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Él Está Aquí por escritoraanonima

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Notas del fanfic:

¡Holu!

Llego la autora de Wolf: El Culto y Danzarín con otra de sus locuras bohemias.

Quise crear algo nuevo en cuanto a lo personal, y es un experimento para ver si realmente me queda este estilo, que en lo particular me encanta. 

Estuve pensando en ello las varias semanas que tardé en escribirlo, y decidí subirlo... Como es un experimento, espero que me deis los resultados ;)

Notas del capitulo:

No tiene algo muy definido, pero puedo decir con seguridad que es un SasuNaru. Traté de utilizar la psicología, y como es mi primer fic con un solo tema, espero recibir críticas constructivas :P Leed. 

Bello Immaginario

Todo Iba Bien…

 

El día había amanecido lluvioso; el cielo estaba oculto entre espesas nubes grises y las gotas eran grandes y constantes, no había cesado desde la noche, aún estando en pleno verano. Sintiendo un profundo frío sobre su piel y debajo de su ropa de dormir, calzó sus pies con los primeros zapatos que encontró, quitándose de encima la manta que le cubría y las sábanas arrugadas que había mantenido enredadas en sus pies por sus movimientos, debido al vago insomnio que parecía sufrir cada noche desde hacía un año. Parándose de la cama, encendió la luz de la lámpara de mesa, aprovechando a darle un ojo al aire acondicionado para ver a qué temperatura estaba, pero increíblemente estaba apagado. Pasó al reloj, notando que eran, a penas, la una de la mañana. Tomaría una taza con leche, la calentaría en el microondas, y si todo salía bien, dormiría hasta la mañana, rezando que ese frío extraño no durara mucho en el ambiente.

Arrastró sus pies por el piso de cerámica, aunque el escaso ruido que era provocado callaba ante los truenos post-centellas que eran oídos cuando bajaba las escaleras. Había tenido un día duro en el instituto, realmente quería descansar sobre la misma colcha de siempre, pero su cuerpo no respondía a sus deseos, así que tomaba leche tibia, lo que generalmente lo hacía dormir como un bebé recién nacido.

La cocina tenía cierto aire tétrico, con las luces de los autos que cruzaban la avenida por esas horas y aquellas pisadas de algún animal que se oían por la grama del jardín. Con los ojos entrecerrados se apresuró en calentar la leche y subir con la taza entre las manos hasta la habitación, la cual casi acabó en todo el trayecto. Cuando se sentó en la cama, ya por la taza sólo había una gota de leche, la cual no había dignado a mirar, y antes de apagar la lámpara, colocó el envase vacío a un lado, lugar en que permanecería por mucho, sobre la mesa de noche.

Mientras caía agotado, causando un pequeño bote en la colcha, empezó a circular un pequeño dolor de cabeza; cerrando los ojos, maldiciendo su suerte, se resignó a estar despierto hasta las seis y media de la mañana, hora en la que siempre se levantaba los días de semana para estar listo para el instituto. Estudiaba en un colegio monstruoso que la gente consideraba que era de élite y tenía una calidad de educación poco vista por este estado; una parte era cierta, claramente cierta para todo alumno de esa institución, pero podría asegurar que el grado de élite era bastante bajo, sobreponiendo en cuestión a los estudiantes que admitían por una colegiatura, no baja, pero económica. Él era el típico estudiante que quiere sobresalir en todas las asignaturas, no solamente por reconocimiento de sus padres y profesores, sino que tenía la meta de algún día salir de ese lugar, el cual le parecía el peor de todo el país.

Un escalofrío casi fantástico le recorrió el cuerpo y arrugó el entrecejo en respuesta; la luz de su habitación no estaba encendida, pero un rayo alumbró casi todo a través de la ventana. No se sentía asustado, pero sí extrañado; le gustaba ese clima, pero lastimosamente era de esos pasajeros, que la lontananza en alguna hora cercana se llevaría, eso seguro. En la infancia él solía pasar horas mirando por la ventana, esperando que algo interesante le sacara de su monotonía.

