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Notas del fanfic:

Disclaimer: Ni la banda, ni la camioneta, ni la promoción de Tom me pertenecen; todo es parte de la imaginación desmedida de esta pobre autora.

1.-1€ por tus pensamientos.

 

—Estoy aburrido —dijo Bill en evidente tono de fastidio, recostado sobre el sofá de la sala, los piernas al aire y la cabeza colgando por de fuera de los cojines hacia abajo, las puntas de su cabello rozando el suelo al menor movimiento—. Tom, estoy aburrido —se dirigió a su gemelo, quien sentado en el suelo a escaso metro y medio de él, se afanaba sobre una larga cartulina y marcadores en distintos colores—. ¡Tooom, préstame atención, estoy aburridooo! ¡Muuuy aburridooo!

—Te oí la primera vez —fue la respuesta de su gemelo, la vista clavada en lo que estaba haciendo y sin siquiera molestarse en agregar algo más. De no ser porque hasta el tono de su voz era monocorde y de total concentración, Bill le habría aventado contra la cabeza usando el control remoto del televisor.

—¿Sí? Bueno, eso no soluciona nada —bufó el menor de los gemelos—. Sigo aburrido.

—Mmm —fue la respuesta de Tom, quien se inclinó sobre la cartulina y barrió con la mano una pelusa imaginaria que afrentaba contra su obra de arte maestra.

—Ugh, hagamos algo, lo que sea —suplicó Bill, dispuesto a pasar la siguiente hora encerando las rastas de su gemelo si eso significaba salir de su estado actual de apatía—. En serio, Tomi, lo que sea. Tú mandas y yo acepto sin rechistar.

—Bill —alzó Tom la cabeza—, estoy ocupado. Juega con Kas, baña a Scotty, hazte manicura, no sé… Ve y haz lo que te plazca, pero déjame en paz. Ahora mismo estoy ocupado con algo más importante que hacer malabares de circo para que se te quite lo aburrido.

Los ánimos de Bill decayeron hasta el suelo. ¿Tanto era pedir que tu propio hermano, gemelo además de todo, estuviera dispuesto a pasar la tarde más aburrida del mundo contigo? Rodando sobre el estrecho sillón hasta poderse sentar, Bill comprobó que al parecer así era. Sin inmutarse ni una pizca, Tom seguía en lo suyo y no le importaba nada de lo que su gemelo pudiera hacer si eso implicaba que no iba a incordiarlo.

—Bien, diviértete con tu estúpido… ¡Eso! —Salió Bill de la habitación, pisando con fuerza sobre la alfombra y lamentando que su melodramática partida fuera más cercana al berrinche de un niño pequeño que al de alguien que ha sido realmente ofendido—. Idiota —masculló apenas tuvo la menor oportunidad, pero ya era demasiado tarde como para que Tom lo escuchara así que el efecto estaba arruinado.

Aún aburrido de muerte, Bill consideró el hacer algo por su propia cuenta, pero sin importar cuál fuera la idea que se le venía a la mente, terminaba desechándola a la menor oportunidad; ¿jugar con ese nuevo tinte rojo en su cabello? Descartado porque la semana pasada se había teñido de morado y el efecto sería catastrófico. ¿Salir a patinar? Ouch no, aún traía moretones en el trasero desde la última vez. ¿Ir al cine? La cartelera no tenía nada de nuevo y para colmo ya se había gastado su dinero de la semana.

—Maldita suerte la mía —masculló Bill saliendo al porche trasero y dejándose caer sobre una de las viejas sillas de jardín que su madre se empeñaba en mantener a pesar de lo oxidadas que estaban, porque en sus palabras, ‘le daban un toque vintage’ a todo el lugar; en palabras de Bill, pronto sería la loca de la calle, pero ni así conseguían convencerla de que el recolector de basura haría un buen trabajo con ellas.

Sopesando la posibilidad de tomar somníferos y esperar a que la tarde pasara lo más rápido posible, Bill siguió barajando posibilidades de cómo matar las largas horas de aburrimiento que tenía por delante.

Incluso su pasión de siempre, la música, estaba fuera de límites desde que tres días antes Gustav había caído enfermo de paperasy con él Georg, los dos cargándose con ellos el horario de ensayos que la banda tenía para ese verano por al menos dos semanas.

