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Decadencia Divina por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Esta basado en el universo de Lost Canvas, 5 años antes de que la guerra comience, antes de la llegada de Athena

Notas del capitulo: Temas: Yaoi, drama, romance
Personajes: Defteros, Asmita, Aspros, Manigoldo, Shion, Kardia, Degel
Spoilers: Cap 152 pasado de Defteros.
Resumen: Aunque su titulo lo asocia a la divinidad, tan solo es un humano. Por primera vez Asmita siente en carne propia el peso de su propia mortalidad.
Cronología: Después de “En medio de una Tormenta” y antes de “Sueño de Libertad”. Según la línea del manga, antes de la llegada de Athena.
Su cuerpo no respondía como era costumbre en esa mañana. Lo sabía bien, lo conocía a la perfección y entendía, que algo estaba fuera de lo normal. Se levanto con pesadez de su cama, dejando que la sábana blanca de lino fino, sedosa y delgada se escurriera entre sus piernas de marfil. Un estirón más de sus delgados pero formados brazos y sacudió su cabellera dorada, larga y hermosa dejando que se gozara con los rayos de sol que escurrían en la ventana. Suspiro profundamente alejando de su mente los pensamientos al respecto y se puso de pie para darse un merecido baño que terminara de quitarle el sueño.

Luego de vestirse y ataviarse su hermosa armadura dorada, Asmita espero que llegara su visita matutina, como era ya una rutina durante esas semanas. Debido a que Aspros de Géminis había emprendido un largo viaje fuera de Grecia, su casa estaba en estos momentos desocupada y su hermano, por obvias razones ya no tenía donde conseguir comida. Por lo general, cuando los viajes eran cortos, Defteros podía valerse de sus habilidades para conseguir alimento entre los campos de entrenamiento. Pero ya siendo tantas semanas, el asunto era un tanto complicado por lo cual, al tener conocimiento de ello, Asmita había ofrecido su casa para darle de comer, pidiéndoles a las doncellas que le preparara doble ración. Lo gracioso es que siempre terminaba comiendo solo la mitad de su parte, ya que para Defteros una ración de Asmita no era suficiente y el santo no dudaba en ofrecerle un poco de la de él.

-¿Seguro no hay problema? – escucho la voz de Defteros, sonando un poco apenado al ver que Asmita, de nuevo, le estaba dejando la mitad de su plato.

-¿No quedaste satisfecho cierto? Lamento no poder pedir más, ya es bastante extraño que haya doble ración.

-Pero… no tienes porque dejarme parte de tu plato.

La voz gruesa de Defteros, fuerte, llamativa a quien la escuchara contrastaba con su tono dócil y de bajo perfil. Asmita lo escucho sonriendo, meneando su rostro con ternura y afirmando su decisión, volviendo a extenderle su plato.

-Está bien, ya no tengo apetito. Come con confianza.

Defteros tomo con vergüenza el plato, dándose la vuelta y poniéndoselo entre sus piernas para comer lo que había quedado. La comida que era servida para Asmita era distinta a la de su hermano. Por lo general tenía olores un poco más delicado, era sazonada con varias especias de sabor característico y solía abundar las verduras. Aún así, era mucho mejor que lo que podría encontrar en los campos de entrenamientos. Comió intentando no hacer mucho ruido, como un animal que comía de las migajas de la casa de un samaritano, casi en un rincón y cabizbajo. Ver eso a través de sus sentidos le dolía altamente a Asmita, quien no podía superar la idea de que él estuviera encerrado a una máscara que solo podía quitarse para comer y algunas veces para bañarse.

