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De cuando Georg mira a Gustav y... por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: 1% inspiración, 99% insinuación; las fotos, videos y demás propaganda de TH hablan por sí solas; Marbius sólo supone lo que puede ser algo REAL~

…QUIERE LLAMARLE GUSTI…

 

                El primer pensamiento cuerdo que tuvo Georg al despertar luego de su noche de juerga solitaria, había sido que Gustav estaba en pie. Cocinando. Quizá a las siete de la madrugada, pero cocinando y fuera lo que fuera, olía delicioso. Su nariz lo decía y su estómago hambriento rugía por comprobarlo.

                Girando de costado en su litera, fue que abrió un ojo perezoso y se encontró con el mismo desastre de horas antes al caer. Su desastre que invadía su espacio.

                Se incorporó y con la idea de que se había comido uno de los calzoncillos sucios de Tom, se frotó el rostro con energía.

Omelet de huevo y salchichas. A eso olía.

Una suave esencia que le recordaba el manjar de los dioses que Gustav solía preparar no muy seguido, dado que terminaba siendo el desayuno no sólo de él o ellos cuatro en el mejor de los casos, sino el de quien pasase por el lugar, pues no desmerecía dotes culinarias lo que hacía con un par de huevos y un sartén. 

Así que con mucho valor de su parte y toda la fuerza de voluntad de la que se hizo capaz en escasos segundos que tenía despierto y que había sido golpeado por el aroma, abrió la cortina de su litera y salió a una tibia mañana de abril.

Juraba que por fuera, en la carretera que cruzaban a velocidad considerable y específicamente en el bosquecillo verde que veían, las ardillas los pájaros y algún otro animal de la fauna disfrutaban de un clima envidiable y de una primavera anhelada, pero para él era la muerte. Bambi podía correr allá afuera sile daba la puñetera gana, pero para él, Georg con resaca horrible y una castrante sensación en las sienes, mejor era que le dieran un tiro y comieran venado los de Greenpeace.

—Oh mierda, el jodido sol –fueron sus primeras palabras.

Trastabillando con su pantalónmal desabrochado y su camiseta enredada sólo en torno a su cuello, bostezó con fuerza y se frotó el rostro con energía.

—Buenos días a ti también. –El primer show de la mañana era Gustav con espátula en mano y un delantal blanco con orlas. Estaba descalzo y tenía el aspecto sano de quien durmió ocho horas y se cepilló los dientes al despertar.

Su antitesis, si lo veía de una manera fatalista.

Ni se molestó en decir nada, pues le pareció más fácil dejarse caer en uno de los sofás y esperar con ansías el ofrecimiento que el siempre educado baterista daba cuando hacía algo, aunque sólo fuera un limón con sal.

—Hago omelet, ¿quieres? –Ahí estaba. Asintió con ganas y murmuró algo de un dolor de cabeza, unas náuseas y un horrible sonido que lo había despertado.

Gustav respondió al respecto diciendo que Tom solía roncar, que no devolviera sus tripas contra el suelo y…

—Gracias, Gus… —Murmuró en agradecimiento, cuando llegó con un par de aspirinas,  un vaso de jugo de tomate rebosante y ningún regaño de su parte.

Su receta especial y reserva de todos cuando se iban de parranda. Gustav apenas los veía salir por la puerta y corría por una botella, compraba limones, sal y salsa picante. Funcionaba de maravillas y lo que era mejor, tenía un sabor que iba a la par con lo que cocinaba. Se podía tomar de puro gusto.

Bebió un largo trago y tras limpiarse la boca con el dorso de la mano, se quedó observando el trasero de Gustav.

Su trasero.

Su redondo y bien formado… Trasero. Suspiró y se censuró por ello.

Miró por la ventanilla y se sumió en pensamientos. Todos de Gustav.

Lo gracioso de todo ello, según su parecer, era lo desquiciante que podía ser sentir culpa y un placer morboso por ello de una misma manera.

“Su trasero”, pensaba y le daban ganas de reírse de lo absurdo que era todo.

Apenas la noche anterior se lo había palmeado, pero luego de lo sucedido, dudaba que lo volviese a hacer, aunque fueran bromas de chicos y aunque todos lo hicieran porque molestar al rubio era la ley de oro en la banda.

Su cambio de perspectiva tenía nombre de mujer: Adriane. ¿O era Suzanne? ¿Beatrice? O quizá sonaba a algo con R… ¿Rita, Romina? ¿Rebekah?

Se encogió de hombros y se concentró en la idea que tenía de ella.

