejaran a los dinosaurios tranquilos y en libertad, un derecho que merecían todas las especies animales.

Entró al cuarto decidido y sacó ropa del armario, cualquiera, la que fuese con tal de salir cuanto antes hacia Monjave. Fue a cambiarse al baño y, cuando salió, Ádam estaba esperándolo en el living.

—¿Qué haces levantado tan temprano? Es domingo —le dijo Ádam. Timothy le echó una mirada que por poco lo desvistió. Se veía adorable con ese pijama azul.  

—Me llamó Lewis —respondió con el tono de voz más amigable que le salió, aunque no logró sonar para nada simpático—. Debo irme, se trata de algo urgente —soltó, como si su explicación fuese lo suficientemente razonable como para creer que conformaría a Ádam. Pero este le dedicó una mirada de puñal.

—¡Tim, hoy es nuestro aniversario! —gruñó—. Prometiste que haríamos algo juntos.

Timothy cerró los ojos apesadumbrado. Sabía que ninguna excusa tranquilizaría a Ádam. Desde que habían decidido irse a vivir al mismo departamento para consolidarse como pareja, Ádam le había tenido una paciencia infinita, sobre todo cuando Timothy finalmente decidió contarle de su homosexualidad a su familia, ya de adulto. Ádam siempre había estado ahí para él, apoyándolo. Sin embargo, él se manejaba de manera diferente. Siempre había puesto el trabajo como primordial en su vida y hacía meses que Ádam se lo reprochaba.

—Lo sé, lo siento, es que… —comenzó, pero se detuvo—. Luego te explico, ¿sí? De verdad tengo que salir ya. —Ádam lo apartó cuando Timothy intentó besarlo, así que tomó una distancia prudente de él y se dirigió con rapidez hacia la puerta.

—Si decides salir ahora mismo, entonces considera lo nuestro acabado. —Timothy sintió como si acabara de abofetearle en la cara. Se giró para ver a Ádam a los ojos y vio que los tenía cristalizados, a punto de llorar—. ¿Cómo esperas que avance nuestra relación si te comportas así…? ¿En esto pensabas cuando me pediste que nos comprometiéramos? —le preguntó con voz lagrimosa—. ¡Te la pasas en ese laboratorio! ¡No te veo nunca! Llevaba meses planeando lo que haríamos hoy, y de pronto te sugen planes que siempre son más importantes que yo —dijo, y se quebró.

—Cariño… —dijo Timothy caminando hacia Ádam, pero se detuvo cuando escuchó que una nueva llamada hacía sonar su celular en el bolsillo delantero de sus jeans.

—Lewis otra vez, atiende. Después de todo, él es lo más importante en tu vida —dijo Ádam mientras el celular de Timothy continuaba sonando y este no se animaba a contestar—. ¡Anda, contéstale! Para él sí estás disponible cualquier día a cualquier hora, ¿no?

Timothy tragó espeso, quedándose de piedra. Sentía como si de repente estuviera contra la espada y la pared. Su corazón lo obligaba a salir por esa puerta y llegar cuando antes a Monjave para salvar a esos velociraptores, pero no quería dejar a su novio, no así…

—¡Lárgate! —gritó Ádam mientras la llamada continuaba sonando—. ¡Te dije que te largaras! ¡No quiero verte! —insistió, mientras se secaba las lágrimas con los puños—. ¡Quiero que te vayas! ¡Déjame solo! —exigió, sin siquiera mirarlo a los ojos.

Timothy pestañeó repetidas veces. No sabía qué decir o siquiera si debía decir algo. Creyó que lo mejor era hacer silencio, no había nada que agregar a todo lo que se había dicho ya. Estaba en trance y los segundos pasaban de manera agonizante para Ádam.

—Bueno, ¿te vas a quedar ahí o qué? —le preguntó con ironía.

Las piernas de Timothy comenzaron a moverse solas hacia la puerta. La cerró tras salir. Cuando estuvo solo, Ádam se cubrió la cara con ambas manos y comenzó a llorar en silencio.

……………………………………………………………………………………….

Ellen pisaba el acelerador con fiereza, pero tomando las precauciones necesarias. Iba con los niños en el asiento trasero y no podía permitirse ponerlos en riesgo, por más que sintiera la urgencia de volver cuanto antes junto a Alexis para asegurarse de que no le pasara nada.

