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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del fanfic:

 (Este Fic se encuentra en proceso de edición, por lo que puede haber errores ortográficos y gramaticales)

 

Ángel: Es un jovencillo demasiado común y melodramático que está enamorado desde su niñez, de la hermosa chica rubia que vive frente a su casa: Carla. Lleva su amor tan al extremo que comienza a ser una obsesión. El chico sueña con ser popular para dejar de ser invisible y también desea conquistar a la última mencionada, pues está seguro que es el amor de su vida y que nació para estar a su lado. Está en un club de futbol y le fascina los videojuegos.

Adrián: El nuevo novio de Carla. Chico en moto y con chamarra de cuero que trabaja en las noches haciendo shows para mujeres. Lleva una vida nocturna y pecaminosa. Él es el típico don Juan que ha andado con todas las chicas beneficiándose de su atractiva y perfecta apariencia. Es el más popular de la ciudad. Su sueño es ser un modelo profesional e irse al extranjero para casarse con Emma.

Por asares del destino, ambos inician siendo rivales, habiendo mucha competividad y resentimiento entre ambos. Pero un incidente les demostrará la química perfecta que hay entre ellos por ser tan opuestos, y llegará a sus vidas la homosexualidad cuando creyeron que estaban destinados a una chica.

Notas del capitulo:

Cuando elijas una historia, no la leas, ¡vívela y siéntela!

 

 

 

 

 

 

 

Prólogo

                                                                                                                                                                                  

Este soy yo

 

 

 

 

 

—No soy el típico protagonista...

Debería ser realmente apuesto, poseer un súper poder, desarrollar un extraordinario talento, encontrarme un artefacto sobrenatural, pelear arduas batallas como un valiente guerrero, ser un ingenioso inventor, trabajar con el FBI o ser un agente especial con una vida llena de acción y explosiones; o de menos, ser aquel perdedor que al final es reconocido por el mundo.

Pero sólo soy un chavo común. No hay nada sobresaliente en mí, y mi vida es tan normal y aburrida, que es la historia que nadie leería.

Me gustaría mucho ser un personaje de comedia o un Romeo en una narración romántica y pasional, y aunque en mi vida sí existe un amor, trataría de una historia triste, de un sentimiento no correspondido.

En realidad, no deseo ser alguien extraordinario ni legendario. Sólo quiero escapar de la monotonía en la que estoy atrapado y lograr diferenciarme de los otros, sobresalir, ser popular, dejar de ser invisible para los demás, que sepan que existo, ¡qué estoy aquí! 

Tal vez tengo este tipo de necesidades sociales, porque soy una persona que le gusta que le presten atención, ¡qué exige atención! Pero el mayor motivo, es porque la chica de la que estoy enamorado, es de aquella gente guapa y carismática que todo el mundo conoce y quisiera hablarle. Por eso tengo la vaga idea de que si estuviera en el mismo nivel social que ella, sería más digno de su cariño.

Pero... si soy realista,  jamás podré ser popular,  ya que no cumplo con los requisitos para ello. 

No soy un nerd, que quede claro. Pero tampoco un galán. No asisto a las fiestas sabatinas como la mayoría de los jóvenes de mi edad, las detesto, y cada vez que asisto a una -que sinceramente no es muy seguido-, me quedo en el sillón esquinado, calentando el asiento, sorbiendo ruidosamente la bebida y contemplando cómo mi presencia pasa desapercibida durante toda la noche, demostrándome así, lo poco llamativo que soy. Además, cuando intento bailar me aparecen dos pies izquierdos, sin contar que mis movimientos rítmicos son algo graciosos.

 Lo que un chico como yo hace los fines de semana, es pasar la tarde en la unidad deportiva con los amigos, jugar en las maquinitas en el local cercano, o en el ciber del Chino, actualizando mi estado en las redes sociales (que en realidad a nadie interesa y tiene cero comentarios).

Aun así, intento ser aquél chico sobresaliente. Por Carla, sólo por ella. Elegí un corte coqueto para mi cabello y compré el pantalón de la temporada. También practiqué mi sonrisa un centenar de veces y me volví a unir al club de futbol, pues según sé, los jóvenes que se inscriben en alguna actividad deportiva suman puntos de popularidad y logran poseer la escuela. Pero infortunadamente a mí no me funcionó, al parecer necesitaba ser más que un jugador debilucho. Pese a ello, continué en el equipo, ya que el futbol me ha gustado siempre.