A partir de los trece años comenzó de desarrollar una especie de desprecio hacia los niños que pasaban a ser sus compañeros de clases, gracias a las bromas pesadas y a las miradas burlonas que solían darle todos los días en ese monstruoso instituto; ellos le decían el instituto de Frankestein, le comenzaron a llamar así desde la primera clase de química a los catorce, donde uno de los compañeros, Kevin, que aún estaba en su misma clase, soltó una especie de líquido verdoso sobre su cabeza cuando el profesor salió al pasillo a fumarse un cigarro –él aún creía que ellos no sabían- ; le escocían los ojos y le dolía la piel, así que sus gritos desesperados se hicieron escuchar; bastaba decir que le culparon de todo, cosa que no pudo negar por estar más preocupado por el dolor. Le colocaron el apodo de Frankestein porque estaba verde y gritaba cosas incoherentes, cuando ellos eran los verdaderos monstruos, los “Igores”.

Ahora, con dieciséis años, la diferencia no era mucha, pero estaba en el último año de instituto. Sus compañeros de clase habían madurado un poco, desde hacía un tiempo no le molestaban como solían hacerlo y se concentraban enteramente en pasar de él; reconociendo también que no iba a quedarse tranquilo como las otras veces, buscando evitar problemas indeseados.

Habían ocasiones en que los profesores se zurraban la hora de clases; sus compañeros perdían el tiempo en cotillear y jugar al fútbol, mientras él se perdía por completo en un aura melancólica desde su salón de clases hasta la biblioteca, algunas chicas le miraban de reojo y discretamente cuchicheaban sobre lo guapo que era, pero sólo eso, nadie se le acercaba porque creían que estaba loco. La biblioteca era pequeña, pero estaba atiborrada de libros viejos, con páginas amarillentas y alguno que otro estaba escrito con tinta de plomo; todos eran libros buenos, de distintos géneros y autorías, él se había leído al menos la mitad de todos ellos; la mayoría se los había leído su hermano mayor cuando era un niño pequeño, a la mitad, porque había muerto. Una gran parte de su frialdad, tristeza y aletargo era la muerte de su hermano, el cual, según él, era la única persona que le conocía y estaba al pendiente de su bienestar.

Un día decidió irse caminado, sin esperar al trasporte de la escuela que le llevaba todos los días, para caminar un poco y llegar más tarde a casa; de igual manera nadie le diría algo, porque nadie le esperaba en casa, él era el que siempre esperaba. Caminó por un puente largo, pintado de colores metálicos, y que cruzaba un tranquilo río medio sucio por las lluvias que azotaban el lugar por las noches; el soplido del viento en sus oídos era lo único que se escuchaba cuando cruzaba hacia el otro lado. Los pinos verdes se movían a medias y el sol estaba oculto en la capa grisácea que adornaba al cielo, y entonces sintió que estaba solo, completamente solo, mientras arrastraba sus pies con el manto de indiferencia que siempre le cubría el rostro. Era viernes, y al menos por eso se sentía aliviado.

Comenzaba a lloviznar y al chico aún le quedaba medio camino para llegar a su casa, apresuro un poco el paso, nimiamente, casi nada; no andaba con ánimos para correr, no llevaba dinero suelto para coger un bus o un taxi y no había llevado paraguas; pero su expresión era la misma, y aunque estuviera solo no se quejó ni una sola vez en voz alta, estaba cansado. Cuando ya varias gotas habían hecho que sus hombros se marcaran a través del uniforme, alguien se paró a su lado y le cubrió con un paraguas; cuando Sasuke volteó, se encontró con una sonrisa gigante que le mareó por un instante. ¿Quién es éste? Se preguntó. Le veía cara de extranjero, pero antes de comenzar a detallarle, se apresuró a darle las gracias, a lo que el otro, con la misma sonrisa, le dijo:

 

—No es nada.

