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18 de Julio por Carito_d

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Notas del fanfic:

Volvimos mas redis que nunca, con todo el amorsh y sensualidad 2min. Canu y Carito forever love

Notas del capitulo:

Hola? que tal queridos lectores y lectoras, hemos vuelto con este fic que tendra aproximadamente 10 capitulos, asi que emocionense y leanlo! si no les gusta el shotacon es mejor que no sigan y apriten el boton de cerrar, besitos a todos <3

Se anuda la corbata al blanco cuello de la camisa, apretando los ojos e intentando enfocarse que ya era hora de despertar y que no podía demorarse más si no quería llegar atrasado al trabajo. Aprieta la botella de perfume bajo su cuello, dándose golpes de olor para no volver a caer a los brazos de Morfeo.

Odiaba su jefe, esa era la verdad.

El día anterior lo había hecho quedarse junto a él hasta altas horas de la madrugada, estudiando un caso de pedofilia que les estaba quemando el cerebro, pero que no podían perder porque era uno de los casos judiciales más hablados en estos últimos días en Corea. Él era abogado titulado hace apenas un par de años y a causa de lo buen alumno que había sido, no le costó que le ofrecieran ofertas de trabajo en los lugares de ensueño.

Especialmente, de la más renombrada, la firma de abogados Lee, que era a lo máximo que podía aspirar cualquier estudiante de leyes.

Termina el café extra cargado que había encima de su mesa y se permite bostezar por última vez antes de tomar su maletín y colocarse un abrigo que lo resguardara hasta Dios sabe que hora. Le da un poco de lástima la mirada que le da su perro antes de salir, aullando suave y quejándose una vez más porque ya ni siquiera tenía tiempo para sacarlo a pasear aunque fueran quince minutos.

Mierda, ya no tenía ni vida.

¿Acaso la familia de su jefe no le reclamaba por estar presente en sus vidas? ¿Acaso su hijo del que tenía mínima idea, no se hacía notar en busca de cariño? ¿o su esposa?

La única respuesta a todas sus preguntas era que si querían que estuvieran bien, probablemente él seguiría haciéndolo para que su bienestar econónomico fuera aún mejor –si es que esto se podía superar-, porque podía admitir, que hasta incluso, su vida había subido un escalón más alto a la hora del dinero. Ahora podía darse lujos que antes solamente hubiese soñado.

Se deja empujar cuando sube al metro y piensa silenciosamente en todas las cosas que tenía que hacer ese día y cuantas realmente podría hacer sin que las horas pasaran tan rápido. Todo trabajo, nada de vida personal ni amistosa. Sus amigos ya se habían aburrido de invitarlo a cenar y su madre ya se había olvidado seguramente que tenía un hijo.

El orgullo de la familia que con suerte conseguía recordar su cara cuando despertaba.

Revisa un mensaje en su nuevo celular que había logrado comprarse con su agradable y maravilloso sueldo cuando escucha las risitas tímidas de las mujeres que estaban en el acceso de la oficina. Todos los días lo mismo. Todos los días la misma reverencia de su parte y una sonrisa coqueta de todas ellas que solo esperaban una invitación a comer un día cualquiera.

Minho a veces les temía y ellas solo seguían coqueteando como cada día.

Sonríe cuando el mensaje de Jonghyun se abre, molestándolo como siempre.

Conocí una chica perfecta para ti. De esta no te salvas, Choi, es momento de que vuelva a florecer tu virilidad.

Momento de que comience a trabajar y momento de darse cuenta que sí, que desde que entró a trabajar, su vida no tenía acción ni una mínima relación amorosa.

Eres un aburrido Choi Minho.

***

-       ¿Lee Taemin?

-       Presente.

Último puesto, asiento pegado a la ventana. Hace años que había dejado de levantar la mano porque todos sabían donde estaba, donde llegaba en la mañana y se quedaba hasta que el timbre sonara para retirarse a su casa.

La misma rutina de siempre. Los mismos movimientos, las mismas acciones, lo mismo todo.

Da vuelta una hoja de su cuaderno y apoya su rostro por sobre sus brazos, acostándose en la mesa sin prestar la atención del resto. Del resto que lo rechazaba y se negaba a acercársele o a ser su amigo por hechos tan idiotas que él nunca había entendido; como ser hijo de uno de los hombres más poderosos de Corea o por ser tan bonito que sus rasgos llegaban a ser femeninos.

Los hombres temían ser llamados gays si los veían hablando con él, mientras las niñas temían ser menos agradeciadas a su lado.

