Una habitación.
Dos personas.
Y el silencio, al menos, hasta que empezó a llover.
El menor de ambos sujetos estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, sin despegar su vista de la otra persona que dormía plácidamente en el sillón blanco que hacía juego con la sábana que lo cubría.
Se miró la mano derecha, la palma y el dorso, cerrándola luego en un puño, antes de volver su vista al sillón, tras oír un quejido de su parte, mientras se giraba, quedándose boca arriba.
La sábana que lo cubría se le había caído, por lo que sigilosamente se incorporó y la levantó del suelo. Volvió su vista a aquel rostro dormido, pensando en lo sucedido esa misma tarde, en la que fue reacio a obtener un beso de su parte, no sólo frente a sus compañeros de banda sino, también, frente a cincuenta mil personas más.
Claro, un beso en la mejilla no se lo negaba a nadie, pero la situación difería bastante si ese beso era en los labios y peor aún de su parte, y muchísimo peor de esa forma burlona.
Suspiró y se arrodilló a su lado, doblando antes la sábana blanca y dejándola sobre sus rodillas flexionadas. Sin poder despegar sus ojos de su placentero y aún dormido rostro, acomodó cuidadosamente los mechones de cabello que habían caído alborotadamente sobre su frente. Vio cómo frunció el ceño ante el cosquilleo recibido, generando la sonrisa en el muchacho.
Había una simple razón por la cual no había accedido al pedido de su otro compañero de banda, una razón muy fuerte. Su corazón latió con fiereza al recordar la seguridad con la que dirigió sus pasos hacia él para besarlo, mientras buscaba por todos los medios que no se llegara a notar el sonrojo en sus mejillas y el temblar de sus palabras. Todo había salido bien, había visto el crudo de la filmación, pero claro, él se había quedado sin un apropiado beso.
Suspiró.
Lo amaba.
Esa era la razón por la que no se había dejado besar, por la que no quería que fuera un beso más en el extenso haber del sujeto dormido.
Podía oír el sonido de la lluvia cayendo fuera, completamente ajena a sus pensamientos.
Esa lluvia fue la única testigo del cumplimiento al pedido hecho por su compañero de banda.
Sosteniendo la sábana entre sus manos, el muchacho se incorporó y se acercó a la persona que dormía en el sillón. Con todo el sigilo que pudo, cerró los ojos y besó con dulzura sus labios, quedándose pegado a ellos unos muy buenos segundos.
Al separarse, el besado se quejó entre sueños, girándose y dándole la espalda.
- Mhh… Okura…
El otro sujeto se incorporó cual resorte, mirándolo perplejo al oír su nombre provenir de sus labios, los cuales tanto había deseado besar desde hace quién sabe cuánto tiempo. Llevó una mano a su boca para ahogar aunque sea un poco la repentina risa que le generó haberlo oído.
Abrió las sábanas y volvió a cubrir el cuerpo de la persona dormida en ese lugar. Miró la ventana. Aunque el cielo seguía gris, la lluvia había cesado. Agarró el bolso que estaba sobre la mesa y se fue.