Alzó la vista de repente y vio acercándose a toda velocidad el auto de su hijo Timothy. Se detuvo de manera abrupta y giró el jeep en ciento ochenta grados. Timothy también se había detenido al verla. Se bajó de la camioneta y caminó hacia ella.

—Mamá, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó nervioso.

—Lex está en aprietos… —respondió ella jadeando—. Un par de velociraptores están atacando a una manada de triceratops y me pidió que me llevara a los niños por si acaso. —Pero de inmediato soltó intrigada—: Aguarda, ¿tú qué estás haciendo aquí?

Timothy se pasó los dedos por el pelo.

—Es una historia larga, pero te la resumo —dijo rodando los ojos—: Exaurio se encuentra en la zona. Según me dijo Lewis, quieren cazar a una manada de velociraptores.

—Deben ser los mismos —dijo Ellen con la cabeza gacha y los ojos desorbitados.

—Me temo que sí… Iré con Lex, mamá —agregó Timothy, dando la vuelta de regreso a la camioneta—. ¡Tú cuida a los niños!

Ídan y Marta quedaron desolados de no poder siquiera haber tenido la oportunidad de saludar al tío Tim.

—Tranquilos, lo verán cuando estén los dos de regreso en casa —los consoló Ellen y los llevó de regreso al jeep. Condujo de forma moderada ahora que sabía que Alexis no estaba sola, y qué mejor compañía que Timothy para alejar a esos malnacidos de Exaurio. Podía confiar en que estarían bien, sin embargo su instinto maternal la obligaba a dejar a los niños con Carl para ayudar a sus hijos.

—¡Papá! —gritó Ídan al bajar del jeep. Corrió a toda velocidad hacia su padre—. ¡Unos velociraptores estaban intentando comer a unos triceratops! —exclamó a todo pulmón, como si fuese lo más extraordinario del mundo—. Mamá se quedó para ahuyentarlos.

Carl puso mala cara y Ellen percibió de inmediato su espanto, así que se apresuró a decir:

—Estará bien. Fue Tim a ayudarla. No tienes nada de qué preocuparte, Carl. —Y sonó tan calmada que le traspasó esa tranquilidad a su yerno—. Yo vine a dejarte a los niños por si acaso, volveré enseguida para cerciorarme de que esté todo en orden allá. —No mencionaría nada de lo que le acababa de decir Tim acerca de Exaurio o lo asustaría.

Una vez que los niños entraron en la casa junto a Carl, Ellen apretó el acelerador y fue de regreso hacia Monjave.   

……………………………………………………………………………………….

Timothy estacionó la camioneta a un lado de la carretera a toda velocidad. Ni siquiera se percató de que el jeep de Alexis no estaba ahí, sino estacionado más adelante. Cuando vio que ella estaba a lo lejos, luchando contra dos velociraptores, apretó el acelerador y fue hacia allá.

Cuando Alexis se dio la vuelta y vio a Timothy, la invadió una profunda felicidad.

—¡Tim! —gritó, mientras sostenía las bengalas encendidas en las manos. Timothy se apresuró a buscar en la camioneta las bengalas que guardaba en un bolso y se interpuso entre las dos manadas, para evitar que los velociraptores atacaran a los triceratops, pero fue entonces que vio a un par de motociclistas aproximándose por la línea del horizonte.

—¡Date prisa, Gray! —gritó Zach—. ¡Ya casi los tenemos!

Estaban persiguiendo a los velociraptores.

«Con que esa era la amenaza: un par de humanos», pensó Alexis. Los triceratops no estaban escapando de los velociraptores, más bien las dos manadas estaban escapando de esa gente.

Gray le echó una mirada de reojo a Zach. No pensaron que iba a haber gente ahí, defendiendo a los dinosaurios. Eso complicaba mucho las cosas, aunque cada vez que iban a darle caza a algún dinosaurio había gente de Byosin intentando protegerlos… Como si se trataran de animales corrientes, como si los dinosaurios tuviesen derechos…

Gray vio a los ojos al velociraptor que se ocultaba detrás de aquel hombre pelirrojo. No pudo evitar que las imágenes en su memoria lo llevaran al pasado, en una milésima de segundo, a ese momento en el cual había sido atacado por el Indominus, que había sido clonado en base a células madres de velociraptores… Sintió una ira profunda nacer desde su corazón y empuñó el arma. Apuntó directamente al velociraptor.