      Desde que aprecié a mi querido padre controlar el balón de una manera extraordinaria en la unidad deportiva de la colonia años atrás, no dejo de practicarlo como un loco para llegar a ser un poquito de talentoso como él...

—Ángel, ¿otra vez hablando con el espejo? —escuché detrás de la puerta una vocecilla chillona y molesta.

Narrar mi propia vida con tono de telenovela, es una de las pésimas e irremediables costumbres que tengo.

—Práctico las líneas de la obra de teatro que presentará mi clase...  —fingí avergonzado mientras que mis palabras eran repetidas por el eco.

—¡Mamá necesita usar el sanitario así que sal ya! —me apresuró—. Además, no puedo creer que exista un drama teatral, con un personaje principal igual de insípido que tú.

Era verdad, ¿por qué alguien como yo podría protagonizar una buena historia? Mi realidad me deprime bastante y ocasiona que me encorve con regularidad.

Cuando escuché las ruedas alejándose, nuevamente miré el reflejo de mi rostro en el espejo empañado, y luego me giré, dirigiéndome con un suspiro desalentador a mi único público oyente, que eran los objetos sobre el tocador de baño. Don Peine, Doña Grifo, y el simpático pero serio, el Jabón de barra para manos. 

—Sí, este soy yo, patético ¿cierto?  —me limpié la pasta de menta fresca que siempre queda en mi boca como un esponjoso bigote y enjuagando mi cepillo dental, lo coloqué en el vaso, junto a los otros dos. Me acerqué a la puerta y giré su perilla dorada. En cuanto la abrí, escapó la neblina de vapor. Caminé descalzo por el pasillo dejando las huellas húmedas de mis pies sobre el vitro piso blanco. Pasé a un lado de la cocina donde exhalé profundamente el exquisito olor del guisado de mamá. Y evitando de que el aroma me llevara flotando hasta el platillo, subí las escaleras y entré a la segunda y última recamara del piso de arriba: mi habitación. Miré el cuarto hecho un caos, más desordenado de lo habitual. Rascándome el húmedo cabello preferí ignorar el tumulto. Azoté la puerta con la pierna y se cayó el póster de la portada oficial del nuevo videojuego de guerra que salió esta temporada. Caminé sosteniendo la toalla envuelta a mi cintura. Esta se desanudó deslizándose al piso. Carente, corrí al guardarropa y escarbé entre los cajones buscando una pieza de ropa interior adecuada. Con mirada irónica, observé los calzoncillos con estampado del hombre araña. Y tenía el mismo modelo en varios colores. 

Quizá crean que tengo doce, o al menos catorce años de edad, pero en realidad me acaban de entregar mi credencial de elector. ¡Ya soy considerado un adulto para la sociedad! En mi tarjeta de identidad aparece mi nombre: Ángel Rojas Montes, mi domicilio y los demás datos requeridos de los que seguro ya están familiarizados. Sí,  también marcaron mi extraña huella digital obligándome a sumergir mi dedo índice en la molesta tinta negra e indeleble, y me tomaron una foto en la que salí haciendo muecas. En realidad me veo simpático y no entiendo por qué quienes la ven, se dan la idea errónea de que soy un idiota. Sólo soy alguien que intenta no tomar la vida tan en serio. No soy una persona madura que ejecuta responsabilidades y que ya haya tenido sexo. Mi vida puede que sea algo desastrosa, al igual que mi habitación, ya que ni siquiera eso puedo mantener en orden.

 

Así pues, dejando atrás todo lo que soy, y no soy, como un intento de repentina resignación, por fin intenté buscar entre las camisas esparcidas en el suelo, aquella que combina con mis ojos. Me perdí entre las prendas, y extraordinariamente comencé a encontrar cosas perdidas.

—¡Un nacho con sabor a jalapeño! —lo levanté como un trofeo y me lo llevé a la boca pese a que estaba algo rancio.

Continúe explorando... cuando repentinamente hice sonar una cuerda musical con el dedo pequeño del pie; misma que me destanteó y casi me hace caer. 

 ¡Y vaya sorpresa! Era la guitarra acústica que abandoné cuando descubrí que carezco de la virtud de la paciencia y que necesité bastante para practicar las notas musicales, pues creía que ser un bajista en una banda de rock sería más sencillo. (Lo bueno que aquella etapa de querer pertenecer a la industria musical, quedó en mi complicada adolescencia).

