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El que no regresará 2.0 por The Dark Temptations

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Notas del fanfic:

Ciertamente, Son of Hell, la autora indiscutible de esta historia, no estaba muy convencida de volver a colgarla. Aunque recordaba ciertos detalles de la historia original, ella argumentaba que reeditarla tal y como en un primer momento, le quitaría emoción y la intriga inicial.

Pero debido a lo que ocurrió, permanecía con esa espinita clavada y lanzó un desafio, que otro autor o autora, modificase la historia y volviese a colgarla.

A mi particularmente me llamó la atención ese desafio, ya que habia seguido la historia original. Quiero que quede bien claro que me puse en contacto con la autora y le expliqué mis deseos de aceptar el desafio.

No me considero tan buen escritor como ella, así que una vez que ella aceptó mi petición de modificar su historia, yo le pedí que en tema de ortografía y gramatica, así como a la hora de manejar la trama, ella me echase una mano.

Para mi suerte, aceptó.

Así que aquí les dejó el primer capitulo de esta nueva versión, que tendrá algunas cosas de la anterior y otras completamente distintas, no puedo asegurar que mis actualizaciones sean tan rapidas como las de Son of Hell, pero prometo esforzarme al maximo e intentar ni ofender, ni defraudar a nadie.

Un saludo: The Dark Temptations

Notas del capitulo:

Los personajes de Saint Seiya le pertenecen a Kurumada y sus respectivos pratocinadores.

La idea y historia original le pertenece por completo a Son of Hell, que colaborará activamente con esta nueva versión de la historia.

Esperando su apoyo, les saluda The Dark Temptations.

 

 

Llevaba horas delante del inmenso monolito de piedra que contenía las almas de los doce caballeros de oro que murieron frente al Muro de los Lamentos.

Orándoles a los dioses para que se apiadasen de aquellos hombres que habían sacrificado su propia vida con el fin de que los caballeros de bronce pudiesen seguir adelante, en aquella batalla que decidiría el futuro del mundo entero.

Aquella diosa de largos cabellos liliáceos, piel pálida y de matices acanelados e increíbles ojos violetas se resignaba a dejar a su suerte a los guerreros que en su nombre habían luchado. Tras ella, en silencio y con semblante preocupado, se encontraban los cuatro caballeros de bronce supervivientes.

Preocupados, sabían de sobra que para su diosa, había sido demasiado frustrante el no poder resucitar a aquellos que murieron por sus propios medios, y ahora se sentían impotentes, poco o nada podían hacer ellos por aquellos quince hombres que se sacrificaron, entre los que se encontraban uno de sus propios compañeros, el más querido por ellos cuatro.

Pero la preocupación de los cuatro caballeros de bronce, era exactamente la misma que sintieron cuando lucharon en las congeladas tierras de Asgard, Atenea era una diosa, eso era bien cierto. Pero esa diosa residía en el cuerpo de una mujer humana, y Saori llevaba días enteros frente a aquel monolito, donde solo doce de los quince rostros de aquellos que fallecieron estaban grabados.

Días enteros sin comer, sin descansar, sin dormir, habían visto en varias ocasiones los ojos de la diosa desbordando amargas lágrimas, habían escuchado sus suplicas en tenues murmullos cuando para aquella mujer, fue imposible seguir rezando solamente en el interior de su cabeza.

En alguna ocasión, el joven de Andrómeda se había arrodillado al lado de ella, acompañándole en silencio en aquellas plegarias. Para Shun era imposible no sentirse culpable de aquellas quince muertes. El remordimiento era algo con lo que peleaba a cada minuto del día. Él, un santo al servicio de la diosa de la justicia y la sabiduría, había fungido como dios de la muerte. Aunque no por voluntad propia.

Y aunque sabía de sobra que había hecho todo lo posible por evitar tal posesión de su cuerpo, y hasta el último instante había peleado por deshacerse de la misma, cuando Hades le poseyó, poco o nada pudo hacer el joven de melena y ojos verdes para despertar de aquella pesadilla.

Lo más extraño de todo aquello, y quizás lo que más le sorprendía a todos, era la presencia del inconstante Ikki de Phoenix. Aquel hombre de cortos cabellos tan azules como sus ojos, de tosco y algo agrio carácter, tenía por costumbre aparecer tarde cuando los problemas surgían y desaparecer casi al instante en que estos se solucionaban. Y sin embargo, ahora estaba allí, tan silencioso como sus compañeros, aguardando por el regreso de aquellos que sacrificaron sus vidas. Tomando el papel de hombre sensato y preocupado, tanto por la salud de la diosa a la que servía como por la de sus dos compañeros y su hermano pequeño.