Aunque Defteros y Asmita se habían conocido hace ya varios años y su relación era cada vez más cercana, jamás el santo de virgo había logrado tocar ese rostro sin la máscara. Para él, Defteros era un hombre sin rostro y eso lo agobiaba. El quería poder dibujar una imagen mental con la cara de esa persona que lo visitaba y acompañaba en la soledad, así que, aprovechando que Defteros se entretenía intentando comer lo más que pudiera de ese plato, se acerco sigilosamente por su espalda y extendió sus manos ansiando palpar los rasgos de su rostro. Sin embargo, el gemelo atajo ambas manos con delicadeza sobre su cabeza. Asmita quedo en silencio, enojado y al mismo tiempo decepcionado.

-No puedes hacer eso… -murmuro Defteros en voz baja, con una expresión tal que parecía estar vestida del más profundo dolor-. No puedes tocarme… si lo haces, me verás y eso no puedo permitirlo.

El gemelo sintió con sus dedos la suave y tersa piel de su anfitrión, tan fina que deseaba acariciarla un poco más. Aún así, tragando sus intenciones, Defteros las sueltas con sutileza, para no hacerle daño con sus gruesas manos morenas. La respuesta que consiguió fue simplemente un santo de Virgo que en silencio y visiblemente molesto, se coloco las piezas doradas de sus brazos y abandonó su habitación para ir a meditar en la sala principal. Observo desde su lugar como Asmita dejaba un halo de luz con su cabellera por donde pasase, viendo aquella armadura dorada fielmente fijada en su contorno. Ya no eran niños y cada contacto parecía quemar entre ellos. Pero se negaban, ambos se negaban a permitir algo más. Para Defteros, él era algo que no podía manchar. Un dios misericordioso que había bajado para hacer más llevadera su soledad. Una figura divina que no debía mancillar con sus sucias manos, las manos de una desgracia…

Habiendo terminado, Defteros cuida con dejar todo en su sitio, antes de salir de la habitación de Asmita, la cual gozaba de un orden prolijeo. Al salir, primeramente escaneo el lugar con su cosmos y sintió la presencia de Manigoldo en el lugar. Decidió quedarse un momento, extrañado ante esa visita. No era normal, el cangrejo ya tenía varios días visitando a Asmita por cualquier excusa y el asunto empezaba a incomodarlo, a pesar de intentar vanamente de convencerse que no tenía nada que ver con él. Lo único que medio lo tranquilizaba es que el interés “aparente” de Manigoldo era inversamente proporcional al de Asmita. Para Virgo la visita no le hacía la menor gracia.

-¿Y bien Asmita? ¿No vas siquiera a agradecerme por el cumplido? –Logro escuchar Defteros desde el lugar donde estaba

-Aléjate Manigoldo.

En la sala del templo, Manigoldo se las había arreglado para tener a Asmita en contra de una columna muy de cerca, con una de sus manos posicionada en la estructura y mirando fijamente al menor, quien no mostraba en ningún momento algún tipo de reacción, ni de rechazo ni de aceptación. Para el cangrejo la situación le era exasperante. Acostumbrado a crear siempre reacciones limites en quienes se empecinaba, Asmita parecía simplemente no responder como hubiera pensado, ni siquiera en la condiciones de tenerlo a solo centímetros de su piel. Hizo una mueca con su boca, sin despegar los ojos azules clavados en la cabellera dorada del dorado, buscando acercarse un poco más. La respuesta de virgo no se hizo esperar, quien colocando su palma entre el rostro de cáncer y el propio le fijo claramente los límites que pensaba tolerar.

-Quítate de mi camino – inquirió el dorado de la sexta casa con firmeza, sin mostrar ningún tipo de temor o intimidación ante el acercamiento de Cancer. Sin darle tiempo de responder, Asmita quitó el brazo de Manigoldo y se liberó de su espacio de control, dirigiéndose tranquilamente al lugar donde solía sentarse a meditar. –Debo meditar, así que puedes irte a tu templo – Agrego sin voltear.