Tener trece apestaba, decidió Bill al cabo de quince minutos de abanicarse el sudor con una revista vieja y espantar las moscas que lo acechaban apenas se quedaba inmóvil más de tres segundos consecutivos. Más cuando tienes trece, estás en plenas vacaciones de verano y no tienes ni un amigo que no esté enfermo o de visita con sus abuelos en Austria, como en el caso de Andreas.

«O un gemelo que te ignore como a la peste negra», pensó con amargura.

Con el sol cayendo en el lejano horizonte y la modorra que el acuciante calor le ocasionaba, Bill no tardó en empezar a cabecear y a sentir que los párpados le pesaban como si los tuviera recubiertos de una gruesa capa de plomo. No importaba que el sudor le corriera por el cuello o que el polen del exterior le estuviera haciendo picar la nariz, su aburrimiento era tal que bien podría recargarse un poco mejor en su asiento y dormir una corta siesta mientr-…

—¡Argh, mierda! —Saltó de pronto el menor de los gemelos de su asiento, llevándose ambas manos a la nuca, aterrado de la repentina corriente de aire que había soplado ahí sólo para darse cuenta de que Tom había decidido dejar de ser un idiota para prestarle atención y que al verlo en aquella posición, había aprovechado para darle un susto de muerte—. ¡Tom!

—¡Bill! —Quiso bromear el mayor de los gemelos al acercarse con los brazos extendidos sólo para recibir un manotazo certero que por poco le daba en la cara—. Hey, no es necesario ponerse violento.

—Tampoco lo era asustarme, pero ya ves —se sacudió Bill se encima la fea sensación de que algo había reptado por su nuca y dejado ahí su marca—. ¿Qué pasó? ¿Ya te hartaste de estar ahí dentro sin mí? —Alzó Bill la barbilla para dejarle a Tom muy claro que en ningún momento lo había extrañado y que se la estaba pasando bien sin su compañía. Un fallo total, a nadie engañaba, pero Tom decidió seguirle el juego.

—Algo así. Pero mira lo que hice —se sacó de la bolsa trasera de sus enormes pantalones la dichosa cartulina de la discordia doblada en infinitas partes—. Dale un vistazo y dime qué opinas.

—¿Tiene que ver con la banda? —Saltó Bill a la oportunidad de olvidar el mal rato de antes por el bien de su estado de ánimo y hacer de lo que quedaba de su tarde, algo decente—. ¿Es un póster?

—Algo así —jugueteó Tom con una de sus rastas más cortas que se empeñaba en caer sobre su mejilla—. Es sólo una idea, no tiene que ver con la banda en sí, pero… Podría ganar un poco de dinero, para una guitarra nueva y bueno, sí, eso…

—¿Qué es eso de “Tom’s sex van brings all the girls to the Kaulitz yard.Damn cheap,5 euros per ride”?—Chapurreó Bill el inglés, al menos esperaba que es fuera porque a decir verdad no iba muy bien en esa materia después de haber asistido intermitentemente a clases durante los últimosseis meses.

Como respuesta, su gemelo señaló con el pulgar la vieja y desvencijada camioneta blanca propiedad de Gordon que descansaba sin llantas y sucia en la parte más alejada de su jardín trasero. Tan destartalada, que lo único que se podía hacer con ella era llamar a la grúa y venderla como chatarra.

—¿Uh? —Aún sin comprender cuál era esa genial idea de su gemelo, Bill repasó la lista de palabras que no comprendía en el cartel. ¿Cinco euros no era mucho dinero? ¿Y qué diablos tenía que ver eso con la palabra ‘sex’ de por medio? Como si de pronto un rayo de sabiduría lo hubiera atravesado desde arriba hasta el centro de su cuerpo (más bien se asemejaba a una patada en el trasero que le había mandado el cerebro al sitio donde le correspondía), el menor de los gemelos recibió una epifanía—. Tomi —abrió Bill de prontos grandes los ojos—, dime que no es lo que creo que es…

Al menos Tom tuvo la decencia de sonrojarse un poco.

—Puede ser un gran negocio… Yo doy un servicio y las clientas salen satisfechas.

—¡Ni lo pienses! ¡Eso se llama prostitución y-…! ¡Omph! —Calló de golpe cuando su gemelo le cubrió la boca con la palma de la mano.

