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Madness por zeldenciel shuichi

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Notas del fanfic:

¡¡Nuevo fic!!

Se supone que no iba a subir un nuevo fic hasta terminar con Ghost Love, pero como no he tenido tiempo para escribir, les traigo este fic para que se entretengan por mientras =)

Disclaimer: Ni gravi ni sus personajes son míos, yo sólo los rapto para dar forma a mis oscuras fantasías xD

Notas del capitulo:

¡¡Hola, niñas!! ¿cómo están?


Ya sé que algunas estan esperando que actualice Ghost Love, pero no he tenido tiempo para escribir debido a que he estado ocupadísima con la universidad, tanto que con suerte me queda tiempo para dormir u.u


Por si se dieron cuenta, recuperé mi cuenta de usuario!!!! Así que cuando tenga más tiempito subiré los capis de GL a esta cuenta. (Ruego paciencia por la actualización).


Este fic lo empecé a escribir desde algunos años y, hasta ahora tiene 8 capis (sí, es poco), y los iré subiendo de a poquito conforme vea si hay interés de parte de ustedes.


Aclaraciones:


-No soy psicóloga, ni psiquiátra, ni nada parecido. Todo lo que verán, es producto de diversas investigaciones que he realizado, aunque tampoco se ahondará mucho en el tema. 


-Por si acaso, los pensamientos de Yuki están entre comillas y con letra normal y; los de Shu, entre comillas y en letra cursiva.


Espero que les guste!

Madness: Capítulo I

 

 

            Hola, mi nombre es Shuichi, Shindou Shuichi. Actualmente, tengo 21 años y soy la persona más feliz del mundo junto al hombre que amo y que me salvó del abismo en el que me encontraba.

Hasta hace poco más de un año, estuve internado en un hospital psiquiátrico y, salí de allí gracias a la ayuda de mi actual pareja, él era mi médico en ese entonces.

 

            Tal vez se pregunten ¿cómo es que un muchacho de sólo 19 años puede estar aislado e internado en un hospital para enfermos mentales? La verdad es que llevó años descubrir el porqué y  para poder responderles esa pregunta tendría que contar mi historia paso por paso.

 

            No quiero aburrir a nadie con los largos 4 años que estuve internado, así que empezaré por la parte más importante de mi larga historia… El día en el cual mi amado médico llegó a encargarse de mi complejo caso, hasta llegar a descubrir el origen de mi enfermedad y una posible cura…

 

 

Un bello joven de ojos ámbar, cabellos rubios y apariencia varonil, bajó de un lujoso Mercedes negro estacionado a un costado del Hospital Psiquiátrico. Habló con el guardia de la entrada, presentándose como el nuevo médico, informándole que tenía una reunión con Reiko Takahashi, el director del hospital. Amablemente, el guardia le dio las indicaciones para llegar a la oficina y, enseguida, dirigió sus pasos hacia el interior del recinto.

 

            En su andar por los pasillos, las enfermeras y secretarias, más bien, las mujeres en general, se daban vuelta a mirarle con ojos maravillados, para luego,  murmurar sobre él a sus espaldas. Su belleza extravagante, su buen porte y elegancia y, su fina caballerosidad las dejó literalmente locas.

 

            El muchacho sonrió orgulloso de sí mismo, aumentando su ego a índices inimaginables, sintiéndose satisfecho por la impresión causada en las mujeres del lugar. Él a donde sea que fuese, arrasaba entre las féminas con su cautivante aire varonil y singular encanto; pero cuando te internabas en su mundo descubrías a un ser totalmente distinto. Cuando su careta caía, despertaba el monstruo frío y cruel que llevaba por dentro, por eso, aunque era un médico exitoso y renombrado, era un hombre solitario y de muy mal genio.  Su nombre… Eiri Uesugi, alias Yuki.

 

            Tras subir por unas escaleras, llegó a la oficina del director del hospital. La secretaria al verle, se apresuró en comunicarle al director de su llegada, haciéndolo pasar de forma casi inmediata. El muchacho ingresó al despacho saludando cortésmente y, así tomó asiento frente al escritorio del hombre.

 

 

—¡Me alegra que haya decidido aceptar el trabajo, Señor Uesugi!

