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¡Bebé a bordo! por PruePhantomhive

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Notas del fanfic:

Embarazo Psicológico. No Mpreg. 

¡Bebé a bordo!

PruePhantomhive

*

Los personajes de Tsubasa RESERVoir CHRoNICLES son propiedad de CLAMP y son usados en esta historia sin fin alguno de lucro.

*

1

Super Freak!

Fai y Kurogane estaban muy orgullosos de decir que su relación había salido a flote a pesar de todos los inconvenientes que los habían puesto en peligro. Pero, ahora que tenían pistas sobre los clones, podían asentarse en ese lugar, pequeño y lleno de paz, e intentar vivir una vida pacifica.

Para nadie era un secreto que, después de cumplir con su misión, planeaban permanecer juntos. Pero, sin duda alguna, no esperaban que un nuevo golpe desestabilizara su barca.

Fai despertó al lado del shinobi con el estómago revuelto, mareado y, casi cayéndose, tuvo suerte de llegar al cuarto de baño y poder empinarse sobre el lavabo. No había cenado nada, así que la bilis, espesa y amarilla, escurrió entre las gotas de agua cristalina que habían quedado esa noche ahí, después de que Kurogane se lavara los dientes.

Este, preocupado, se levantó velozmente de la cama con un ágil salto, corriendo con los pies desnudos hasta el cuarto de pisos resbalosos y fríos. Alzó la mano y se empinó sobre Fai para apartarle el cabello de la cara. El mago lucia muy mal. Como si de pronto el bonito color rosado de sus mejillas hubiera sido sustituido por una mala combinación de rojos y verdes.

Kurogane lo había visto sólo una vez así: cuando habían obtenido como recompensa por matar a unos cuantos (muchos) onis, una dotación de medio año (que Fai había consumido en una noche) de Armagnac. Y, si mal no recordaba, esa noche no había bebido nada.

—¿Comiste algo en mal estado?

—No… ¡ugh!

Cuando se sintió relativamente mejor, Kurogane le ayudó a llegar hasta la cama, en donde se derrumbó con pesadez y se arrastró hasta llegar a su almohada. Kurogane lo miraba con el semblante preocupado mientras se cubría con las mantas.

Pasaron unos segundos antes de que alguno dijera algo, pero Kurogane se adelantó para revisar su temperatura con el enorme tacto de su mano sobre su frente. El rostro de Fai, alargado, casi quedó oculto bajo la mano en su totalidad. Para su mala suerte, Kurogane no le tapaba la boca, en la que se dibujó una sonrisa cómplice.

—Estaré bien… sólo… tal vez me paré demasiado rápido y me bajó la presión.

—No tienes temperatura.

—Oh, pero a ti te gustaría que la tuviera, ¿no? —no tuvo fuerzas para dejar salir esa risa que a veces le ponía los pelos de punta al guerrero, porque Fai, últimamente, sabia reír de manera honesta.

Se quedó dormido a la mitad de un suspiro y Kurogane se preguntó si no habría perdido la consciencia.

 

Syaoran se asomó con cuidado a la recamara que compartían sus dos compañeros de viaje. Mokona le pisaba los talones, caminando con sus grandes pies sobre la alfombra acolchada, cubriéndose la boca con las manos para no hacer un ruido que pudiera incomodar al mago.

Fai estaba despierto esta vez, con los ojos clavados en el techo. Sudando. A pesar de eso, no se había quitado las mantas, que tenia levantadas hasta el pecho. Syaoran se dijo que debía quitarle, al menos, el edredón, pero antes le dejó el desayuno en la mesilla, apagando, también, la lámpara de noche. Fai parecía querer recrear el estado de una sauna en su habitación.

—Buenas tardes, Fai-san, ¿se encuentra mejor? —pero la misma pregunta le pareció de lo más boba.

Los ojos del mago estaban opacos y parecía mirar algún punto sobre el hombro de Syaoran, aunque este tenía la seguridad de que esos ojos azules estaban fijos en su cara. Fai no hizo ni dijo nada aparte de parpadear un poco para no preocuparlo.

