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Vencidos por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Dedicatoria: Dos personitas en especial. En primera para mi amada geme que me pedía un Afrodita x Mu y que luego de estrujarme el cerebro pude encontrar la manera de hacerlo canon. Espero que te guste, gracias por siempre creer en mi.

Y también a Aphrodite_Pis PoisonRoses, por la iniciativa del evento, por tus ánimos, y por tus bellas palabras. El reviews que me escribiste por privado fue tan hermoso que aún no consigo forma de retribuírtelo a la altura. Nada más me queda decir que agradezco muchísimo el tiempo que me regalas al leer mis escritos.
Comentarios adicionales: Basados en el universo canon de Saint Seiya.
Beta: Karin San

Estaba lloviendo.

Las lluvias en Grecia le daban una sensación de ansiedad que no podría describir; sencillamente eran extrañas. Se sentía como si en vez de una típica lluvia fuera un enorme llanto: aletargado, profundo y constante. Quizás el llanto de su madre como cuando fue arrancado de sus brazos en nombre de la justicia.

Mordió sus labios, abrazándose a sí mismo tratando de resguardarse de la presencia invisible de sus recuerdos melancólicos y la soledad que había en el santuario. Esos meses muchas cosas habían cambiado y el santo de piscis lo sentía, en su excesiva joven edad. Quizás podría sentirlo en el movimiento de las aguas, drenándose, pensamientos y situaciones perdidas en el umbral del silencio. Colándose, en la ignorancia del que se hacía galante la mayoría de ellos.

Demasiado niño para entender la desaparición de Géminis.

Demasiado niño para comprender la traición de Aioros.

Esa noche no paraba de llorar.

Cansado de cubrirse en las sombras de su templo, entre las inamovibles columnas de mármol que no tejían más que historia y pronunciaba más mutismo, Afrodita caminó despacio hasta el centro de la sala principal, manteniendo sobre si la capa blanca que daba el honor a su rango. Su cabello corto al nivel de sus hombreras rozaba suavemente el armazón de oro, hecho a su estatura. Aún a veces, como esas noches, la sentía pesada. Sin embargo levantar la mirada hacía el camino de rosa que custodiaba, aliviaba un poco la necesidad de advenirse a los cautos escondites de las sombras.

Ese campo era belleza y muerte.

Ese campo le representaba.

Y era lo único que permanecía.

Escuchar las palabras del sumo sacerdote sobre las enormes escaleras cubiertas de rosas le había generado fascinación, aunque por detrás le conllevara una historia triste. Recordaba fielmente la aseveración al decirle: no te acerques mucho a ellas. Parecía que además de sus aliadas eran sus enemigas.

La lluvia en ese momento le daba un aspecto más lúgubre y hasta pensó que quizá era producto de su mente que en esa noche no podía dormir. Se le figuraba, justamente ahora, un campo de roja sangre que corría con prisa, tanto como los riachuelos formado por la tempestad. Las rosas parecían llorar y derretirse en un manto rojo y venenoso. ¿Desde cuándo el santuario se había convertido en algo tan lúgubre?

Quizás era la desazón. Posiblemente se trataba de toda la ansiedad que aún sentía atrapada en sus manos. El miedo… la impotencia.

Volvió su rostro hacía atrás, apesumbrado recordando la mirada vacía de Shura luego de haber sido un ejecutor de las ordenes patriarcales, de castigar al traidor. En lo poco que habían compartido, estaba enterado de la admiración que sentía por el santo de Sagitario, la que sentían todos, en mayor o menor medida. Nadie esperó tener que levantar sus propias manos a un traidor. O uno de los suyos.

Parecía que la guerra hubiera adelantado su paso y no estaba seguro de sentirse preparado, no en ese momento, para algo tan crucial.

Solo era un niño.

Bajó su mirada hacía donde sus manos temblaban agarradas de su capa blanca. Frunció su ceño pensando qué tipo de fuerza podría haber en su actitud aunque no encontraba aún la lógica de su sensación: del abandono que sentía por los dos mayores, del silencio que sumía a la sala patriarcal. Como si el anciano Shion hubiera preferido callar y dejarlos a todos con sus propias divagaciones. ¿Cómo podía sentirse protegido así?

Su debilidad la destetó. Ya no eran niños.

Nunca fueron niños.

Uno de los truenos detuvo sus divagaciones, haciéndole temblar. A veces la armadura le quedaba tan grande o él se sentía tan pequeño esa noche. Mordió su labio inferior presa de sus divagaciones y volvió a caminar hacía la salida de su templo, en dirección a la estatua de Atenas. Ella se veía vestida de sombras, con rastros de lágrimas que eran visibles tras unos relampagueos entre las nubes. Resguardado por el techo de su templo, le parecía verla llorar.

Incluso hasta sentía su inmenso dolor.

Fue un parpadeo, tal como el trueno que golpeó hacía el reloj de la torre. Los ojos celestes del santo de piscis se posó en la menuda figura que estaba en la entrada al templo del patriarca, mojándose con la lluvia. Abrió su boca, intentando decir algo, pero el brillo de la armadura dorada le indicó que se trataba de uno de sus compañeros. Con un poco de detenimiento, apreció la diminuta figura de Mu.

Este, de nuevo en un segundo, se movió de ese lugar y apareció en las escalinatas del templo de piscis, justo a un par de pasos de él. Su corazón entonces se aceleró, porque lo que estaba viendo frente a sus ojos era totalmente inusual. Recordaba que Mu había subido antes de la tormenta al templo del patriarca. Es más, no le asombraba, porqué siempre había sido el más cercano a él: pero la imagen que ahora estaba frente a sus ojos distaba a todo lo que había visto anteriormente.

El rostro de Mu lucía enrojecido, aún pese a las sombras que caían tapando la brillantez de su rostro infantil en medio de su manto. Podía notar, a su vez, el temblar de sus labios mordidos mientras se abrazaba a sí mismo, cubriéndose con la capa de su armadura. Y si a eso le sumaba el temblor de su cuerpo, Afrodita sintió que un hilo de terror le embargó cada poro hasta trasladarse a su cabeza.

—¿Mu? —logró murmurar, inseguro de su acercarse sería algo acertado. Descubrió que no cuando el niño se apretó aún más, dejando que los mechones largos de su cabello se apegaran a su rostro y ocultara su mirada—. ¿Mu…? ¿Qué ocurre?

Pese al temblor de sus propias piernas, soltó la capa con la que se protegía y se acercó a él, dispuesto a entender que pasaba. Que lo tenía así. Sabía que Mu no se movió de su templo cuando se supo de la traición de Aioros, que no estuvo de acuerdo con su ejecución. Sabía que se había revelado a las órdenes del patriarca, pero encontrarlo de ese modo agitaba sus más intimas fibras, haciéndole sentir incluso más inseguro de lo que estaba. Mu evadió su mirada, su acercamiento. Caminó hacia atrás hasta verse acorralado por una columna y el cuerpo del sueco, que aún temía tocarlo.

Sentía que se derrumbaría si lo hiciera.

—Mu… —El niño por fin levantó la mirada. Afrodita se estremeció al notar esos verdes ojos mirarlo con tanto terror contenido—. ¿Qué…?

Pero se esfumó.

Mu se esfumó.

Su presencia se desintegró en poros dorados hasta convertirse en nada, dejando su templo vacío, su dolor latente.

Esa fue la última vez que lo vio.


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