 

—Debo decir que lo pensé bastante, no podía rechazar vuestra invitación ni menos dejar la consulta a la deriva. Pero espero poder dividir mi tiempo en ambas cosas— explicó cruzándose de brazos.

 

—Recibí muchas recomendaciones sobre usted, así que espero lo mejor de su trabajo profesional. Voy necesitar que ponga mucho entusiasmo a esto. Le advierto que el caso que deseo que vea no es para nada sencillo y, ya no sé a quien más recurrir. — El rubio miró con interés al hombre, prestándole su total atención—. He contratado a tantos psiquiatras para que ayuden a este paciente y todo ha sido en vano; usted es mi última esperanza. — El hombre suspiró apesadumbrado.

 

—Ya me lo habían comentado… Había escuchado algunos rumores, pero no comprendo que tan difícil puede ser… Por lo que leí en el informe que me envió, sólo se trata de un trastorno esquizoafectivo…— reflexionó con tono preocupado.

 

—Puede que eso suene fácil, pero le advierto que todos los colegas que han trabajado en este caso, han renunciado de forma imprevista…— dijo el director con aire sombrío.

 

—No comprendo, Director Takahashi…

 

—Se volvieron locos, literalmente—soltó con ironía—. Salieron corriendo de aquí, diciendo que jamás volverían a pisar un hospital psiquiátrico o que dejarían de ejercer su profesión… El último médico que intentó tratarlo duró una semana…— El rubio miró al director con cara de “esto es una broma”, pero notó rápidamente que el hombre hablaba muy en serio—. Puede comenzar a trabajar ahora mismo. Le pediré a su asistente que le entregue la ficha del paciente y lo lleve hasta él— dijo poniéndose de pie para invitarlo a salir de la oficina, dejando al joven médico al borde de la duda: ¿tan peligroso era su nuevo paciente o sólo era una especie de broma de mal gusto?

 

—De acuerdo.

 

            El muchacho se levantó y lo siguió a través de la puerta, por unos pasillos angostos a la sala de médicos, donde estaba su casillero y el resto de los hombres y mujeres que allí trabajaban. Entre la gente que había, Yuki pudo distinguir a una muchacha pelirroja con delantal blanco, que buscaba en un estante las fichas de los pacientes, suponiendo, en seguida, que esa niña sería su ayudante.

 

            El hombre mayor llamó a la joven que Yuki miraba, su nombre era Maiko, la que volteó a mirar buscando el origen de la voz que pronunciaba su nombre, a la vez que arrojaba al suelo varios papeles. “Que tonta”, pensó el rubio acercándose a ella para ayudarla.

 

 

—¿Usted debe ser Uesugi Eiri?— Yuki asintió—. Disculpe. Estaba buscando la ficha de su paciente y no la encontraba por ningún lado, pero ya la tengo. — La mujer le entregó el papel, mientras el rubio dejaba sobre la mesa las hojas que habían caído.

 

—¿Serás mi asistente, verdad?— preguntó desinteresado ojeando el expediente.

 

—¡Sí! Espero que tenga mejor suerte que el médico anterior.

 

—No te preocupes, preciosa… Sé hacer bien mi trabajo…— Maiko miró al nuevo de pies a cabeza. Se notaba que el muchacho tenía dinero, su apariencia en sí decía que venía de una muy buena familia, además era muy guapo y elegante, un verdadero adonis, pero por alguna razón, se mostraba frío y distante—. Déjame leer la ficha y cuando termine te busco para que me lleves con el paciente.

 

—¡Bien! Iré a hacer otras cosas por mientras. Si me necesita estaré en el jardín. — Eiri asintió sin ánimos y, luego de varios minutos mirando a la nada, por fin quedó absolutamente solo en la sala.

 

 

Ficha Médica Nº 126

 

Nombre                                  : Shuichi Shindo

Fecha de nacimiento          : 16 de abril

Edad                                       : 19 años

Sexo                                       : Masculino

Años interno                         : 3 años

Diagnóstico                          : Trastorno Esquizoafectivo

 

Descripción: Las causas de su enfermedad mental son completamente desconocidas. Presenta cuadros psicóticos, actitudes bipolares altamente depresivas y, proyecta una imagen materna sobre un peluche que tiene consigo. Por alguna razón ha impedido la aplicación de los tratamientos, por lo que se encuentra aislado y se le prohíbe estrictamente el contacto con otros pacientes. Se desconoce su antipatía hacia los médicos tratantes.