Lo cierto es que por una vez en su vida, Ikki no quería marcharse a ningún sitio, quería estar allí tanto si las cosas salían como todos deseaban, como si la desgracia se cernía sobre ellos y los ruegos de Atenea no servían de nada.

Pero la imagen era desoladora, la diosa completamente agotada, el Santuario medio derrumbado, aquel monolito de piedra al que daban ganas de golpear, las armaduras inservibles o muy dañadas, y la impotencia de no saber a ciencia cierta la suerte que habían corrido las almas de los tres hombres cuyos rostros no estaban tallados en aquella  roca inmensa.

Era cierto que ver aquel monolito les causaba algo más que impotencia, también cierta sensación reconfortante. Los rostros parecían apacibles, vigilantes de la suerte de los que habían sobrevivido, pero faltaban aquellos que murieron en otras circunstancias, y eso era una condena para los que aguardaban en silencio.

Shion, el antiguo caballero de Aries y Patriarca del Santuario. El hombre que había sido asesinado por el caballero de oro de Géminis, cuando estaba bajo la posesión demoniaca de Ares, había muerto cuando las doce horas de vida concedidas por Hades habían finalizado. Siendo el amanecer en un destrozado Santuario, y a su compañero y amigo de batallas, lo último que vieron sus hermosos ojos amatistas.

Kanon, hermano gemelo de Saga y antiguo general del ejército de Poseidón. Aquel hombre que había vuelto al Santuario para expiar sus pecados, que se había sometido por propia voluntad al ataque del caballero de oro de Escorpio y que había vestido la armadura de Géminis, había muerto en singular combate. Sacrificando su vida al lanzar su ataque supremo contra Radamanthis de Wyvern, juez del averno que murió también en aquel combate.

Y finalmente su propio compañero, su líder y amigo, Seiya, el caballero de bronce de Pegaso. Aquel que no se rindió, que había recorrido el averno de palmo a palmo llevando consigo la armadura de Atenea, que agotado y medio muerto, había logrado ser el primero en conseguir la armadura divina, y que finalmente se había interpuesto entre el cuerpo de su diosa, y el ataque que en ese momento lanzaba el dueño y señor de los avernos. Muriendo pocos segundos después de que la espada de Hades, atravesase su pecho.

Tantas vidas se habían perdido en aquella maldita guerra, tanto dolor y sufrimiento, para que los dioses les agradeciesen de aquella manera el haber salvado una vez más el mundo. Acusando a los que murieron de revelarse contra los dioses, y encerrando sus almas en aquel monolito de piedra.

Era la mañana del quinto día, cuando una luz dorada iluminó el coliseo donde todos se encontraban, un cosmos intenso y poderoso les rodeó, un cosmos divino, fuerte, potente que provocó que inconscientemente sus cuerpos se tensasen y se pusiesen en posición de combate. Era lógico desconfiar cuando por tantas cosas se habían pasado, era lógico temer que cualquier enemigo les presentase batalla ahora que sus fuerzas estaban tan diezmadas y sus armaduras estaban inservibles.

Pero de alguna manera, se relajaron cuando vieron a su diosa levantarse, serena, confiada, girándose un poco en la dirección donde se encontraban sus hombres, para dedicarles una tierna sonrisa. Cuando el inmenso haz de luz que había bañado por completo el lugar donde se encontraban disminuyó un poco, permitiéndoles contemplar al recién llegado, no pudieron sino quedarse anonadados.

Frente a ellos, un hombre alto, de cuerpo atlético, piel morena, larga cabellera plateada y ojos verdes, había aparecido. Imitando lo que su diosa hacía en aquellos momentos, los cuatro caballeros de bronce se inclinaron frente a ese hombre en señal de respeto.

-mi señor Zeus-saludó la diosa con voz clara y respetuosa, sorprendiendo a los cuatro hombres que permanecían tras ella, que no habían conseguido adivinar quién era aquella persona.

-Atenea, ordena a tus hombres que se retiren, pues deseo hablar contigo a solas-ordenó el dios en voz suave pero cargado de seguridad.

Aún dudosa, y sabiendo que el padre de los dioses provocaba cierta desconfianza en sus caballeros, la diosa se puso en pie, girándose hacia los cuatro hombres que aguardaban sus ordenes en silencio. Con una tierna sonrisa tatuada en sus labios, y un brillo cálido en sus ojos, efectuó una leve inclinación con la cabeza, dándoles a entender a los caballeros de bronce que se retirasen.