—¡Carajo, Gray, dispara ya! —gritó Zach, y Gray volvió a la realidad. Tenía al velociraptor frente a sus ojos.

—¡No! —gritó Timothy a todo pulmón, interponiéndose entre el arma y el dinosaurio.

Gray hizo a un lado a Timothy y le disparó al velociraptor, pero no logró darle. El dinosaurio se movía tan rápido que pudo esquivar los tres balazos que le había lanzado Gray. Zach se adelantó y lanzó una red a los velociraptores, estos quedaron atrapados bajo la red. Entonces, un grupo de camionetas se aproximaron a toda velocidad hacia ellos.

—Oh, no… —susurró Timothy—. ¡Exaurio! —le advirtió a Alexis, que giró la cabeza para ver que esa organización cazadinosaurios se aproximaba a toda velocidad. Luego de lo que pareció medio segundo, ya estaban rodeándolos. Por suerte, los triceratops en todo ese tiempo habían podido huir.

Un sujeto con anteojos negros y musculosa bajó de la camioneta y caminó hacia Timothy.

—Vaya, vaya… ¡Miren nada más! Estamos en presencia de los nietos de John Hammond. Ustedes vieron a los primeros dinosaurios clonados. Voy a tener que quitarme el sombrero —dijo con sonrisas de por medio y de manera burlesca.

Zach y Gray los miraron con sorpresa. Sabía quiénes eran esas personas. Por lo que Zach había oído, los nietos de Hammond habían continuado con el linaje familiar y se dedicaban a la clonación de dinosaurios. Esos dos eran realmente peligrosos, sobre todo Timothy, quien se encargaba de clonar más y más dinosaurios con los cuales sobre poblaría el planeta. Era obvio que no querría que mataran a “sus creaciones”.

—Y debo suponer que estas bestias horrendas fueron creadas por ti, ¿no es así, Tim? —le preguntó el sujeto, y ni siquiera esperó a que él respondiera. Se aproximó peligrosamente a él y le puso el arma en la frente—. Mi nombre es Logan y soy uno de los creadores de Exaurio —aclaró—. Gusto en conocerlo, doctor… Me han hablado mucho de usted.

—¡Aléjate de mi hermano, imbécil! —gritó Alexis, acercándose al par, pero ni bien lo hizo, Logan apuntó hacia el velociraptor y le disparó tres veces.

—¡No! —gritó Timothy, corriendo hacia allá.

—¿Planeaban llevarlo a Byosin? —preguntó Logan, riendo a carcajadas—. Esa bestia debe permanecer lejos de los humanos. No puede andar merodeando como si nada por estos lugares… —Alexis se acercó al dinosaurio y se arrodilló ante él, viendo cómo la sangre brotaba de las heridas de las balas y el velociraptor agonizaba—. Me encargaré de matar a todos los otros que se escaparon. Lo juro —aseguró.

—Muérete, idiota —dijo Timothy, y Logan sonrió. No le dio importancia.

—Mi trabajo es matar dinosaurios para proteger a los humanos —dijo Logan—. Pero estoy deseando tanto ahora mismo darte un tiro, Tim —aseguró y sonrió. Tim quedó parado detrás, enfadadísimo. El dinosaurio estaba muriendo, así que se apresuraron con Alexis a llevárselo en la camioneta.

Timothy conducía y Alexis se sentó en lo del acompañante.

Una vez que los hermanos se fueron, Logan se acercó a Zach. Gray veía todo parado detrás de su hermano, junto a su motocicleta. Logan sacó un fajo de billetes de su bolsillo. Amagó con dárselo, pero no lo hizo.

—Esto… —le dijo a Zach, pasándole los billetes delante de su cara—, es lo que hubieses obtenido si hubieses matado al velociraptor —dijo, y se alejó en la camioneta junto a su gente.

Zach se giró para ver a su hermano. Gray rodó los ojos.

……………………………………………………………………………………….

—¿Crees que sobreviva? —le preguntó Alexis a Timothy, mientras ambos esperaban en la sala de espera. Adentro estaba descansando el velociraptor, al cual habían sometido a cirugía.

