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Deseos por karin_san

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Notas del fanfic:

Los personajes pertenecen a Shiori Teshirogi.

Spoiler: Kardia es el santo de escorpio y tiene problemas de corazón, Dégel con su frío controla la enfermedad cuando se sale de control.

Nota: el relato que cuenta Dhoko lo extraje del cap del anime en que Shiryu lo cuenta, en ese caso, pensando en Shun.

Notas del capitulo: Es un fic que escribi para una amiga que ama y re ama a este par, es lo último que escribi y ya hace días ¡Quiero a mis musas!!!

Deseos

 

El entrenamiento grupal de ese día había sido terriblemente severo, bajo la premisa de "¿acaso ahora no son santos dorados?" los mayores habían aprovechado a enseñarles a golpes cual es el nivel de poder que ostenta un santo de ese rango tras años de experiencia. Un poder simplemente abrumador. Ejercitar una vez al mes con Hasgard, Sisifo, Aspros, El Cid y el mismísimo patriarca les dolía más en carne y hueso que la suma de un año de instrucción diaria.

 

Ahora exhaustos, aquellos adolescentes que recientemente habían adquirido la insignia de oro, reposaban en un claro del bosque de sus heridas. Un solitario Albafica observaba a sus compañeros mientras probaba una de las galletas que había "encontrado casualmente" Manigoldo, Dégel leía plácidamente sentado sobre una roca mientras Kardia jugaba sádicamente a soltar y atrapar un sapo y Shion evadía el dolor de sus moretones dormitando fatigado sobre el pecho del italiano. Él único que gozaba aun de híper actividad pese a la sangre reseca y el Chichón en la frente era Dhoko, quien desde hacía más de una hora narraba cuentos milenarios para sus compañeros.

 

-Ya es mucho cuento, vamos a la cama- alzó de pronto la vista Dégel, quien no casualmente acababa de devorar ese libro.

 

-Uno más, se que quieren- insistió el oriental. Manigoldo bostezó, Albafica movió los hombros, Kardia se rió del susto que tenia el sapo en la cara.

 

- ¿Verdad que quieres Kardia?

 

- ¿Eh? Si, quedémonos, yo aun no termino con este-susurró perverso mientras apoyaba su índice en el lomo del pegajoso anfibio.

 

-Bien, cuenta una leyenda que había una vez un hombre...

 

-Aburrido- soltó Manigoldo.

 

- ¡Tu opinión no cuenta!... bien, este pobre hombre no tenia que comer, era una persona muy pobre y muy buena y estaba perdido en el bosque y...

 

- ¿Cómo sabes que era buena?- se interesó Albafica.

 

-Pues... porque lo era... así dice la historia- resolvió el castaño

 

-Pero...

 

-Pero nada, era un hombre muy bueno y se estaba muriendo y entonces tres animales lo encontraron.

 

-Zzzz- suspiró Shion moviendo la cabeza en busca de una poción más confortable.

 

- ¿En que estaba?

 

-Tres animales lo encontraron- resumió Dégel de mala gana.

 

-Si ¡eso! eran un oso, un zorro y un conejo.

 

- ¡Y el zorro se comió al conejo!- exclamó emocionado Kardia.

 

-No ¿me dejan contar?

 

-Aburri...- empezó a decir Manigoldo cuando un braceo de Shion mientras seguía buscando una buena pose para dormir le dio de lleno en la cara.

 

-Bien, entonces los animales como eran buenos... y eran porque si- añadió viendo que Albafica se aprontaba a levantar la mano- pues lo quisieron ayudar. El oso como era todo alto y grandote pudo agarrar un panal de miel y se lo trajo al hombre, el zorro como era astuto pudo cargar en una vasija que llevaba el hombre entre sus cosas un poco de agua, pero el conejo...- Dhoko hizo un alto dramático para crear expectación sobre el público que más bien lo miraba soñoliento.

 

- ¿Y el conejo?- se intereso Kardia quien ya había dejado ir al sapo.

 

-Pues el conejo era débil, no tenia nada que ofrecer y eso era triste porque el también quería ayudar a sus amigos aunque no era tan fuerte como ellos...

