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Rocío al amanecer. por Ucenitiend

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Notas del capitulo:

Como todos dicen: los personajes de este fic. fueron creados por el Sr. Tolkien, yo solo los tomo prestados sin fines de lucro.

"Pasteloso": esta palabra la aprendí de un chico español. Qué bueno, todos los días aprendo algo. 

Cuando el chico leyó este fic. lo calificó de pasteloso. Y sí, tuvo mucha razón, porque lo es ¡y mucho! En realidad, creo que se quedó corto, yo hubiera comentado que, además de pasteloso, es muy cursi. Gracias por leer.

 

Pasaron la noche junto al río. Cuando el pudoroso amanecer los descubrió se ruborizó, y enseguida pretendió cubrir sus impúdicos cuerpos con una manta, pero no lo consiguió, porque ingenuamente la tejió con cristalinas gotas de rocío.

Sin darse por aludidos, continuaron besándose y apretándose bajo la tenue luz avergonzada. Yacían tan juntos, ignorando la húmeda envoltura, que el ligero aire matinal no lograba pasar entre sus cuerpos, y apenas se colaba por sus jadeantes gargantas para hinchar, a medias, sus necesitados pulmones.

Aragorn no quería que el momento culminara, y hacía un gran esfuerzo para no dar el último paso, pero Legolas, cuya pasión aumentaba con cada beso, con cada caricia y con cada embate del adan, se movía debajo de él, exigiéndole más y más, y arrastrándolo al borde de la desesperación; y tanto hizo que logró vencer su férrea resistencia. Y al fin, con sus bocas abiertas y sus ojos cerrados, embriagados de placer saltaron al vacío.

Cansado y transpirado, Aragorn se quedó recostado sobre Legolas.

Este, aunque ya estaba satisfecho, no dejaba de abrazarlo y de susurrarle palabras amorosas en su idioma nativo.

El hombre quiso corresponderle con algo romántico, aunque nunca había tenido mucho talento para los piropos, así que se irguió un poco para recorrerlo con la mirada, y, emocionado, dijo:

-Eres cautivante como... un bosque virgen.

Al escucharlo, Hoja Verde soltó una fuerte carcajada que provocó que Aragorn se deslizara y cayera a su costado, y que algo ofendido por su inesperada reacción preguntara:

-¿Por qué lo que pretende ser un halago te causa tanta gracia?

-¡¿De verdad crees que lo que te hace verme cautivante tiene algo que ver con la... virginidad?! Entonces, debería parecerte lo menos cautivante sobre Arda.

-Tu piel se ve virginal –dijo el enamorado hombre, mientras le acariciaba el blanco vientre con la punta de los dedos.

-¡¿Mi piel?! Fue acariciada por tus manos, rozada por tu cuerpo y bañada por tu saliva y tu semen, tantas veces, que de virgen ya no tiene nada.

-Tus ojos son tan cristalinos y de una mirada tan pura –dijo Aragorn, algo sorprendido por la respuesta de su amado, tan... explicativa.

-Mis ojos han disfrutado tu desnudez; han visto a tu sexo erguirse y a tu cuerpo estremecerse en cada clímax, tantas veces, que de virgen ya no tienen nada.

-¿Qué me dices de tus orejitas puntiagudas? –preguntó Aragorn, ya en broma, mientras con el mentón le frotaba una para provocarle cosquillas con la barba.

-Ellas han escuchado tantas de tus propuestas indecentes, tantos suspiros y gemidos, que de virgen ya no tienen nada.

-¿Tu nariz? –Aragorn, riendo abiertamente y dejándole ver sus graciosos dientes separados, se quedó esperando su afilada respuesta. Y, para su sorpresa y gusto, escuchó:

-Ella se ha embriagado con los olores más eróticos: el de tu sudor y el de tu virilidad a pleno –respondió el sinda, para continuar con lo que, de a poco, se había transformando en un juego.

-Mejor... no pregunto por tu linda boca -dijo Aragorn, ya con ironía.

-¡No…, mejor no! -contestó Legolas, tan ruborizado como el amanecer.

Y rieron juntos esta vez.

A esa altura del juego, Aragorn ya estaba empecinado, así que se paró para ver a su compañero desde arriba.

Legolas siguió recostado sobre el rocío que entibiaba con el cuerpo, con el torso levemente erguido, pues se apoyaba en los antebrazos, y las piernas extendidas y cruzadas. Así miraba al hombre, sin entender, todavía, qué buscaba.