—Uhm… —de pronto, se sentía fuera de lugar, como si no tuviera nada bueno que decir o no creyera que decir algo fuera pertinente. No quería incomodarlo, porque parecía que apenas tenía la fuerza suficiente para respirar—. Mokona y yo hicimos bollos. Le trajimos un poco de mermelada de fresa y mantequilla. También leche y jugo de naranja. ¿Quiere algo más?

Esta vez, Fai negó con la cabeza. Su rostro se puso verde poco a poco, como si la sola mención de la comida le revolviera el estómago.

Syaoran lo miró con preocupación y se despidió. Mokona hizo lo mismo. Los ojos de Fai se cerraron al mismo tiempo que lo hizo la puerta.

Tenia tanto sueño. Tanto, tanto, tanto sueño. Tal vez el día anterior no debió tener esa maratón de «Asea el ático tú sólo». Tal vez debió pedir la ayuda de Kurogane y Syao…ran…

Se quedó dormido de nuevo, tan pesadamente, que ni siquiera soñó con lo típico de su pasado.

 

Durante la comida de la tarde, Syaoran y Mokona tuvieron que hacerse a la idea de que comerían el uno en compañía del otro porque Kurogane los había abandonado a medio día para vigilar a Fai, que había estado más silencioso de lo debido. La casa, pequeña y blanca, con cortinas de color azul por todos lados, se sentía muy sola.

 —¿Puedes prender el televisor, Mokona? —preguntó Syaoran, sirviéndose en un cuenco un poco de sopa humeante, deseando saber si seria bueno llevarles un poco a los dos adultos. Posiblemente, no. Fai pedía las cosas cuando las quería y Kurogane le había adoptado la maña. Estaba más preocupado por recibir, de pronto, la orden de llamar a un doctor.

Mientras mojaba en su cuenco un trozo de pan, escuchó las noticias.

Así es que, señores, los hombres también pueden tener hijos. Recuerden los síntomas muy bien: mareos, nauseas, sopor y somnolencia. ¡Estén al pendiente!

—¿Eh? —masculló Mokona, dando gruesas mordidas a su pan.

—Uhm… —siseó Syaoran, pensativo. Creía que se habían perdido de una parte considerable del reportaje.

Cuando iba a comentárselo a Mokona, esta había desaparecido.

Los pasos de la coneja no se escucharon en la alfombrada habitación, pues entró con la misma cautela que la vez anterior. Hacia mucho calor. Fai ya no estaba en la cama y, en las sombras creadas por las gruesas cortinas que cubrían la puerta del ventanal, se formó un charco de luz proveniente del baño.

Fai estaba sentado en el borde de la bañera de latón y Kurogane lo observaba de frente, con los brazos cruzados y una expresión molesta.

—Necesitas ir a un médico.

—También comienzo a pensarlo… es que no quiero preocupar a Syaoran y Mokona.

En ese momento, la pequeña Mokona apareció dando saltos.

—No te preocupes por nosotros, Fai —dijo la pequeña criatura con aires de sabionda—, debes cuidarte mucho. En tu estado no es bueno que te esfuerces.

—¿Qué estado? —masculló Kurogane, masticando las palabras con un poco de coraje, puesto que llevaba un buen rato preguntándole al mago a qué se debía su “estado” y el pequeño bollo blanco parecía saber mucho más, algo que no le parecía justo.

—Dime, Mokona, ¿qué sabes tú sobre «estados»? —preguntó con amabilidad el hombre de cabellos claros aunque, sus dientes apretados, revelaban que estaba a punto de explotar. Vomitar hasta el intestino a veces pone a las personas un poco irritables.

Mokona los observó a ambos como si contemplara un partido de ping-pong a toda velocidad. Primero a Fai después a Kurogane. Luego a Kurogane y después a Fai.

—¡Fai está esperando un bebé!

Fue el turno de los dos mayores para intercambiar una seria mirada.

 

La primera reacción de Fai ante la aseveración de Mokona, fue reír, pero se dio cuenta de que estaba tan débil, que hacerlo le robaba el aliento, por lo que volvió rápido a la comodidad de su cama y le agradeció a la pequeña criatura el haberlo hecho sonreír en medio de ese lapsus de enfermedad que le escaldaba la piel.