Apenas vislumbraba su peculiar lunar en una de sus mejillas, pero lo demás fue apareciendo con notoriedad. El cabello claro, pero teñido de un vulgar rubio. Los ojos bastante oscuros, pero de pestañas largas y mirada diáfana. También creía recordar que usaba tres pares de aretes en sus orejas y que había mencionado que su banda favorita era Tokio Hotel apenas lo había visto.

Se había acercado a su mesa y tendiendo la mano, le había invitado a bailar.

Darle un sí no le había costado nada.

Tampoco un no, al rechazarla, cuando había visto que era bastante más alta que él y que inclusive los gemelos. Portaba tacones de punta de aguja y una falda tan corta que las dimensiones de sus piernas parecían no sólo desproporcionada, sino extrañas, pero había sido su manera de colocarse el cabello detrás de la oreja con coquetería natural lo que le había atraído.

Roxane. Se llamaba Roxane.

Quiso reírse ante la idea y la mala memoria, pero en lugar de eso, regresó al tiempo presente y tras dar un sorbo largo y reconfortante, miró de nuevo a Gustav.

Tarareaba algo para sus adentros y su muñeca se movía veloz sobre la estufa.

Su cuerpo se movía a ese mismo compás… Sus caderas; las piernas firmes al linóleo del autobús y su trasero.

Su jodido trasero.

Para muy su molestia, Georg pasó su lengua por sus labios y se maldijo por haber salido la noche anterior, por haber embarrado con mariconadas todo lo referente a su amigo Gustav.

Roxane tenía la culpa. Ebria, y ebrio él, sentados en una solitaria mesa, habían comenzado su momento de tuteo entre leves caricias y miradas invitadoras.

Georg era hombre y había tocado sus senos con familiaridad mientras le besaba el cuello, pero entonces ella se había apartado con un gesto travieso y ligeramente tímido. Una cara de zorra virginal que en verdad parecía la suya.

—Se supone que tendría que decir que eres mi favorito pero… —Ahí estaba el premio. Bill hasta en la sopa o con un poco más de suerte, Tom. Por descontado él ya no. Pero Roxane se había seguido atarantando sola y sus sonrisitas dieron paso a una carcajada descomunal que le quitó todas las ganas de siquiera tocarla, ya no hablar de irse a la cama con ella.

Eso olvidado.

“Ni con viagra”, pensaba con amargura y tentado de irse de una vez. Ya era lo bastante tarde como para tirarse en su litera y cascársela antes de dormir sin ser atrapado por nadie más, pero no encontró una manera no grosera de rechazar los dos pares de brazos que le rodeaban el cuello con dulzura.

—¿Adivina? –Pestañeó con coquetería y Georg la vio como una fan ruidosa y poco discreta.

—Bill, ¿Será? –Aventuró y el aliento de alcohol que le llegó fue claro. “No”.

—Prueba de nuevo, vamos, hazlo. –Cruzó las piernas por encima de su regazo y Georg sintió algo entre las piernas. Ella de igual modo y palmeó por encima de la abultada tela con una mano juguetona—. Chico malo –se fingió escandalizada—. Vamos, es sencillo.

—Tom. Apuesto diez euros a Tom. –Se quiso burlar al respecto, pero supo que había perdido a lo bruto.

Roxane denegó categóricamente y le besó la frente.

—Lo siento cariño. Si no me gusta uno, ¿qué te hace pensar que el otro lo hará?

—¿Es Gustav? –Preguntó con un deje de ironía.

Era realista al respecto. Quienes tenían a las chicas podían ser él y Tom, pero quien se batía palmas en cuanto a suspiros y fans, era Bill. También Tom. Lo dejaban de lado junto con Gustav y si bien no le molestaba quedar en un segundo puesto, sí le parecía un poco desagradable todavía quedar por debajo de su mancuerna. No que se sintiese el hombre más guapo del mundo, pero como a nadie, no le gustaba ser la última opción de ninguna chica, por fea que fuera.

—Clap, clap. ¡Bingo! –Se cubrió el rostro con ambas manos y fingió un sonrojo que no tenía—. ¿Sabes qué es lo más grandioso de Gusti?

—No –y se contuvo de agregar un ‘no me interesa’ pero no tuvo ánimos. Lo único que pasó por si cabeza fue “¿Gusti?” y lo extrañamente… Lindo, acaso, que eso parecía.

—Su trasero –barbotó ella con voz rasposa—. Es la cosa más sexy del mundo, ¿no lo crees así?

Y su confesión, por boba que fuera le costó el resto de la cordura. Bebió de golpe su bebida y Georg la tuvo que dejar en la entrada del bar con los diez euros que le debía y la esperanza de que pudiera regresar a casa en algún taxi, sin resultar dañada de algún modo dada su inconsciencia.