 

            Eiri continuó ojeando el expediente, aún preguntándose qué tan peligroso y difícil sería curar a su paciente esquizofrénico, más si se trataba de una enfermedad que había tratado con éxito en varias oportunidades. Confiaba plenamente en sus conocimientos y en su profesionalismo, estando seguro que sus colegas anteriores no eran más que una manada de incompetentes. Cerró el documento confiado y con él salió del salón rumbo al jardín en busca de su ayudante.

 

            Cuando llegó a él, la divisó cerca de una fuente de agua junto a varios internos, haciendo juegos sin sentido para entretenerlos y así evitar que se pelearan. El médico llegó junto a ella con paso cauteloso, no deseaba interrumpirla pero, curiosamente, estaba muy ansioso por conocer a Shuichi, a pesar de todas las advertencias. Maiko vio al rubio acercarse, saliendo a su encuentro en seguida, sin antes encargarle a otra muchacha que cuidara de los enfermos.

 

 

—¿Está listo?— consultó con tono ingenuo al doctor, el que sólo asintió—. ¡Bien! ¡Sígame!— le ordenó mientras caminaba en dirección al edificio del hospital.

 

 

Caminaron por un ancho  pasillo hasta llegar a las escaleras, subiendo una por una hasta el tercer piso. Todo el lugar olía a hospital, todo pintado y ornamentado con un blanco radiante. El pasillo estaba despejado, no era como los hospitales normales, pues no habían mesas ni camillas ni carros de aluminio con utensilios médicos, sólo se observaban puertas y más puertas a ambos lados del pasillo, todas del mismo color de las murallas: blanco.

 

            Avanzaron hasta la cuarta puerta del lado izquierdo. Maiko sacó las llaves de uno de los bolsillos de su delantal y, antes de abrir, dejó que el médico mirara a través de la ventanilla de la puerta. Eiri se acercó al vidrio y escudriñó con la mirada cada rincón de la habitación acolchada: allí estaba su paciente, sentado en un rincón del lugar, abrazando algo que Yuki identificó como el peluche mencionado en el expediente.

 

            Maiko abrió la puerta, pidiéndole al doctor que esperara un momento antes de entrar, para primero, asegurarse de que “Shu” estuviera de ánimo para recibirlo. Ingresó de forma sigilosa para no llamar la atención del pequeño, quien a penas sintió la puerta abrirse, pero que sí notó la presencia de la enfermera. Alzó la mirada con parsimonia y contempló por unos momentos a la mujer que se le acercaba.

 

 

—¡¿Shuichi?!— llamó simulando calma. El chico la ignoró bajando la mirada—. Tu nuevo médico está aquí. ¿Le haré pasar, de acuerdo?— No recibió respuesta. Maiko suspiró y volvió junto a Yuki.

 

—¡Me ignoró rotundamente!— dijo indignada—. Pero no parece estar de mal humor. Tenga cuidado— le dijo en tono preocupado.

 

—No te preocupes. Sé tratar con este tipo de personas…

 

—De todas maneras, le dejó unos calmantes— le extendió una jeringa y un frasquito etiquetado junto a las llaves—. ¡Suerte!— Yuki sonrió calmado y guardando los objetos, ingresó al cuarto con cautela cerrando la puerta tras sí con llave.

 

 

            “Aquí viene el nuevo”, pensó Shuichi sin quitarle la vista de encima a su peluche. “Pobre, no sabe lo que le espera… haré que se arrepienta de haber aceptado el trabajo”, Shu continuó hablando para sus adentros moviendo las manitas del peluche, sin tomar en cuenta que su nuevo médico estaba sentado frente a él, observándole detenidamente. Cuando comenzó a sentirse incómodo con la penetrante mirada del rubio, se atrevió a dirigirle la palabra.

 

 

—¡¿Qué miras?!— dijo por fin con cierta insolencia, esperando algún tipo de reacción por parte del rubio, a quien aún no se atrevía a mirar.

