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Piedra preciosa por Athena Takahashi

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Notas del fanfic:

Me quedé con ganas de ver más de esta parejita, por ello he hecho este fic. Se sitúa tras el final del anime, así que contiene spoilers de la trama.

Hace tiempo que vi la serie así que pido disculpas si cometo algún error respecto al argumento.

Es tanta e incontable la felicidad que siento

cuando noto que te tengo que a mi lado.

Mis sentimientos se desbordan y van en aumento

Pues eres el ser al que más he amado.

 

Gracias a tu sola existencia lato con esmero

Por cada beso que la boca de mi receptáculo aguarda.

Con solo imaginarlo navego por el cielo.

Mi bella esmeralda.

“El corazón de Tsuzuki Asato”

 

Había transcurrido poco tiempo desde el último enfrentamiento con Muraki, aproximadamente unas dos o tres semanas. Los dos afectados en mayor medida en ese incidente, Tsuzuki y Hisoka, se encontraban exhaustos mentalmente debido a las tensiones acumuladas, a pesar de permanecer firmes en el terreno laboral. Sin embargo, el jefe Konoe fue buen observador y detectó signos de agotamiento en ambos shinigami, por lo que les concedió un período de apaciguamiento, lo cual agradecieron con entusiasmo.

Tsuzuki pensó que durante este lapso de tiempo podría compartir más tiempo con Hisoka, tiempo de ocio, dejando completamente de lado los asuntos de trabajo, pero se equivocaba… el muchacho pasaba el día encerrado en su vivienda, sin dar ninguna explicación sobre su comportamiento. Kurosaki Hisoka siempre había sido un chico retraído y desconfiado por causa del desprecio procedente de su entorno, provocado por su aptitud para percibir los pensamientos y sentimientos de las personas. Esta circunstancia cambió cuando conoció a Tsuzuki Asato, quien llegó a ser su compañero en el departamento Enma. El adicto a los dulces estaba convencido de que con la simpatía y seguridad que desprendía había logrado penetrar en el corazón del joven y conseguir un hueco importante en él. Pero había vuelto a su introspección y Tsuzuki se cuestionaba preocupadamente el motivo de ello, aunque al poco tiempo se tranquilizaba con el convencimiento de que sería un estado efímero y que pronto tendría de regreso a su compañero de siempre.

Desgraciadamente, la supuesta separación momentánea derivó en una rutina de dos semanas de duración. ¡Dos semanas sin ver a Hisoka y sin escuchar siquiera su voz! Una sensación de angustia recorrió las entrañas de Tsuzuki al cerciorarse de esto. Sin duda, la ausencia de su compañero lo estaba afectando. En el día posterior al cumplimiento de las dos semanas, el castaño oscuro sintió un férreo impulso por acudir al apartamento del joven shinigami con el propósito de saber lo que lo acongojaba. Mas, por encima de todo, predominaba el deseo de aliviar las penas que lo envolvían, de estrecharlo entre sus brazos para declararle su incondicional amistad y hacer que tuviera presente el firme lazo que los unía y la confidencialidad que existía entre ambos. Le apetecía revolver sus cabellos, como solía hacer a menudo.

Nunca se había detenido a pensarlo, pero esta vez rememoró la impresión que experimentaban sus dedos con el toque de esa cabellera castaña clara; la textura de los mechones era increíblemente suave, similar a la seda, y su complexión era tan fina que los dedos de Tsuzuki los sobrepasaban con facilidad, yendo grácilmente de un extremo a otro en su testuz, recorriéndola íntegramente. Aquel era el tacto más sensible y delicado que había tenido el placer de experimentar, y además no abarcaba únicamente el plano físico sino también el emocional; tan pronto como sus dedos empezaban a contactar con la zona capilar, tan solo con un sutil roce, una plácida sensación de sosiego navegaba por su cuerpo paulatinamente, hasta que lograba inundarlo por completo y contrastar estupendamente con el temperamento enérgico de Asato. Seguidamente, su subconsciente le comunicó otra evidencia: el fin sobresaliente de las caricias a los hilos castaños claros que conformaban el pelaje del adolescente era conseguir que un detalle inédito en él, al menos en su tiempo como shinigami, saliera a flote. Sí, anhelaba copiosamente nada más y nada menos que ver el rostro pulcro y menudo de su compañero ornado por una sonrisa de oreja a oreja. No, incluso se conformaba con una leve, ya que su deseo era ver simbolizada en el semblante de su amigo al menos una pizca de felicidad, y, ¿Por qué no? ocasionada por él. La hipótesis de un Hisoka dichoso gracias a él mismo le resultaba completamente gratificante y lo llenaba de júbilo. Además, tenía la total seguridad de que su sonrisa sería exactamente como es el individuo en su totalidad, milímetro a milímetro, atrayente, cautivadora…

Diablos, ¿En qué estaba pensando? El embelesamiento se le estaba yendo de las manos; solamente extrañaba a Hisoka, así de simple. Al final decidió no ir a ver a su amigo, pues el reloj había desgranado las horas mientras Tsuzuki estaba sumido en sus hondos anhelos y, sin darse ni cuenta, se había hecho tardísimo. Además, dilucidó que el joven necesitaba ese confinamiento voluntario para meditar, así que no lo atosigaría. Por tanto, acabó marchando hacia su propio apartamento. Una vez allí tomó una ducha relajante para despejarse y, en el momento que las redes de Morfeo comenzaron a acecharlo, se introdujo en su cómoda cama, apagó la luz y cerró los ojos, sin percatarse de las dos almendras argénteas que lo contemplaban desde las sombras.

