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unstable-enjoyment.com ~ Net Obsession por JHS_LCFR

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Notas del fanfic:

www.unstable-enjoyment.com NO EXISTE,es una página salida de mi cabeza. 

Los personajes que se nombarán en el fic no son de mi autoría, es decir, NO ME PERTENECEN (lamentablemente ;_;)

 

Notas del capitulo:

PD: Ey~ :D

Aquí vengo a caer con este fic que sería...LA PRIMERA PARTE DE MI PRIMERA SERIE!!!!!! ^O^ YAAAAAAAYYYYYY~! Desde hace rato que quería subir una serie, pero no tenía idea de cómo xD Pero bueno, ya está, lo estuve pensando, tengo decidido más o menos cómo será el final y cómo será la continuación :) Espero que les guste y, sí...me fui al carajo con las advertencias xD es que...bueno...ya se darán cuenta cuando lean.

Los amo!

Imposible. No podía ser.

Quizás se le parece, ¡Pero no es posible que sea él!

En la tienda, frente a mí, mirando atentamente el contenido de las perchas y seleccionando diferentes pantalones para probárselos luego, estaba mi actor favorito. Pero no era un actor de Doramas, películas o Mini-Series…

…Era el actor principal de casi todos los videos secretos que tenía en mi computadora, esos que miraba cuando mis padres no estaban en casa y la tensión en mi cuerpo no daba para más.

¿Los conocen?

 

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Caminé tranquilamente hacia la puerta para cerrarla y echarle seguro con la llave; desde que vivía con mis padres lo había hecho, y algo me decía que era mejor seguir haciéndolo, a pesar de que ahora tuviera veintidós años y viviera solo. Nunca venía mal, pensaba. Imagínate si alguien entrara y te viera así…Sonreí irónicamente: no volvería a salir a la calle, estaba seguro; sin embargo, ese pensamiento que me erizaba los pelillos de los brazos y la nuca también me hacía reír.

Volví a sentarme frente al computador, en el escritorio. Apagué las luces, últimamente se me había pegado esa costumbre también. No podía mirar con las luces prendidas y la música del reproductor andando, no. No podía “mirarlo” de esa forma, no se merecía eso. Se había ganado mi total y absoluta atención desde que lo había visto por primera vez, ese día que yo había cumplido diecinueve. Aún lo recuerdo a la perfección: llovía a cántaros y ningún amigo ni familiar podía visitarme debido a que el agua llegaba casi a la altura del cordón de la vereda, así que me la pasé pateando cosas (el armario, el escritorio, la cama) en el cuarto, ofuscado y con un único y mísero regalo de cumpleaños que era un estúpido micrófono con amplificador para poder practicar mi rap. Ahora de grande, aprecio bastante ese regalo, fue el momento en que mis padres entendieron mi decisión de dedicarme a contar historias (mi historia) atropellando las palabras al perfecto compás de un ritmo de beatbox amigo de Yixing (aka Lay), todo improvisado en segundos en aquella época, pero estaba seguro que en el futuro sería una obra maestra reconocida y vitoreada por todo el mundo.

Pero volviendo a mi cumpleaños, seguía maldiciendo al clima y al mundo por cagarme el cumpleaños cuando decidí entrar en la Internet, buscando algo con lo que entretenerme. Haciendo clic aquí y allá (no sin antes dejar en mi cuenta de Weibo que “era el peor día de mi vida, una mierda total de porquería, carajo”), terminé observando videos virales, de esos que tienen billones de reproducciones y alguna frase o movimiento pegadizos o representativos del video en cuestión, sea canción, baile o monólogo humorístico. ¿Nunca les saltó un “pop-ad”, esas famosísimas e insoportables propagandas que te incitan a raspar un papelito para ganarte (quizás) un millón de dólares o para hablar con una chica sexy que, oh casualidad, tiene una foto de perfil completamente desnuda? Bien, veo que asienten y dicen “Sí…” ofuscados. Pues bien, yo me encontré con algo diferente.

Era una ventana completamente negra, tenía estampados en el medio grandes números blancos que cambiaban a rojo mediante leves titileos, era una especie de cuenta regresiva que ya iba por los treinta segundos restantes, y más arriba pude leer la frase “Ya falta poco, tranquilo…”

Sinceramente, me asusté. Sospeché que se tratase de un virus que le estaba agarrando a mi computadora, pero después lo vi….vi un número más chico en el extremo inferior izquierdo de la ventana, que mostraba (según la frase que tenía al costado) la cantidad de gente conectada a esa página, supuestamente esperando que “eso” llegara.

Fruncí el ceño, quedaban ya quince segundos, pensé que podría ser alguna nueva película de acción o algún nuevo juego al estilo “Counter Strike”, y arrastré el ratón hasta el centro de la ventana, mirando con una juguetona sonrisa en mi rostro, esperando a que llegara a cero.

