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Basorexia por hexotic

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Hoy era el cuarto día en que Luhan intentaría atacar a su objetivo.

Llevaba un pasamontañas negro, su ropa era verde con el clásico estampado militar que se volvía bastante llamativo en aquel soleado mediodía de Seúl.
Su cómplice en aventuras era el pequeño y rechonchito Minseok quien se escondía detrás de los arbustos, -no por la misión, si no porque se sentía mareado y moría de hambre-, llevaba un sombrero de paja con pasto pegado con un montón de cinta adhesiva, sus mejillas estaban coloradas de todo el tiempo que llevaba bajo el atormentador sol; a cada cruce de calle le pedía tiempo al más pequeño para que le dejase tomar aire y sentarse antes de que cambiara el semáforo.


Su ajetreado día había empezado desde las siete. 

El mayor de los dos, estaba durmiendo plácidamente en su cama de agua, las sabanas del hombre araña recién lavadas le pedían a gritos que no saliera de aquella conformidad. Los primero rayos del astro rey se filtraban por su ventana y le pegaban en la cara pero pronto sintió la oscuridad de nuevo sobre su piel.

Sintiéndose extraño por el repentino cambio, abrió lentamente los ojos, ajustándose a la panorámica de unos enormes y brillantes ojos marrones que le miraban con asombro.

—¿Que quieres, Lu? — Le pregunto el pequeño mientras movía su pequeña mano en busca del control de la televisión Su primo Luhan no tenía ninguna consideración y siempre se escabullía en su cuarto para meterlo en alguno de sus líos.

—Tenemos que continuar la misión, baozi. —Le dijo con tono serio pero mostrando su sonrisa angelical, a pesar de sus diez años de edad, tenía una forma muy particular de conseguir lo que quería, su cara de niño inocente le ayudaba de tal forma que el único que salía castigado era el pequeño Minseok.

—No quiero. —Le replicó el otro.

—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! — Gritaba el mayor mientras se trepaba a la cama y empezaba a brincar, estorbándole a su primo que quería ver a los Backyardigans y el otro no le dejaba con su griterío.

—¿Y qué consigo yo? — El cambio de actitud del cara de bollo hizo que el estruendoso ruido que emitía su familiar se apagara y le viera con una sonrisa en los labios.

—Todo mi amor, bueno... emmmm... un helado— Trató de convencerle para ser participe en sus planes malévolos.

—¿Y....?

—Y una caja de baozis, caníbal.

—Trato. — Dijo el más pequeño, levantándose de la cama y haciendo su camino hacia el baño, solo se cepilló los dientes y se cambió de ropa, salió de la casa sin hacer ruido mientras su primo dejaba un recado junto a la comida del perro, creyendo que su madre lo buscaría ahí primero -como si fuera a ser así-. Era solo un garabato (que el pequeño Luhan creía ser una nota amplia y detallada sobre su misión y la razón por la que había salido con su primo) pero eso le bastaba para salir de su casa sin rumbo fijo.


Ya habían pasado tres horas desde eso.

Los prometidos manjares no se hacían presentes y la pancita de Xiumin rugía tanto como los leones.
Ya le habían dado toda la vuelta al parque, incluso fueron a ver a los patos y Baozi estuvo a nada de comerse las migajas de pan que ellos no querían.

—Lulu~ Alimenta a tu primo~ Tiene hambre~ —Cantaba el pequeño, ya había intentado todo para que le hiciera caso: le había amenazado, golpeado con un palito, picado las costillas y hasta había llorado pero nada servía.

—No, Lulu no querer. 

—¡Le diré a la abuela! — Dijo el hambriento, de pronto, sus ojos se iluminaron al ver el sabroso y enorme cono giratorio de una tienda de helados que estaba en la esquina, era tan brillante que parecía de verdad y no esperó mas y con sus pocas fuerzas corrió hasta tocarlo y lamerlo, hasta percatarse del plástico caliente que quemaba su lengua.

—Aish, no tienes remedio, vamos, te compraré algo.

El mayor llevaba todos los ahorros de su -corta- vida, así que dejó que su primo se diese el lujo de pedir el más grande de los helados.
El lugar era muy grande y el rosa predominaba en todos lados. En la pared estaba colgada una pizarra con todos los sabores escritos y caritas felices adornando. En las mesas habían muchos frasquitos con chispitas de colores y servilletas dobladas en forma de cono, el lugar desprendía un aroma a chocolate y las fresas de la mermelada que encantaban todos los sentidos, en aquel lugar había poca gente ya que acababan de abrir y una canción bastante movida sonaba por la radio; el aire acondicionado estaba apagado así que Luhan tuvo que quitarse su pasamontañas, Baozi había tirado el sombrero cuando una paloma se le había cagado encima en la calle anterior. Los niños caminaron hasta llegar a la caja, sus frentes eran lo único visible para la cajera, quien se tuvo que inclinar para ver a aquellos pequeños niños. 

—¿Que van a llevar? — Dijo con un tono amable, mientras miraba para los lados por si venían con alguien mayor.

—Quiero un mascarpone, por favor—, dijo Baozi, sus bracitos estaban haciendo esfuerzo para ver por encima de la barra sin ningún éxito. 

—Enseguida, ¿y usted, señorito? — Pregunto la vendedora, refiriéndose a Lulu quien trataba de leer la lista de sabores.

—Yo quiero un turatamona con gomitas. 

—¿Tramontana? ¿Con gomitas?

— ¡Eso! Si, gomitas, muchas gomitas de panditas y quiero muchas verdes.

—Pero eso no queda con go-

—Con gomitas, dije. —Contesto Luhan, con un poco de irritabilidad en su voz, siempre le reprimían su exótico deseo de tramontana con gomitas, era su placer culpable y solía ahorrar mucho para comprárselo.

La señorita del mostrador solo sonrió y se dedicó a preparar las órdenes, los pequeños pagaron y se fueron a sentar en las sillitas de madera que estaban cerca de la puerta, era la sección de niños que tenía tapetes de foami y algunos juguetes didácticos y revistas sobre helados. Al fin de unos minutos prendieron el aire acondicionado, el mayor de los jóvenes aventureros estaba observando a las personas que transitaban por la calle hasta que la puerta se abrió de par en par, dejando pasar a un niño con cara seria, mucho más joven que los primos.

El menor de los primos estaba a punto de gritar de la emoción. Su objetivo estaba en el mismo lugar que él y no podía acercársele cuando su madre estaba por el perímetro. El niño se fue a otra de las sillitas de madera mientras su madre le compraba algo. Los helados de los espías acababan de llegar y no tuvo más remedio que hacer como si se le cayera encima del pequeño niño; este le vio enfurecido y sus pequeños ojos se llenaron de lágrimas. No estaba saliendo como Luhan había planeado, así que le puso sus manitas en la boca del pequeño mientras lo calmaba.

—Bebé, no llores, fue un accidente...

—No, no lo fue— Dijo Minseok por detrás, todo el espectáculo le había causado mucha gracia y poco le faltaba para atragantarse. 

Para su mala suerte, la mamá del pequeñín se dio cuenta de la escena y corrió para ver a su hijo, lo calmó y le pidió al atacante que se disculpara.

—Lo siento... solo quería que saludarte, ¿podemos ser amigos? — Dijo el Luhan, estaba a punto de echarse a llorar porque había herido a aquel precioso niño.

—Nunca. ---

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