 

 

            Eiri no respondió, de hecho sólo se había dedicado a mirarle y no había puesto atención a sus palabras. Por lo que veía, Shuichi demostraba menos edad de la que tenía, en realidad parecía un niño; sus cabellos eran extrañamente rosados y estaban esparcidos desordenadamente por su cabeza. Por lo que podía apreciar era bastante delgado y al parecer no muy alto, tenía un aspecto bastante aniñado y sus ojos aún no podía verlos. Esto lo hizo sentirse inquieto, surgiendo en él la necesidad de poder contemplar los ojos de su paciente.

 

 

—¿Te llamas Shuichi, no?— El niño le ignoró, acercando el peluche a su boca para susurrarle. Eiri miró extrañado la acción, parecía que el niño hablaba con el conejo de peluche.

—A mamá

no le agradas…— dijo al fin levantando la vista, encontrándose con la belleza del rubio.

 

 

            Tanto Yuki como Shuichi se quedaron pasmados observando al otro, como si hubiesen encontrado un tesoro invaluable. El médico contempló extasiado las profundas orbes violáceas que adornaban el rostro del muchacho, sintiéndose, por un momento, volar  entre las nubes gracias a la extraña belleza del niño, la cual de forma inesperada había cautivado sus sentidos.

Shuichi, en cambio, observó los ojos dorados del rubio y deseó perderse en ellos, pensado para sí que jamás en su vida había visto algo que se le equiparase. “Es guapo… parece un ángel”, pensó el niño para sus adentros.

 

 

—¿Quién es mamá?— preguntó confundido poniendo los pies en la tierra, otra vez. Shuichi volvió en sí y, a modo de respuesta, indicó al peluche en sus manos—. ¿“Eso” es tu mamá?— Yuki indicó el conejo rosado.

 

—No le digas “eso”. ¡Es mi mamá!— le recriminó.

 

—Pero es un peluche… un conejo de peluche— dijo con ironía, esperando ver la reacción del muchacho.

 

—¿Eres tonto?— inquirió con plena confianza en lo que diría—. ¡¿No ves que no es un peluche?! Es mi mamá, no la insultes. Además, a ella no le agradas y a mí tampoco. — El médico sonrió ante la explicación del niño, aunque, ciertamente, le causó risa el hecho de tratarlo de tonto por no darse cuenta que era su mamá y no un peluche, se había contenido las ganas de reír a carcajadas, pero ya estaba acostumbrado a los disparates que hablaban los enfermos mentales.

 

—¿Y por qué no le agrado si ni siquiera me conoce?— preguntó tratando de entrar en el juego

 

—Porque cree que eres igual de inepto que los demás médicos.

 

—Dile que en eso se equivoca… no soy ningún inepto. — Shuichi le miró con desconfianza—. Seré el último médico que te controle. Te lo aseguro…— El niño no respondió. Miró al conejo por unos instantes mientras pensaba en la posibilidad de hacerle tragar sus palabras al rubio. Hasta ese momento nadie había podido curarle y él no sería la excepción.

 

—¿Quieres ser mi amigo?— preguntó con cierta inocencia—. Shuichi nunca ha tenido un amigo… sólo tiene a Mamá. — Sus palabras tomaron por sorpresa al médico—. No me gusta estar solo…— Eiri notó como unas pequeñas lágrimas caían por los bellos amatistas del niño. Hace algunos momentos no era más que un crío engreído y ahora lloraba casi como Magdalena.  No se sorprendió por ello, después de todo, el niño era bipolar y al parecer padecía algún tipo de trastorno de personalidad.

 

—No hay problema si empezamos siendo amigos. — Yuki sonrió cordialmente mientras tomaba al niño en brazos, quien hecho un ovillo, se acurrucó en su pecho como un gatito. “Que tonto”, pensó Shuichi refiriéndose al rubio, escondiendo su cara entre el blanco delantal del mayor.

 

—¿Puedo decirte hermano?

 

—¿Eh?— Yuki le miró un tanto descolocado por la pregunta

 

—Es que yo…— El pequeño bajó la cabeza apenado tratando de encontrar una explicación para su pregunta.

 

—Está bien, no es necesario que des explicaciones… Entre más nos familiaricemos será mejor para ambos.