Cinco, cuatro, tres, dos…

Pestañeé y saltó el cartel rojo de “ES TIEMPO”. Más abajo estaba la opción “ENTRAR | REGISTRARSE | TRAILER”. Levanté una ceja. Supuse que habría que registrarse para bajarse legalmente esa nueva película, nuevo juego o lo que carajo fuese, que si no pensabas unirte a la página te dejarían con el gustito amargo del avance, y eso lo detestaba. Hice clic en “Registrarse”.

Y ahí empezó todo, de ahí no pude volver.

Ahora tenía veintidós años y me encontraba en la misma posición, codos apoyados sobre el escritorio, manos entrelazadas frente a mi rostro, los ojos fijos en aquellos números que no habían cambiado, para que se supiera que seguían siendo “ellos”; para que sólo “nosotros” nos reconociésemos. Eso sí, había una pequeña diferencia esta vez.

Yo ya estaba registrado, hacía años que estaba registrado, pagando trescientos cincuenta dólares al año para poder “verlo” en todo su esplendor. Sonreí: no estaba arrepentido, nunca lo estaría. Estaba eternamente agradecido por ese día de lluvia, ese mísero cumpleaños, por mis padres durmiendo tranquilamente en el piso de abajo, completamente desinteresados en mí y en mi angustia.

“Él” me había salvado de mi enojo y mi soledad, pero a la vez me había arrastrado a su mundo con un poder increíble, indescriptible. Ahora vivía para mirarlo a “él” y sólo “él”; ya dejaba de mirar chicas para terminar en su casa o en mi auto, ahora las miraba sólo si se le parecían en algo, lo que fuese. Pero no, “él” era inigualable, es el día de hoy que no conozco a nadie que lo iguale o supere. Y dudo que alguien así llegase a existir.

Pestañeé por primera vez en minutos porque mis ojos dolían de estar tan quietos y fijos, pero no quería perderme el momento “00:00:00:00”, así que fue un parpadeo rápido y volví a sumergirme en la vista que me otorgaba la pantalla. Faltaban treinta segundos, otra vez. Mi respiración comenzó a alterarse, apreté los dedos unos contra otros y tragué saliva con fuerza, ya faltaba cada vez menos, a cada segundo me sentía más cerca de él, de su cuerpo, de su piel. Su preciosa y blanca piel, siempre dispuesta a ser devoraba y mordida con desmedida pasión, tocada e inspeccionada sin aviso alguno y con lasciva brusquedad.

Veinte segundos, apreté los dientes para no chillar, ¿Cuándo había sido la última vez que había sacado algo nuevo? Rebobiné en mis recuerdos: más o menos un año, quizás ocho meses si se quería ser más específico.

Diez segundos, Dios, mi pecho se hinchaba desmesuradamente y salía en forma de resoplido; pagaba una cantidad de dinero interesante como para hacerme esperar así, pero no tardé en tranquilizarme: si me hacían esperar de esa forma, si me torturaban de esa manera, es porque al final valía la pena, no iban a decepcionarme, estaba seguro. Porque nunca lo habían hecho en todos estos años, y estaba seguro de que tampoco lo harían en el futuro.

Cinco segundos.

Cuatro.

Tres.

Dos.

Uno.

Gemí de placer al ver los cuatro pares de cero, fue casi como un orgasmo: ¡Al fin!

Cliqueé en “ENTRAR” y rápidamente tipié mi nombre de usuario en el primer casillero: Kris. Así de simple; se me había ocurrido patéticamente en el arrebato de querer registrarme aquel seis de Noviembre. Terrible, sí, pero en aquel entonces me parecía masculino, imponente. ¿Contraseña? TwoMoons, también inventada bochornosamente ese seis de Noviembre en el apuro de querer ver, de querer descubrir…

Los números desaparecieron. “BIENVENIDO KRIS”, se leyó en la pantalla.

-Hola, tanto tiempo—susurré con sonrisa torcida.

“¿ASÍ QUE QUIERES VER?” decía. Sabía que esas palabras estaban programadas para todos y cada uno de los usuarios, pero en mi obsesión había logrado que mi cuerpo se auto-inyectase adrenalina cada vez que las leía, como si fuese el único con el privilegio de disfrutarlo, de poseerlo, aunque fuese virtualmente, pues otra persona hacía el trabajo que yo quería tener, hacer (una noche me empeciné en trabajar de lo mismo que “él”, pensando que tal vez podría encontrármelo en “el trabajo”; no me importaba si debía renunciar a la música por ello).

-Sí, sí quiero—suspiré encantado, esperando a que las letras se esfumaran.