Timothy miraba hacia el suelo, sin energía y completamente desesperanzado.

—No —soltó con frivolidad. Alexis supo de inmediato que si el velociraptor moría su hermano quedaría destrozado, porque él jamás abandonaba las esperanzas. No quiso preguntarle nada más.

Luego de media hora, les fue comunicado a ambos que el dinosaurio había muerto. No había soportado la herida de las balas. Cuando Alexis vio a Timothy se dio cuenta de que su hermano escondía su rostro detrás de sus manos para no llorar en público. Alexis fue y lo abrazó.

—Lo siento —lo consoló, acariciándole la espalda. Timothy estuvo un tiempo desolado. A la hora de la merienda fueron juntos a un café que estaba dentro del laboratorio Byosin—. Oye —le dijo Alexis—. ¿Cómo está todo con Ádam? —quiso saber.

Timothy negó con la cabeza y guardó silencio. Su hermana pudo imaginarse.

—Peor —respondió él y continuó jugando con la cucharita del café—. Para que te des una idea, hoy fue nuestro aniversario —dijo, y a Alexis le cayó pesado como plomo.

Ella se insultó para sus adentros por haber tenido la maravillosa idea de haber ido justo ese día a ver a los triceratops. Más bien, insultó también a su madre. Sabía que la relación de su hermano y su cuñado pendía de un hilo. Las cosas no venían bien desde hacía meses.

—Lo siento tanto, Tim, yo…

—No —la interrumpió él—. No lo sientas —dijo, con los ojos aún rojos e hinchados de haber llorado por el velociraptor—. Él me dio a elegir y yo decidí venir —confesó—. En todo caso, la culpa es enteramente mía.

—Tim… —dijo ella—. Creo que de verdad es hora de parar con esto.

Tim bufó.

—Esperé de todos esa respuesta menos de ti, Lex. Lo juro.

—No te lo digo en ese sentido… —le dijo con todo el cariño que le tenía—. De verdad creo que Logan tiene un poco de razón.

—¡Carajo, Lex! ¿Me estás hablando en serio? —gritó y le dio un golpe seco a la mesa. Alexis miró en todas direcciones para cerciorarse que nadie dentro de la cafetería habría notado eso.

—No te enfades —dijo, continuaba modulando su voz. Tenía siempre presente que estaba hablando con su hermano y tenía la necesidad de ser honesta con él. Pero tampoco olvidaba que se trataba de un bioquímico prestigioso que había dedicado su vida entera a procrear dinosaurios. Tenía una creencia firme de que los dinosaurios podían convivir con los demás animales y el resto de humanos. No sería fácil hacerlo cambiar de parecer. Pero pretendía hacerle entender con mucho amor y cariño, porque lo quería—. En serio creo que los humanos no pueden convivir con los dinosaurios, Tim. Mira toda la gente que ha muerto hasta ahora.

Timothy se levantó de la silla y se puso la campera.

—Me voy —aseguró—. De haber sabido que empezarías con un discurso y te pondrías del lado de Logan, me hubiese quedado toda la tarde con Ádam.

—Tim, aguarda —pidió ella, pero él salió de la cafetería habiéndole dejado plata arriba de la mesa para pagar la cuenta.

Alexis bufó. Y cuando contó la plata se dio cuenta de que era más que lo que le correspondía. Volvió a bufar.

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 Timothy condujo hasta su casa con tranquilidad. Aún le dolía la muerte del velociraptor, pero se prometió a sí mismo que lo traería de vuelta a la vida o lo clonaría. El imbécil de Logan no se saldría con la suya. Ni él ni su grupo de mierda.

Cuando llegó al departamento, vio que estaba a oscuras y, como supuso, cuando entró a la habitación se dio cuenta de que la ropa de Ádam no estaba en el placard.

Lo invadió una fuerte sensación de soledad. Se sentó sobre la cama mientras miraba una fotografía de ellos juntos abrazando a un triceratop bebé. Timothy recordaba que se habían tomado esa fotografía dentro del laboratorio, cuando recién llevaba unos pocos meses saliendo con Ádam.

Quedó sentado en esa misma posición por horas hasta que anocheció.

 

  

 

   

 

   

   

 

 

  

 

     

 

 

   

 

         

 

 

 

      

 

 

 


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