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Tiempos... por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Decir de donde me vino la idea es complicado. Quizás un poco la influencia de un fic SaSha llamado Cicatriz que leí hace poco, las palabras que conversé con Karin sobre lo que era un duelo y los tiempos de duelo de cada persona. Tal vez mientras iba a la puerta del baño vino a la mente las palabras cuando Karin me confesó, que luego de hablar conmigo sobre la muerte de una persona querida por ella, ella termino, por asi decirlo, de enterrarlo. Quizás porque yo aún tengo mis duelos...

Y es que cuando me refiero a duelo no me refiero a solo la desaparición fisica de una persona, sino a los finales de ciclos, cislos de la vida a los que nos adaptamos y no queremos cortar, no queremos darle un punto y final, no queremos darnos la oportunidad de comenzar uno nuevo. duelos diverso como la perdida de algún trabajo, el final de una relación, el cambio de situación familiar y sí, la muerte de un ser que amamos. duelos donde a veces, dependiendo de nuestro grado de compenetracióna  dichos ciclos, nos aferramos a los recuerdos y a las memorias. Sólo sé que me nació decir algo, y esta idea me vino cuando realmente no pensaba escribir de la pareja, porque ya lo había intentado una vez queriendo apoyar y simplemente el resultado no me había gustado. Pero he encontrado la historia, no se si la única o no; y aqui esta, de todo corazón, para aquellos que se tomen el tiempo de leerme.

Notas del capitulo:

Hay tiempo para todo, para reir, para llorar, tiempo de guerra, tiempo de paz. Shaka tendrá que atravesar por varios tiempos, Aioria tendrá que aprender a comprenderlo, y esperar su tiempo para darse una oportunidad.

No pudo olvidar esa escena, ni ese instante.

Había ido con su hermano a un entierro de un compañero de trabajo, sólo estaba allí para apoyar, no conocía a nadie y ciertamente el ambiente del duelo le abrumaba en extrema. La idea de una perdida era algo que siempre taladraba en su mente joven durante años. Le huía, y le aborrecía pensar en que un día alguien tan importante como su hermano o como su madre se despidiera de ese mundo para jamás volver. Era una posibilidad y lo sabía, más eso no quitaba el terrible peso en la consciencia que le significaba pensar no decir suficientes te amo para hacerle saber a esa persona antes de partir que era importante.

Quizás pensaba un poco de más o quizás su corazón noble no estaría preparado para ello. Lo cierto es que, pese a toda la propia aversión que Aioria había desarrollado a ese ambiente capaz de desestabilizarlo emocionalmente; estaba allí, en aquel cementerio, vestido de negro, viendo como las últimas flores caían en aquel hueco donde era depositado un féretro, un cuerpo.

-Era muy bueno en lo que hacía...-escuchó a su hermano murmurar, con las manos en los bolsillos, la mirada perdida en algún punto de la nada-, sólo que ni él confiaba en sí mismo la mayoría de las veces.

El tono de la voz de su hermano Aioros le llevó a los recuerdos, a las veces que su hermano mencionaba ese nombre con admiración. Saga Andreatos, uno de sus compañeros de trabajo, prácticamente su adversario en la oficina,pero Aioros le admiraba por su tenacidad y fuerza de liderazgo que él mismo carecía. Aunque era bien sabido que ambos eran los mejores en el ramo, era el carisma y la afabilidad de Aioros lo que pasaban las fichas a su favor, mas siempre su hermano acotaba que no quería liderazgo,y ciertamente no era la fama lo que le quitase el sueño...

A Saga le quitó más que eso...

Con pesar detalló también en la entonación turbia de esa voz, en los ojos enrojecidos y firmes que buscaban mantenerse tranquilo en un ambiente que para él significaba una perdida que no esperaba. Muy joven, apenas treinta años, otro más víctima de un paro cardiaco que se lleva a miles en todo el mundo. Uno más en las estadísticas, podría decir indiferente, pero cuando ese nuevo punto porcentual pertenece a algo muy tuyo la perspectiva es diferente.

En silencio metió las manos en los bolsillos y tuvo la necesidad de apretar el móvil que tenía atrapado en uno de ellos. Su mirada verde algo apagada pro el momento empezó a rodear, a buscar si había alguna madre llorando su hijo, algún padre, hermanos, esposa... no vio mucho, todos los que estaban allí aparentaba no tener más lazo que el de algún conocido o un colega de trabajo. Le dio tristeza,pensar, que realmente ese hombre hubiera muerto sin nadie.