 

-No me gusta esta historia, vámonos- exigió de pronto molesto Dégel de Acuario a la vez que sujetaba a Kardia por el brazo.

 

- ¿Y entonces que hizo el conejo?- dijo liberandose del agarre el griego.

 

-Fue a juntar pasto, ya es tarde- se apresuró a responder el francés ya intuyendo el final del relato.

 

-Entonces, el conejo, saltó al fuego que calentaba al hombre para que no se congelara, dio su vida... porque eso era lo único que tenia para ofrecer, fue un conejo muy bueno y heroico, el hombre nunca olvidaría ese sacrificio, ni los animales, ni nadie- culminó con un dejo de voz el chino.

 

- ¡Que triste! -se conmovió Albafica

 

- ¡Que conejo mas tarado! -rió Manigoldo

 

- ¡Que historia mas horrible para contar, Dhoko! - reprochó el francés

 

Kardia no dijo nada, se limitó pálido a alejarse de la compañía de sus compañeros. Las estrellas brillaban esplendidas esa noche. Se dejó caer bajo ese cielo despejado y sobre ese pasto suave y mullido. Si levantaba la mano y cerraba su puño frente a sus ojos claros podía incluso apresar estrellas entre sus dedos. Abrió su puño y la estrella volvió a brillar, lo cerro y...

 

- ¿Qué haces?

 

-Nada- respondió frunciendo los hombros- los cuentos de Dhoko son aburridos, es más divertido estar solo.

 

-Ya todos se fueron a dormir, debemos ir también.

 

-No tengo ganas.

 

-Kardia- suspiró sentándose a su lado- están muy brillantes hoy, la vista es hermosa desde aquí-pronunció mirando hacía el cielo.

 

-Supongo.

 

-Mira allí, cerca de Antares- dijo de pronto el francés- pide un deseo.

 

El griego llevo su vista hacía el corazón de Escorpio, una estrella surcaba veloz su constelación.

 

-Vamos Kardia, ya se acaba.

 

-Bah.

 

- ¿Qué esperas? ¡Pide algo!

 

- ¿Para que? Los deseos no se cumplen- murmuró abatido antes de incorporarse y darle la espalda a la estrella cuya llama acababa por desvanecer en el cielo.

 

***

 

Un chorro de agua ¡helada! Despertó de un salto.

 

- ¡Dégel!

 

- Fuera de la cama.

 

-Tonto francés quien diablo te crees para ¡auch!...-el griego detuvo sus insultos cuando un morral dio de lleno en su cara.

 

-Estamos apurados, vístete y vámonos-

 

Su bello se erizo de ira casi incontenible, observó a Dégel abrir cómodamente un libro mientras se recostaba en la puerta a esperarlo. Infló sus cachetes listos para explotar pero finalmente opto por contenerse y evitarse problemas con el favorito del patriarca. Bruscamente tanteó su ropa y comenzó a vestirse sin pudores frente al joven guardián del onceavo templo. Dégel lo miró divertido de reojo, Kardia estaba teniendo serios problemas para desenredar su pelo. Resignado cerró el libro, se acercó, lo sujetó por su antebrazo y lo arrastró fuera del cuarto, el templo, el santuario.

 

-Estamos apurados- había sido su sencilla justificación.

 

***

 

Las olas abrazaban la caliente arena. El aire mañanero era tibio, la brisa seca. El francés le quitó el morral y extrajó de este un pergamino, una pluma, algo de tinta.

 

-Siéntate.

 

- ¿A que estas jugando? Primero llegas a mi templo, me matas de frío, me arrastras hasta aquí ¿Qué rayos te estas creyendo?

 

-Siéntate- reiteró pero con más dulzura en esa ocasión. Tiernamente acarició su mejilla para convencerlo. Torpe por la sorpresa del contacto Kardia se dejó simplemente caer sobre el ardiente suelo dorado.

 

Dégel sonrió y luego depositó esos objetos en sus manos. Finalmente, le dio  la espalda.

