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Naked por Kohaku Elric

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Notas del fanfic:

 

¡Hola de nuevo! ^^

Sé que he tardado un poco más de lo que prometí, pero ya sabéis que el trabajo, el estrés, las perversiones y la vagancia se confabulan malignamente y... (¿Que me deje de excusas tontas? Eh... si vale, me habéis pillado ^^)

Este fanfic se me ocurrió a raíz de una de mis canciones preferidas, y tengo que deciros que esta vez me apetecía cambiar un poco el registro y escribir algo de temática más seria y oscurilla, por lo que Naked no se parece en nada a mi anterior fic de Naruto, aunque lo estoy escribiendo con toda la ilusión ^^

Sin más, espero que os guste y que disfrutéis leyéndolo, que yo estaré feliz por haber contribuído a expandir un poquito más el SasuNaru xDDD

¡Nos vemos en los capis!

Kohaku

Naked-3.gif picture by Narukoo

Gracias Naruko ^^

 

Notas del capitulo:

 

Bueno, pues aquí el primer chap de la historia, creo que es un poco más corto de lo que suelo hacerlos pero nos va introduciendo a los personajes y la situación en la que se encuentran. De aquí en adelante y cada vez que actualice, pondré un breve resumen de lo que sucedió en el capi anterior, así no tendréis que volverlo a releer si ha pasado algún tiempo (y si lo releéis porque os gusta, mejor que mejor xDDD)

Como ya es habitual, agradecer a esas pervertidas y achuchables personitas que tanto me ayudan con mis manías y mis dudas a la hora de escribir. Y por ser éste el primer capi, con todo el cariño a Naruko, Suzu y Lyris, que le dieron alas a esta historia animándome a continuar ^^

Con todos vosotros:

 Naked

 

 

 

 

 

Los personajes de Naruto pertenecen a Masashi Kishimoto©

 

 

 

 

 

Capítulo 1: La fuerza de la costumbre.  

 

 

 

 

 

 

˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜

 

 

 

A pesar de no estar en las afueras, la casa era lo suficientemente grande como para que cualquiera que pasara por allí se la quedase mirando, la mayoría de veces con el respeto asomando a sus ojos y una desconcertante sensación de morbosa curiosidad oprimiéndole el pecho. Rodeada por unos infranqueables muros de piedra pulida, la misteriosa mansión de estilo oriental constituía un utópico mundo aparte. Allí, previo y generoso pago por sus hermosas posesiones, hombres y mujeres procedentes de los más exclusivos círculos sociales se complacían en dar rienda suelta a sus más codiciadas y ocultas pasiones. Se la conocía como El Palacio de Jade, sueño de muchos y realidad de pocos. En una de las mejores estancias, una sencilla melodía clásica con toques de shakuhachi relajaba el ambiente y lo dotaba de cierto misticismo. Un pequeño templo sagrado donde la moral y los remordimientos eran poco más que un conjunto de letras vacías sin ningún significado.

 

Una mujer de treinta y pocos acababa de salir del baño, envuelta en un grueso albornoz blanco y caminando descalza sobre el tatami de madera. Se sentó frente a un tocador, soltó la cinta que ataba sus cabellos y una cascada de elaborados bucles negros cayó delicadamente por su espalda.

 

- Péiname – ordenó escuetamente chasqueando los dedos.

 

El mandato iba dirigido a una muchacha de aspecto tímido y sumiso que se encontraba aguardando en un rincón, tan silenciosa e inmóvil que habría podido confundirse fácilmente con una estatua. Acababa de cumplir los quince años pero era de baja estatura y constitución frágil, lo que le hacía parecer algo más joven. Vestía un sencillo kimono de seda verde con bordados en oro, a juego con la cinta que sujetaba sus cortos cabellos oscuros. Sus ojos, de un azul tan lívido que parecían blancos permanecían abiertos mirando a la nada, como si estuviese contemplando ensimismado algo invisible que únicamente existía para élla.   

 

- Sí, mi señora.

 

La joven avanzó despacio y con paso seguro, extendiendo sutilmente una mano ante sí misma para poder desplazarse con mayor facilidad en su mundo de sombras. Calculó mentalmente la distancia que le separaba del tocador y sus dedos no tardaron en rozar la empuñadura de un valioso cepillo de plata, que deslizó suavemente por los oscuros cabellos de su acompañante.

