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Copula de Poder por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Dedicatoria: Apoyar el evento: Happy Halloween!
Comentarios adicionales: Los dialogos de magia estan en Latin.

Notas del capitulo:

Emboscados por una tormenta mágica, los dos hechiceros deciden detener el viaje para buscar una forma de contrarestarla.

Camino al cruce de la Noria, los hechiceros fueron emboscados en el paso de Cygnus por la fuerte tormenta. El hechicero arrugó su entrecejo oscuro, miró la fuente de energía y como los brazos de vientos parecían querer empujarlos contra las piedras heladas de las montañas. Miró a su lado al aprendiz de magia, uno que no tenía que envidiarle mucho a los más altos entes de la magia en el país, ni tampoco a las mujeres por su belleza.

Sacudió su cabeza, pensando en frío y harto de esos indecorosos pensamientos que lo alejaban de su verdadera misión, la de llegar al valle de Agnastar y darle la victoria a su reina Saori.

—Esta tormenta, es mágica—intuyó el menor dando otros pasos más.

Las gruesas túnicas de pieles cubrían la mayor extensión de su cuerpo y el caballo que sostenía los elementos de sus conjuros era tomado por las riendas fuertemente por su brazo. Su propio animal ya resentía el frio, siquiera las enormes mantas de piel de oso era capaz de matizarlo y dado lo largo del viaje el cansancio y el hambre azotaban cualquier fuerza espiritual existente para hacerle frente.

—No puede retrasarnos por mucho tiempo—concluyó el hechicero de mayor rango, observando las grises nubes que se formaban sobre ellos—. Busquemos una cueva y algo que comer. Apenas tenga el estomago lleno doblegaré esto.

—Con mi ayuda.

El mayor clavó sus verdes esmeraldas en aquellos zafiros brillantes y prepotentes. Ya sabía que el muchacho tenía habilidades más allá de las ordinarias, pero le daba un intenso malestar cada vez que sentía debía compartir tanto de su magia con él. El orgullo le advertía de acercarse, pero el instinto más bien alertaba en un sentido contradictorio y más aún, peligroso. Bufó con pesar antes de tomar las riendas de su caballo negro y empujarlo hacía lo que parecía ser las rocas lizas de la montaña.

Observando alrededor no había más que árboles secos y llenos de hielo, nieve y el viento con la nevada que caía con fuerza sobre ellos. Debían buscar una cueva pronto y eso simplemente no podía ser negociable. Decidió hacer así un último esfuerzo

— Antra, ostende te![1>—con aquella orden una bola de fuego se abrió paso en su palma y salió disparada despejando por momentos la ventisca que azotaba el ambiente. El camino de humo y agua caliente cayendo a la nieve fue divisado por el brujo hasta que por fin, al menos entre las sombras la luz se detuvo y parpadeaba incitante. El hechicero mayor volteó su mirada hacia el más joven, con el flequillo dorado ya congelado sobre su frente y esa mirada inflexiva. Esperaba algún alago, o algo, pero se mantuvo en un silencio que le dio verdadero rencor—. Vamos, ya encontré una cueva.

El muchacho no dijo, nada, simplemente siguió a quien consideraba, pese a todo, un maestro en las artes mágicas y a quien seguía por órdenes de la reina Saori. Tomó las riendas del caballo, y peleó junto con él entre los brazos del viento que quería realmente aplastarlo contra la rugosidad montañosa. Caminando firmemente y siguiendo la luz llegaron hasta el lugar donde se convertiría un refugio.

En la oscuridad de la cueva se adentraron con parsimonia, jalando cada uno a su caballo y certificando que no sufriera mayores daños su carga. Agitaron sus cuerpos para despejar la nieve que se había quedado atorada entre sus abrigos y de inmediato ambos temblaron producto del frío.