 

-Piensa cuales son tus deseos, escríbelos- murmuró con la vista fija en algún punto cualquiera del océano.

 

Kardia frunció el seño, reparó en los objetos, se dispuso a objetar.

 

-Sácalos de tu corazón, para que ya no lo lastimen- Musitó Dégel, su puño se cerro y abrió inseguro.

 

Kardia observó la espalda tensa, las manos nerviosas de su amigo. Comprendió que lo hacía por él.

 

-Es estúpido- exclamó- pero igual no tengo nada mejor que hacer ahora-  agregó, casi podía adivinar una ligera sonrisa en el rostro francés.

 

La pluma rasgueó incesante el pergamino, en principio solo iba a anotar una sola cosa, pero entonces recordó otra y luego otra y otra más. El sol ya hacia transpirar su rostro, imaginaba el calor de su amigo tieso y de espalda a él.

 

-Terminé-afirmó mientras barría el sudor de su frente.

 

Dégel se giró complacido.

 

-Bien, entonces solo resta un paso- pronunció mientras retiraba una botella del morral.

 

Comprendiendo Kardia se la arrebató de las manos y guardó veloz y tímidamente el contenido, su confesión. Quizas había sido demasiado sincero. Su pecho parecía temblar. Las olas estaban cada vez mas agitadas, lo arrastrarían lejos pensó mientras lanzaba con fuerza la botella hacia el mar.

 

***

 

Una tibia caricia en la mejilla, dos dedos resbalando sobre el lacio cabello dorado, un suave contacto sobre sus labios.

 

-Me molesta que siempre te envíen con Dhoko.

 

-¿Celos?

 

-Jajaja no seas idiota, como si...

 

Una discusión mucho más acalorada en el exterior. Gritos, golpes, el sonido metálico de pesadas armaduras.

 

-Repítelo- desafiaba el escorpión a Dégel que lo miraba con rabia y un hilo de sangre en la comisura izquierda.

 

-Eres... un... egoísta- afirmó pausado y sin recelo el santo de acuario.

 

- ¿Qué ocurre?- se preocupó Shion al encontrarlos en ese estado a las afuera de su templo.

 

-No es tu problema Aries, métete a tu cucha.

 

- ¡A quien le hablas así idiota!- se enfureció Manigoldo listo para ir al choque.

 

-No intervengas Cáncer- se interpuso Dégel afrontando a su vez la mirada ardiente de Kardia- es problema nuestro- gruñó sin atisbo de duda.

 

-Bien, solucionémoslo de una buena vez- desafió levantando sus puños el santo de Escorpio.

 

-Siempre tan inmaduro- resopló Dégel apartándolo-... lamento el pleito, Shion- se disculpó antes de comenzar a descender las escalinatas de Aries.

 

- ¡Cobarde! ¡Ven aquí y te muestro con quien te metiste! ¡No huyas! ¡Dégel!- sus gritos e insultos no cesaron pero Acuario no mostró interés en regresar. Furioso el Escorpio cruzó entre los dos descolocados santos de Aries y Cáncer con dirección a su templo.

 

***

 

Molesto pero lo suficientemente sensato para evitar caer en los caprichos y exaltaciones infantiles del griego,  Dégel descendió las escalinatas rumbo a donde sea que pudiera hacerlo olvidar de su sensación de hastió. Odiaba las actitudes de Kardia. Lo comprendía, era cierto, lo comprendía y conocía más que nadie, pero todo tenía un límite: ¡él Solo pensaba en él! no le importaba morir, no le importaba como se sentirían los demás, no le importaban sus sentimientos. Reparar en ello era lo que más lo enojaba. Sus pasos lo llevaron sin darse cuenta a la costa. Maldijo no tener un libro, una distracción, una fuente de evasión.

 

El día era frió, los cúmulos de nubes mostraban su peor cara. Retiró pieza a pieza cada parte de su armadura, sus hebras verdes fueron agitadas por la brisa. Cerró los ojos cansado; cansado de la misión, cansado de Kardia, sobre todo de Kardia. Se dejó caer sobre la húmeda arena, ligeras gotas mojaron sus finos y tensos rasgos...