Aún insatisfecho, profundicé más mis manos para ver qué otras cosas encontraba. Y ahí estaba un dibujo que hice de arte contemporáneo, el aparato MP3 del modelo pasado, mi osito de peluche llamado Filipo, una mini pelota de goma, ¡el cómic de súper héroes volumen 6!, el examen de geografía que reprobé (¿cuál era la capital de Honduras?), unos CD de música, mi cachucha marca deportiva, el manubrio de mi primer triciclo, mi libreta de matemáticas, entre otras cosas pegajosas que no querrán saber su procedencia, ni el olor que presenta, o su grado de descomposición. Pero encontrar mis apuntes de Mate entre todos esos desperdicios me alivió bastante, ya que al fin de cuentas iba a poder entregar las ecuaciones que me costó mucho trabajo copiar a ese arrogante intelectual que a cada uno de mis intentos de asalto de información, bloqueaba mi vista tapando con sus brazos el cuaderno y aprovechaba  para burlarse de mi bajo coeficiente intelectual.

Le di una hojeada con pereza. Me rasqué el cerebro con insistencia intentado entender en vano aquellos garabatos numéricos que a un genio se le ocurrió inventar sólo para torturarme la existencia. En eso, una hoja suelta se deslizó de entre las otras y cayó a mis pies con un elegante vaivén. La junté.

 En cuanto vi el dibujo con símbolos románticos impregnados en él, lancé un suspiro desalentador. Había escrito el nombre de Carla dentro de un corazón. Patético, lo sé.

¿Quién es esa mujer que estremece mi alma cada vez que la menciono?

Me acerqué a la ventana, aparté las cortinas y abrí los cristales.

"La chica de la habitación de enfrente".

Para mi desgracia, no he tenido el valor de confesarle mis sinceros sentimientos a Carla, la dueña de mi corazón desde la infancia, y todo por la cobardía que me corroe por toda la sangre, por esta maldita inseguridad de mi mismo que no deja sentirme merecedor de aquella chica y quizá de ninguna otra. Este temor que uso como escudo para evitar sentirme cruelmente rechazado en un futuro por ella, pero que pese a eso, no he dejado de buscarla desesperadamente todas las mañanas a través de esta ventana desde que llegó a vivir a la colonia.

Y hoy no es la excepción. El amanecer aún es joven. El cielo no se ha aclarado por completo. Asomo la cabeza y husmeo por la ventana de su habitación que está justo frente a la mía -ya saben, como en las historias de amor-, pero la luz de su lámpara que se refleja sobre su delgada cortina de flores, es lo único que mi vista alcanza a contemplar.

—Ángel... —se asomó mi madre desde la entrada—. Si quieres llevar a tu hermana a la escuela, es mejor que ya bajes a almorzar porque es tardísimo.

—Ya voy  —resoplé malhumorado.

—Y ponte una camisa, no andes con el pecho descubierto y con esa ventana abierta, está haciendo aire fresco, te resfriarás —dijo y limpiándose las manos sobre el delantal de flores, salió y cerró la puerta detrás de ella.

Volteé mortificado hacia mi pequeño, cuadrado y ruidoso reloj de buró, y estallé en cuanto vi la hora en aquellos números rojos y parpadeantes. En efecto, ¡era tardísimo! Mamá regresó y asomó la cabeza para asegurarse de que estuviera a salvo luego de haberme escuchado gritar, pero luego de cerciorarse de que sólo era otro de mis tantos ataques melodramáticos, me miró con discriminación.

—También ponte unos pantalones por favor —imploró y mirando mis cañitas, emparejó lentamente la puerta.

Rápidamente intenté vestirme. Mi pantalón favorito estaba en el cesto de lavado y casi me da un infarto cuando lo recordé. Volteé pausadamente mi cabeza echándole de nuevo una miradita nerviosa al reloj que me dijo a gritos "Estás retrasado imbécil" y resignándome bajo su amenaza, me dispuse a usar la primera ropa que encontré sin fijarme si lucía bien con ella o no. Bajé las escaleras eufórico y entré a la recamara de mamá. Abrí las puertas de su ropero y luego rebusqué entre sus cajones. Debajo de sus prendas perfectamente dobladas, estaba ese estuche de terciopelo. Sonó un trueque cuando lo abrí; dentro había unos padrísimos lentes oscuros. Papá los usaba los domingos y se veía genial con ellos, bastante atractivo en verdad, y como mamá dice que soy su viva imagen en sus tiempos de juventud, confié en que a mí se me verían igual de estupendos si los usaba. Me los puse y salí con actitud petulante de la casa. Faltaba un cuarto para las ocho y la escuela primaria estaba a unas cuantas cuadras. Estábamos a tiempo, pero para mí ya era tarde porque tenía que llevar a mi hermana en su silla de ruedas y era lo doble de lento, y además porque...