—Necesitamos una fogata—comentó el rubio buscando algunos de los leños que cargaban dentro de su cargamento. Pronto la leña fue puesta en el lugar y el hechicero entonó las palabras para hacer hervir el fuego:

—Ignis, agite![2>

Y la fogata se encendió con llamas danzantes y nocturna. El fuego alumbro la cueva, de redonda proporciones y piedras algo humeas por el hilo que había dentro, de seguro, por la tormenta de afuera. Los caballos fueron llevados más dentro y arropados de nuevo por los gruesos mantos que por hechizo primero fueron calentados, de forma que no resistieran más la helada corriente. Luego se miraron, sabiendo que era momento de definir que hacer. La guerra comenzaría al amanecer, y aún habían horas de camino que recorrer. Mo podían quedarse por demasiado tiempo.

Cazar, en esas condiciones climáticas, también era un riesgo.

—Debemos buscar que comer y rápido—la magia por supuesto no es una opción.

—Salir así sería peligroso, lo mejor es hacer un hechizo rastreando algún animal y otro que permita atraparlo—reflexionó el rubio dando algunos pasos con su mano en el mentón. El hechicero no perdió movimiento de su ayudante, sintiendo de nuevo ese incomodo vacío en el estomago cada vez que fijaba su mirada en…—. Quizás si hago un conjuro de visualización, logre ver algún animal cercano y usted…—¡y esos malditos ojos! Apenas lo habían mirado se había quedado absorto observando todo el poder encerrado en ellos—. ¿Ocurre algo?

—¿Y yo…?—apartó la mirada intentando que continuara con su idea. Observó que el muchacho también la bajó, incomodo, y vio necesario seguir pensando en cómo rayos conseguir alimento y no en cómo le gustaría ver esos ojos brillar con fuego.

O de que forma el poder de Shaka reaccionaría a la excitación. Era bien conocido que esa reacción era tan singular como el rostro que dibuja la persona en el orgasmo, y en los magos suelen ocurrir cosas por demás interesantes.

—Usted puede hechizar una flecha y hacer que apunte al lugar donde yo vea al animal…—prosiguió el joven. El mayor sólo asintió sin ánimos de volverle a poner el ojo sobre el muchacho. Definitivamente tenían que comer, destruir el hechizo de la ventisca y salir de allí—. Bien, si estás de acuerdo entonces empezaré.

El hechicero le dio espacio al joven brujo para hacer lo que tenía que hacer. Vio que sacó del cargamento una manta y una bolsa de donde rodó una bola de cristal atajada en las delgadas manos. El rubio con la magia hizo que la manta se extendiera y luego la bola de cristal flotó en el aire hasta quedarse quieta en el centro de la tela. Acto seguido, vio al muchacho caminar alrededor de la manta con los ojos cerrados y Saga prefirió quedarse viendo cualquier otra cosa que el conjuro del menor, buscando distraerse de esa voz tersa y melódica hablando palabras mágicas. Aquella voz parecía sacudirle, como un eco penetraba en sus oídos y golpeaba cada fibra de su ser. Era esa maldita sensación que tenía con Shaka desde que lo vio: algo que inexorablemente le obligada a alejarse y al mismo tiempo a acercarse, una especie de magnetismo, no sabía si por su juventud o por el enorme poder guardado; lo único cierto es que su cercanía le abrumaba.

Sintió que la voz del joven había aumentado de tono y volteó, un tanto intrigado, para quedar luego boquiabierta. Shaka dejaba caer la última manta que tenía puesta quedando en total desnudez, de espalda y con el cabello dorado echado a un lado de su hombro, el cual descubría un tatuaje con el signo de la Virgen en su espalda. Aunque no fue eso lo que enfocó la mente del hechicero, sino en las largas y esbeltas piernas, en lo duro y suave que se veían sus glúteos, en la complexión armoniosa de todo su cuerpo que se sentó, con su desnudez, sobre la manta cruzando las piernas y descansando las manos sobre sus rodillas.