Reticentes, los cuatro hombres se levantaron, despidiéndose de ambas deidades con una leve inclinación de la cabeza. Dándose la vuelta, se encaminaron con paso lento a una colina cercana, desde donde aunque no podrían oír la conversación, si podrían observar aquel encuentro. No se fiaban de aquel hombre, por muy padre de los dioses que fuese. Decidieron esperar, deseando que aquel encuentro inesperado no requiriese la utilización de fuerza bruta, y la divinidad recién llegada no se mostrase hostil, poco o nada les importaba quien fuese aquel dios de larga melena plateada, si osaba levantar la mano contra Saori, ellos como siempre la defenderían a costa de sus propias  vidas.

-Atenea, hija mía. He oído tus ruegos a lo largo de estos días, no he podido evitar el darme cuenta del inmenso amor y respeto que sientes por tus hombres. Nos hemos reunido en el Olimpo, créeme, la decisión que hemos tomado ha sido difícil, cargada de muchas opiniones en contra. Si bien es cierto que tus hombres se rebelaron contra los dioses osando alzar sus manos contra ellos, también es verdad que el motivo por el que lo hicieron, fue para salvar al mundo y a la humanidad a la que tú custodias de una grave amenaza-dijo Zeus cuando ambos se quedaron a solas en el coliseo.

-Reconozco que fueron valerosos, que no tuvieron miedo alguno al sacrificar sus vidas por ti, para que la batalla se inclinase a tu favor y pudieses alzarte con la victoria. Pero……hay cosas, acciones cometidas por ti, que merecen un castigo y una fuerte reprimenda. Tu cuerpo mortal, aquel en el que te has reencarnado, es solamente el de una jovencita. Has cometido errores imperdonables debido a tú inexperiencia.

-Una y otra vez, tus hombres han tenido que pelear, derramar sangre y luchar cuando la situación lo ameritaba. Y todo eso porque en la mayoría de las ocasiones, no has sabido actuar de la manera correcta, solo en la última batalla contra el dios del averno, estuviste dispuesta a luchar codo a codo con tus hombres. Señal de que aunque tarde, estas madurando.

-Pero hija mía, durante estos días, te he visto aquí, agotada, llorosa y desesperada, orando para salvar la vida de aquellos que murieron frente al Muro de los Lamentos. En tus suplicas muchas veces he escuchado frases como “los doce que murieron”, “los caballeros de oro que se sacrificaron” o “los guardianes de las doce constelaciones del zodiaco”.

-deseo con todas mis fuerzas que ellos regresen padre. Dieron sus vidas por salvar la de la humanidad. Volvieron del reino de los muertos en algunos casos, para dar su último esfuerzo, y creo que merecen una recompensa mejor que permanecer encerrados en ese monolito de piedra-sentenció la diosa con voz segura aunque suplicante.

-sí, lo comprendo, y lo respeto. E incluso estoy de acuerdo contigo Atenea. Pero no solo murieron doce hombres en aquella batalla, fueron quince si mal no recuerdas. Uno de ellos perdió la vida por salvar la tuya propia. Y lo único cierto es que en tus plegarias, jamás les has mencionado. No a los tres que faltan ¿acaso ellos y sus almas son para ti, menos importantes que las del resto?-preguntó el padre de los dioses.

-yo……yo, lo lamento Zeus. No era mi intención olvidarles, quizás no me expresé correctamente, ellos tres me importan tanto como el resto-aseguró apenada la de larga melena liliácea, sumamente avergonzada por aquella equivocación.

-pequeña, ninguna excusa es válida cuando se habla de las vidas de tres hombres que sacrificaron por ti sus vidas. Escúchame, Atenea en respuesta a tus plegarias, resucitaré a catorce hombres de los quince que murieron, eso sí, no lo haré al tiempo. Pasaran siete noches y sus siete días entre cada resurrección.

-tus hombres también tienen muchas cosas que aprender, es por eso que impongo para ellos ese tiempo de espera. El quinceavo hombre que pereció en la última guerra santa, permanecerá conmigo en el Olimpo. Le devolveré a la vida como uno de mis propios guerreros, ya no estará bajo tú mando, y se le negará toda posibilidad de volver a bajar a la Tierra o mantener el contacto con vosotros-

-esa decisión es irrevocable, no escucharé de ti ningún ruego más, sea quien sea el elegido para permanecer a mi lado, tú deberás aceptarlo con resignación. Ese es el precio a pagar por las vidas de los otros catorce hombres. Y tú castigo, te será comunicado cuando los que fallecieron hayan vuelto a la vida.

-que así sea-sentenció el dios pocos segundos antes de desaparecer nuevamente tras un haz de luz dorado que cegó tanto a la diosa, como a los cuatro hombres que permanecían esperándola en la colina cercana, vigilantes.