 

- Un poco más fuerte, Hinata, quiero que lo hagas brillar.

 

- Lo siento, Kurenai-hime – se disculpó la muchacha apresurándose a imprimir más energía a sus cuidadosos movimientos -. Sé que no puedo verlo, pero estoy seguro de que relucirá tanto como las estrellas que hay en el cielo.

 

La mujer dejó escapar una risa dulce y cantarina. Se dio la vuelta en la silla al mismo tiempo que cogía de las manos a su joven sirvienta y se las llevaba a los labios para depositarles un breve beso maternal.

 

- ¿Y cómo sabes tú que las estrellas relucen, mi pequeña luciérnaga?

 

- Atsui me lo dijo – se estremeció involuntariamente al sentir el cálido aliento de la mujer colándose entre sus finos dedos -. Cuando estamos juntos siempre me cuenta muchas cosas.

 

- Hace tiempo que no le veo, desde que estuvo aquí con Hidan la última vez. Espero que haya recapacitado un poco y ya no se meta en tantos líos – Kurenai emitió un leve suspiro y soltó las manos de la menor, que se apresuró a continuar diligentemente con su tarea -. Es un chico muy hermoso, seguro que muy pronto comenzará a hacerse popular. Es posible que incluso algún día lo traigan aquí.

 

- Entonces podríamos estar siempre juntos, igual que antes – Hinata esbozó una feliz sonrisa llena de añoranza.

 

- Aunque primero debe aprender a mejorar sus modales – afirmó rotundamente ella con un leve matiz de severidad -. Conozco a Hidan y no es nada recomendable hacerle perder la paciencia. Atsui puede buscarse problemas muy serios si sigue empeñado en desobedecerle.

 

- Yo creo… creo que Atsui no es feliz allí - los extraños ojos de la muchacha se humedecieron repentinamente, aunque supo controlarse a tiempo para recuperar su habitual inexpresividad -. El amo Hidan suele pegarle a menudo, Atsui nunca me lo dice pero yo me doy cuenta inmediatamente… lo veo en su voz, en el temblor de su cuerpo, en los torpes esfuerzos que hace para fingir que todo va bien cuando está conmigo. Por mucho que le deba al amo él no se merece una vida como ésta.

 

Con un enérgico e inesperado movimiento, Kurenai se levantó de la silla dispuesta a encarar a la imprudente niña. Hinata dejó caer el cepillo al suelo, asustada por aquella brusquedad inusitada en una dama tan distinguida como lo era su dueña. Bajó inmediatamente la cabeza y dobló las rodillas dispuesta a postrarse sobre el tatami, susurrando una pobre disculpa por su descarada osadía. Sabía que con esas palabras había ofendido a su señora, y, como a ella, a todos los que en esa casa se dedicaban al antiguo oficio del placer.

 

Se encogió sobre sí misma cuando percibió un nervioso movimiento a su izquierda, creyendo firmemente que la mujer la abofetearía sin dudarlo, con esa rabia sorda y destructiva que la poseía en muy contadas ocasiones. Kurenai se percató del silencioso terror de su joven sirvienta y se apresuró a sujetarla fuertemente de ambos antebrazos, para evitar que pudiese arrodillarse en el suelo. La estrechó contra su pecho, meciéndola protectoramente al tiempo que la muchacha dejaba escapar al fin un liberador sollozo de angustia.

 

- Yo…no quiero… no quiero que le hagan daño…

 

Ella suspiró vencida, cerró los ojos y le depositó otro amoroso beso sobre la pálida frente.

 

- Hablaré con Kimimaro, mi niña, te lo prometo.

    

 ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜   

 

- ¿No ha estado nada mal, verdad chico?

 

El destinatario de la pregunta estaba recostado en una cama de aspecto poco alentador, con sábanas desgastadas y amarillentas y un colchón tan hundido que hubiese pasado perfectamente por un destartalado futón. De espaldas a su acompañante, esbozó una agria sonrisa cargada de cinismo y prefirió no contestar, al menos de inmediato. ¿Mal? Había sido peor. Aburrido, zafio, grosero, vulgar, brusco y, sobre todo, asquerosamente repugnante. La historia que se repetía día tras día y que parecía no tener fin. Además, aquel tipejo idiota con pinta de vagabundo ni siquiera recordaba su nombre. Había pagado por desfogarse con él, y poco le importaba otra cosa que no fuera satisfacer sus propias necesidades.