Kurogane, por otro lado, tenia los ojos muy abiertos y en su boca había una mueca difícil de definir: tal vez una risa o algo parecido al horror.

—Eso es imposible, Mokona, porque SOY un HOMBRE —se apresuró a aclarar el rubio, sonriendo piadosamente, sintiendo que Mokona era una especie de crío al que se les había olvidado educar sobre ciertas cosas—. Sólo las mujeres pueden gestar. Yo no.

—Pero estás mareado, tienes nauseas y te sientes mal. Te has dormido muchas veces en el día.

—Sí, pero eso es porque me cansó la fiebre.

Kurogane intervino esta vez.

—Te quedaste dormido dos veces antes de que te viniera la fiebre.

—Eso no tiene nada qué ver.

—Y ya te sentías raro desde hace dos meses.

—Sí, pero…

—Además, estás más pálido y extraño que antes.

—¿Eh?

Kurogane se quedó callado y meditó seriamente las cosas. Sus ojos, nublados y un poco sombríos, taladraron a Fai al grado de que este volvió a reír. Su cara, un poco demacrada por el calificativo «enfermo» que los otros le habían asignado, lució un poco siniestra mientras se sacudía con violencia sobre el colchón y se sujetaba el estómago.

—¡Kuro-sama! ¡No puede ser que pienses que es verdad! ¡Soy un hombre! ¡Tengo un pene, no otra cosa! ¡No hay un útero en donde pueda crecer un bebé! Además… —entonces, el ambiente cobró seriedad—, si yo, un HOMBRE pudiera dar a luz… ¿qué sería? ¿Una especie de… monstruo? ¿Alguna clase de… quimera?

Los dos hombres negaron con la cabeza y la pequeña Mokona volvió a observarlos de manera alterna. Los dos estaban sombríos, pero aun podían paladear la risa conforme parpadeaban y respiraban.Fai tragó con dificultad y le hizo un gesto significativo con la cabeza a su amante.

Kurogane sacó a Mokona de la habitación y cerró la puerta con llave.

Se miraron de nuevo y luego evitaron hacerlo. Fai se metió bajo las gruesas mantas de nuevo y Kurogane se paseó, delante del armario, luego del tocador y, por ultimo, se quedó de pie delante del balcón, abriendo un poco la cortina para ver al jardín, donde las aves bebían y comían  en sus platillos.

—Hace unas semanas dijiste que tenías antojos, ¿no?

 

Después de unos minutos,Kurogane, por primera vez en mucho tiempo, sintió que Fai lo miraba con lástima. Como si creyera que era idiota (tal vez demasiado), así que, rehuyendo el efecto burlón y humillante de esos grandes ojos azules, se pasó una mano por el cabello y negó con la cabeza, yendo a sentarse delante de él. Se sintió como si algo demasiado grave estuviera a punto de pasar.

Esta vez, fue Fai quien no quiso mirarlo, así que comenzó a seguir la costura hecha a mano de su cobija:  se trataba de una flor violenta, bonita.

—A cualquier persona se le puede antojar algo. Sé que no tengo que decírtelo, pero te estás tomando muy enserio las palabras de Mokona. ¡Y por todos los cielos, SOY UN HOMBRE!

Kurogane asintió con la cabeza. De pronto, entornó los ojos, como si creyera que Fai le estaba ocultando algo, pero no podía ser así: estaba pálido, sudoroso, con las mejillas coloradas de un rosa profundo y el cabello pegado a las mejillas. No lucia como alguien que oculta algo. Y Kurogane reconocía muy bien a este tipo de personas… porque había matado a muchas en nombre de Tomoyo y su santa seguridad.

—Sé que eres un hombre —aclaró, sin convicción, como si eso fuera el tema de mayor vitalidad dentro de la conversación.

Fai puso los ojos en blanco de manera tan exagerada, que el ninja tuvo la seguridad de que quería ver al interior de sus cuencas. Se dejó caer sobre su almohada y el cabello dorado, casi blanco, bailoteó sobre las costuras de la funda, acariciando la tela de color rosa pálido y fusionándose con él.