-¿Y su familia?-preguntó en un hilillo de voz, tan imperceptible como la suave brisa que agitó los pétalos de aquellas flores que serían ya sepultadas. Aioros entonces tomó aire y entreabrió sus labios algo agrietados por la falta de agua, para emitir sus palabras.

-Era huérfano y los tíos que los criaron lo despreciaron en cuanto supieron su condición sexual. Su hermano gemelo está en los barcos, no sé si lograron avisarle pero ten por seguro que habrá sentido...-Aioria bufó conteniendo el pesar... que su hermano muriera y él estuviera lejos como para acompañarlo antes de... no, era sumamente triste pensar en algo como eso-. Y su pareja, está allí, es el rubio que está al frente-la mirada del más joven se dirigió hasta aquel punto-. Según sé, tenían dos años viviendo juntos y...

Aioria no escuchó más. Sus ojos verdes sólo pudieron contemplar la faz de ese joven, con el cabello dorado atado en una cola a nivel de la nuca, unos lentes negros que ocultaban sus ojos, de pie y firme, con las manos entrelazadas a un ramo de claveles rojo. El perfil delicado, unos labios delgados que vibraban imperceptiblemente para el ojo de cualquiera, menos para él, un fotógrafo que tenía la capacidad de ver lo que muy pocos veían. A su lado un griego de cabello ondulado sostenía uno de sus hombros con fuerza, infundiéndole seguro animo.

Las manos blancas, un tanto temblorosas se levantaron al nivel de su cintura, extendió las manos al vacío de aquel agujero de tierra a sus pies. No pudo perder movimiento alguno; como si se tratase de una visión en cámara lenta, Aioria vio caer el ramo hacía la tumba, vio el cómo esas manos temblorosas no pudieron contenerlo más, sintió en su alma el dolor ajeno de aquel que aún así se negaba a derrumbarse... aunque lo hacía... lo hizo en la figura de ese ramo de claveles que dejó caer en aquel abismo. Observó aquellas manos vacías en el aire, vacías... sintió que por dentro era partido en miles de pedazos cuando lo vio mirar sus manos vacías, temblar... un, dos... quizás tres segundos. Para cuando abrió sus labios de la conmoción, el rubio había acercado sus brazos, la mano derecha cubrió su rostro, el brazo izquierdo le abrazó a sí mismo.

Y lloró... en un mudo llanto.

El rostro de alabastro enrojecido, la mano de aquel griego cubriéndolo y dándole su hombro, mientras aquel lloró, ocultándose de todos, convulsionando dentro de sí mismo, ahogándose con sus lágrimas...

-Parece que ya reaccionó...-las palabras de su hermano... la comprensión de todo el gesto que había observado.

Y una lágrima de su parte, para acompañarlo en aquella pérdida.

No sabía a ciencia cierta cuanto tiempo había pasado desde aquella vez; quizás un año. Lo cierto es que jamás esperó que las vueltas de la vida le entregara la oportunidad de volver a ver a ese hombre que para él había representado la personalización del dolor, el terror de la muerte de un ser querido. Cuando lo vio entrar a la prensa, sintió algo en su pecho que no supo definir; era como un revoloteo extraño, junto a la pesadez, la enorme pesadez de un recuerdo que en las noches siguientes de ese entierro le había perseguido. Tenía su cabello atado a una cola negra, a lo alto, hasta sus hombros; una chaqueta de cuadro azul y unos vaqueros completaban su vestuario. Los lentes de montura negra y delgada, enmarcaban lo que él por fin pudo definir como ojos azules, un azul tan glorioso que jamás pensó conocer. El asunto es que ante esa primera impresión no podía dejar de pensar en que esos hermosos irises celestes debieron quedar enrojecidos, luego de llorar amargamente durante el resto del entierro.

El nerviosismo le hizo una mala jugada cuando el jefe de redacción los presentó a ambos. La mirada celestina era como un bloque de hielo impenetrable, no parecía haber emoción en él, ni mucho menos en cualquier línea de su semblante. En cambio parecía existir una férrea convicción de seguir respirando mecánicamente el aire hasta esperar que algo le detuviera en dicha empresa. Al menos, esa fue la impresión que recibió cuando tratando de limpiar el sudor de sus manos nerviosas, le extendió la mano e intentó apartar la imagen de aquella escena para poder dibujar la sonrisa más sincera posible.

-Es un placer, mi nombre es Aioria, Aioria Kantzas-el rubio lo miró, alzando un poco sus cejas, en un movimiento parecido a un tic nervioso. Bajó la vista a su mano y con una tenue inclinación de su entrecejo extendió la suya, en lo que sintió un desgano evidente.