A su vez, Aragorn lo observaba y pensaba si quedaría algo "virgen" en el elfo, hasta que sus ojos grises destellaron pervertidos, clavados sobre dos partes de Legolas que nunca...

-¿Nunca? -dudó-. ¡Nunca! -gritó sobresaltando a su compañero, y con una sonrisa tan amplia que daba la sensación de que su cara se partiría en dos.

El elfo, enseguida vio al hombre arrodillarse frente a sus pies y le oyó decir:

-Ya he visto que eres capaz de disparar con el arco... dos flechas al mismo tiempo.

-¿A dónde quieres llegar? -preguntó Legolas, achicando los ojos y arrugando el entrecejo, como pensando: "¿Qué tiene que ver eso con lo que estábamos conversando?"

-Muy bien, ahora vas a hacerlo..., pero al revés –dijo el hombre, con expresión de anticipada satisfacción.

-Eso... no se puede hacer -retrucó el hijo del bosque, con suficiencia.

-¡Ya verás, si no! –contestó el dúnadan, desafiante.

Para demostrárselo, Aragorn enseguida le apoyó las ásperas manos sobre las rodillas, y lentamente las deslizó por sus piernas hasta llegar a sus tobillos y atenazárselos con fuerza.

El sinda siguió con atención los movimientos de las manos hasta que se detuvieron, y recién entonces subió su mirada interrogante para cruzarla con la chispeante de Aragorn.

Este, sin dejar de mirarlo a los ojos, soltó sus tobillos y de inmediato tomó sus empeines, despacio le descruzó las piernas y acomodó los arcos de sus pies alrededor su ya medio erguido pene, para comenzar a moverlos de arriba a abajo, primero despacio, y luego…

El elfo abrió los ojos desmesuradamente, y cuando pudo sobreponerse a la fuerte impresión que le causara ver a Aragorn masturbándose con sus pies, muy excitado dobló las rodillas hasta alcanzarle la boca y darle un apasionado beso. Dándose placer a sí mismo, cada tanto se separaba un poco de Aragorn, para ver como sus arcos se tensaban alrededor de la supuesta flecha, hasta que al fin recibió el disparo en pleno pecho. Y cuando se serenaron, Legolas dijo:

-Tenías razón, se podía. Como nunca lo había hecho de este modo, creo que tendré que practicar más para afinar la técnica, claro, siempre que estés de acuerdo en prestarme... la "flecha". ¡Ah!, y con gusto te cederé la mía para que también te ejercites.

El hombre sonrió complacido por haberle enseñado algo nuevo a un arquero tan avezado, y, entusiasmado, volvió a ponerse de pie.

Legolas suspiró y movió la cabeza al darse cuenta de que el insistente humano se disponía a seguir jugando, y, de ser así, él cada vez quedaría más lejos de ser "cautivante como un bosque virgen."

-Nos vamos. Dejémonos de jueguitos, que ya es hora de volver. Vístete -dijo Legolas, mientras se levantaba para ir a buscar su ropa.

Antes de que clareara más, Legolas montó en Brego y tomó las riendas. Como la noche anterior habían llevado ese solo caballo, atrás debió montar Aragorn, a quien no le importó porque había guiado a su animal de salida, así que de inmediato se tomó de la cintura del elfo con un brazo y con la mano libre se entretuvo durante el regreso quitándole las hojitas que habían quedado enredadas en su pelo.

Los pobladores de Minas Tirith ya estaban acostumbrados a las románticas escapadas de su rey y de su príncipe, así que no se sorprendían al verlos llegar, y ellos tampoco se preocupaban de que los vieran, así que todos se hacían respetuosas reverencias y se deseaban un buen día con absoluta naturalidad.

Ese día, la jornada laboral transcurrió con normalidad, aunque, cada tanto, Aragorn se distraía un poco pensando en el juego de esa madrugada, y no podía evitar que en ese momento se le dibujara una media sonrisa. Ya sobre el final de la reunión...

-¿Majestad…, estás escuchándome? ¿Hoy estás un poco distraído o es idea mía? -preguntó Faramir.

-¿Eh?... Ah, perdón, ¿qué dijiste?

-Que se ha hecho muy tarde. Qué tal si seguimos con este asunto mañana -comentó el senescal mientras dejaba unos papeles bien acomodados sobre el escritorio del rey.

-Sí, ya casi es la hora de cenar. Mañana continuaremos con esto. No es urgente. Iré a buscar a Legolas. Buenas noches, Faramir, que descanses. Y dale mis respetos a Éowyn.

-Gracias, serán dados. También saluda de mi parte al Príncipe.