De repente, era como si dos desconocidos hubieran sido obligados a mantener una acalorada discusión en el centro de una habitación pintada de negro y sin ventanas. Los dos estaban abochornados, dudando, pero, de alguna manera u otra, sentían que debían hablarlo.

Después de todo, no era como si oficialmente se hubieran declarado una pareja estable. Los dos sabían que ninguno le había pedido matrimonio a nadie (aunque Fai lo había intentado en una de sus borracheras, hincándose, ofreciéndole un anillo y… eso… a lo mejor en vez de anillo había sido una tapa- rosca, pero la intención era lo que contaba).

De todas maneras, por más posible que fuera, animarse a educar a un niño era demasiado complicado. Y debían tomar en cuenta que se habían comprometido con Syaoran (con él más que el uno con el otro) y que no podían frenarse por una tontería como la paternidad.

Además… qué tan horripilante podría ser que un hombre gestara. ¡¿Qué tan despiadado sería que un hombre pudiera concebir?!

Kurogane se dio cuenta de que, de haber sido él el… uhm… desahuciad… no… el… “feliz ma… padre”, se hubiera ofendido demasiado. Tenía suerte de que Fai no hubiera roto todavía algo. Porque él mejor que nadie conocía los límites a los que podía llegar el mal humor del mago.

Respiró con profundidad y tragó de la misma manera. Los ojos de Fai estaban turbios y, de cierto modo, brillantes. Kurogane recordó de inmediato los ojos de una rana de pantano.  Y fue un milagro solo haberlo recordado y no mencionado.

—Pero no te lo voy a negar: me siento muy mal, mareado, con asco. Siento que mi mundo se está apagando y… y quiero llorar —siseó el mago, sorbiendo por la nariz, estirando la mano hacia la mesilla de noche, en donde el desayuno descansaba intacto, para tomar un pañuelo de papel y limpiarse el flujo nasal.

Esta vez, Kurogane quiso reír, pero se contuvo, pues una lágrima solitaria rodó por la mejilla del mago, perdiéndose en el cuello de su camisa de dormir.

—O-oye…

—E-es que… ¡¿Puedes siquiera comprenderlo?! —exclamó, echándose a llorar contra la almohada. Sus hombros iban y venían, de arriba hacia abajo, resaltando por debajo de la tela blanca de su vestimenta. Kurogane abrió mucho los ojos, y quiso alejarse. No pudo. En vez de eso, se comportó solidario y adelantó una mano para tocar la espalda de Fai que… hace tan solo unos minutos había estado riendo… al escuchar a Mokona. ¿Qué diablos le pasaba?—, ¡están dándome a entender que puedo tener bebés! ¿Sabes lo que es eso? ¡Significa que mi vida está jodida, que no tuve suficiente con una familia que quiso matarme desde que nací, con un hermano al que quise con toda mi alma que
murió por culpa de un desgraciado pervertido y también significa que lo único bueno de todo esto has sido tú!

Kurogane jadeó. Fai se limpió la nariz de nuevo.

—Escúchame… esto es IMPOSIBLE. No puede ser. Simplemente… no somos idiotas retrogradas. Somos personas inteligentes, Kurogane —entonces, sonrió: de manera desquiciada. Las lágrimas seguían cayendo—. Es lógica: yo no tengo ninguna vagina que tu hayas podido penetrar. Tú tampoco.

—¡Y eso es magnífico! —interrumpió Kurogane, de pronto asustado por el rumbo exacto que estaban tomando las cosas.

—No tengo ovarios ni trompas de Falopio. ¡No tengo un útero! ¡Y tú tampoco! —insistió. Una gota de sudor resbaló por la sien de quien le prestaba atención a regañadientes—. Además, mi piel no es elástica, me partiría en dos si pudiera embarazarme.

—Deja eso de lado.

—Además, yo tengo un pene, un glande y un escroto.

—¿Puedes callarte?

—Ellas tienen… otros asuntos… y un… eso… sí… así que no puedo ser una chica.  

Mientras Fai insistía con sus comprobaciones de que era un hombre y no una mujer, Kurogane se sintió un poco mareado, tal vez con fiebre, así que, mientras Fai seguía con su perorata, sin percatarse de si lo escuchaba o no, se acercó al ventanal y lo abrió. El dulce y perfumado aire fresco le llenó las fosas nasales y le golpeó con cariño las mejillas.