Lo que le deparaba esta vez el dios de los sueños era un largo y ancho túnel, en apariencia interminable pero nada más lejos de la realidad. En las profundidades del camino logró divisar una no muy alta silueta bañada por una luz tenue, la cual se acrecentaba progresivamente exhibiendo casi de lleno la figura. Los ojos amatista de Tsuzuki chocaron con una mirada sumamente enigmática color esmeralda. Aquellas pupilas, como piedras preciosas que parecían ser, daban la impresión de poder romperse con el más mínimo impacto. Esas orbes, dignas de ser envidiadas por las alhajas que los nobles portan, embellecen un rostro ovalado, ya agraciado de por si. La piel que figura esa tierna faz parece increíblemente delicada, con una gama alba comparable a la nieve. En el centro de esa finura se encontraba una nariz levemente respingona que le daba a la imagen un toque de simpatía y ternura. Bajo la zona céntrica se situaba, o más bien debía situarse su boca, pero era diminuta y la luz no tenía la fluidez suficiente para alumbrarla óptimamente. Tampoco podía percibir su cabello; lo más visible era el eje de su belleza, las esmeraldas que conformaban el semblante sereno de aquel ángel. Tras acercarse a la estampa angelical, Tsuzuki alargó su mano para palpar la nívea tez que podría hacerse añicos con el hundimiento excesivo de dedos ajenos. Pero a tan solo un centímetro del choque entre el dedo y la piel la semi-oscura escena se desvaneció, siendo sustituida por una casi antitética. Era un recuerdo nostálgico en el que Tsuzuki y Hisoka se encontraban contemplando el atardecer en su clímax. El mayor apartó la mirada del espectáculo para echarle un vistazo al menor, quedándose estupefacto por la inesperada visión. La luz agónica de Helios impregnaba el pelo castaño de Hisoka con la dote de unos destellos dorados que podrían cegar a un águila sobrevolando las alturas; la luminosidad que irradiaban las hebras del adolescente no tenía nada que envidiarle a la magnificencia del ocaso. Asimismo, sus labios fueron favorecidos con un coqueto brillo carmesí. Este panorama fue complaciente para Tsuzuki, quien pudo saciar su apetencia de ver las partes restantes del rostro de Hisoka. El escenario volvió a mutar, esta vez en una ambientación tenebrosa y lúgubre dominada por una enorme y redondeada luna escarlata. En la opacidad avizoró dos cuerpos pegados, con el matiz de que uno estaba siendo forzado por el otro. El atacante era un hombre de cabellos plateados y ojos del mismo color, similar a la luna en su estado natural. Su rostro representaba a un ¿Ángel? ¿Demonio?; Tsuzuki decidió definirlo como un ángel demoníaco. El sumiso era tan solo un niño cuyo rostro se mostraba oprimido por una mueca de inmenso dolor. La verdad acudió al shinigami cual relámpago iluminando un cielo tormentoso: los personajes de tan terrible escena eran Muraki y Hisoka. El doctor tatuaba en el torso del pequeño los caracteres que constituían la maldición que absorbería poco a poco la llama de su vida, hasta apagarla completamente tres años más tarde. A la vez, atraído por la hermosura de su víctima, depositaba sobre el esbelto cuerpo sucios y diabólicos besos, hasta conseguir exterminar su inocencia. A Tsuzuki le repugnaba esa visión, comenzó a sentir nauseas. Quería gritar, pero no pudo articular ningún sonido. Deseaba asesinar de la forma más violenta posible a Muraki, pero estaba inmovilizado. Únicamente consiguió despertar de aquella espantosa pesadilla.

Ya era de día, Tsuzuki se hallaba cubierto de sudor y con un ataque de ansiedad. Ese pérfido matasanos… lo molestaba hasta en sueños. Era consciente de que ese sujeto lo deseaba, pero él no podía corresponderle con más que odio y repulsión. Además, juró que se vengaría por el sufrimiento que le ocasionó a su compañero. Gruesas lágrimas pugnaban por aparecer en sus ojos violáceos cuando pensaba en las aberraciones sufridas por su protegido. La revancha aún estaba pendiente ya que Muraki seguía vivo. “Mala hierba nunca muere” fue lo que pensó Asato. De pronto, una posibilidad llegó a su mente: ¿Y si el médico era el móvil de la aflicción de Hisoka? Peor aún, ¿Y si había intentado algo contra él? No… ya estaba seguro de que él era la causa, de una manera u otra, así se lo revelaba la conexión que tenía con el muchacho. Precipitadamente, se vistió, salió de su hogar y se encaminó hacia el de Hisoka, esta vez segurísimo de efectuar la visita.

Tsuzuki no reparó hasta salir en que el día se presentaba lluvioso y neblinoso y salió sin paraguas, así que se mojó en abundancia. No obstante, no le importó, lo único que le interesaba era ver a Hisoka, por fin. Poco después de salir de su edificio, a unos pocos pasos, se detuvo al atisbar una delgada e inconfundible silueta posicionada tras la niebla: Hisoka. Daba la impresión de estar esperándolo; tenía que ser así. El aludido se dio la vuelta como si hubiera percibido su presencia; igualmente, debía ser así.

Sus miradas de joya se encontraron.

Notas finales:

Espero que os haya gustado ^^ Ni que decir que se aceptan sugerencias y críticas constructivas.


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