“NO TE HAREMOS PERDER MÁS TIEMPO ENTONCES. DISFRUTA, KRIS”.

La proyección de un video comenzó a cargarse, me tapé la boca y me mordí la palma, intentando calmarme. ¡Al fin, tanto tiempo, tanto tiempo esperando! Me estaba desesperando, comenzaba a perder la compostura, clavando las uñas en la madera del escritorio y tensando la mandíbula mientras miraba la barra blanca semitransparente atravesar lentamente la línea de duración del video. Esa era otra regla que me había impuesto con el tiempo: esperar a que cargase entero, no era lo mismo “verlo” hasta que llegaba a la mitad y se paraba todo a “mirarlo” de una, sin interrupciones. Hacía del contacto, ese falso e imposible contacto algo más humano, más real…

Me agarré de los pelos al ver cuánto duraba esta vez: una hora.

Sí, una hora completa. Estallé en carcajadas frívolas y casi de burla; los amaba, los adoraba. Increíblemente, habían decidido darme (o darnos, pero en fin) esta vez un bonus, ¡Y vaya bonus! Pues duraba media hora más, siendo los videos típicos de veintiséis o veintiocho minutos. Me mordí el labio, temblando: tardaría muchísimo más en cargar, pero no importaba. Estaba en la séptima, no, decimoctava nube, más feliz que nunca. Una hora solos, había pensado. Toda una hora solos, mi amor. Sí, mi amor, así le decía; ¿Cómo no decirle así? Era hermoso, inhumanamente hermoso, su voz endulzaba mis oídos siempre que lo escuchaba llorar, gritar o gemir, su piel era tan blanca como el marfil, se veía suave como la porcelana y cuando sudaba la transpiración le añadía un toque de brillo infernal; parecía un ser místico, intocable que sufría mientras miraba a la cámara y con esos ojos, Dios, esos ojos negros, filosos y profundos, te pedía ayuda a los gritos, jadeando como un perro, exhausto y con los brazos y piernas flaqueando para al final explotar en un aullido doloroso y desgarrador que te volvía loco.

Cuando todo terminaba, y tú dejabas de saborear colores y oler sonidos, lo veías ahí, pobrecito, desamparado, tirado en el suelo y sucio, abandonado completamente mientras parecía hundirse en una especie de letargo al tiempo que trataba de estabilizar su respiración. El resto ya todos lo conocíamos, un pronunciado zoom a su cuerpo, acentuando sus torneadas piernas, la perfecta curvatura de sus glúteos, el hueco en su espalda baja y su ancha espalda con los grandes omóplatos, sus sobresalientes hombros y sus musculosos brazos, subiendo hasta su pequeña cabeza, su delicado mentón, sus labios en forma de corazón y esos ojos. Ugh, esos ojos cerrados que habían decidido apagar su brillo y se ocultaban tras dos párpados, acompañados de leves ojeras y largas y delicadas pestañas, que acariciaban sus pómulos mientras él parecía dormir, sin importarle su estado o sus dolores. Dolores que todos y cada uno de los usuarios moríamos por generarle.

Quería vivir todo eso de nuevo, como si fuese la primera vez.

Y ésta iba a ser, dentro de todo, una nueva primera vez. Porque se trataba de un nuevo video, y para mis sorpresa, mucho más largo que los de siempre.

El tema era que no sabía qué hacer mientras esperaba: tenía la boca seca, me dolían los párpados de tener los ojos bien abiertos y sin pestañear, sentía un cosquilleo en las piernas (indicándome que estaban dormidas) y en los últimos segundos había transpirado terriblemente.

-Tengo que ponerme cómodo.

Cometiendo el pecado de desviar la mirada del computador, hundía la cabeza entre los hombros y me quité la camiseta en un movimiento hosco, bruto que hizo que casi me llevara las orejas por delante; fue un pequeño malestar, pero ya pasaría. Levantándome de la silla, deshice el agarre de mi cinturón y lo quité de un solo tirón para luego desabotonarme el jean y bajármelo hasta la altura de los tobillos. Levantando los pies, pude retirar definitivamente la última prenda de ropa que tenía en ese momento.

Listo. Ahora sí podría disfrutar mejor del espectáculo.

Comencé en la típica crisis de todo fanático: ¿Le habrían cortado el pelo? ¿Puesto lentes de contacto? ¿Se habrían dado vuelta los papeles? No, imposible, “él” había nacido para el papel que tenía y esperaba que siguiera teniendo. ¿Y si se tatuó? No puede arruinar esa magnífica piel, no puede, sería algo imperdonable. ¿Habrá engordado o perdido peso? No me gustaría verlo desnutrido, no pueden maltratarlo después de todo lo que ha hecho; tampoco puede engordar mucho, a los fanáticos no les gustaría. Llegué entonces, por enésima vez, a la conclusión de que “él” era perfecto y que, como todo ser perfecto, tenía que quedarse así como estaba, como era.