Todo era complicado. Todo era idiota y perdía sentido si le preguntaban a él.

Anota un par de cosas sobre su cuaderno, sin levantar la cabeza de la mesa, dando a conocer que escuchaba atento aunque no mirase a la cara al profesor. El resto decían que era preferencia, pero no era así, simplemente se había hecho respetar y no tenía que demostrarle a nadie que podía tener notas altas sin siquiera intentarlo.

Su vida era tan aburrida y sin sentido, que a veces el estudio era lo único que lograba sacarlo de quicio.

Siente como sus compañeros murmuran cosas alrededor, riéndose seguramente de algo que el profesor dijo y él no logró entender con ese doble sentido que parecía que todos tenían alerta. En momentos así le gustaría ser capaz de preguntarle a alguien para ver que ocurría, pero sabía desde que ya que no sería una buena idea si ya lo miraban raro hasta cuando estaba en silencio.

Su largo cabello y sus facciones femeninas le habían traído demasiadas consecuencias a decir verdad. Incluso en el ámbito amoroso. Ese ámbito que estaba seguro que no conocería durante bastante tiempo si su vida no daba un giro absoluto.

Deja de dibujar en el borde de la hoja mirando a su alrededor con sus ojos somnolientos que le hacían ver perezoso a cualquier hora del día. Daría lo que fuera por saber que se siente ser normal y ser como los demás. Pasar desapercibido cuando entra a clases y no generar rumores porque un chofer se encarga de ir a dejarlo y recogerlo todos los días. O simplemente el hecho de tener amigos con los que compartir y salir después de clases, en vez de irse directamente a su clase de piano o una comida estúpida de la que no tenía ganas de participar.

Sabía que muchos envidiaban su estilo de vida. Su celular más costoso que todos los de la sala y sus viajes a Japón o cualquier país cercano por el fin de semana. Pero ellos no sabían que él, simplemente quería ser normal como cualquiera de ellos y saber que era tener un amigo o alguien con quién estar.

Suelta un bufido cuando recuerda que su psicóloga le había dado una tarea de la que se tenía que encargar esa semana: tener un amigo.

Pequeña estupidez.

Como si ya no fuera suficiente tener que lidiar con una mentira lo bastante convincente para que sus padres no se preguntaran porque otro año más ninguno de sus amigos iría a su cumpleaños de quince. Porque claro, no era fácil decirles: padres, no tengo amigos. Nunca en mi vida he tenido un amigo porque me cuesta hacerlos y no sé como acercarme cuando todos me odian por el dinero que ustedes tienen. Soy tan tímido que incluso a ustedes no soy capaz de contarles mis cosas. Mis problemas, las cosas que no me dejan dormir, las cosas que me enojan.

Toma nota mental de su discurso y vuelve a sumergirse en ese dibujo que ya comenzaba a tomar cierta forma humana de un desconocido. Le gustaba dibujar y sus padres no lo sabían. Quería ser ilustrador, y no abogado como le estaba siendo destinado.

Un bufido más en el momento en que el timbre suena y él, no tiene otro plan más que quedarse sentado frente a su mesa como todos los días.

Como todos los malditos días.

**

 

Otra vez lo mismo.

La misma gente, las mismas caras, la misma obligación de sonreír y las mismas velas que solo cambiaban aumentando una más.

Arrastra los pies mientras baja las escaleras, aburrido de tener que presenciar la misma rutina año tras año cuando él solo quería estar en su habitación encerrado, viendo una película idiota y tomando helado. Y quizás comiendo dulces, porque también lo volvían loco.

Unas voces le saludan cuando llega al primer nivel, obligándolo a sonreír y a decir unas suaves “gracias” porque su madre lo había obligado y porque simplemente debía ser cortés con toda esa gente que no conocía, pero probablemente que sus padres sí. La mayoría del trabajo, casi nadie que fuera su amigo.

(Como si los tuviera.)

Ve como el gran living de su casa se encontraba atestado de gente, al igual que un rincón que relucía en regalos hacia él. Un letrero de “Feliz cumpleaños Taemin” le hizo reaccionar y salir rápido de que antes que todos fijaran su vista en él y quisieran rodearlo en abrazos y felicitaciones que no tenía ganas de recibir, pero su padre es más rápido y lo acecha luego de que hubiese escuchado por cuenta propia de un par de personas que decían a sus espaldas “imagínate todo lo que heredará siendo su único hijo”.

¿Acaso todos iban a su cumpleaños a comer y a hablar a sus espaldas de él?