No era su tipo pero se la habría podido tirar. Tiempo pasado.

Salió del lugar pensando en Gusti… Su trasero…

—¿Georg? –Abrió los ojos y se dio cuenta cuán cerca tenía el borde del vaso a punto de venírsele el contenido encima. Lo enderezó y apreció a Gustav frente a él y con el salero en una mano—. ¿Uno o dos?

—¿Qué? –Hizo memoria y el aroma del omelet le llegó de golpe—. Hummm… —Tenía tanta hambre que podría comerse dos desayunos, pero Tom, quien extrañamente había madrugado y estaba a su lado, respondió por él.

—Dale dos –se mordió el labio—, por los que le faltan…

—Ugh, mocoso del demonio. ¿Mojaste la cama y vienes a que te cambiemos de pañal? –Se pasó el brazo por los ojos y esperó respuesta, pero Tom estaba en sus mismas condiciones.

Casi.

Madrugaba, cosa rara en él, pero no estaba con resaca. Una gran ventaja.

Los ronquidos que siguieron llegando fueron la respuesta.

—Caray, si Bill ronca así… —Masculló. Justo entonces el autobús decidió encontrar un bache y dentro, todo saltó de su lugar. Le costó dos maldiciones al conductor, un recuerdo a su sacrosanta madre y más dolor de cabeza.

—Yo paso de cantar –balbuceó Tom. Con brazos en la mesa, también parecía esperar su desayuno.

Así les pasó la restante media hora.

Tom dormido; Bill roncando.

Gustav con su lindo delantal midiendo con cuidado la sal, el aceite y el fuego y en su mundo mientras no sólo cantaba, sino que bailaba.

Daba ligeros pasos y un golpe de cadera.

Georg apenas y le perdía de vista mientras bebía los restos de su bebida, tamborileaba sus dedos en la mesa, olía el mejor desayuno del mundo y pensaba que estaba viendo un espectáculo privado. Le dieron ganas de proponer colocar un tubo en medio del bus y se preguntó si la idea no sería tan descabellada.

Conclusión de sí mismo: quizá ebrio todavía. Porque había que estarlo para ver con ojos lujuriosos a Gustav y desear un privado en su regazo. Un baile sensual con ese delantalito, una boa de plumas y nada más…

Murmuró por lo bajo y el plato humeante que de pronto tenía al frente y el tenedor que repiqueteaba, lo traían de nueva cuenta a la realidad.

Abría los ojos y Tom recibía lo mismo. De igual modo, se desperezaba. Quitaba varias rastas de su frente y hacía un nudo con ellas mientras daba cuenta de su desayuno y de un vaso de jugo que Gustav le había servido sin esperar un gracias.

—Gracias, Gus –dijo sin más el mayor de los gemelos y comenzó a comer.

Tenía el especto de un crío de cinco años que conseguía un sábado por la mañana que mamá se despertase temprano y le hiciera de desayunar. Por partida doble, que Bill se había acercado silenciosamente y arrastrando los pies, se había sentado enseguida de él y picaba su comida.

—Yo también quiero –lloriqueó, cuando Tom le dio con su tenedor en la mano—. Dame ¡Auch! Sigo queriendo, Tomi. Dame de tu comida… Ah, gracias.

Atento a eso y quizá sin esperar nada, generosamente, Gustav había preparado más sólo por si acaso...

Tendía un plano similar a Bill y éste, tras sacarle la lengua a su gemelo, se ponía a comer con voracidad.

Todo eso, lo vio Georg y luego posó su vista en su plato. La levantó y Gustav se sentaba enseguida de él para extender el periódico del día anterior y leer el encabezado con una nota al parecer alarmante, por el surco que se hacía entre sus cejas.

Lo pateó por debajo de la mesa y cuando obtuvo su dispersa atención, lo dijo:

—Gracias por el desayuno, Gusti.

Se sonrojó hasta las orejas y las pullas de los gemelos no se hicieron esperar, pero Georg pasó de ellas. Hundió su tenedor en la comida y dio el primer bocado de lo que prometía ser algo gourmet.

—Delicioso –agregó y Gustav no hizo sino alzar sus cejas.

—De nada, creo –y se concentró de nuevo en su lectura.

—Gusssti –siseó Tom y casi se ahogó con su comida en el proceso. Bill le palmeó y a los pocos segundos todo seguía su ritmo habitual.

“Sí, Gusti ¿Y qué?”, pensaba Georg. Con resaca o no, le parecía lindo. Lindo, yep, muy lindo.

Era el lindo trasero, del lindo Gusti… Lindo, lindo, lalala~

 

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