—Aún podemos llegar a tiempo, pero lo que tú quieres es alcanzar a Carla en el camino. No entiendo por qué te haces el caritativo al ofrecerte a llevarme a clases todos los días jueves, cuando en verdad lo haces para tener un coqueteo matutino —refunfuñó mientras yo arrempujaba con trabajo su silla por la rampa de discapacitados.

Cuando oí decir eso y de parte de mi hermana, me di cuenta de que soy demasiado obvio con lo que siento por Carla.

—¿Se nota mucho que ella me gusta? —escudriñé preocupado.

—¿Quién se mete a la ducha a tempranas horas de la mañana para llevar a su hermana al instituto? —preguntó sarcástica y viró los ojos.

—¿Crees que Carla lo haya descubierto? —me detuve de topetazo y frené, escandalizado.

—No lo creo, si Carla no se percata siquiera de tu existencia, ¿por qué debería saber sobre tu enferma obsesión por ella? —acentuó mientras desenvolvía un caramelo y se lo llevaba a la boca.

Con esto, no falta recalcar que mi hermana es algo honesta. ¿O debería decir cruel?

A su edad y con su discapacidad, lo normal es que fuera una niña sensible y quizá adorable, pero curiosamente es todo lo contrario a eso. Ella tuvo un accidente años atrás e infortunadamente perdió la movilidad total de sus piernas, quedando condenada a una silla de ruedas. Comprendo el nuevo carácter dotado, pues lo que le pasó le arruinó su niñez y el resto de su vida, pero lo que realmente no entiendo, ¡es por qué tengo que pagarlo yo! Aunque pensándolo detenidamente, ¿con quién más podría desquitar todo su coraje si no es con su hermano?

Como siempre, al final preferí dimitir su comentario hiriente y continué paseándola. En eso, Eli me jaló de la manga para llamar mi atención.

—Y hablando de ella, ahí viene Carla  —me avisó entre dientes y volteó ligeramente para atrás.

Me pregunté si era otra de sus crueles bromas para ilusionarme. Creyéndolo así, me dispuse a ignorarla cuando...

—Buenos días, Ángel.

Cuando escuché a Carla saludarme con su dulce y melodiosa voz, se me erizó la piel de la emoción. Volteé mi cabeza los 360° como en la película del exorcista y contemplé con mis afortunadas pupilas, aquella agraciada mujer de cabellos dorados y labios color cereza. Estaba tan nervioso y abismado frente a tal belleza celestial, que al devolverle el saludo se me trabaron las palabras y finalicé con una risita estúpida. Ella sonrió con carácter amable y se acercó a mi lado caminando al ritmo de mis pasos ya demorados. Yo me acomodé los lentes que por alguna absurda razón, no se me ajustaban. También me quité esa molesta pelusa de mi camisa y mantuve elevado mi mentón al caminar, intentando lucir genial frente a ella. Pretendiendo, parecer interesante y misterioso.

—Es admirable que te ofrezcas a llevar a tu hermana al instituto para que tu mamá no se moleste en hacerlo. Eres un hijo ejemplar  —comentó ella.

Me sentí soñado cuando la escuché halagarme, pero controlé mis emociones frente a ella.

—¿Crees que por eso me trae a clases linda Carla? —señaló Eli con ironía.

Cubrí con mis manos la boca parlante de mi hermana y reí con nerviosismo.

—Tú...tú también no te quedas atrás —balbuceé nervioso—, encaminas a tu hermanita Jenny a la escuela todos los jueves—. Respondí tratando de devolver su halago pero...

—No lo hago porque quiero —resopló malhumorada—, mis padres están trabajando y yo debo hacerlo obligadamente—. Confesó y miró de reojo a su hermana de cabello trenzado, a la que llevaba cogida de la mano.

—Aun así, sabes cumplir con tu deber —insistí en hacerla quedar bien y volví a amoldar los lentes a mis ojos.