-Shaka Shajani.

Y tan rápido como acabo ese apretón de mano el rubio salió de su vista, dejándolo con una extraña sensación.

Fue imposible no verle el día siguiente, y el siguiente, y el siguiente. La oficina asignada para el rubio, un pequeño cubículo para él como redactor de la revista dominical, siempre estaba en su camino hacia el salón de revelado.  Todos los días Aioria lo veía sentado en frente del computador, con un bolígrafo atado en su oreja izquierda, los lentes y el cabello a la altura de sus hombros. Se lo había cortado, pensó, porque bien recordaba que en aquel entierro esa cortina dorada le llegaba al menos a la cintura. También notó los colores opacos de su vestir, celestes casi grises, gris, blanco y negro, eso era lo que más estaba en su guardarropa, o al menos, lo que él usaba para ir a trabajar.

Para cuando se dio cuenta estaba muy al pendiente de cada mínimo detalle del escritor Shaka Shajani. Notaba que, como si se tratase de una rutina, los colores estaba designado por días: un gris para el lunes, un celeste claro para el martes, blanco para el miércoles, negro para el jueves, celeste para el viernes. Que a la altura de las nueve de la mañana se levantaba de su puesto de trabajo hacía el otro lado del piso, donde se servía café, siendo que había una cafetera mucho más cerca. También del movimiento de sus manos diestras en el teclado, de los ojos clavados en el monitor y que a veces traía unas galletas horneadas que se comía a la altura de las diez de la mañana. Sin reparar en ello, Aioria empezaba a involucrarse en el mundo del extraño escritor -como mucho le llamaban- que prefería el silencio y la soledad y no solía conversar con muchos. Algunos hasta se burlaban y decían que debía ser de esos que no habían tenido a nadie en su vida; pero él sabía que no era así, sabía que ese hombre si había amado y que quizás, esa actitud, esa indiferencia: era simplemente el duelo que aún llevaba en el silencio.

Muchas veces lo defendió de los comentarios de sus propios compañeros de departamentos. Enfurecido incluso había levantado la voz amenazando con golpear a uno si se atrevía a de nuevo difamarlo. Nadie conocía el rostro de dolor de Shaka... sólo él lo había visto y quizás por ello le comprendía. Sólo él...

-¿Espera algo, Aioria?-preguntó la pasante que hacía café del otro lado del piso, con una sonrisa jovial, aquellos cabellos rojos que llamaban la atención de muchos en la oficina.

No podía entender que hacía allí, quince minutos antes de las nueve y esperando café en el lugar más alejado del piso. Sólo sabía que llevaba dos tazas que se había traído de la casa y el bochorno evidente en un mínimo movimiento.

-Vine por café-susurró virando sus ojos a cualquier punto lejos de la jovencita que sonrió divertida, tomando las dos tazas y llenándolas del liquido caliente de café con un poco de leche-. Eh, uno... uno es para el redactor Shaka Shajani-agregó metiendo sus manos en los bolsillos y tratando de lucir indiferente. La jovencita al escucharlo le echó a una de las tazas un poco más de café y dos cucharadas de azúcar.

-Aquí está-respondió la chica con una sonrisa. Luego de darle las gracias y tomar las tazas, Aioria marchó hasta el lugar de encuentro.

¿Qué le diría? Resultaba difícil pensar en entablar una conversación cuando durante esos tres meses que tenían trabajando muchos apenas eran unas miserias palabras la que habían cruzado y más aún si siempre terminaba asociándolo a él con lo vivido en aquella fúnebre tarde. Más sin embargo había decidido-aunque él mismo dudaba de en qué momento-, que se acercaría a él e intentaría integrarlo al resto del grupo. Esa era su única motivación, ¿cierto? Prefirió no ahondarle más el asunto y tocar la puerta de madera siempre abierta del penúltimo cubículo de redacciones.

-¡Buenos días!-saludó efusivo, con el aroma a café con leche y ya los pronto colores que inundarían el otoño. El rubio apenas y viró el rostro, mirándolo de reojo, con lo que dejó salir un murmullo que quizás eran sus buenos días.

Si bien ese había sido un desaire para la corta película que él mismo se creó camino al cubículo; el griego sólo suspiró, entrando pese a no haber sido invitado y dejándole la taza de café a un lado del teclado donde el joven redactaba una nota sobre los padres de hijos con discapacidades. El hindú observó la taza y desde el lugar donde estaba Aioria, tan cerca y a sus espaldas, vio la expresión de sorpresa.