Suelta un bufido cuando su padre le sonríe de frente, palmeándole el hombro de esa forma que tanto odiaba, haciéndole sentir menor.

-       ¿Cómo van esos quince años, campeón?

Campeón. Como si fuera un gran jugador de fútbol.

-       Bien… ¿era necesario que viniera tanta gente?

-       Quince años no se cumplen todos los días.

-       Ni dieciséis ni diecisiete ni dieciocho.

Un bufido que su padre intenta detener, pero que se ve interrumpido por un joven lo suficientemente alto como para que hubiese tenido que levantar la vista. Y estaba seguro que no lo conocía y que no había venido a otro de sus cumpleaños, especialmente cuando le ve hacer una gran reverencia ante ambos.

No era viejo como los demás, era distinto.

Nuevo, probablemente.

-       No creí que vendrías, Choi.

-       Pero aquí estoy- su sonrisa parecía sincera y no como la de los demás-. Oh, disculpa, soy Choi Minho, feliz cumpleaños.

Una sonrisa que crece aún más y que le hace sentir pequeño ante su presencia.

-       Es nuevo- le introduce su padre ante su silencio-. Solo un mes ha pasado conmigo.

-       Espero que sobreviva.

Le hubiese gustado no ser tan sincero, pero era cierto. Probablemente ya era alrededor del quinto asistente de su padre en el año y no estaba seguro de si estos dejarían de aumentar.

Así como iban, nunca tendría uno fijo.

Pero se vuelve a incomodar con ambos, queriendo irse de ahí y aprovechando el momento en que su padre se distraía conversándole al alto sobre una nueva cuenta que tendrían que proteger. Trabajo, trabajo y más trabajo que hacía expelerlo lejos y obligarlo a caminar hacia el patio en busca de aire fresco.

Aunque estuviera frío y soltara un par de tiritones, prefería estar en silencio que en medio de ese bullicio ensordecedor que apenas le dejaba escuchar sus pensamientos.

Nunca le habían gustado sus cumpleaños. Ninguno.

Todos eran lo mismo y ninguno había logrado dar en el clavo de lo específico, cuando él solo pedía tranquilidad y helado.

Mucho helado.

Y que no se demoró mucho en conseguir con una de las empleadas de la casa, que se encargó de llevarle una gran copa para que se hastiara y se aburriera de una sola vez. Pero rayos, el helado de vainilla se sentía tan bien que incluso lograba relajarlo y hacerlo sentir la persona más feliz del universo al mismo tiempo.

-       Disculpa, ¿me puedo sentar?

Una voz que le interrumpe de golpe y le hace mirar hacia donde oía, aún con la cuchara en la boca como si lo hubiesen pillado en algo malo.

El mismo alto de hace un rato. Tenía apellido Chio, Chou, algo así. Ya no tenía ganas de recordarlo.

Se mueve hacia un lado de la banca, dándole el espacio suficiente para que se sentara a su lado, pero sin dejarle en frente el helado. Y saborea sus labios, gustoso e ignorando el hecho de que quizás el alto había ido a entablar conversación con él, solo que se veía tan menor, que no le parecía incómodo como los demás.

Parecía menos interesado en todo el dinero que heredaría de sus padres como el helado que ambos tenían en frente. Pero la necesidad de decirle algo cuando nota como enredaba sus dedos, aburrido, le hace mirarlo y darse cuenta que quizás no era tan menor como creía.

Fácil le ganaba por cinco años y no mucho más.

-       ¿Está pasándolo bien?

Le ve hacer un extraño gesto, entre irónico e inocente como para alguien de su edad.

¿Veintidós? Podía andar cerca, como mucho.

-       La verdad es que conozco a prácticamente nadie aquí y vine solo por cortesía.

Le sorprende su sinceridad y le hace dejar la cuchara de lado, impresionado. Nunca nadie había sido tan tajante, pero sin llegar a ser cruel, cuando hablaban con él, “con el hijo del dueño de la empresa”.

-       Oh, lo comprendo- asume-. Yo tampoco los conozco, pero sin embargo vienen siempre a mis cumpleaños.

De pronto la conversación de hace entretenida y cree que alguien encaja con él. Se da el lujo de acomodarse y de acercarse hasta quedar a una distancia razonable y ser capaz de apuntar a un par de personas más allá, que no notaban su presencia, pero que ellos sí.

-       Por ejemplo- continúa-. Ese señor gordo que está ahí.

-       Es de finanzas.