¡Malditos lentes!

—Es verdad —se rindió y rió divertida.

Y así, la escuché embobado mientras hablaba durante todo el camino. La voz de Carla, es para mí una dulce melodía que me deleita y no canso de escuchar, aunque se trate de una simple conversación cotidiana que no llegará a ser más. Una melodía, que finaliza al llegar al portón de la escuela primaria.

Carla le entregó la mochila a su hermana  junto con un leve empujón, y se despidió con la mano mientras que ella entraba al instituto con Eli, quién movía las ruedas de su silla habilidosamente.

—Bueno, me voy — Carla se despidió de pronto y me dirigió una mirada.

—¡Podemos volver juntos a casa! —exclamé de pronto, sin pensarlo, y tímido me encogí ante tal atrevimiento. Era lo más osado que le había propuesto en todo el tiempo que llevaba conociéndola.

—Me encantaría pero, voy camino al gimnasio, acabo de inscribirme a uno —se amarró el cabello con una liga rosa haciéndose una coleta.

—¿Gimnasio? —inquirí sorprendido. Me pareció genial.

—Así es, y ya se me hizo un poco tarde. Debo irme ahora... ¡Nos vemos en otra ocasión! —se despidió mientras que energética, se marchaba trotando por un camino opuesto a casa.

Me sentí un tonto, pude haberme percatado por cómo vestía y así ahorrarme el hecho de ser rechazado.

Sin más, desvié la mirada para no mirarle su firme y hermoso trasero que se le formaba a la perfección en esas mallas deportivas, y cuando cabizbajo me di la vuelta para regresar a casa, Eli me llamó desde el cancel de la escuela e indicó que me acercara. No puse resistencia, aunque era mejor idea haber huido muy lejos de ese diablillo.

—He sabido por fuentes confiables, de que Carla no sabe de tus sentimientos por ella  —afirmó con entereza.

—¿Segura? —ceñí el entrecejo.

—Sí. Además, si lo supiera, se alejaría de ti y te arrojaría insecticida a los ojos si te le acercaras —rió.

La miré cabreado.

—Bueno, yo lo haría si un chico como tú intentara pretenderme —indicó con autosuficiencia.

—Y tus fuentes confiables son su hermana Jennifer, ¿cierto? —interrogué aun sabiéndolo.

—Lo único que debes saber, es que por la información que te conseguí me debes una paleta de bombón y unos carame... —de pronto, se interrumpió a sí misma, y mirándome con reproche, se cruzó de brazos—. ¿No son esos los lentes de papá?

De modo coqueto, me recargué en el cancel.

—¿Qué tal se me ven? —inquirí, elevando una ceja perspicaz.

—Mmm... —se puso la mano en el mentón y caviló— ¡Te ves patético! Son lentes de playa, ¡tonto! — exclamó—. ¿Por qué los estás usando entonces? ¿Ves una palmera por aquí cerca?

—Porque... —balbuceé sin saber qué responder—... mis pupilas son muy sensibles al sol. Me lloran mucho si los expongo por demasiado tiempo—. Agregué con aire distraído y elevándome los lentes hasta la frente, fingí frotarme los ojos con irritación.

—Pero el día está nublado —haciéndome el mismo gesto discriminatorio que el de mamá, evitó decir algún otro comentario y se marchó a su salón.

 

Después de eso, regresé a casa y terminé la tarea -bueno, no mentiré, sólo una parte de ella-, y esperé ocioso en el sofá a que fuera la hora para arreglarme e irme a la preparatoria, que por cierto, ya estoy cursando el último año de esta. Estoy a poco de convertirme en universitario. Si todo sale bien con mis materias, claro.

Arrastrando mis pasos, me dirigí por última vez a mi habitación para observarme en el espejo; me había quedado un poco de curiosidad de ver cómo lucia con los lentes. Y después de divertirme un rato haciendo poses de chico galán frente a mí reflejo esforzándome en caracterizar a un engreído actor de Hollywood, descubrí lamentablemente que ese tipo de moda no iba con mi personalidad. Acongojado, decidí quitármelos antes de que se rayaran los cristales, ya que eran considerados una pieza muy valiosa para la familia. Pero cuando los aparté por fin de mis ojos y me miré sin ellos, recordé que el color de mis pupilas era la mayor virtud física y quizá única, que alguien como yo poseía y podía presumir. 