— Natura, dux lucis Iter Panem nostrum vbi providentia. Afferte cibos manibus victum necessariis. Benignus est ministrat nostram. Aperire oculos, illustra nos![3>

La luz se agitó en medio de él y la bola de cristal empezó a frotar sobre la tela, sobre el aire, girando rápidamente hasta detenerse. La luz entonces pareció ser absorbida sobre ella, incluso la del fuego encendido en la fogata y el hechicero no podía hacer otra cosa más que admirar la belleza del muchacho y el alcance de su poder. Pronto la bola de cristal plasmó como un lienzo de colores sobre el aire lo que estaban buscando; la vista de las montañas fuera de la cueva fueron visibles y luego un recorrido hacía detrás de uno de los árboles aledaño, donde había un agujero bajo la nieve. Entonces los vio, un nido de conejos que reposaban y se resguardaban de la ventisca. Seguro de saber el lugar el hechicero decidió concentrarse para hacer su parte, abriendo sus palmas para que una bola de fuego del tamaño de una moneda se levantara entre sus manos. Cerró sus parpados para fortaleceré su concentración y fue invocando las palabras mientras tenía fijo el lugar que había sido mostrado por la esfera.

— Ignis vestri seducat super oculos eius vita ferat meos. Natura nos otrorgado Votum meo ordine. Adduxerunt ad![4>

La pequeña esfera de luz salió hasta el lugar donde el hechicero tenía en su mente, seduciendo así al mayor de las liebres y llevándola hasta la cercanía de la cueva, lugar donde Saga aprovechó para tomarla y matarla rápidamente. Regresó a la cueva con la liebre en mano y no pudo evitar pasar sus ojos sobre el muchacho que desnudo recogía la esfera del viento, con el cabello dorado rozando sinuosamente las fronteras de sus glúteos a sus muslos. Con magia la manta que traía dentro de su traje se levantó del suelo y cubrió la visión al mayor, que medio molesto por lo que estaba empezando a gestarse en él se sentó frente a la fogata y tomó una de sus navajas para preparar a la liebre.

—¿Era necesario desnudarte?—preguntó tajantemente y buscando si con algún hechizo su hombría dejara de pensar en sostener toda la sangre de su cuerpo en ese punto. El muchacho volteó, asegurando la bata con una de las cintas doradas de su vestuario y dirigiéndose hacía el gemelo luego de guardar la bola de cristal en su sitio.

—Debido a la debilidad y el frio el exceso de ropa me imposibilitaba conectarme a los elementos y realizar el conjuro—se explicó solemnemente. Abrió luego sus parpados con aquellos poderosos azules que no parecían intimidarse—. ¿Le molesta…?

Saga prefirió desviar la mirada y no responder.

Despellejó al conejo y lo sostuvo en una vara que mediante un hechizo lo hacía dar vueltas en el aire, lo suficiente como para que se cociera de forma homogénea. Mientras hacía la actividad no pudo dejar de observar al muchacho y a la abertura de la bata que mostraba la mayor parte del torso y se cerraba a la altura de sus caderas. Tenía hambre, si, pero también le estaba hirviendo unos deseos más allá de las ansias de comer y todo tenía como centro a ese joven, a su belleza, a su poder, a la forma que peinaba su cabello dorado como si buscara quitar los retazos de hielo que se apegaron a él debido a la tormenta, a la piel que se mostraba hacía él y el brillo del fuego que dibujaba formas fascinantes sobre ella.

No, no podía soportarlo, era un martirio en vida para él tenerlo de frente luego de que se hubiera desnudado sin importar la excusa y tratar de aparentar que no había sentido nada en particular. Había estado con muchas mujeres, sí, con hombres nunca sintió esa atracción, hasta que claro, ese joven hechicero se puso frente a él y su camino.

Sus ojos bajaron entonces hacía donde la tela cubría lo que para él estaba siendo el mayor de los manjares. Un placer si se podría decir voyerista, al imaginar lo que sería tocar el cuerpo de otro hombre y hacer lo que le encantaría hicieran con él, conocer qué puntos le eran más vulnerables y pensar si era igual a lo otro. Pronto supo que sus pensamientos y miradas significaban más que una acción reprimida. Los ojos de Shaka lo vieron con un tanto de azoramiento y notó que por su propia movilidad el viento había sacudido dentro de la bata y acariciado indolente la desnudes debajo de esta.