 

—Ya veo… entonces, ahora serás mi Ni-chan— exclamó llenó de alegría, apartándose del regazo del rubio a la vez que repetía una y otra vez su nuevo “nombre” en distintos tonos para ver cómo sonaba mejor—. ¡Ni-chan! ¡¡Nii-chan!! ¡¡Ni-chan!! ¡¡Onii-chan!! ¡Ni-chan! ¡¡Ni-chan!! ¡¡¡onii-chan!!! ¡¡¡Nii-sama!!!

 

—Ya basta— pidió con calma llevándose una mano a la cabeza.

 

—¡¡Onii-san!! ¡Ni-san! ¡¡Onii-sama!! ¡¡Nii-chan!!— canturreaba felizmente mientras se movía de lado a lado, sentado con las piernas cruzadas y con Mamá tirada junto a él. Yuki miró el conejo y lo tomó acariciándolo con cierta ternura.

 

—¡¡Shu, Mamá dice que te calles!!— probó callarlo nuevamente y esta vez obtuvo resultados, pues el niño se detuvo al instante y en un abrir y cerrar de ojos le arrebató el peluche y se acurrucó con él en la esquina más lejana al rubio.

 

 

            Eiri miró la acción del niño con plena extrañeza. Respiró hondo y sin decir nada más salió de la habitación por unos momentos. Necesitaba tomar un poco de aire y analizar su primer encuentro con el supuesto “conflictivo” paciente...

Sin embargo, todo indicaba que su estadía en el hospital iba a ser una muy larga temporada...

 

 

—¿Mamá?— llamó bajito mirando al peluche—. Él no parece mala persona... y es guapo... ¿Crees que debemos darle una oportunidad?— Miró al conejo expectante a la espera de una respuesta, para después continuar— Tienes razón, lo pondremos a prueba...

 

 

            Tras salir de la habitación caminó lo más rápido que pudo hacia la cafetería: necesitaba un café y un cigarro urgente. En el camino, trataba de analizar el extraño comportamiento del niño, llegando a la conclusión de que su enfermedad mental era más complicada de lo que pensaba, aunque sólo se trataba de la primera impresión y, por supuesto, Yuki no tenía idea de todas las sorpresas que se llevaría con el paso del tiempo.

Al llegar a la cafetería, pidió a la niña que atendía que le sirviera un café bien cargado y sin azúcar, mientras él esperaba con un cigarro. Pronto le entregaron el brebaje y así, con su café, se dio un pequeño descanso después de ese “extraño” encuentro con Shuichi.

 

            “Espero no terminar loco”, se dijo para sí después de un rato de reflexión, en donde se preguntaba una y otra vez porqué había decidido ser médico psiquiatra. Sorbió un poco de café disfrutando su suave aroma, buscando disipar las dudas de su cabeza, mientras sus pulmones se deleitaban con el tóxico humo de sus amados cigarrillos mentolados. Estaba en eso, ignorando al mundo, cuando apareció Maiko en la cafetería, mostrándose alarmada y un tanto desesperada; más bien, afligida. Como leona furiosa, caminó rápidamente hacia el rubio, con el seño fruncido y un aura irritada, deteniéndose frente a él con los brazos en la cintura en pose de regaño.

 

 

—¡¿Qué le hiciste a Shuichi?!— gritó con enojo.

 

—Nada que yo sepa— mintió con tranquilidad bebiendo las últimas gotas de café.

 

—¡Mentiroso! ¡Te vengo a informar que Shuichi ha tenido un ataque de histeria y tuvimos que doparlo mientras tú estás tranquilamente tomando café! ¿No se supone que eres su médico?— Yuki alzó una ceja en señal de incomprensión. Si recordaba bien, cuando salió de la habitación, el niño se había aislado en un rincón junto al peluche y ni siquiera se inmutó cuando le dejó. Entonces, ¿qué le había pasado?

 

 

            Sin hacer comentarios, dejó la taza sobre la mesa y apagó el cigarro, se levantó con plena tranquilidad y se dirigió hacia la salida rumbo a la habitación del niñato. Necesitaba saber qué mierda le había pasado, por lo menos para tener una idea de qué hacer cuando el chico despertara. El estado mental del pequeño lo tenía intranquilo, estaba claro que su tarea de “curarle” no sería nada fácil, a menos que descubriera el origen del problema. Por el momento, sólo tenía claro que el chico necesitaba compañía y algo de cariño.