Guardando los lentes en su estuche, me di cuenta de que había cometido un error en habérmelos puesto esta mañana, ocultando así, mi atractivo ocular.

En mi infancia, siempre fui halagado por mis ojos color miel y de alguna manera me enorgullecía de ellos y me hacía sentir bien oír los comentarios de las amigas de mamá: <<"Son iguales a los de su padre">>. Decían emocionadas y me pellizcaban las mejillas hasta hacerme llorar.

E intentando confirmar nuevamente lo que la gente siempre ha dicho, me acerqué íntimamente al espejo y contemplé mi rostro y cada detalle de él. Y en efecto, mis pupilas son lo único que considero llamativo en mí, ya que mis demás aspectos físicos -haciendo una mueca-, no son el común atractivo que una chica encontraría atrayente en un joven en estos tiempos. Un ejemplo perfecto de ello, son mis molestas pecas, que a pesar de que no son tan visibles y que sólo las apreciaría con suma claridad alguien que se atreviera a acercarse íntimamente a mí, estas se encuentran muy pintorescas en mis mejillas.

—Háganme un favor y desaparezcan —con furor, intenté desesperadamente borrarlas con mis dedos aun sabiendo perfectamente que era inevitable, porque ellas seguirían ahí, arruinándome las mejillas y la existencia, hasta los últimos días de mi vida. Pero continué haciéndolo, hasta que mis mejillas se irritaron y enrojecieron. Derrotado y adolorido, proseguí con mi detallada observación facial. Entonces apareció otra de las tantas cosas que me desagradan de mí. Sí, mis molestos hoyuelos, esos, que surgen mágicamente y distorsionan mi sonrisa cada vez que me da un ataque de alegría, sin contar que también arqueo inconscientemente los ojos ante aquel síntoma de gozo y que para mi pensar muy personal, son gestos algo afeminados que intento evitar, pero que son parte de mí y que infortunadamente, no puedo cambiar. Mis rasgos faciales en general, son demasiado finos e infantiles, por lo que aparento ser más joven de lo que realmente soy. Parezco un niño, y los estampados caricaturescos de mis sudaderas le hacen tregua a mi apariencia inmadura. Y qué decir de mi actitud berrinchuda y obstinada, propia de un crío de preescolar.

Cabizbajo, me alejé un poco del espejo para lograr mirar mi cuerpo completo. De pies a cabeza. E irónicamente también me desilusioné de mi silueta.

No poseo un físico ejercitado, soy demasiado delgado, ¡un completo enclenque! Porque a pesar de que sí hago deporte, lo práctico con moderación, ya que de pequeño sufrí de asma, enfermedad que milagrosamente desapareció pero que sigo cuidando para que no vuelva.

Pero no, eso no es todo, ya que por si fuera poco, de igual manera, desprecié a mi escuálida piel, aquella que se hace muy sensible en los tiempos de frío y se enrojece con facilidad al rozar una superficie áspera, pero que agarra colorcito en los días de verano.

Llamativas o no, estás son mis características físicas.

Este soy yo...

—Te maldigo genética. ¿Por qué no fui hijo de un apuesto y rubio actor? Así pude haber heredado sus genes —resignado, me despedí de mi reflejo mientras escuchaba la voz de mamá desde la sala apurándome con insistencia, de la misma manera como se apresura a un niño de primaria.

Sin más pérdida de tiempo, me acerqué al guardarropa y me puse a elegir entre mis prendas. Opté por la camisa polo oscuro, un cinturón de franjas y un pantalón corto que llevaba bolsillos en el trasero y que descubrían mis delgados y casi inexistentes chamorros. Calcé mis "converse" ya gastados que hicieron combinación con la camisa, y me colgué al cuello mis audífonos morados y de grandes auriculares. Bajé deslizándome del pasamano de la escalera, tomé mi mochila raída, besé a mamá en la frente y salí frenético de casa. 

Tararé mi canción favorita mientras pasaba por el bien cuidado y reservado jardín de mamá, cuando de pronto miré a Carla del otro lado de la acera, que se dirigía aprisa junto con una compañera a la parada de bus de la esquina. Intenté alcanzarla, pero las cadenas del portón que mamá colocó para que ningún infante entrara y pisara sus plantas, evitó que saliera con rapidez, obligándome a valerme de mi agilidad y saltar el portón como un ratero a la fuga. Libre de todo obstáculo, corrí hasta que mis piernas y mi respiración me lo permitieron, pero lo único que pude alcanzar, fue el humo trasero del camión que pegó en mi cara y la hizo oscura. Tosiendo como un desquiciado enfermo, me resigné y despidiéndome de él con un melancólico ademán de mano, esperé en la banca metálica el siguiente transporte.