Se quedaron en silencio, ambos, con los corazones latiendo desbocados en un solo sentir. Solo fue cuestión de tiempo para que eso fuera el inicio de un verdadero y tortuoso ritual de magia. Saga levantó un poco su mano e hizo en el aire el ademán de apartar algo de su camino. De inmediato, siguiendo el movimiento un pequeño viento agitó las telas del joven hechicero y erizó sus poros. Shaka no declinó la mirada, ni Saga deseó ceder terreno, con el mismo movimiento volvió a agitar al viento que ahora se posó sobre el pecho desnudo del rubio y lo acaricio como una leve brisa caliente.

—¿Qué haces?—preguntó el muchacho en un murmullo. Saga lo miró de nuevo, observó esos azules brillando como dos hermosas piedras, valiosas, tan llenos de poder y juventud…

No bien había sentido su miembro pulsar ansioso, cerró sus ojos y se dejó ir por las imágenes que en su mente se dibujaba. No tenía porque verlo de frente para imaginar su cuerpo y en el mismo aire empezó a hacer la forma de siquiera tocarlo. Shaka jadeó, jadeó sin poder detenerlo cuando aquella tibia brisa subía por sus piernas y la rodeaban como manos invisibles, hasta llegar a su intimidad y revolotear. El flácido pene del menor empezó a hincharse, apenas levemente, denotando que la excitación apenas estaba comenzando, más el hechicero no iba a esperar más. Siguió haciendo, siguió enviándoles corriente de aire por todo el cuerpo por sobre y debajo las telas, siguió tentando, tocando… soplando…

—¡Haa!—jadeó el muchacho colocando las palmas hacía atrás, dejando caer el cabello dorado a tierra—. Saga…

Se contuvo… contuvo el gemido que quiso brotar de su garganta ante esa voz llamándolo. Sólo pudo concentrarse en una cosa, en la forma de aquella intimidad, en la dureza de aquella columna de carne que cada vez se levantaba más en alto, se endurecía y clamaba por una atención inmediata. Sus dedos en al aire tomaban algo entre ellos, lo deslizaba suavemente como si estuviera tocando una superficie dura y ante esos movimientos el rubio sólo jadeó de nuevo, más fuerte, agitando el fuego del centro de la fogata. Las esmeraldas se abrieron embotadas de lujuria y el menor lo observó con sus dos zafiros brillando y esperando por más de ese poder.

—Me deseas…—susurró el joven con una torcida sonrisa. El mayor casi bramó donde estaba sentado, escapándose su aire caliente y sintiendo su sexo hincharse de la expectativa del encuentro.

—Lo sabías…

—Era evidente.

—Lo de ahora…

—Era necesario.

El mayor le sonrió, acercándose poco a poco a ese cuerpo que tembló ante la cercanía que se iba aminorando. Sólo lo miró, y envió con su mente una ráfaga de viento caliente que azotó contra su pecho y extendió sus cabellos dorados al aire. Para cuando se dio cuenta estaba hincado sobre él, sin tocarlo, sólo mirando fijamente esos ojos azules que no cortaban el contacto visual. Ya la bata apenas  se sostenía y una de las piernas blancas estaba en su total disposición.

—No deberíamos estar haciendo esto—replicó el mayor, ya bajando su vista por el pecho blanco, por la desnudez, por lo que se ofrecía.

—O quizás sí, quizás es justo y necesario para… entonarnos—el hechicero subió la vista enarcando una ceja, comprendiendo lo que el muchacho decía. Se creía que la magia se hacía más poderosa si entre los practicantes había una unión mayor. Claro, la mayor parte de esos lazos se adjudicaban a un lazo consanguíneo pero el haber compartido mucho más podría a su vez crear una sintonía que en términos mágicos sería el catalizador de sus poderes.

—En nombre de la reina…—murmuró el mayor de los hechiceros con tono atestado de lujuria.

—Por la victoria…—secundo el menor, con una sonrisa que mostraba sus más recónditos pensamientos.