Manigoldo observo de reojo como el santo, sin siquiera esperar su respuesta se había sentado en esa misma posición, colocando sus manos juntas y preparándose para meditar, ignorándolo por completo. Sabiendo que ya la “visita” había sido cortada, Cancer abandona el templo con un gruñido molesto. Asmita siente la salida del cuarto guardián sin mutar su expresión. Manigoldo no era alguien con quien jugar. Cualquier paso en falso sería suficiente para darle al cangrejo razones para buscar algo que no pensaba entregarle. El sabía perfectamente las intenciones del cangrejo en esas visitas que de la noche a la mañana se vieron en aumento y no le placía en lo más mínimo. Al principio intento ser amable, pero viendo que eso solo provoco que Manigoldo se tomara atribuciones tuvo que tomar cartas en el asunto, optando por dejarle claro hasta donde podía llegar. Quiso dejar el caso de lado, para meditar tranquilamente, mientras Defteros, desde la habitación, se sentía invadido por la incomodidad.

Hacía tres mañana atrás que cuando fue a visitarlo hallo un cuadro que no lo había dejado tranquilo. Manigoldo se había sentado frente a Asmita mientras meditaba, muy de cerca, observándolo con sus profundos ojos azules como si quisiera llevarlo dentro de él. Defteros en ese momento solo pudo mantenerse escondido, sintiendo que su corazón se desbordaba. Entendía que el ambiente no era normal, las intenciones no eran comunes e incluso, el aire pesado que rodeaba a Asmita le daba indicios de que el mismo en la meditación estaba en estado de alerta.

-¿Sabes Asmita? Has crecido bastante… Como no sales mucho no había podido verte ¿eh? Deberías salir más a menudo- El cangrejo puso su dedo índice en la mejilla del dorado que meditaba, palpando con la yema de sus dedos, muy suavemente, la piel pulida de su compañero de forma seductora. –Demasiado blanca, demasiado suave…

La respiración acelerada, los poros dilatados y el sudor que corría por su frente. Defteros estaba colapsando dentro de sí cuando vio como ese hombre se había atrevido a tocar aquel rostro. Apenas y podía convencerse a sí mismo que debía quedarse en las sombras.

-Idiota, si te quedas en silencio, pensare que quieres más…- comento Manigoldo enjugando su labio inferior con su lengua mientras trazaba con su dedo una línea con destino a los labios cerrados de Asmita

El dedo de Manigoldo detuvo su recorrido luego que rápidamente y antes de darle tiempo al cangrejo de reaccionar, Asmita había sujetado su muñeca con fuerza y poder, sin cambiar su semblante. El italiano dibujo en su rostro primero satisfacción para luego mutar rápidamente a la indignación, cuando comprobó que Asmita no hizo más, incluso, actuó como si hubiera atrapado una mosca al que había estado cazando durante un buen rato. La situación solo hacía molestarlo. La presión de Asmita sobre su muñeca solo le decía que no pensaba ser parte de su juego, tratándolo como una insignificante creatura. El guardián de la cuarta casa se liberó del agarre levantándose inmediatamente, con sus ojos encendidos de un rencor tal que no podía controlar, mientras Asmita simplemente coloco su mano en la posición anterior, prosiguiendo con su meditación, ignorándolo.

-¡Maldita sea! ¿Te crees un maldito dios o qué? –Escucho Defteros el grito enardecido del dorado quien parecía sacar sus tenazas dispuestos a partir en dos a quien tuviera en frente –¡Solo eres un arrastrado con “titulo” de divinidad! ¡Un mediocre! ¡¡Una basura entiendes!! ¡Tu…!

Manigoldo cayó cuando vio que Asmita se puso de pie, e ignorando su existencia por completo, se retiro tranquilamente hasta su habitación. La furia del cangrejo no tenía nombre, denotándose en sus ojos azules un brillo de fuego encendido. Salió del templo enfurecido, maldiciendo en el camino con todas las palabras obscenas que conocía su vocabulario. Defteros desde ese momento, pudo ver, en esos ojos azules que maldecía, un poco de él mismo.