Hubiera seguido delirando con más alabanzas hacia su belleza cuando noté que el video estaba listo. Una horrible sonrisa se formó en mi rostro: ya estaba, estaba listo, “él” estaba listo, todo estaba listo. Sólo tenía que llevar el cursor hasta el símbolo de “play” y deleitarme con su actuación, con su cuerpo, con su voz, con sus ojos mirando a la cámara. No, miento. Con sus ojos mirándome. Mirándome a mí, rogándome que atraviese la pantalla y lo toque.

-Si supieras cuánto deseo poder hacerlo—susurré mientras clickeaba el botón de “reproducir”.

Y ya no pude moverme. Porque el show había comenzado, y cuando eso pasaba no podías perderte nada, ningún detalle, ningún movimiento, ninguna reacción. Así me mantuve durante una hora; cuando terminó, pude relajar mis músculos, estirar mi cuello, estabilizar mi respiración y volver a reproducirlo.

Pero esta vez, con una mano dentro de mi ropa interior.

 

 

-Entremos aquí—propuso Chanyeol, tirando de mi mano.

Chanyeol era mi mejor amigo junto con Kyungsoo, nos encontrábamos en Myeongdong, Corea del Sur para comprarle (por enésima vez) ropa a Chanyeol, que nos arrastraba dentro de las galerías con su típica sonrisa y su risa estruendosa.

-Chanyeol Hyung, cuidado—dijo Kyungsoo con su tono maternal, era realmente como “la mamá del grupo”—No agites a Yifan como si fuese un juguete. Puedes lastimarle.

Su innata preocupación por nuestro bienestar me daba ganas de abrazarlo, pero me limité a palparle la cabeza suavemente, debido a que era el más bajo de los tres.

-¡¡Eh, aquí, aquí!!—Llamó mientras abría los ojos de par en par para observar y contemplar todas las gorras que había—Miren esa, la que tiene la bomba.

Llevaba puesta una chamarra con capucha, sin embargo se calzó la gorra encima, se miró al espejo (personalmente, se veía patético) y decidió llevársela. A esa y a siete gorras más.

-Necesito una celeste, una verde también…y el animal print nunca viene mal—decía, abrazando las gorras y apretándolas contra su pecho, como si se tratasen de bebés—Kyungsoo, lleva esto a la caja, por favor. Y diles que aún faltan cosas.

Como no quería terminar igual que Kyungsoo, con montones de prendas encima y sin poder moverme de la caja de pago, me encaminé hacia el sector de camisas y revisé a través de las perchas si habría una que me entrara. Era realmente un fastidio no encontrar mangas lo suficientemente largas. Si bien podía arremangármelas después, la molestia se hacía siempre presente en la angosta espalda, que me impedía levantar los brazos para acomodarme el pelo con libertad.

Genial, no había nada. Maldición. Quizás habría algo decente en el sector de camisetas; fui hasta dicho sector, mirando casi sin prestar atención, porque en el fondo quería irme de una buena vez. De hecho, ¿Dónde estaba Chanyeol, que no se escuchaba?

-¡Yeol!—lo llamé buscando en la tienda—¡Yeol!

-A…aquí, Hyung—me respondió con voz entrecortada, su voz provenía de los vestidores.

-¿Estás bien?—pregunté, tomando la tela de la cortina entre mis manos—¿Necesitas que entre?

-¡¡No, no!! Es que…la remera me queda chica, no puedo…respirar—respondió, gimiendo de la incomodidad.

-Entonces deja que entre—le repliqué.

-¡Que no! ¡Puedo solo!

En verdad que era fastidioso, agarraba treinta y cuatro prendas, le terminaban entrando dos. Pero bueno, era su decisión. Suspiré, amagando a entrar de todas formas, si no hubiera aparecido.

Imposible. No podía ser.

Quizás se le parece, ¡Pero no es posible que sea él!

En la tienda, frente a mí, mirando atentamente el contenido de las perchas y seleccionando diferentes pantalones para probárselos luego, estaba mi actor favorito. Pero no era un actor de Doramas, películas o Mini-Series…

Era “él”.

Wushu ZT. O “ZT”, para acortarlo.

Mi corazón dio un vuelco, instintivamente me recordé en la habitación, casi desnudo, viéndolo en acción, haciendo valer los 350 dólares que pagaba anualmente con violentas escenas de sexo.

 

Notas finales:

Hace poco entendí para qué corno servía la opción "Estadísticas"...¡Y no puedo creer que sea autora favorita de tanta gente! :D 

Realmente me emocioné, muchas gracias a todos, me puse tan feliz...me alegran el día, en serio ^^


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