No hubo más palabras. Sentándose frente a él el mayor desató la bata con uno de sus pensamientos que obediente apartó sus telas para dejarle la visión de la desnudez juvenil. Vio el sexo en pie, enrojecido ya, palpitando y con sólo eso en mente volvió a cerrar sus ojos y a enviarle las caricias que deseaba por medio de sus conjuros mentales. Un concierto de gemidos comenzó en medio de la cueva, el de la voz de Shaka que clamaba por más de él, el de la tierra ante la fricción del mismo cuerpo danzando al ritmo de sus ráfagas de aire que tomaban y rodeaban esa piel, la masturbaba con la mente, intentando el mayor de tener la mejor concentración para hacerlo. Era difícil; por un lado los gemidos, por otro los embates mágicos del menor que empezaba a desatar con sus pensamientos uno a uno los mantos que lo cubrían. Primer el abrigo cedió ante la fuerza del muchacho, abriéndose de un sólo movimiento y casi como si quisiera atarlo con él, luego el manto de hechicero real que deshizo su nudo y salió disparado hacía donde los caballos descansaba. Sintió a su vez el fuego agitarse conforme avanzaba sus caricias de aire caliente y la voz engravarse por el placer.

Abrió sus ojos, y la sola visión lo había dejado sin aliento. Los ojos azules de Shaka brillaban como una laguna debajo de un enorme arcoíris de colores, embotados y húmedos, el mismo poder se concentraba dentro de ellos como si fueran las puertas al mismo conocimiento divino.

—Tu poder…—gimió, quitándose a tropezones la tela del pantalón y las botas—, y el mío…—el joven comprendió lo que el mayor le estaba diciendo, extendiendo sus brazos hacía él, observando el universo encerrado en esas irises verde, explotando dentro de ellas estrellas y cuerpos celestes, un poder tan agresivo y dominante, tan diferente al suyo: posesivo, intrigante…

— Tua et mea est—pronunció el menor y Saga se dejó caer de nuevo hincado, observando esos ojos azules, adorando y deseando ese poder también para él.

— Ut magicae strings run fremit manus—el roce de ambos sexos, con sólo sus puntas, les hizo gemir a ambos de deleite, volviendo a fijar los ojos sobre el otro, Saga acariciando las hebras doradas que rodaban por la tierra, y dejando que su propio cabello oscuro cayera a un lado.

— Audite vocem nostram, et per consensum jam factus concreto—prosiguió Shaka, abriendo sus piernas y moviéndose para que el roce de las puntas de sus glandes se siguiera ejerciendo, sintiendo a su vez aquella corriente deliciosa que se disparaba desde ellos hasta el centro de su vientre.

— Unum corpus et unus, anima una mente nostra veneficus[5>—terminó de mencionar el conjuro, en la punta de sus labios, para sellarlo con un beso ansioso.

Y el fuego bramó entre la leña, y el viento sacudió y danzó entre ellos. Una llamarada de éxtasis se encendió al mismo ritmo de aquel beso que se hizo más profundo y desesperado. Hambrientos de probar sus carnes, sus pieles se fundían en el caldo del sudor que blasfemaba contra las circunstancias y usaban un conjunto para escudar las verdaderas intenciones, el deseo que corroía desde que se habían encontrado y que se fue alimentando, paso a paso, hasta llegar a ese preciso punto. Los brazos se anclaron en la espalda del otro reforzando el contacto, los labios bailaron con las lenguas en busca de saciarse del oxigeno ajeno y las piernas empeñadas a enredarse como dos culebras entre el otro para hacerle sentir, si aún era posible, más del calor que emanaba por sus puros por el sexo.

Saga gimió, cuando sintió por fin la humedad de ambos miembros rozándose y besándose entre ellos de la misma forma que sus lenguas dentro de sus bocas. El hilillo de Saliva era correspondido por el hilillo del semen pegajoso y espeso que ya iba brotando por la excitación. Sentía el poder, a su vez, que manaba de su sangre y chispeaba en la de Shaka. El cómo las auroras de energías se movían vertiginosamente entre ello y la tierra tomaba colores dorados, brillando danzante junto a las llamaradas del fuego de la fogata y creando así el ambiente mágico que atestiguaba su entrega. Los labios gruesos se movieron entre la mejilla del menor y empezaron a beber el sudor que corría por su cuello; percibió entonces las uñas del joven hechicero clavarse sobre su espalda y jadeó poseso ante la corriente de magnifico poder que emanaba de él.