 

Tenía una gentileza impropia, pensó Sasuke; en estos tiempos nadie se preocupaba por los demás, ni siquiera en hacer una acción pequeña, como la que ese chico había acabado de hacer. Se fijó en su aspecto, parecía sencillo; su cabello rubio resaltaba mucho para el gusto de Sasuke, que tenía el cabello azul oscuro; sus ojos eran azules, muy comunes por el continente, a su parecer. Lo que le sorprendió era el color de su piel, parecía hecha de pasto seco, no era –para nada- algo común en ese lugar, un lugar rodeado de bosque y con un clima nublado, donde las personas tenían un color pálido como un vampiro de película. Parecía de su misma estatura, también tenían una complexión física semejante, pero Sasuke no pudo saberlo a ciencia cierta. Tenía un rostro amable, de eso se dio cuenta; y también su ropa era muy alegre, muy al contrario de la suya.

 

— ¿Pasear bajo la lluvia? —Preguntó el rubio.

 

— Tratar de olvidar. —Respondió el otro. El rubio se rascó la mejilla con la mano que tenía libre, la izquierda.

 

—Entiendo. —Pensándolo mejor, a Sasuke le parecía bastante mono. El tono de voz que había usado le recordó a su hermano. —Mi nombre es Naruto. —Agregó después de unos segundos. — ¿Cuál es el tuyo?

 

—Sasuke.

 

Terminaron ese pequeño intercambio de palabras y siguieron andando, bajo el paraguas transparente que les protegía de la lluviecilla que había comenzado a caer. Sasuke atravesó el puente sin contratiempo, y llegó hasta la pequeña ciudad que se alzaba en su vista, a través de sus ojos negros; se había distraído de sus pensamientos con facilidad, quedó en blanco, y había seguido andando bajo el paraguas hacia su casa sin siquiera preguntarle al chico rubio si iba también en esa dirección. El viento soplaba tan fuerte que hacia que las pestañas su rostro se agitaran como los árboles, esa sensación le agradaba, era como flotar en el aire como un peso muerto de plumas; tenía los zapatos encharcados y hacían un sonido extraño al caminar, pero eso no le importó.

Naruto mantenía una pequeña sonrisa en todo el trayecto, no habló ni buscó de sacar a Sasuke de su ensimismamiento. De pequeño, cuando murió su hermano mayor, le avisaron a su madre que se había convertido en un niño autista, por falta de amistades para su edad y con la muerte de un familiar muy preciado; su madre decidió quedar embarazada de nuevo, así Sasuke podría concentrase en su nuevo hermano, pero por desgracia el niño murió al tercer mes y Mikoto, su madre, no quería intentarlo nuevamente.

Al pisar la entrada de su casa se percató de su atrevimiento, y chasqueando la lengua procedió a disculparse.Naruto cerró los ojos en una gran sonrisa, mostrando sus blancos y perfectos dientes.

 

—Nos vemos luego, amigo. —Sasuke arrugó el entrecejo, mientras vio como el rubio regresaba por donde venía, con el aspecto de tener frío. Es extraño. Pensó, y cuando entro a casa se percató de que estaba empapado. Por completo.

 

— ¿Qué demonios…? —Se preguntó viendo como la ropa destilaba agua en el valioso piso de su madre. No le dio importancia, y sacudió un poco la cabeza para recuperar la compostura y salió de la casa. Dejó la bolsa medio mojada sobre el piso del jardín, y se quitó los zapatos enchumbados antes pasar por el umbral de la puerta. Se apresuro a ir al baño a darse una ducha reparadora, con todo y ropa, luego la pondría en la secadora. La casa se veía más lúgubre de lo normal, pero no se molestó en encender la luz del pasillo para contrarrestar la oscuridad ocasionada por la ausencia del brillante sol. Así era mejor, ¿se puede iluminar una vida que irremediablemente ya estaba oscura? Sólo basta con encender una luz, ¿no es así? Pero para él nada era suficiente, un foco siempre se daña y una vela siempre se extingue…

 

Los días siguientes cogió el bus, se había olvidado por completo del chico rubio que lo había acompañado aquella vez. En uno de esos días, por primera vez desde que iba al colegio alguien tomó asiento a su lado durante el trayecto de viaje. Era un chaval de segundo año, que evitaba mirarle al rostro, más por vergüenza que por miedo o asco; Sasuke ni siquiera reparo en que su aspecto era algo afeminado y el rubor intenso que poblaba sus rostro antes pálido; mantenía los cuadernos contra su pecho tratando de que el corazón no se le escapara y mantenía los pies inquietos bajo el asiento, ocultando repentinamente su rostro colorado bajo su melena plateada. Su nombre era Liam Scott, lo decía claramente sobre las pegatinas que adornaban el primer cuaderno, donde se encontraba una hoja pintarrajeada con corazones, bien escondida, y con el nombre de Sasuke.