 

- No eres muy hablador, pero resultas una puta bastante barata.

 

Cerró los ojos y se mordió la lengua, haciéndose el suficiente daño como para desahogar buena parte de su rabia contra sí mismo y no replicar. Hidan ya se lo había advertido: o aprendía a cerrar la boca o él mismo ya se encargaría de volver a partírsela. Casi se le escapó un suspiro de alivio cuando escuchó cerrarse la puerta, pero el aire murió entre sus labios cuando se dio cuenta de que tras él, irremediablemente vendrían otros muchos.

 

Y resistiéndose aún a abrir los ojos, comenzó a tararear.

Como garfios de plata se clavan tus dedos en mi cuerpo,y tu risa se gasta entre mis besos encendidos.Olor de algo que no existe, de amor, que tal vez no existió jamás…   

Se interrumpió bruscamente ahogando un gemido al sentir una dolorosa punzada en las costillas, a la altura del costado izquierdo. Varios moretones destacaban en la hermosa uniformidad de su piel morena, recientes marcas violáceas que se apresuró a ocultar con su mano en un vano intento por sofocar el dolor, una sensación ardiente y pulsátil que le daba dolor de cabeza.

Maldito Hidan… 

Decir que algún día le mataría suponía una conjetura bastante improbable, pero sí que ansiaba poder devolverle de una manera u otra el máximo daño posible. Todo el daño que le estaba haciendo a él. La última paliza había sido la tarde anterior, por atreverse a insultar a uno de sus clientes cuando éste lo había llamado “perra”. Hidan no paró de ensañarse con él hasta que, agotado y adolorido, se rebajó por fin a pedir disculpas.  

 

Respiró hondo y cambió de postura, encogiéndose sobre sí mismo con las rodillas dobladas hacia el pecho, tumbado bajo las ajadas sábanas que nunca conseguirían ocultarlo del resto del mundo. Aún no había comido nada en todo el día y unas débiles náuseas comenzaban a pincharle en la boca del estómago. Se preguntó si tendría tiempo de dormir un poco antes de que alguien reclamase de nuevo sus servicios.

 

- Atsui…

 

Un quedo murmullo le llegó desde el quicio de la puerta entreabierta, donde un muchacho de llameantes cabellos rojizos asomaba la cabeza intentando localizarle bajo el bulto informe que conformaba la ropa de cama.

 

- No me llames así – gruñó a modo de respuesta -. Sabes que lo odio.

 

- Y tú sabes perfectamente que está prohibido utilizar nuestros verdaderos nombres, a no ser que quieras que el bestia de Hidan vuelva a sacudirte el polvo – refutó el recién llegado cerrando la puerta a sus espaldas.

 

- Al menos mi nombre no me hace sentir como un simple objeto rastrero y miserable.

 

- Tú no eres ninguna de esas cosas – el pelirrojo se sentó en el borde de la cama y alargó una pálida mano para posarla sobre su brazo desnudo. Inclinándose despacio hacia él, acercó sus labios al lóbulo de su oreja y dejó escapar un suave susurro -. Naruto…

 

El otro abrió inmediatamente los ojos y todo su cuerpo se estremeció sin querer. Estaba tan acostumbrado a que nadie lo tratase como a un ser humano que la sola mención de algo tan suyo, de su nombre, le provocaba una placentera y dulce sensación de paz.

 

- Gaara – musitó a su vez mientras alzaba una mano y acariciaba la pálida mejilla de su acompañante con las yemas de sus dedos.

 

Ambos sonrieron en silencio. Se trataba de su pequeño juego. Algo tan insignificante y reprimido como murmurar sus respectivos nombres sólo por el mero hecho de que alguien los pronunciara. Un estúpido juego prohibido que podría, en las peores circunstancias, costarles la vida.

 

Gaara deslizó despacio la mano que tenía apoyada sobre el brazo de Naruto, trazando un sinuoso camino hacia su espalda. Se detuvo al llegar a un punto preciso entre sus omóplatos, donde el chico lucía un feo surco sanguinolento que ya había comenzado a cicatrizar.

 

- ¿Te duele?

