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PURE LOVE por Raziel Soul

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Notas del capitulo:

 Publicado en La Mancha #2 Agosto 2007 esta es una revista que tenemos en la UAT lugar donde estudio.

– ¡Hey!, dejen pasar a Lord Schellder – la voz del mayordomo resonó en el lugar, era un tipo de baja estatura y robusto cuerpo, facciones toscas que hacían lucir sus modales de un modo poco refinado, mucho mas al apartar a los invitados con dejo de indiferencia para que el mencionado hombre pudiera entrar sin complicaciones.

 

Instantes después llegó un suntuoso carruaje del que bajó un joven de aproximadamente dieciséis años, días antes sus padres habían muerto en un accidente. Debido a su edad tuvo que mudarse a la mansión de su tío en una extraña y solitaria región, nada que ver con el agitado ambiente de Londres. Aquella fiesta era la bienvenida que le brindaba  Lord Frederick, un hombre mayor, de rostro duro y mirada seca, jamás sonreía ni hacia gestos amables, a sus treinta y nueve años aun conservaba un porte y una presencia tan fuertes como su varonil voz.

 

– Bienvenido Schellder – le dijo a su sobrino sin mostrar reacción alguna, el chiquillo se encogió un poco, aquel hombre le daba miedo.

 

Lord Frederick recorrió con su mirada cada centímetro del cuerpo del chiquillo. Era exactamente como su cuñado: rubio, delgado, más alto de lo conveniente a su edad; no obstante la mirada era la misma que la de su hermana, aquellos ojos azules daban a su blanca piel un brillo inusual,  y su lozanía aumentaba su ternura infantil. Los días pasaban, después de aquella fiesta el contacto con su tío se hizo esporádico; aquel hombre se la pasaba en la biblioteca, inundada de libros, en su mayoría de filosofía.

 

Un día que Lord Frederick tuvo que salir, Schellder entró a aquel lugar, le daba curiosidad saber lo que su tío leía tan cuidadosamente. Tomó uno de tantos libros, se sentó en el sillón preferido de su familiar y comenzó a hojear aquel grueso espécimen; era el primer tomo de una colección acerca de la historia de la filosofía; Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Heráclito, Sócrates. Nombres para él desconocidos hasta ese día, sin embargo se embebió de tal forma en su lectura que el tiempo pasó sin que se diese cuenta.

 

– Yo sólo sé que no sé nada – la voz de su tío lo perturbó – Sócrates fue un sujeto excepcional

 

El chiquillo no reconocía al hombre que tenía enfrente, aquellos ojos verdes por primera vez se iluminaron y su boca mostró una mueca semi alegre, su voz reflejaba una extraña emoción al hablar de sus filósofos, entre los cuales Platón y Descartes abarcaban en mayor parte sus pensamientos. Y contrario a lo que pensó el joven muchacho, desde ese día él y su tío se pasaban horas enteras en la biblioteca; y en los días soleados salían a uno de los extensos jardines y se sentaban a leer o conversar debajo de algún robusto árbol.

Sin pensarlo, los sentimientos de Schellder por su pariente se hicieron muy fuertes, al grado de llegar a sentir celos de cualquiera que se le acercara; su vida era feliz tan sólo estar junto a él, su mundo ideal era la gran biblioteca y el sillón negro en que varias veces se quedó dormido, y sintió aquellas fuertes manos llevarlo a su lecho.

 

Mas el destino no es lo que esperamos, y el deseo del chiquillo de pasar su vida al lado de aquel que lo acogió fue brutalmente interrumpido por una extraña enfermedad que tiró en cama a Lord Frederick y consumió su vida día tras día, llevándose a su vez la del joven de ahora 18 años. El cual no se despegaba ni un segundo de aquel sitio mortuorio, el olor a medicamentos invadía el cuarto sombrío, las ventanas nunca se abrían, tan solo una lámpara cerca de la cama era la que daba al muchacho la luz suficiente para leerle a su tío sus textos preferidos.

 

******

La vida de Schellder se derrumbó dos semanas después de su cumpleaños 19, al entrar a la alcoba de su tío para comenzar con la lectura acostumbrada, vio con angustia su pálido rostro sin vida, los libros que llevaba en los brazos cayeron al piso haciendo un estruendoso  sonido. No lloró, él le exigió que no lo hiciera, se acercó lentamente, acarició con suavidad las frías mejillas; se atrevió a hacer lo que no logró en vida y besó aquellos finos labios entregando su amor y su vida en ese beso. La cual se extinguió día a día; jamás volvió a entrar a aquella biblioteca, pues sin esa habitual presencia se sentía fría, vacía.

El polvo cubrió los textos tras los años, al tanto que Schellder deambulaba por la gran mansión como lánguida sombra de aquel que fue en su infancia; recordando a cada segundo aquellos ojos verdes que lo miraron con ternura, y el sabor de los fríos labios que jamás se borró de los suyos ni al final de sus días.

 


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