El senescal se retiró, preguntándose qué le pasaría a su viejo amigo. Jamás se le ocurriría pensar que esa madrugada había estado "jugando" con su esposo, y había quedado obsesionado. Y menos podría imaginárselos a los dos en tal situación, pues Aragorn y Legolas ya no eran dos jovenzuelos, pero, aunque el tiempo pasaba, conservaban toda su belleza y lozanía.

Sí, eso era cierto, ya no eran dos adolescentes calenturientos, y llevaban años enlazados, sin embargo seguían tan apasionados como el primer día en que descubrieron que no podrían seguir llamando "amistad" a lo que sentían el uno por el otro.

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Antes de la guerra, Aragorn se había comprometido con la hermosa hija de Lord Elrond.

Pero desde que lo conoció, no pudo dejar de admirar al magnífico, valiente y osado guerrero elfo. Para él, era una criatura misteriosa, pero la sabía tan sensible como fuerte, alegre, honesta y confiable. 

Para el príncipe elfo, el jefe de los Dúnedain del Norte era un hombre de carácter fuerte, noble y valiente, el líder perfecto para los de su especie.

Durante la guerra se protegieron mutuamente, y la gran amistad nacida entre ellos, imperceptiblemente se fue modificando hasta convertirse en un gran amor, y ya no pudieron pensarse separados.

Luego de ser coronado y faltando poco para casarse, Aragorn le dijo a Arwen que en realidad ya no la amaba.

Undómiel lo comprendió, y, sin ninguna pena en su corazón, viajó feliz a Valinor junto a su querido, y más feliz, padre.

Fue inevitable la ruptura del compromiso con la dulce elfina, tan inevitable como el amor que surgiera entre ellos, y los uniera para siempre.

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Aragorn caminó apurado hasta su recámara, pensando en que seguramente Legolas lo estaría esperando para ir juntos al Salón Comedor. Pero al entrar al cuarto se quedó extrañado, pues apenas estaba iluminado por la tenue luz de una lámpara, y su esposo se hallaba acostado.

Legolas, recién bañado, desprendía un exquisito aroma a jabón y aún tenía el cabello húmedo; cubría su desnudez con la sábana, pero dejaba completamente expuestas su pierna y su cadera derechas, hasta la cintura. Por debajo de la seda, a la altura del vientre, abrazaba un pequeño almohadón.

Al verlo así, Aragorn quedó hechizado, y de pronto lo imaginó…

-¡Aún conserva virgen…! -murmuró para sí.

La imagen era tan bella que no pudo resistirse. Rápidamente se quitó la ropa, y cuando levantó la sábana para tenderse a su lado y vio el almohadón, sonrió, y sin más se inclinó para besarlo en la boca. En ese momento sintió los brazos de Legolas deslizándose por su cuello. Los besos apasionados y las caricias más atrevidas no tardaron en llegar. Hicieron el amor como nunca, entregándose por completo e invadidos por una emoción especial y un mismo deseo postergado.

A la mañana siguiente, Aragorn despertó primero y miró a su esposo que dormía, esta vez de verdad, con los ojos a medio cerrar y una plácida sonrisa.

Pasaron los días, Legolas empezó a sentirse extraño, pesado y soñoliento; había perdido el apetito, y lo poco que comía no siempre quería quedarse en su estómago. Se conmovía por todo y al extremo; era capaz de ver volar una mariposa, pensar en lo hermosa que era y largarse a llorar como un tonto. Aragorn, por ese tiempo trabajaba muchas horas al día y no había notado su malestar, y él se lo ocultaba. Pero no dejó pasar más tiempo, y fue a consultar a un sanador que finalmente le confirmó que estaba preñado. Ya empezaba a pensar que nunca le daría un hijo a su esposo, a pesar de ser poseedor de esa bendición tan única y maravillosa de la que gozaba la gente de su especie: la de ser varón y poder gestar una vida. Pero ahora esa vida ya venía en camino, porque ambos la desearon. Terminada la consulta, fue al jardín a esconderse detrás de un gran sauce que crecía junto al estanque sembrado de nenúfares, y lloró de felicidad mientras abrazaba su vientre aún plano. Quería que el primer festejo fuera solo entre ellos dos: ada e ion.

Pero cómo reaccionaría Aragorn, cuando se lo dijera. Habían hablado tantas veces sobre el tema, y él siempre decía:

-"Tenemos una eternidad por delante, y muchos asuntos serios por resolver. Ya, cuando estemos más tranquilos…"

Pero el tiempo pasaba y...