Lo sentía, podía oírlo, el palpitar del centro de poder de Shaka llamándolo y clamándolo como su dueño, la forma en que aquel cuerpo respondía a sus caricias y lo desquiciaba con los sonidos de sus gargantas. Podía incluso olerlo, aquel majestuoso poder que drenaba debajo de esa piel y agitaba todo su alrededor, hasta que el viento y el fuego se unieron en un espectáculo de colores que revoloteaba entre ellos como luciérnagas de ceniza y tierra. Se levantó un tanto para verlo, para observar la imagen de ese hombre brotando poder enloquecido por todos lados, el cómo cada pensamiento se materializaba y aquellos luceros azules eran la muestra del verdadero conocimiento ancestral.

Lo deseó… aún más…

Desbordado tomó el miembro del muchacho y lleno sus dedos de aquel liquido caliente y viscoso que con un poco de magia logró hacer que se hiciera aún más abundante. Pronto un dedo irrumpió en el anillo de carne que Shaka le mostraba sin pudor alguno y aunque hubo una leve señal de queja en el entrecejo del rubio, pronto los gemidos atestiguaron que lo estaba disfrutando. Sólo una yema en su interior y sentía estar colapsando; el contacto directo con la estreches del joven lo tenía ya desvariando en su idioma mágico, tocando el calor de aquella carne que por dentro buscaba el acomodo de su falange, el cómo palpitaba, apretaba y soltaba en un ritmo desquiciante. Gimió aún más, superado, cuando fueron los dedos de Shaka lo que entraron en contacto con su virilidad y la acariciaba vehementemente.

—Da omnes ...[6>—susurró el rubio con lujuria. Saga tembló escuchándolo, el hechizo que le estaba enviando—. Virtute tua, Potentiam tuam, Da omnes![7>

—fieri…[8>—respondió el mayor en un ronco gemido.

Se recostó a su lado provocando que el rubio le diera la espalda, también soportando su peso sobre su brazo derecho. Lo tuvo así de lado e insistió que Shaka alzara su pierna sosteniéndola él con su brazo libre mientras llevaba la punta del glande a la entrada dilatada. Ante el contacto de nuevo el fuego se agitó y una llamarada pareció estallar en polvo de colores por toda la cueva, brillando como si la luz hubiera golpeado el centro de un diamante y fragmentándose en diversos colores. Penetró entonces hasta la mitad, escuchando el gemir del muchacho, sintiendo aquella carne ahorcando su hombría en un torniquete lascivo que drenaba todo su poder. Apretó con fuerza aquel muslo blanco que ya temblaba de la conmoción, y volvió a arremeter, quedando bien dentro del cuerpo del joven hechicero. Se quedaron en silencio por un momento mientras se veían a los ojos y se prodigaban besos más calmos esperando que el cuerpo se adaptara y acoplara para la fusión final.

—Tócate…—susurró el de ojos verdes mirando fijamente el sexo excitado, que Shaka atendió de inmediato con su mano libre. El torrente de placer de aquel toque lo sintió Saga en la punta de su nuca, comenzando así la danza animal.

Penetró, y el poder manó de ellos como el agua que corre por las empedradas furiosas en cada una de sus pieles. Gimió, y estocó de nuevo sintiendo como el cuerpo aquel se desarmaba en gemidos silentes, con solo un movimiento lento pero que apenas auguraban un verdadero desenfreno bestial. Volvió a moverse, a salir y empalarse por completo, sosteniendo su cuerpo con su brazo derecho, el muslo con su izquierda, y saboreando el cuello descubierto de Shaka mientras éste seguía tocándose con frenesí. Pronto la velocidad aumentó, las ráfagas de aire y fuego se alzaron con fuerza en el ambiente, un torbellino de colores y calor los agitó a ambos en cuanto los cuerpos se movían y colisionaban, se entregaban al placer insano; apenas la cordura declaro partida.

Acelerado se movían en el desenfreno de sus concupiscencia, las piernas friccionándose, las caderas moviéndose, el falo tocando el punto, los testículos chocando contra sus glúteos, y los dientes clavándose al cuello, los dedos blancos trabajando sobre su intimidad, mojándose de su propio néctar. Gemidos que dieron paso a jadeos, y luego alaridos, alaridos y temblores que se hicieron más potentes en cuanto cambiaron de posición.