—Jeez, Bill, grítalo por toda la calle, ¿no quieres? —Reclamó Tom con evidente fastidio—. Además, ¿a quién le hago daño? Cinco euros por media hora de mi compañía me parece un buen intercambio. Si además consigo unos besos o que me dejen meterles la mano debajo de la-… ¡Ouch! —Fue el turno de Tom de sorprenderse cuando Bill le mordió con saña la mano que aún le cerraba la boca y se lo quitó de encima en una fuerte sacudida acompañada de un golpe en el costado.

—Le diré a mamá —amenazó el menor de los gemelos, pero en su fuero interno, sabía que no delataría a Tom con su madre porque Simone era peor que un dragón escupiendo fuego cuando se encontraba realmente enojada, y eso los dos lo sabían.

El mayor de los gemelos entrecerró los ojos retándolo a hacerlo. —No te atreverías...

—Claro que sí.

—Pruébalo entonces —se cruzó Tom de brazos—, sé un pequeño soplón niño de mami,así que ve y dile. Te reto a hacerlo ahora mismo.

Bill frunció el ceño y masculló: —No soy ningún soplón.

Como si eso zanjara el asunto, Tom le pasó el brazo por la espalda y lo atrajo contra sí con rudeza. —Es sólo una prueba —se intentó justificar sin éxito; Bill seguía pensando que ese plan les iba dar quebraderos de cabeza a ellos dos, y de paso a Simone si se llegaba a enterar de los planes que su hijo mayor tenía para la destartalada camioneta—, y no va a pasar nada de nada, lo prometo.

—¿Nada como cuando nos escabullimos a la piscina local, uh? —Alzó Bill la mano para que Tom pudiera ver la pequeña piedra que aún llevaba incrustada bajo la piel, producto de aquella noche cuando en su prisa por huir, resbaladizo por el agua y asustado por verse atrapado, se había caído y raspado a fondo el brazo. En aquel momento ni siquiera le había dolido, pero una inspección más minuciosa horas después en el baño del segundo piso de su casa, ya con alcohol y una gasa para desinfectar, había resultado en lágrimas y quejidos al ver que el daño era mayor de lo esperado.

—¿Aún no me lo perdonas, eh? —Apretó Tom más de cerca a su gemelo, como si quisiera así reafirmarle que nada malo, bajo ningún motivo o circunstancia, ocurriría de su idea—. Confía en mí, este plan nos dará un par de euros y entonces lo dejo. Sólo mientras duran las vacaciones de verano y ni un minuto más. ¿Qué dices, eres mi cómplice?

Y porque Bill había pasado una tarde de pacotilla y quería remediar eso al lado de Tom (algo que no ocurriría si se peleaban), terminó por aceptar.

—Bien, pero si por alguna razón… Si mamá se entera…

—… Tú no sabes nada.

—Exacto.

 

Y como si nada, dos tardes después apareció la primera ‘clienta’frente a su puerta.

—¿Está Tom en casa? —Preguntó la chica con obvio nerviosismo, enroscándose en uno de sus dedos un largo mechón de cabello rizado.

Bill tuvo que contenerse para después no cerrarle la puerta en las naricescon todas sus fuerzas.

Apretando la madera de la puerta bajo sus manos y tentado de decirle que no, que ahora su gemelo se encontraba en un campamento militar situado en las pampas de Argentina y que quizá jamás volvería porque se iba a casar con una llama en cuanto pudiera (una llama sucia y con parásitos pero que seguramente sería más bonita que ella con su cabello rizado),optó por simplemente mandarla a la mierda con un ‘no se encuentra en casa’ y ya, que lo solucionaría todo.

Por desgracia para el menor de los gemelos, se quedó con la boca abierta y la mentira en la punta de la lengua porque justo en ese momento Tom apareció al pie de la escalera y deshizo sus planes maquiavélicos con una sonrisa y una palabra.

—Hola —apartó Tom a Bill, sonriéndole a la chica y sin vergüenza de ningún tipo, tomar su mano y guiarla al jardín trasero. A la distancia, Bill escuchó que le preguntaba si traía el dinero consigo.

—Tsk —masculló el menor de los gemelos, cerrando la puerta con una patada y malhumorado—. Idiota.

 

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