Liam suspiró triste cuando éste bajó del bus, era difícil siquiera pasar cerca de él, nunca frecuentaba los mismos lugares. Sasuke abrió la reja del jardín, y pegó un bote cuando se encontró cara a cara con el mismo chico rubio de la otra vez… ¿Cómo era que se llamaba? Se preguntó Sasuke. Naruto, dijo casi al instante.

— ¿Qué haces aquí? —Preguntó frunciendo el ceño, más que enojado, extrañado.

 

—Vivo cerca. —Dijo rascándose la nunca. —Pensé en visitarte. Estoy solo en mi casa, y no me gusta estar solo. —Sasuke quedó paralizado, casi pensó que el rubio había leído sus pensamientos.

 

—Vale. —Dijo, medio ido, y abrió la puerta. — Puedes pasar.

 

Sasuke no sabía cómo tratar a un invitado, sólo había visto por alguna que otra telenovela donde hacía zapping más o menos como debía comportarse. En su vida, nunca alguien le visitó. Sus padres eran hijos únicos, sus abuelos maternos estaban en Alemania y sus abuelos paternos ya habían fallecido; no tenía más familia que sus padres.

 

—Qué bonita es tu casa. —Exclamó en voz baja. La casa era discreta por fuera, pero su madre se había lucido con la decoración interior.

 

Sasuke no respondió y se dedicó a ver con curiosidad como iba vestido. Tenía un vaquero amarillo, y le pareció curioso el dibujo que estaba estampado en su camiseta blanca. Tenía dos niños pintando una cerca, y otro, más grande, estaba sentado en el piso con un abanico en la mano. Era la imagen de una novela de Mark Twin que había terminado justo en la mañana.

 

—Oye. —Le llamó. Naruto dejó de observar la casa y le clavó su profunda mirada marina en todo el rostro. Sasuke vaciló por un momento, pero le hablo: — ¿Has leído esa novela? —Señaló con su dedo blanquecino la camiseta del otro.

 

— ¿La de Tom, dices? Sí, sí. — A Sasuke le había parecido una obra muy buena, había leído mejores, pero sin duda era su favorita. — ¡Me pareció grotesca! De por sí, no me gusta leer; pero esa me quitó las ganas si es que las tuve realmente. —Sasuke frunció el entrecejo.

 

— ¿Hablas enserio? —Pensó que le tomaba el pelo.

 

— ¡Que ha sido la peor, te lo juro! —El rubio rió como poseso al ver la cara de idiota que colocó Sasuke, le parecía imposible. Éste volvió a colocar su rostro estoico, pero pudo decir que sintió contagiosa la carcajada.

 

Pasaron los días y las visitas se hacían más frecuentes. Sasuke deseaba salir rápido del instituto para ver a su rubio amigo a la espera enfrente de su casa; pero siempre, siempre, solía tropezar con un chico; parecía que el tío lo hacía a posta, y así era. Liam creía que era la única manera ver verle a los ojos, pero Sasuke no le dedicaba ni una mirada; aún así lo seguía intentando todos los días. Sasuke estaba emocionado, Naruto era su primer amigo; y aunque no parecía importarle, Sasuke quería hacer hasta lo imposible por perdurar esa amistad, y mientras más pasaban los días tenía miedo de perderlo como perdió a su hermano; así que solía ser algo sobreprotector en algunas pocas ocasiones.