No podía negarlo. Asmita había crecido y su apariencia distaba mucho de su juventud. Anteriormente, con cuerpo delgado y un rostro sumamente delicado era fácilmente confundido por una jovencita pero ahora, su cuerpo se había formado denotando la musculatura, aunque menuda y moderada, de un guerrero. Además, el cosmos que el mismo estaba madurando era fuerte, impérenme. Como era más común encontrarlo sentado meditando, muy pocos se podían dar cuenta de ello. Pero ver al santo dorado de pie generaba una visión totalmente diferente. El mismo Defteros se dio cuenta de ello, quedando absorto ante el cambio que había ocurrido en él durante esos años. Tal parece, que Manigoldo por fin se había dado cuenta de ello y por alguna razón que desconocía, ahora parecía estar interesado en él. El gemelo sabía que antes Manigoldo solía visitar muy seguido a Aries y el menor correspondía a las visitas pero estas se vieron menguadas desde hace unas semanas. Temía que ese repentino acercamiento fuera en base a ello.

-Estas muy callado Defteros… -murmuro Asmita intrigado esa noche, donde Defteros comía la porción que le tocaba sin hacer ruido alguno, casi como si no estuviera allí.

-No has comido nada… -respondió el mayor observando que Asmita apenas había probado un bocado.

-No tengo apetito…

-Tampoco desayunaste bien, y eso mismo dijiste al mediodía-comento Defteros con voz preocupada -. No pienso comérmelo – agregó, para darle a entender que no dejara de comer por él.

La expresión de Asmita ante lo dicho fue un poco incomoda, ladeando un poco su rostro hacía la derecha y dejando que aquel flequillo se moviera sinuosamente.

-Realmente no tengo apetito.

Defteros dejo el plato en la mesita de madera, observando fijamente al dorado, con aún su armadura puesta y un extraño color rosado en sus mejillas. Sus labios de alguna manera se notaban resecos y a pesar de mantenerse firme, algo no andaba bien con él. Tomo entonces el plato de su compañero, y le extendió un bocado de su cena haciéndole entender de que debía comer. Asmita volteo con su ceño fruncido, incomodo.

-Defteros, dije que no tengo apetito.

-Comerás

-No insistas.

El dorado se levanto de su asiento, visiblemente molesto, dispuesto a dejar en claro que no cedería y provocando en Defteros, como pocas veces, una decisión. El gemelo se levanto y se tomo el atrevimiento de atajar el antebrazo de Asmita para detenerlo.

-No seas necio Asmita.

-Suéltame Defteros

-¡No has comido nada! Tienes que…

La mano de Asmita en su pecho, a la altura de su abertura en la camisa lo hizo detenerse. Aunque lo que buscaba Asmita con el gesto era crear una distancia entre ellos, el toque para Defteros generó una serie de contradicciones en su cuerpo. Sus dedos se sentían calientes sobre su piel.

-Si ya terminaste, puedes irte a géminis – sentencio Asmita dando por terminada la discusión.

El gemelo quedo de pie, agitado por las repentinas reacciones de su cuerpo pero al mismo tiempo preocupado, sabiendo de antemano que algo no andaba bien. Resignado, se retira del lugar.

Luego de que las doncellas recogieran los utensilios del lugar y se retiraran del templo, Asmita se quita su armadura, sintiéndose fatigado. Sus huesos dolían y sentía frio. La cabeza le daba vueltas, adolorido, con una terrible jaqueca que apenas podía soportar. Apenas logro recostarse en su cama, intento cubrirse con todas las colchas que tenía disponible. Era en vano, el escalofrío que sentía dentro de sus huesos era asfixiante. Intento convencerse que no se trataba de algo mayor, que quizás era la debilidad que sentía por no haber comido bien ese día. Sin embargo, estaba muy lejos de la realidad.
Notas finales: Nuevo, tiene varias parejas, espero les guste.

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