 

- Sí – de nada servía mentir, Gaara era capaz de leer su mente y su corazón como si de un libro abierto se tratase. Pasaba las páginas con tal precisión que a veces incluso él mismo se asustaba de lo mucho que había llegado a conocerle.

 

- Venga, que te ayudo a vestirte.

 

- Mi ropa está ahí – le indicó Naruto señalando un desordenado montón de diversos colores entremezclados en el suelo -. El tío tenía bastante prisa por acabar pronto.

 

Gaara se encogió de hombros y procedió a reunir las escasas prendas de su amigo mientras éste hacía un considerable esfuerzo por ponerse en pie, trastabillando cuando sintió otro lacerante estremecimiento de malestar en el costado y la cabeza comenzó a darle vueltas. Le dolía todo. El trasero por las violentas embestidas, las costillas y la espalda por los golpes de Hidan, las corvas por la forzada postura en la cama, las mandíbulas de tanto apretarlas para no gritar. Pero lo que más dolía de todo, era su corazón. Podría haber incluido también a su alma, pero tras tantos años malviviendo en ese antro vicioso e inmundo dudaba mucho que le quedase un solo pedazo digno de compasión y lástima. Se apoyó en los hombros de Gaara y dejó que éste le socorriera con sus desgastados pantalones vaqueros y su camiseta blanca sin mangas, tan ajustada que incluso dejaba entrever el pequeño círculo que formaba su ombligo. Por último, se colocó un fino suéter azul claro e intentó adecentarse los revueltos cabellos rubios peinándose un poco con los dedos.

 

- Deberías cortarte el pelo – aseveró Gaara con media sonrisa burlona -. Kiba tiene razón cuando dice que pareces una nenaza.

 

Naruto rumió un insulto y salió del cuarto, desembocando en un lóbrego y deteriorado pasillo en el que, afortunadamente, no había demasiada gente. Gaara no tardó en alcanzarle y ambos se dirigieron hacia el salón principal, una espaciosa estancia repleta de sofás y mesitas que contaba con un pequeño bar en la esquina, tenue música sugerente y suaves luces que propiciaban un ambiente íntimo y atrayente. Un basto escaparate de cuerpos y fragancias expuestos sin el menor pudor, aguardando indiferentes a que alguien sin escrúpulos se fijara en ellos por un mísero puñado de yenes. Nada más entrar Naruto clavó sus reticentes ojos en el rincón de la sala, donde un hombre rubio platino y bastante corpulento conversaba animadamente con la chica que atendía la barra.

 

- Asqueroso hijo de puta…

 

Como si hubiese sido capaz de escuchar el tenue y rabioso susurro que salió de los labios del muchacho, Hidan volvió la cabeza y lo taladró con sus gélidas pupilas grises, provocando que un repentino escalofrío de temor recorriese la columna vertebral de su joven cautivo. Naruto captó el mensaje a la primera, así que bajó dócilmente la cabeza y fue derecho a sentarse en uno de los sillones más apartados que pudo encontrar. Allí esperaría impasible a que otro energúmeno se encaprichara de su cuerpo y su voluntad, con las tripas retorciéndose de puro nerviosismo y una odiosa sensación de profundo y crudo desprecio hacia sí mismo.

 

- Tranquilo – lo reconfortó Gaara tomando asiento junto a él -. Mientras hagas lo que él espera de ti te dejará en paz.

 

- Ése es el problema – rezongó enfadado Naruto abrazando distraídamente un vistoso cojín de plumas -. Que siempre tengo que hacer lo que se le antoje, y no le importa para nada lo que yo sienta o piense. Con cuantos más hombres me acueste mucho mejor, porque así se hará rico y mientras tanto me dirá que no tengo ningún derecho a reclamarle nada. Le da igual si estoy cansado, enfermo o simplemente que no tenga ganas de hacerlo. ¡Mierda, que no soy una jodida máquina! – apretó furiosamente los puños, abrumado por su propia impotencia -. Estoy harto de que me traten como si sólo fuese un pedazo de carne sin sentimientos.

 

- Creía que después de seis años aquí ya te habrías acostumbrado – observó el pelirrojo con una mueca de ligero sarcasmo -. En el mundo hay dos clases de personas, Atsui, las que joden y los jodidos, y tú y yo estamos tan jodidos en todos los aspectos que no merece la pena ni que pierdas el tiempo lamentándote por ello. 