Saga impuso su peso para caer sobre la espalda del rubio, sosteniéndose sobre sus rodillas y esta vez dejando que Shaka se sostuviera con sus manos en la tierra mientras lo masturbaba. El éxtasis lo había cegado y sólo podía pensar en sentir más de ese poder que se diluía en sus carnes, de esa esencia que palpitaba entre ellos, del fuego que los quemaba a ambos y la magnífica fuente de magia que se acrecentaba conforme ellos se unían en un solo sentir. Podía verlo, la mayor fuente de magia y poder jamás vista apenas estocaba el punto dentro del rubio y la corriente coronaba hasta la punta de su cabeza. Se desarmó cuando la potencia de un orgasmo arrasó con ambos y dejaron brotar sus semillas, abriendo sus bocas por el grito no emitido y sus ojos ante lo que era un verdadero ritual de magia. El fuego y el viento danzando a su alrededor y dibujando senderos de colores con tierra y cenizas.

Shaka cayó sobre sus antebrazos, con espasmos de placer que aún gobernaba su cuerpo mientras su esencia corría por la tierra amarilla de la cueva conforme Saga vaciaba todo su poder dentro del rubio, sosteniéndose de esas caderas con fuerza para no perder el equilibrio, ya que todo su cuerpo sentía que era drenado de energía.

Y luego poder, sintió el mayor poder corriéndole por cada yema de sus dedos, por cada poro, por cada célula; el poder más allá del entendimiento.

Cayó reclinado sobre el rubio, apartando su cabello dorado, besando su nuca aún temblando, titiritando por el escalofrío. No se dieron cuenta, pero todo el fuego y viento que habían creado en su cúpula había destruido el hechizo de la ventisca.

—Saga…—murmuró el joven aún vibrando—. Eso… eso fue…

—Simplemente asombroso…—susurró comenzando ahora a sentir frio, el frio de su cuerpo bajando de temperatura luego del orgasmo. El rubio cayó por fin acostado en tierra, mirándolo de reojo con los brillantes azules—. Eres asombroso…

—La ventisca…—comentó el menor virando su rostro hasta la entrada de la cueva y notando todo despejado. Saga sonrió, cayendo a un lado con sus piernas abiertas y la expresión de victoria. Después de lo que había sentido, de lo que había pasado, tenía tanto poder como para derribar un ejército entero con su magia.

—Así es… la vencimos, juntos—el rubio lo buscó con su mirada, lo observó con la seguridad tatuada en sus irises azules—. La victoria es nuestra—aseguró el hechicero—. Comamos, durmamos un poco y luego iremos a la zona de la batalla.

Shaka sonrió, buscando ahora el calor del cuerpo del mayor cuando ya el frio de la noche empezó a incomodarlo. Saga lo cubrió entre sus brazos, besando la frente y luego llamando con su poder uno de los mantos gruesos junto la liebre que ya de seguro debía estar listo; seguro de que juntos eran invencibles.

Notas finales:

[1> Cuevas, Muestrate! En Latin

[2> Fuego, enciéndete! En latín

[3> “madre naturaleza, guía la luz de nuestro sendero y llévanos donde está tu providencia. Trae a nuestras manos el alimento necesario para vivir. Se benévola y atiende nuestro pedido. Abre nuestros ojos, ilumínanos!” en latín

[4> Seduce con tu fuego el mayor de los ojos, trae hacía mi su vida. La naturaleza nos lo ha otorgado, cumple mi pedido. Tráelo a mí!

[5> Tu poder y el mío, uno solo es. Como cadenas de magia rugirá y correrá entre nuestras manos. Obedecerá nuestra voz, ambas, por el pacto que hoy concretamos. Un solo cuerpo, una sola alma, un solo sentir: nuestra magia.

[6> “Dámelo todo” en latín

[7> “Tu fuerza, tu poder, dámelo!” en latín

[8> “Sea hecho…” en latin


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