-Me di cuenta que siempre vas a la última cafetera a tomar café y bueno... ya que yo siempre paso por allí-en realidad, él nunca pasaba por allí-, se me ocurrió ahorrarte el viaje-el muchacho de ojos celestes subió un tanto su rostro observándolo con suspicacia. Esos ojos azules aunque apagados eran capaz de destruir cualquier cosa con su belleza.

¿Cuán hermoso serían si estos brillaran?

Los pensamientos de Aioria al respecto se disgregaron cuando Shaka tomó la taza entre sus manos y saboreó el café, mostrando de nuevo una expresión de asombro.

-Eh... la chica-se justificó, echando la mirada a un lado-. Cuando le dije que eras tú supo cómo prepararlo.

-Ya veo...-suspiró el rubio,  probando otro sorbo sin dirigirle  la mirada. Aioria, ya resignado de que quizás no podría adelantar más en ese día, probó un poco de su café y constató el porqué la manía del rubio de ir hasta ese lugar: simplemente era el mejor del piso. Así que era amante de las cosas buenas, por mucho que eso significara un esfuerzo mayor prefería buscarlas a ellas que quedarse con lo más cercano.

Sin evitarlo rodeó en silencio con sus ojos a la pequeña oficina, mientras el rubio escribía, tomando de vez en vez sorbos de café. Notó entonces que lo único que había y podría definir que ese espacio le pertenecía a él era un porta retrato, de él y su antigua pareja.

Un nudo se le hizo en el estomago al verlo. Observaba el paisaje de Otoño donde se habían retratado, en la banca de un parque, los dos sentados, el mayor pasándole un brazo sobre los hombros, sonriendo...

Los azules de Shaka brillaban como dos estrellas del Ártico, tan límpido, tan gloriosas... ¿Acaso aún sonreía así? ¿Acaso fuera de la oficina, él permitía quitarse la seriedad laboral y le brillarían los ojos de esa forma? ¿Podría él ser testigo de ello?

Una mirada pulsante lo sacó de sus cavilaciones. Cuando giró sus ojos, se dio cuenta que era Shaka quien le sostenía la mirada, fija e imponente, un alto, un límite quizás. Se sintió desarmado ante ella, con su lengua enredada en su paladar, buscando palabras, algo que decir... con que quizás despejar la imagen de su mente, del instante... ¿Pero que podría decir él a su favor? No podía simplemente preguntar por él cuando sabía, para ambos, que conocían cuál era el destino actual de ese hombre. Al encontrarse sin nada que decir, simplemente se despidió y salió con algo trabado en su garganta.

Un duelo, ¿qué tanto duraba un duelo? Se encontró preguntando sobre ello en la soledad de su habitación. ¿Cuánto se tarda en decirle adiós a alguien que ha significado tanto para uno? ¿Cuán difícil es tener que replantear tu vida sin esa presencia, sus palabras, su compañía? ¿Shaka vivía aún en el departamento que compartieron juntos? ¿Cuántas veces lo recordaba? ¿Tendría aún los hábitos de cuándo él estaba con vida?

Y mientras más lo filosofaba, más lo pensaba... al hacerlo, más desesperado se encontraba. El recordarlo era evocar la imagen frente a la tumba, era comparar el brillo de esos celestes en un antes y después que lo tuvo toda la noche dando vueltas en la cama, con el corazón azorado, angustiado por no encontrar forma de acercarse. Amaneciendo así el día siguiente.

Se encontró de nuevo frente aquella cafetera y la pelirroja. Las dos tazas, el mismo pedido. Caminó otra vez hacía el cubículo, dudó en si debía entrar... se arriesgó, saludando ya no tan efusivo como el día anterior, recibiendo la misma mirada y viendo al lado la taza del día anterior vacía y limpia. Caminó hacía ella cambiando con la nueva y volviendo a provocar en el rostro de Shaka esa ligera sorpresa que le sobresalto el pecho. Latía, tan, tan rápido y tan fuerte, que temió que el rubio lo descubriera, lo oyera y se diera cuenta de esa reacción que él no terminaba de entender.

-El café que ella hace... es bueno-murmuró en un vano intento de justificarse... aunque él mismo ya se daba todas las de perder y esperaba recibir el silencio de respuesta, convencido que no le sacaría conversación.

-Es el mejor-susurró el rubio, llevándose un sorbo de café antes de volver a su trabajo.

Aioria dio un último vistazo al rubio, a la fotografía, a la cabeza dorada con la camisa blanca y salió, con su taza.

Dejó a Shaka y su recuerdo atrás...

Notas finales:

Continua...


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