Cuando la mujer de largos y violáceos cabellos se quedó sola, no pudo evitar el que saladas lágrimas comenzasen a salir de sus ojos, se sentía impotente, dolorida y avergonzada. Una negligencia, un error cometido al hacer sus oraciones la iba a privar a ella y al resto de la presencia de uno de aquellos que fallecieron en la última batalla. Y la misma Saori sabía que aquel error era imperdonable, pero estaba tan agotada que simplemente había creído que rezando por los que permanecían en el monolito abarcaba a todos los que habían sacrificado su vida, se había equivocado.

Poco o nada le importaba a ella el castigo al que la sometería el padre de los dioses, pero aquello, que no le devolviesen a uno de los fallecidos por un simple y tonto error, había sido como si le clavasen una larga lanza en el corazón. Casi sin fuerzas y con la esperanza totalmente perdida, la joven muchacha dio media vuelta y encaminó sus pasos hacia la colina donde aguardaban sus hombres, que viendo el semblante serio, triste y meditabundo de la diosa a la que servían, supieron casi de inmediato que las noticias no serian alentadoras.

Vieron como a paso lento, Saori avanzaba hacia ellos, con las mejillas plagadas de lágrimas, un poco más pálida de lo que ya de por si era y con claras muestras de estar tremendamente agotada.

-¿qué ha ocurrido Saori?-preguntó Shiryu aventurándose a tomar la palabra, y romper aquel tenso silencio.

-cometí un inmenso error que jamás podré perdonarme al realizar mis oraciones. Zeus considera que al rezar por aquellos que permanecen en el monolito, yo olvidé conscientemente a Shion, Kanon y Seiya que murieron de otra manera. Es por eso que como castigo, les devolverá la vida solamente a catorce de los quince hombres que murieron. El que falta, resucitará en el Olimpo, bajo las órdenes del padre de los dioses.

-lo nombrará su nuevo guerrero, y como tal, ya no estará a mis ordenas y posiblemente, no podamos volver a verlo. No me ha dicho el nombre del seleccionado. Con respecto a los otros catorce, el primero de ellos resucitará está noche, el siguiente una semana después. Pasará una semana entre una resurrección y otra, ya que Zeus considera que ellos también deben aprender una lección, aunque no me ha dicho de cual se trata.

-¡espera¡. ¿Estás insinuando que después de todo lo que hicieron y sacrificaron para salvar al mundo y la humanidad, uno de ellos no va a regresar a nuestro lado, solo por una tonta equivocación al realizar las plegarias?-preguntó un encolerizado Ikki, que no podía concebir que los dioses pudiesen ser tan crueles.

-esa es la decisión irrevocable que ha tomado el padre de los dioses, Ikki, y nosotros debemos aceptarla con resignación. Catorce hombres justos, nobles, fuertes y buenos van a ser devueltos a la vida, aquí, a nuestro lado. Y contamos con la suerte de saber que el decimo quinto también volverá a la vida, aunque sea lejos de nosotros-argumentó serena la diosa, que sabía que aquel hombre estaba tan furioso como el resto de los compañeros, solo que lo demostraba más que el resto.

-Saori, no te discuto que la noticia de que catorce vuelvan sea mala. Pero entre esos hombres hay hermanos, amigos e incluso parejas. Imagínate por ejemplo que resucitan a Saga y no lo hacen con su hermano gemelo, o que le ocurre eso mismo a Aioria. Imaginemos a Shion sin Dokho, si eso pasase, para ellos esta nueva vida solamente sería un miserable infierno. No es justo, no es aceptable, es una crueldad. Una semana, una semana van a pasarse suplicando que el siguiente sea su ser querido. Aquel que les falta.

-si cuando llegue esa semana, vuelve otro que no sea el que ellos esperan, va a ser algo muy doloroso y difícil de sobrellevar. No quiero ni imaginarme entonces como será cuando llegué el decimo cuarto y sepamos la identidad de aquel al que ya no veremos. No sé ellos, pero yo puedo asegurar, que si me ponen en la misma condición, y luego resultase que el elegido fuese Shun, mandaría a los dioses y a su supuesta clemencia a la mierda y me arrebataría la vida con mis propias manos-sentenció el de cortos cabellos tan azules como sus profundos ojos.

-lo sé, Ikki, créeme que soy muy consciente de ello. Pero, por mucho que lo queramos o deseemos…….no podemos hacer nada más-se disculpó la diosa rompiendo en llanto al saber que posiblemente, uno de aquellos que resucitarían, estaría condenado a perder a un ser querido y vivir con ello el resto de su existencia.

 

 

 

 

 

 

 


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