 

Por fortuna llegue a la preparatoria a tiempo, con diez minutos de anticipación. Recorrí los pasillos estudiantiles retacados de jóvenes con mochilas que golpeaban mi cara, hasta que vi a lo lejos, entre las tantas cabezas a punto de entrar al aula, la de aquél chico delgado, con el rostro perforado, tatuajes en sus brazos, de cabello teñido de azul y peinado estilo punk : Lolo, mi mejor amigo. 

Le saludé excesivamente mientras al mismo tiempo intentaba huir y salir de esa avalancha humana que me arrastraba más allá de mi destino. Logré escapar al percatarme de una rendija y salté al salón inevitablemente ya hecho una estampilla de colección.

—Andar por el pasillo a la mera hora del tráfico...  —comentó malhumorado Lolo y tomó asiento en el pupitre que está junto a la ventana.

—¿Llegaste a tiempo a clases? —pregunté incrédulo y tomé asiento junto a él, sin asimilarlo aún.

—Mis papás estaban discutiendo —dijo y volvió su mirada a la libreta en la que dibujaba extraños garabatos.

Quizá debí haber fingido asombro al escucharlo, pero en realidad ya no me sorprendía. La vida de Lolo, es el típico drama familiar donde él es el joven testigo de la violencia verbal entre sus padres.

Él volteó a verme y frunció el entrecejo al ver mi cara completamente oscura y que para mí, era un bronceado muy sexy.

—¿Por qué rayos estás usando maquillaje? —inquirió y sonrió levemente— Y uno de mal gusto —Recalcó—. Aunque para ser sincero parece más un camuflaje militar, como el que usaban aquellos soldados de ese videojuego de guerra que jugamos durante toda la tarde del domingo.

—Lolo, lo negro en mi cara fue un lamentable incidente sucedido por intentar alcanzar el camión que trasportaba a Carla —aclaré y tallé mi oscuro rostro con las manos.

—Me imaginé que nuevamente Carla tenía que ver con esto, ella siempre es la protagonista de tus desgracias —realzó.

Tomando su comentario como reprenda, encogí los hombros. Me conoce perfectamente. Sabe de antemano, que comúnmente suelo hacer boberías por la chica que me gusta.

Se preguntarán por qué somos amigos siendo tan distintos, pero sólo lo somos en nuestra forma de vestir. Lolo y yo nos conocemos desde pequeños y tenemos mucho en común. La obsesión por los videojuegos es una de las tantas cosas. Y el hecho de que él haya cambiado a una excéntrica forma de vestir y de manera repentina después de irse de vacaciones con su primo un verano hace cuatro años, eso no significa que haya dejado de ser el mismo de siempre.

Conversaba con él sobre el nuevo juego online cuando el maestro hizo su escalofriante aparición en la entrada. En cuanto el profesor entró a la sala de estudio, apuntó a Lolo con el dedo índice y le ordenó que se dirigiera a la dirección.

—Te he dicho que debes de tener un tinte y corte de cabello apto para poder estar en mi clase  —indicó estrictamente.

Que sucediera eso, tampoco me sorprendía para nada.

Resoplé, sabía con exactitud todo lo que sucedería ese día. Sería igual a los otros, repetitivo e invadido por lo ordinario. Una copia exacta de ayer. El tiempo trascurriendo en clases aburridas mientras que mi existencia pasa desapercibida y excluida por todos, viviendo en el anonimato, para luego volver a casa, beber un vaso de leche achocolatada y dormir temprano sin ninguna relevancia.

Era como si ya hubiera visto pasar el resto de mi vida de la misma manera, sin grandes novedades. Igual a una cinta cinematográfica con escenas que se repiten una y otra vez.

Es por eso, que siempre me pregunto esperanzado, si habrá algo o alguien que llegue de pronto y me salve de esta monotonía en la que estoy atrapado.

 

Y así sería. El cielo había atendido por fin a mis súplicas.

Él llegaría para poner a mi mundo de cabeza.

Notas finales:

 Espero le den oportunidad a esta historia, que transcurrirá lenta.


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