-       Sí, él, no lo conozco, pero él me conoce desde que nací; no, ni siquiera eso, desde que estoy en el vientre de mi mamá.

-       ¿Y tus amigos no vienen?

El tema de siempre. El mismo que le hace volver a su posición inicial para así poder terminar el helado en paz y con una mínima interrupción. Le gustaría decirle la verdad, pero sonaba demasiado dura y no quería lástima de su parte, y mucho menos en su cumpleaños.

-       No me gusta invitarlos.

-       A mi tampoco me gustaba estar con ellos en mis cumpleaños hasta que fui lo suficientemente grande para salir solo.

Levanta la vista, un poco más cómodo e intrigándose cada vez más en su edad. Le dan ganas de interrogarlo, pero cree que no se vería bien en un tipo de situación así, cuando el ambiente comenzaba a ser agradable y se creía a si mismo capaz de mantener una conversación sin preocuparse que pensaba el otro.

-       No te traje un regalo, lo siento. No tenía idea que te podía gustar.

-       Da igual. La mayoría no lo sabe.

(Está seguro que él tampoco.)

Se genera un nuevo silencio cuando deja la cuchara a un lado, ya terminando el helado que lo había tranquilizado por un rato. La sociabilización nunca había sido mucho lo suyo, dedicándose especialmente a vivir en su mundo que sus padres no podían entender.

Mientras los demás querían salir y ver a sus amigos, él prefería estar solo o conversar con solo una persona que no se sintiera incómodo.

Ahora, se sentía un poco así. Un poco intrigado por la persona que tenía al lado, pero que no daba índices de querer conversar.

-       No debe tener más de veintidós, ¿o estoy mal?

Ve como se forma una tímida sonrisa en su boca, mirándolo y haciéndolo sentir extraño cuando esos ojos tan grandes se posaban en él.

Era demasiado bonito para ser un adulto.

-       Tengo veintisiete.

Su rostro fue más rápido en reaccionar, sacando una carcajada de parte del otro. No podía ser así. Casi le duplicaba en edad, pero a pesar de eso, no se sentía incómodo como para no tratarlo como igual.

-       Creí que tenía menos. Por lo general no me llevo bien con la gente que trabaja con mi papá. Son todos amargados y gordos y me tratan como si fuera un estúpido porque no me gusta conversar.

-       Pero ahora estás conversando.

-       Solo porque es simpático y bonito.

Un suave oh le hizo reaccionar demasiado tarde tras lo que había dicho.

Él y su maldita boca. Él y su maldito problema con no filtrar sus pensamientos.

Cree que sus mejillas están enrojeciendo –no cree, está seguro- pero un tímido gracias le hace sentir mejor. Un poco mejor, solo un poco.

-       ¿En qué curso estás?

-       Primer año de secundaria.

-       Eres pequeño- se burla-.

-       No, me quedan dos años y entro a la universidad.

Una mujer aparece tímidamente frente a ellos, retirando el plato sucio del menor y haciendo una reverencia ante Minho.

-       Joven Lee, ¿necesita que le traiga algo?

-       Quiero más helado, y para el señor Choi también.

-       ¿Pero ya no ha tomado mucho ya?

Un puchero que hace que la mujer que lo cuidaba hace años, recapacite su respuesta y se retire antes de ser más emboscada por los juegos del menor, mientras Minho observaba la escena divertido.

Y no es que se hubiese negado al helado cuando llegó, sino que tuvo que tomar mucho más de lo que pensó, por el solo hecho de que la conversación de pronto se volvió demasiado divertida como para irse.

Cuando Taemin sonreía, él creía sentirse menos viejo.

Dos rondas más fueron necesarias para que Minho se atreviera a decirle basta y a asumir que al otro día le costaría levantarse para ir a trabajar, solo que él, no quería que se fuera porque al fin había encontrado a alguien con quién hablar y no sentirse demasiado idiota por las cosas que decía.

Minho le prometió llamarlo algún día y él se prometió a si mismo de que dejaría la timidez de lado y le contestaría cuando fuese así.

Especialmente porque era imposible negársele, si al otro día cuando se levantó para ir al colegio, una gran caja llegó a su habitación de una forma bastante extraña y sin motivo aparente.

Lo peor fue que cuando la abrió, un pote de helado descansaba en el medio de grandes cubos de hielo con un pequeño papel encima como recado.

Un recado que sin querer, le hizo sonreír como nunca había hecho antes de ir al colegio.

Ya no te debo el regalo.

Choi Minho.


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