 

- ¿Por qué no hiciste lo que te indiqué? ¿Para qué crees que diseñe un plan?

 

-No seas aburrido Dégel ¿para que un plan? me basto yo solo para esos insectos.

 

-Son espectros Kardia, no te tomes las cosas a la ligera.

 

-Bah, como si me importara, ojala y pudiese encontrar uno que me mate bien muerto, eso seria... lindo- el escorpiano sonrió con esos ojos dementes y anhelantes de fuego que tanto lo perturbaban.

 

-Estoy a cargo aquí, seguirás mi plan- sentenció por fin.

 

Sentía cada uno de sus músculos adormecidos, helados, las olas llegaban hasta su cintura en su cada vez más frenético vaivén. Quizás debería volver pero...

 

- ¡Como se te ocurrió hacer eso! ¡Casi te matan!... nos matan, no es un juego esto Kardia.

 

-Pues a mi me divierte tanto.

 

-Egoísta.

 

- ¿Eh?  

 

-Egoísta.

 

El agua que comenzó a caer del cielo lo mareaba, era como estar y no estar, su cuerpo entumecido, sus labios húmedos, su conciencia dispersa, perdida entre el pasado reciente y ese presente que lo empapaba. Algo rozó sus tobillos, los opacos rayos del sol comenzaban a dormirse uno a uno en el horizonte...

 

- ¿Aun estas molesto Dégel?

 

-...

 

-Jajaja, pero si los hicimos polvo a esas basuras de Hades, cambia esa cara

 

-...

 

- ¿Vas a ignorarme todo el día? ¡Vamos! Relájate,  ya estamos en Aries y...

 

-Es la ultima misión que realizó con vos Escorpio. No toleraré trabajar en equipo con alguien que solo piensa en si mismo.

 

-Bla, bla, bla.

 

-Miserable- masculló el francés indignado.

 

- ¡Vamos Dégel! no te pongas así por semejante pavada- el acuariano apartó la mano que se acerco alegre a su rostro con violencia. Kardia se enervó. La discusión subió de tono. Golpeó, lo golpeó. "Egoísta" eso le dijo, Dégel no lo comprendía.

 

Se inclinó sobre el objeto junto a sus piernas, una pequeña botella vieja, mohosa, conocida. Dudó. La abrió. Leyó.

 

"Deseo tener un corazón sano. Deseo que todos digan que Kardia fue un santo valiente y fuerte. Deseo que Dégel no se enoje tanto conmigo. Deseo aunque sea una vez volver a mi casa. Deseo que Dégel encuentre sus lentes. Deseo que Dégel pueda cumplir su promesa. Deseo que Dégel no se ponga triste cuando muera. Deseo que Dégel sobreviva a la guerra. Deseo poder decirle gracias por cuidarme. Deseo poder abrazarlo aunque sea una vez. Deseo que me bese. Deseo que Dégel sea feliz, siempre"

 

***

 

Sintió y reconoció el cosmos de inmediato. Prefirió ignorarlo. Se giró en la cama, apretó los parpados, fingió dormir. La puerta rechinó al abrirse, un hilo de luz se adentro en su cuarto. Deseó que se fuera, no quería volver a discutir. La luz se encogió hasta desvanecerse, sus pasos no. Trató de controlar su respiración, calmar su pulso. Un peso se hundió delicadamente sobre la misma cama. Se sentía frío y más que eso, se sentía mojado. Suaves hebras se deslizaron por su brazo, hebras que mojaban, hebras que estremecían su piel. Lo sintió inclinar más y más su rostro. Sintió su aliento tibio rozar su oído. Oyó su melodiosa y magnética voz.

 

-Pide un deseo, Kardia- susurró antes de acariciar una de sus mejillas, antes de hacerlo ladear su rostro y entibiar sus labios con su aliento, antes de dejarlo sin habla.