Se quedó ahí un rato, mientras el mago divagaba con fuerza todavía, mencionando algo sobre fluidos, partes, efectos y concepciones. No quiso enterarse, así que, mejor, le pidió una cita romántica durante toda la tarde, al viento fresco primaveral.

 

Cuando bajó al salón, Syaoran aspiraba la alfombra, Mokona ayudaba despolvando el florero y la televisión zumbaba sin que le prestaran atención.

Fai se había quedado dormido de nuevo, esta vez, mientras no dejaba de presumir sus conocimientos sobre sexualidad (a veces humana, a veces animal) y sentía que necesitaba más contacto humano antes de tener pesadillas que involucraran mujeres, bebés y cosas que sabía que existían gracias a su amante perturbado.

Se sentó para ver televisión. Tomó el mando a distancia y el tazón abandonado sobre la mesa lleno de palomitas de maíz cubiertas con caramelo. Lo dejó y se concentró en cambiar canales hasta que encontró algo interesante: campeonato de boxeo mixto.

 —¿Cómo está Fai? —preguntó la pequeña criatura. Saltando sobre las piernas del guerrero, dejándole sentir su cálido peso.

Kurogane se guardó las ganas de expresarle desdén o, incluso, un poco de resentimiento. Después de todas las cosas que Fai le había dicho, sentía que moriría a los ciento cincuenta años, intentando comprender cómo diablos podía existir la circuncisión masculina… y la femenina.

—¡Rayos! —siseó.

—¿Mal? —interpretó ella.

—No.

—¿Entonces bien?

—Tampoco.

—¿Entre mal y bien?

—¡Y qué diablos seria eso! ¡Se ha quedado dormido hace rato!

Syaoran, apagando la aspiradora y dejándola en el cuarto designado para los artefactos de la limpieza, respiró con cansancio, sentándose al lado del mayor, tomando el tazón que este había despreciado y echándose a la boca un puñado de palomitas.

—Kurogane-san, deberíamos insistir en llevarlo al médico. ¿Qué tal que es algo grave? Nosotros no nacimos en estos mundos, de hecho, ninguno nació en el mundo del otro, así que es posible que tengamos diferentes defensas contra infecciones que puedan existir en este ambiente. Sabemos que Fai-san no quiere que nos preocupemos, pero lo haremos si no sabemos qué le pasa —afirmó, con los ojos siempre fijos en la esquina superior derecha del televisor y no en los dos hombres, fornidos y sudorosos, que se golpeaban con vigor.

—Sí —aceptó a regañadientes.

—¡Pero Fai está esperando un…!

Kurogane la tomó por las orejas y la lanzó dentro de una maceta vacía antes de que pudiera decir… lo que iba a decir.

 

Al anochecer, cuando ya todos se habían metido en la cama y las luces estaban apagadas, Kurogane se escabulló con sus fieles dotes de ninja en la habitación. Fai respiraba suave, acompasado, durmiendo de costado sobre la cama. Una de sus manos estaba metida debajo de la almohada y la otra reposaba escuetamente al lado de su cara.

Pudo verlo gracias a la luz de la lámpara que, supuso, el mismo mago había encendido al oscurecer.

Se quitó los zapatos (que solía usar en casa debido a que en ese sitio las costumbres no eran las mismas que en su añorado Japón), la playera, y los arrojó con cuidado a un costado, para no despertarlo. No estaba siendo delicado o solidario: no quería escuchar nada más sobre reproducción.

En cuanto se metió bajo la sábana, apartando con una patada la gruesa colcha, y apagó las luces, Fai se removió como una oruga hasta acomodarse, boca abajo, contra el firme pecho caliente del ninja, que lo recibió como a un pequeño ciervo despojado de su madre y lo cobijó con la piel del lobo, que se lo comería en cuanto tuviera la oportunidad.

 

Despertó al mismo tiempo que la luz blanquecina del amanecer se colaba por los bordes de las cortinas.