 

            Tras avanzar por los largos pasillos desiertos, llegó a la sala. Allí estaba Shuichi acostado en el suelo abrazando su peluche siendo tapado con una manta que le cubría poco más de la mitad del cuerpo. Lo observó por unos instantes desde afuera y, luego, se decidió a entrar.

Abrió la puerta con mucho sigilo y, así mismo, la cerró, acercándose lentamente hacia Shu. Una vez a su lado, tomó asiento muy cerca de él y se quedó contemplándole estupefacto.

 

            Realmente, Shuichi era un muchacho bastante guapo. Tenía un rostro hermosamente angelical mientras dormía, notándose desde lejos, que sólo se trataba de un niño inocente e ingenuo. Pero ¿qué le había llevado a ese estado tan deplorable?

Acarició suavemente los cabellos rosados mientras trataba de responder esa pregunta, resignado a esperar pacientemente a que la verdad saliera a la luz. Se quedó impávido por varios minutos contemplando el rostro de Shuichi, perdiendo la noción del tiempo.

 

            Luego de un rato, miró el reloj impaciente calculando el tiempo que el niño dormiría de acuerdo a la dosis dada, lo que daba como resultado unas dos horas o menos. Se levantó decidido para salir de ahí, pensando en que debería preparar unos cuantos exámenes para ver el deterioro mental del pequeño.

 

            Volvió a la sala de médicos con relativa calma, haciéndosele difícil mantenerse tranquilo, sabiendo que aquel niño padecía un extraño trastorno con una causa inexplicable y, que además no tenía cura aparente.

Buscó su bolso en el casillero que le habían indicado a su llegada y de allí sacó su portátil, con el fin de hacer un pequeño registro de su primera impresión del niño al cabo de su primer encuentro. Esto era una rutina que solía hacer con todos sus pacientes.

 

            En un documento Word registraba día a día los sucesos ocurridos con los enfermos que trataba, dando su impresión al respecto con el fin de sacar conclusiones una vez avanzado el tratamiento.

Anotó los datos del expediente de Shuichi y, más abajito, redactó sin omitir detalles el primer encuentro con el niño, poniendo especial énfasis en las actitudes de éste, agregando cuidadosamente cada una de sus opiniones y conclusiones, mientras escudriñaba en los rincones más profundos de sus conocimientos para hacer, en un primer momento, un breve psicoanálisis de la mente de su paciente.

 

            Revisó los archivos en los que tenía varios test y pruebas psicológicas que seguramente le servirían más adelante, y una vez que releyó su “versión de los hechos”, concluyó que el niño necesitaba –por ahora- alguien que le escuchara y con quien pudiese hablar sin problemas. Shuichi necesitaba alguien que lo quisiera, le demostrara cariño y le comprendiera.

 

            En eso estaba cuando su asistente, Maiko, ingresó a la sala. Ella, con su aire juvenil y entusiasta, llegaba para informarle que Shuichi estaba consciente y aparentemente dócil, agregando que el pequeño se había dado el lujo de corretear y saltar por el cuarto feliz de la vida, como si nunca hubiese tenido una crisis mental. Eiri suspiró pesadamente y, con algo de cansancio, miró de reojo el reloj en la pantalla: habían pasado casi tres horas desde que comenzó a escribir el expediente. ¡Qué rápido pasaba el tiempo en ese lugar! En dos horas más podría ir a casa y descansar.

 

            Cerró la computadora sin hablar y tras guardarla, decidió ver a Shuichi por última vez antes de irse a casa. Dejó a Maiko en la sala y se encaminó por si sólo hasta la habitación, encontrándose con el muchacho en un rincón, hablando animadamente con el peluche, mientras se reía a ratos con mucho ánimo.

Para no interrumpir, Yuki abrió la puerta sigilosamente esperando no llamar la atención del pequeño, lo que fue imposible, puesto que apenas giró la perilla Shuichi ya había notado su presencia. Cuando ingresó, buscó al pequeño en el rincón y se encontró con las bellas perlas amatistas que le miraban fijamente sin mostrar emociones.