Solía lloviznar, pero ese día en particular cayó una fuerte lluvia, las gotas se sentían más pesadas y parecía que romperían los cristales de los coches. Liam, Sasuke y otros chicos esperaban el bus resguardándose de la lluvia en la entrada del instituto, hacía frío, y el venteo constante no ayudaba. El bus se atrasó una hora, muchos prefirieron coger un taxi, pero Sasuke se quedó, y Liam también se quedó, junto con unos pocos que también prefirieron esperar. Subieron a toda pastilla, repentinamente salieron más alumnos de la escuela y los asientos se ocuparon con rapidez. Sasuke se sentó en la primera fila de asientos, a la izquierda, para salir más rápido; Liam también tomó asiento a su lado, e hizo como la última vez. Sasuke tampoco esa vez se detuvo a verle.

Encontró a Naruto medio dormido en la puerta de su casa, con el paraguas transparente erguido entre sus brazos cruzados y la cabeza apoyada en la reja de entrada. Y aunque Sasuke estaba apurado para no mojar su casa otra vez, se paró un momento y le miró con una sonrisa ladeada antes de zarandearle.

 

—Eh, que te vas a empapar, burro. Espabila. —Naruto se asustó, y le dio un guantazo suave en la cabeza a Sasuke por haberse tardado.

 

Ya había oscurecido, las farolas de todas las manzanas ya estaban brillando y apenas es que Naruto había entrado a la casa de Sasuke; éste le advirtió al rubio que si nadie iba a recogerle, se quedaría allí esa noche. Así fue, ni un coche se estacionó afuera; los padres de Sasuke enviaron un mensaje de texto diciéndole que tampoco iban a poder volver esa noche. Naruto se había echado sobre la cama de Sasuke, estaban ambos acostados allí, mirando el techo, hablando de trivialidades, y de lo mucho que a Naruto le encantaba el râmen. Pasaron cuatro horas, y Naruto se había quedado dormido; Sasuke también tenía sueño, estaba molido, y la paz que le embargaba al estar así con Naruto le tentaba a dormir a su lado. Terminó parándose, sacando la cama de abajo; luego durmió acorde, cómodo, relajado y en parte feliz, tenía años sin dormir así.

Al día siguiente Naruto se fue temprano –dejando el cubre colcha nimiamente arrugado-, prometiendo venir cuando Sasuke saliera del colegio.

Todo el salón de clases, por lo menos los chicos que habían estudiado con Sasuke desde un inicio, se habían dado cuenta del cambio de humor que traía el de cabello azul oscuro; aunque siguieron pasando de él, pero aún estaban extrañados. Liam, al verlo en el receso, frunció el entrecejo con curiosidad. Hasta las muchachas parecían verlo más guapo de lo que normalmente era.

Se había dado cuenta de algo. La amistad se había vuelto amor.

 

La mujer estaba sonriente; acariciaba con delicadeza su vientre plano, mientras miraba a su hijo, ahora el único, acostado en el suelo jugando con una pequeña fila de hormigas que se mudaban por la lluvia, ido. La mujer se le acercó, se sentó a su lado cruzando las piernas, y le miró con curiosidad y alegría, mientras el cabello oscuro y largo se quería hacer paso sobre los hombros al inclinar la cabeza.

 

— ¿Qué haces, hijo? —Con voz dulce, de madre. El niño le habló con una voz casi apagada del todo:

 

—Jugando, mamá. —Ni le observó. La madre no se dio por vencida, y le dedicó una amable sonrisa.

 

— ¿Quieres saber algo, Sasuke? Es una buena noticia.

 

—Vale. —Le dijo, en tono neutro, como si aquello que le diría su madre no le importara en lo más mínimo. Le dio algo de hambre.

 

—Dentro de unos meses tendrás un hermano pequeño. —El niño frunció el ceño con curiosidad, ladeando su rostro, que casi golpeaba la fría cerámica. Sasuke no preguntó, solo se detuvo a mirarle. — ¿Qué nombre quieres ponerle a tu hermanito?

 

—Naruto. —Dijo él. La madre frunció el ceño. Sabía que a su hijo le encantaba el râmen, pero no pensó que le pondría ese nombre.

Notas finales:

Gracias :D Me dicen cuando publico el otro, ya lo tengo listo. 

Un beso, cuidaos. ¡Amor!

xDD


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