Había tenido una pesadilla tan fea… en la que estaba… ujum… embara… zado… y Kurogane se conseguía a una mujer porque a él lo consideraba un monstruo… ¡pero esperaba un hijo con ella y a él lo trataba como una… una… aberración!

Sólo había sido un sueño, pero la sensación de temor tardó varios minutos en irse.

Se recorrió a su espacio en el colchón y estuvo un buen tiempo observando a Kurogane, hasta que este dio muestras de estar a punto de despertar, entonces, se levantó y caminó hacia el pequeño sillón rojo al lado del balcón y de la mesa de madera, larga, en donde reposaba el teléfono blanco que nunca sonaba a menos que intentaran venderles algo.

Las náuseas estuvieron a punto de ganarle, pero las contuvo mientras Kurogane abría los ojos y se levantaba, con el aire torpe de alguien que ha estado desconectado del mundo por, al menos, cinco horas.

—Hey —saludó.

—Hola —respondió Fai, sonriendo amablemente.

—¿Cómo va todo? ¿Mejor?

El mago tardó un poco en responder.

—Eso creo. ¿Puedo pedirte que te mudes de habitación?

 

Hubo un silencio penetrante entre los dos que se quebró, de pronto, con la voz de Kurogane.

—¿Qué? —masculló, exagerado, como si no hubiera escuchado la propuesta, que en esos momentos seguía zumbando en sus oídos. Fai se rascó detrás de la oreja, con los ojos clavados en el piso. Su cabello estaba despeinado, pero no sólo con mechones rebeldes elevándose en todas direcciones, sino que, por pasarse la mano demasiadas veces por la nuca, lo había dejado con el aspecto de un gallinero con pollos correteando por todos lados.

Cuando lo vio tomando aire, como si sus pulmones tuvieran una repentina falla, y llevándose la mano derecha al pecho para comenzar a juguetear con los botones de su camisa, Kurogane supo que la petición de Fai iba muy enserio.

De pronto, se indignó. La habitación, iluminada por la nítida palidez del amanecer, volvió a parecer muy oscura.

Había compartido tantas locuras con Fai, como para saber que quizá la situación se les estaba yendo de las manos.

¿Por qué darle tanta importancia a las palabras de Mokona?... Porque era obvio que los traumas de Fai habían comenzado a raíz de eso y no de su malestar matinal.

Cuando se dio cuenta de que el mago no repetiría su pregunta por más que se le quedara mirando, salió del revoltijo de mantas y buscó sus zapatos. Cuando ató las agujetas y fue a los cajones del armario por una camisa limpia, sintió los ojos azules fijos en algún punto de su nuca, taladrándolo como potentes estacas que le pedían respuestas a gritos. Bueno, no iba a decir nada. Creyó tener el derecho de al menos quedarse callado para recalcar su molestia.

Pero Fai nunca podía terminar las cosas así. Para él, una pregunta debía ser cerrada con una respuesta. Y una conversación, con al menos un “uhm” o un asentimiento de cabeza.

Si se marchaba de esa forma, Fai tendría que salir de la habitación, tendría que seguirlo y tendrían que enfrascarse en una acalorada discusión sobre porqué él era tan infantil y se marchaba airado sin responderle. Luego tendría que mencionar que cierto mago a veces era muy estúpido a pesar de sus muchos años de vida y eso los llevaría a preguntarle a Syaoran cuál de los dos le había ayudado y servido más durante todos esos años de viajes dimensionales.

—Sí —gruñó al tiempo que se abotonaba el penúltimo botón de la camisa. Blanca. Tan blanca, que resaltaba su piel morena y el color rojo de esos ojos astutos y calculadores.

En ese momento no estaba haciendo nada astuto ni calculando nada. Sólo quería ser atento.

—¿Sí, qué? —refunfuñó, a su vez, Fai.

Kurogane tuvo que morderse la punta de la lengua para no reprochar de una manera muy brusca. Estuvo casi seguro de que, si soplaba sobre la cara del mago, podría lanzarlo volando a través del cristal de la ventana. Sus mejillas estaban tan pálidas como esos merengues que el chico y el bollo habían comprado la semana pasada en la panadería de la esquina. Y sus ojos lucían desanimados, como un par de canicas a punto de salirse de su tómbola.