 

- Ahora no me vengas con tus profundos sermones de filósofo – le advirtió Naruto alzando repentinamente los brazos para golpearle en toda la cara con el cojín.

 

El brusco movimiento resintió sus heridas y soltó su inofensiva arma al mismo tiempo que dejaba escapar un tenue quejido, doblándose ligeramente sobre sí mismo para mitigar el dolor. Gaara se apresuró a ponerle la mano sobre la zona magullada, palpando cuidadosamente sus costillas en busca de alguna lesión oculta o cualquier traumatismo que supusiese el comienzo de algo más grave. No concluyó su examen hasta que, infinitamente aliviado, constató que la salud de su pequeño amigo no se encontraba en inminente peligro.

 

- Deberías descansar – no fue una sugerencia, sino más bien una especie de reproche.

 

- Ni de coña – Naruto señaló a Hidan con un leve movimiento de cabeza -. Si voy y le digo que aún me escuece la paliza de ayer, es capaz de refrescarme la memoria a base de repetirla. Como tú mismo acabas de asegurarme, tengo que joderme y aceptar que las cosas son como son, ¿no?

 

- Es que cuando tú lo dices no suena nada convincente –  puntualizó Gaara con una desenfadada sonrisa.

 

Naruto dejó escapar un quejumbroso resoplido y se recostó de nuevo en el sofá, entretenido en observar a todas las personas que había en la sala. Su generosa experiencia le permitía evaluar a posibles clientes, así como aquellos de los que era mejor alejarse y suplicar encarecidamente que no se fijaran en él. La mayoría de ellos eran hombres de clase media que acudían allí en busca de intimidad, anonimato y un polvo fácil, pero que casi siempre se marchaban a casa con la idea de volver. Naruto odiaba que sus amantes ocasionales le repitiesen una y otra vez lo hermoso que era, no porque ya lo supiese sino porque aquello significaba que muy pocas veces podía pasar fácilmente desapercibido.

 

Y esa vez, en concreto, era una de ellas.

 

- ¿Estás libre, precioso?

 

Su estómago se encogió por unas súbitas náuseas. Alzó lentamente la cabeza y sus enormes pupilas celestes examinaron con una sutil apatía a su interesado comprador. El hombre, de unos treinta y cinco años y el rostro semioculto por una especie de pañuelo de color azul, le miraba lascivamente sin apenas pestañear, como si ya estuviese desnudándolo tan sólo con el poder de su retorcida mente.

 

- Yo… - Naruto miró a Hidan por el rabillo del ojo, maldiciendo su mala suerte al comprobar que éste no les quitaba el ojo de encima. Aún sentía las molestas secuelas de su último encuentro, los débiles pinchazos en el costado y su creciente dolor de cabeza, que poco a poco e implacablemente aumentaba por momentos. Con su amo presenciando la escena sería un auténtico suicidio atreverse a rechazar la oferta de aquel extraño, así que decidió tragarse cualquier muestra de consideración hacia sí mismo y prepararse para guiarlo hacia alguna de las muchas y mugrientas habitaciones.

 

- Hola encanto, soy Shinju. ¿No te apetece probar a una auténtica perla del desierto? – Naruto quiso detenerlo, pero fue demasiado tarde. Gaara ya se había acercado al hombre con sus mejores movimientos insinuantes, lentos y descaradamente sensuales, balanceando hipnóticamente sus estrechas caderas al igual que lo haría un encantador con sus serpientes.

 

- Venga, te haré todo lo que tú quieras y luego podrás follarme cómo más te guste…

 

Era un ofrecimiento demasiado tentador como para dejarlo escapar. Tras recorrer al rubito con una última mirada de curioso desinterés, el desconocido rodeó la esbelta cintura de Gaara y ambos se perdieron por el otro extremo de la habitación. Antes de alejarse del todo, el pelirrojo volvió disimuladamente el rostro y le guiñó un ojo con evidente complicidad, enormemente satisfecho de haber podido librar a su amigo de un agónico rato de sufrimiento.

