Hace quinientos años atrás, se dice que en las cordilleras más profundas de esta región habitaba un temible demonio. Quienes aseguran haberlo visto lo describen como una criatura despiadada, con la apariencia de un perro gigante, de pelaje blanco como la nieve y ojos rojos, tan rojos como la sangre fresca.

Muchos dicen que se trataba de una bestia poseedora de una ira incontenible, no discriminaba entre humanos o demonios a la hora de masacrar a quienes merodearan sus terrenos.

Nadie nunca supo el nombre de la criatura, y nadie nunca necesitó saberlo. Su sola mención era augurio de tragedias y desgracias, todo ser vivo simplemente anhelaba jamás contar con la mala fortuna de verse en su camino.

Transcurrieron doscientos años de absoluta paz, sin embargo, durante una noche la ira del demonio parece haber despertado repentinamente, amenazando la vida de cada criatura en la región. Aparentemente, lo único que mantiene al demonio en calma ha desaparecido.

Él no quiere asesinar, no quiere masacrar, sólo quiere de regreso lo que es suyo.