           

 

            El rubio se quedó inmóvil por unos instantes, atento a cualquier movimiento que el niño pudiera realizar. Se sentía incómodo con esos ojos profundos y penetrantes escudriñando descaradamente su persona, teniendo la impresión de que aquellos ojos eran capaces de ver en los más profundo de su ser. Se quedó hipnotizado mirando al muchacho, pero algo le hizo volver a pisar tierra. Cuando salió de su trance, estaba tirado en el suelo con Shuichi encima.

 

 

—¡¡Onii-chan!!— Shuichi se había abalanzado sobre él sin previo aviso, tumbándolo al suelo de golpe. Menos mal que la habitación entera estaba acolchada, de lo contrario, el golpe habría dolido bastante.

 

—Shuichi, me estás aplastando. — El pequeño se hizo a un lado para que el rubio pudiera levantarse, sentándose con las piernas cruzadas —. ¿Cómo te sientes?— Yuki se incorporó imitando al pequeño, quedando sentado frente a él

 

—¡¡Feliiiiz!!— exclamó con una hermosa sonrisa en los labios mientras se balanceaba de un lado a otro.

 

—¿Por qué? ¿Se puede saber?— preguntó simulando interés.

 

—Mmm… ¡Nop!— contestó con voz aniñada—. Es un secreto entre mamá y yo— canturreó, sacándole la lengua al rubio.

 

—Bueno, si no quieres decirme no importa. Pero de ahora en adelante tendrás que confiar en mí y contarme todo lo que te pasa o sientas sin omitir nada, de lo contrario no podré ayudarte. ¿De acuerdo?— Shu asintió animadamente, sonriéndole.

 

—¿Nee, Ni-chan? ¿Cómo te llamas?— preguntó apenado juntando juguetonamente sus dedos índices, mientras se recriminaba por ser tan olvidadizo y no haber hecho esa pregunta antes.

 

—Eiri Uesugi, pero dime Yuki

 

—¿Nieve? ¿Por qué nieve?— Puso cara de no entender, pero antes de que el rubio intentara darle una explicación, el menor abrazó sus rodillas y se largó a llorar desconsolado—. Shu no conoce la nieve…— dijo entre sollozos escondiendo su rostro a más no poder entre sus rodillas, apretando de paso, al peluche que descansaba sobre su abdomen.

 

 

            Yuki se sintió algo incómodo con la rara confesión que claramente no venía al caso. Era cierto que su apodo significaba nieve y que le habían puesto así debido a su belleza y frialdad, pero no pensó que un nombre tan común fuera a causarle una crisis de llanto a su paciente. Tal vez, el encierro prolongado y la falta de contacto con otras personas, hacían de Shuichi una persona tremendamente sensible y de carácter volátil.

 

—Shu siempre está encerrado aquí… ¿Por qué no puedo salir?… Mamá no entiende por qué no puedo salir… Es injusto— sollozó con la voz quebrada, abrazando sus piernas lo más que podía.

 

—Si te portas bien, te llevaré a conocer la nieve y te dejaré salir— dijo el médico, buscando con ello detener el llanto del menor. Shuichi dejó de llorar sorpresivamente, limpió sus lágrimas con las mangas de su camisa de dormir y miró al rubio con ojitos de cachorrito.

 

—¿Lo prometes?— le preguntó al rubio, con aire esperanzado, quedándose expectante para ver que Yuki asintiera en forma silenciosa. Se acercó al pequeño un poco más para acariciar sus rosados cabellos y desparramarlos juguetonamente, logrando que Shuichi le dedicara una amplia y hermosa sonrisa.

 

 

            Sin embargo, a pesar de que el pequeño se mostrará dócil y amigable, su mente le repetía a gritos su más grande objetivo… “Te haré la vida imposible, Eiri Uesugi. De aquí no saldrás como llegaste…Tu reputación y tu vida están en mis manos”, pensaba para así, mientras se dejaba acariciar…

 

 

Continuará…

 

Notas finales:

Qué les pareció?

Espero que les haya gustado y no se olviden de dejarme sus reviews. Sus opiniones son importantes para mí y para la continuidad del fic.

Cualquier cosa que me preguntan y yo les responderé lo antes posible o, si prefieren, pueden encontrar mi correo en mi perfil.

saludos!!


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