 

Naruto sintió deseos de gritar. De aliviar de alguna forma la inmensa gratitud que lo embargaba. Estaba completamente seguro de que Gaara había visto el temor en sus ojos, el miedo a ser lastimado de nuevo, el débil temblor de su cuerpo cuando aquel hombre lo había devorado con la mirada. De no ser por él y por su pequeña Hina, haría bastante tiempo que la vida habría dejado de importarle. Vio como Hidan apuraba un vaso de ginebra y se levantaba de la barra, y durante unos horribles instantes lo asaltó la idea de que fuese directo a pedirle explicaciones sobre lo que acababa de pasar. Afortunadamente, se limitó a dirigirle una última mirada de desprecio y salió apresuradamente del burdel, cerrando la puerta tan estruendosamente como tenía por costumbre.

 

Naruto no perdió el tiempo. Con una sonrisa de oreja a oreja, subió sigilosamente las escaleras que llevaban a la buhardilla y se metió en su viejo futón, cerrando los ojos y dispuesto a descansar todo lo que la oportuna ausencia de su propietario le permitiese.

 

 

 

     ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜  

 

 

- Tienes visita, Uchiha.

 

Un joven de tez pálida y cabellos negros apartó la vista de la minúscula ventana enrejada y la posó sobre el guardia de turno, el mismo que acababa de anunciarle que algún otro ser humano, por increíble que pareciese, aún se acordaba de él.

 

Sin hacer ningún comentario se levantó del catre y se acercó a la puerta de la celda. Antes de dejarle salir, su vigilante le colocó unas esposas como sabia medida de precaución, por si acaso se le ocurría hacer algún movimiento algo más complejo de lo que allí estaba permitido. Así, dócil y bien atadito para que no pudiera escaparse, el guardia lo instó a que lo siguiera a través de los gélidos pasillos con un leve cabeceo impaciente. Nadie habló ni osó moverse, ningún otro preso le gritó obscenidades ni se atrevió a murmurar algún comentario hiriente. Aquel muchacho callado y solitario inspiraba siempre un extraño y opresivo temor a su alrededor, como si un aura maldita lo envolviera con toda la fuerza que destilaba su propio rechazo al resto del mundo. Llegaron a la planta baja y el guardia pasó de largo la sala de visitas, la típica habitación que salía en las películas y que se dividía en dos partes mediante un grueso cristal blindado. El centinela se detuvo al ver que el chico vacilaba, y lo urgió a que siguiera caminando con un solícito empellón que casi lo hizo perder el equilibrio.

 

- No vuelvas a tocarme – le advirtió el recluso clavándole una sobrecogedora mirada.

 

- Sigue andando, Uchiha, y cierra tu condenada boca.

 

Se preguntó a dónde lo llevarían, y si aquello de la visita no sería más que una burda excusa para sacarlo de su celda y acorralarlo a solas en algún agujero oscuro. Aunque allí dentro procuraba no relacionarse con nadie, sabía de algunos tipos que ardían en deseos de vérselas con él, bien por viejas rencillas y asuntos sin importancia o por la mera satisfacción de demostrarles a todos que Sasuke Uchiha sólo era un arrogante niñato prepotente y jactancioso.

 

- Aquí – le indicó el guardia deteniéndose bruscamente ante una pequeña sala que gozaba de mayor intimidad -. Dentro hay alguien esperándote, volveré cuando hayáis terminado -. Sin esperar respuesta abrió la puerta y lo empujó a su interior, cerrándola tras su espalda con tanta premura que incluso le golpeó en el codo con el oxidado picaporte.

 

Y allí, sentado en una vieja silla de oficina y vestido con un impecable traje de chaqueta gris y una horrible corbata granate, había alguien a quien Sasuke no había visto nunca antes en toda su vida.

 

 

 

Notas finales:

 

 

¿Quién será ese personaje misterioso que va a visitar a nuestro Sasuke carcelario? ¿Y por qué está el dulce Naru trabajando en un burdel?

En fin, el daño ya está hecho... xDDD  No tengo mucho más que añadir, sólo que espero que de verdad haya conseguido picaros un poquillo la curiosidad y os haya gustado el comienzo de la historia. Intentaré actualizarla cada semana, pero al igual que me sucedió con el otro fanfic, no sé si podré hacerlo de seguido o si habrá capítulos en los que tardaré un poquito más. Aps, y por si alguien no lo sabe, el título de este fic, "Naked", significa "Desnudo".

¡Nos vemos en el siguiente capi! Y gracias por leer ^^

 

 


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