—¡Me marcho! —siseó, con los dientes muy apretados y los ojos entornados. Dio un golpe con el puño cerrado contra la cómoda. Fai pareció más animado—, pero que te quede bien claro: no pienso venir corriendo la próxima vez que te escuche vomitando contra el lavabo.

Fai sonrió con cierta melancolía, sus pómulos se colorearon de un tono rosa muy suave y eso, a vista del shinobi, fue una mejora.

—Gracias, Kuro-sama.

Y este procuró salir de la habitación antes de que esa sonrisa fría le calara hasta lo más profundo de los huesos.

 

El desayuno fue una desafortunada coincidencia en la que todos tuvieron algo que decir, sobretodo Fai, que había decidido potarse como si nada pasara y bajar a convivir con el mundo, con Syaoran y Mokona y hasta con Kurogane, pero con él muy poquito. Lo trataba como si fuera la mancha en la pared con la que había aprendido a familiarizarse. Como si fuera la mermelada que untaba en su pan muy a pesar de que prefería la mantequilla. Como el hombre con el que se había acostado durante años, pero al que le había pedido que se auto pateara el trasero lejos de su habitación.

—Ah, Fai-san, ¿te sientes mejor? —preguntó el muchacho, curioso, poniendo la charola con pan sobre la mesa.

—Un poquito. ¿Cómo han ido las cosas aquí abajo? ¿Nadie hizo explotar ningún inodoro, verdad?

—Pues Kurorin estuvo a punto —intervino Mokona, danzando sobre el mantel para servirse arenques ahumados en su pequeño plato. A pesar de ser de tamaño chico y de usar complementes casi iguales, la pequeña criatura tenía un apetito incluso más grande que el de Kurogane—, se desesperó por no poder abrir la pasta de dientes sin hacer ruido para no despertarte, que lanzó una patada y… ¡AGHHHH! —gritó, cuando Kurogane decidió practicar su tiro al blanco usando la liga de la mermelada y un tenedor. Desafortunadamente, la pilló desprevenida y la pinchó por las orejas, haciendo que Syaoran se levantara presuroso para desensartarla de la pared a sus espaldas.

—Oh, eso no fue muy amable, Kuro-sama —sonrió el mango, que se había sentado con tres sillas, unidas a empujones, lejos del ninja—. Me pasas el azúcar, por favor. Gracias —canturreó. Kurogane sintió como si cientos de niños malcriados estuvieran lanzando huevos podridos a las ventanas de su corazón… Naah.

—Ya te dije que yo no me preocupo por ti. No me importa que tengas orejotas de antena parabólica y que puedas oír el ruido más bajo que se produzca en esta casa —alegó el más alto, llenándose la boca con pan y huevos con tocino.

 

Fai sonrió de una manera bastante perturbadora. Su cara estaba roja y sus orejas, más.

Agitó la melena rubia y, con un ademán grotesco, se alcanzó el frasco de mermelada de piña y, sin recato, hundió los dedos en él. Cuando los lamió… era obvio que todos pensaban que estaba loco, porque aunque le gustaran los dulces, su peor combinación era Mermelada + Piña + Comer. Generalmente, esa suma igualaba para él un muy grande ASCO.

Cuando se dio cuenta de que los otros tres lo observaban con los ojos como platos, los miró alternativamente y masculló:

—Es que se me antojó.

Y en cuanto se dio cuenta del trasfondo de sus palabras, fue hacia el lavabo para vomitar.

Syaoran huyó con Mokona balanceándose en su hombro y, aunque Kurogane había prometido hacer lo mismo, se quedó y, tembloroso, un poco dubitativo, estiró su largo brazo para meter los dedos entre las hebras doradas y alejarlas de la frete del mago, mientras este comenzaba a sudar estrepitosamente y él sólo clavaba el destello de sus ojos rojos en el suelo.

Notas finales:

Por practicidad, decidí unir algunos capítulos para que quedaran un poco más largos y no tardar tanto en actualizar :p Lamento haber perdido sus reviews, pero creo que es mejor de esta manera.

 

Muchos besitos :D


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