Por eso, días antes, cuando vio cómo Aragorn se entretenía buscando en su anatomía lugares no invadidos, pensó que quizá ya fuera tiempo de ayudarle a recordar qué parte de su cuerpo...

Y así lo ayudó...

Aquella noche, esperó pacientemente a que Aragorn terminara su reunión con Faramir y fuera por él. Cuando escuchó sus enérgicos pasos por el pasillo, corrió a acostarse y deliberadamente se puso el almohadón sobre el vientre para parecer preñado. Su pierna sería la carnada perfecta para atrapar al siempre hambriento hombre. Lo conocía en profundidad, y sabía que su mensaje le llegaría. Y fingió dormir.

Tiempo después le comunicó la buena noticia al rey, quien tampoco pudo contener las lágrimas de alegría mientras lo abrazaba y cubría de besos.

Los meses pasaron sin sobresaltos. La primavera regresó a los jardines de Gondor, llenándolos de los más vívidos colores y exquisitos perfumes. Todo marchaba a la perfección, y aún faltaban varios días para el nacimiento. Pero una madrugada, Legolas despertó sintiendo su vientre muy tenso; metió las manos bajo la sábana y se masajeó para aliviar el dolor, pero de pronto notó que sus ropas de noche estaban empapadas. Se destapó asustado y quiso erguirse, pero otra fuerte contracción lo abatió y...

-¡Aragorn…, despierta…! –dijo entre dientes y aferrándose a las sábanas con las manos crispadas.

Aragorn, con sus ojos a medio abrir, no comprendía qué pasaba, hasta que otro gemido de Legolas terminó por espabilarlo y entonces también sintió que estaba mojado. Miró al costado y vio a Legolas destapado, con las piernas separadas y jadeando, y de inmediato comprendió que el nacimiento se adelantaba y los sorprendía sin tener nada preparado. Legolas, ni siquiera le dio tiempo de mandar a buscar al sanador que lo había atendido durante su preñez, así que tuvo que ser él quien lo animara y recibiera a la criatura.

Pasado un rato...

-Vamos, un poco más... Otra vez…, haz un último esfuerzo.

Pujó nuevamente, y extendió una mano para alcanzar la de Aragorn, pero este no se dio cuenta porque estaba muy concentrado en la pequeña coronilla que ya empezaba a asomar por la abertura especial de Legolas, detrás de sus genitales.

-Ya viene… Un poco más, y al fin veremos su carita.

Conteniendo el aire, Legolas hizo un último esfuerzo, y cuando miró por entre sus temblorosas rodillas vio a su compañero de vida con los ojos llenos de lágrimas.

-¡¿Qué pasa?! -preguntó asustado, temiendo que por haberse adelantado el parto algo malo le sucediera a su hijo.

-¡Es... perfecta! -dijo Aragorn, mientras le contaba los deditos de los pies-. ¡Es hermosa..., es una niñita hermosa! -agregó, llorando y sonriendo, antes de besarla en la cabeza.

La pequeña no tardó en hacer notar su llegada a la Tierra Media, llorando a pulmón lleno.

Al escucharla, Legolas también lloró y rió, y extendió los brazos para recibirla, pero tuvo que esperar a que Aragorn encontrara con qué cortar el cordón que los unía y que con suma delicadeza la limpiara con un paño húmedo.

Entonces sí, el orgulloso padre la puso sobre el pecho de su otro padre que continuaba agitado por el esfuerzo y la emoción.

La pequeña tenía las orejitas en punta, y su cabeza estaba cubierta por una pelusita que, aún mojada, se veía castaña con reflejitos dorados. Cuando dejó de llorar, abrió los ojitos y dejó maravillados a sus padres con sus irises intensamente azules.

Conmovido, Legolas dijo:

-Rocío. ¿Te gusta ese nombre, Aragorn? ¿Estás de acuerdo? -preguntó mientras acariciaba la mano del hombre que cubría la diminuta espalda de su hijita.

-Sí, es precioso.

-Aragorn, nunca te agradecí aquel el piropo -dijo sonriéndole amorosamente.

-Acabas de hacerlo, amor.

Entonces, ese fue el nombre dado a la pequeña. Cada vez que la nombraran, ambos recordarían el rocío de aquel amanecer tan especial, en el que un simple piropo se convirtiera en un atrevido juego y luego se materializara en alguien que los haría mucho más felices de lo que ya eran.

 

 

FIN

Notas finales:

Midhiel, ya sabés que esta historia está dedicada a vos. Sos una de las primeras autoras que leí.

 

 

 


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