 

El escorpiano abrió los ojos confundido, sin perderlos de vista Dégel se inclinó sobre el, deseaba ser la gravedad que inquietara sus aguas, por ello se acercó, quizás el también siempre deseó lo mismo: sus labios. Esperó por un instante un rechazo que nunca llegó, una evasión que no se concretó. Pasando saliva Kardia trató de corresponder al gesto, elevar su rostro, buscar el modo de tocar esa fina seda rosada que lo esperaba ansioso. Tanteó. Chupó con suavidad el sendero inferior de su boca, lamió la frontera entre sus labios, saboreó la suavidad de su saliva antes de  subir y morder el cielo superior. Besó. Su mano se animó centímetro a centímetro a rodear su cintura, las de Dégel a apresar su rostro entre ellas para profundizar el contacto.

 

-Estas mojado- suspiró Kardia subiendo sus manos por la fría espalda, desnudando.

 

-Estás caliente- musitó Dégel replicando la caricia pero sobre el torso descubierto de su amigo.

 

Realmente la piel de Kardia estaba encendida, mezcla del calor de las sabanas que lo resguardaban hasta hacía unos minutos y del deseo que comenzaba a quemar a través de sus venas, sus nervios, su piel. Hundió sus fríos besos sobre el cuello griego, acarició con su nariz la salada textura de piel que se estremecía al antojo de sus labios, de su lengua cada vez más decidida a explorar y degustar cada uno de sus escondites. Un gemido, dos, tres. Dégel parsimoniosamente cataba la vulnerabilidad de su carne a las acciones de la suya. Sus pezones respondían veloces al tacto de sus dedos, al roce de sus besos. Su miembro no necesito más que la certeza de su cercanía para perder los estribos.

 

-Dé... gel- respiró con dificultad mientras trataba de alcanzar entre caricias cada vez mas atrevidas, cada vez mas resueltas el suave manjar aun presionado entre las ropas del santo de Acuario.

 

-Espera- lo calmó el francés sujetando las excitadas manos, aplastándose sobre su piel, dejando que las extensiones casi en totalidad de sus cuerpos se sintieran uno contra la otra. Un contacto insoportable, doloroso, devastadoramente placentero. Podía sentir la piel de Dégel presionarse sobre cada centímetro de la suya, podía sentir cada poro en contacto con los propios como si se trataran de agujas de fuego que incendiaban sus zonas. Lo quemaba, el deseo lo quemaba. Quemaba en su entrepierna, quemaba en su pecho, quemaba en sus pulmones. Ardía tanto como la muerte. Deseaba morir así.

 

Al más ligero movimiento de sus cuerpos, las agujas volvían a clavarse, a incitar su carne, a perturbar su conciente necesidad de sentirlo. Mas, deseaba más, deseaba que el frío calor de Dégel lo quemara también por dentro, que palpitara hasta sus entrañas, que hiriera letal y deliciosamente. Una muerte placentera e inolvidable, absoluta. Comprensivo el acuariano dejó que los pies de Kardia arrastraran su pantalón, que sus manos andarán ansiosas por debajo de su cintura. Sintió el filo de sus uñas marcar los músculos tensos de sus piernas. Jadeó. Colocó sus manos sobre las rodillas griegas para separar, partir, abrir la puerta. Busco con sus labios la humedad de su lengua y con su virilidad erguida el calor de su recinto. Entró. Entró hasta extraviar en el placer la diferencia que delimita el cuerpo y el alma. No había distancia, no había frontera, no  había Kardia y Dégel en ese instante sino una sola entidad  que latía, sentía y ardía presa de la misma llama.

 

Un último movimiento.

Profundo.

 

Una última chispa de electricidad.

Desgarrante.

 

Un último gemido de éxtasis.

Eternidad.

 

Un mar tibio dividido en dos ríos de lava.

Silencio.

 

***

 

Un cielo infinito que  no cabe en una mirada. Una estrella fugaz.

 

-Pide un deseo, Kardia- pronunció dejando por un momento a un lado la misión, la importancia del Oricalcos, la nostalgia de estar volviendo a su tierra.

 

El griego alzó su vista hacía la constelación de Escorpio, una estrella rozaba en su sendero el corazón de Antares. Sonrió.

 

 

 

Notas finales: Ojala les haya gustado. Grax por leer, saludos!!!

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