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No llores cascanueces. por Doki Amare Peccavi

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Notas del fanfic:

Y creo que este es la última de las historias perdidas en las otras cuentas, iré subiendo poco a poco y serán dos largos meses de trabajo, para terminar el fanfic de acuerdo a la epoca. 

Ojala les guste, a las personas que no conocen al historia y a quíen leyó en las anteriores cuentas, agradezco, la segunda oportunidad. Gracias~ 


Acto 1 parte: 1 , 2 , 3, 4

 

Acto 1: Se abre el telón.

 

El telón se abre y muestra la casa de los Stahlbaum, en la cual se prepara la fiesta de la víspera de la Navidad

 

Él recostado sobre el sofá; su madre en el salón de fiestas murmuraba deprisa los detalles faltantes para su “grandiosa cena navideña”, su padre estaba atento a la cena, la cocinera había cuidado de él desde que era pequeño, así que buscando atención casi materna, su padre siempre era así, un tanto alegre e infantil, sin importarle a quién se dirigiera, necesitaba que le mimaran y le cuidasen.

 

— Me quedaré con la estrella este año — Comentó su hermanito, seguía sentado en la alfombra admirando con la mirada levantada el árbol que este año su padre había comprado, rodó la mirada sin importarle que su hermanito hiciera un pequeño puchero.

 

— No me importa esa estúpida estrella. ¿Crees que me interesa guardar un trozo de vidrio inservible? — El niño frunció el ceño, pensó bastantes insultos pero no fue capaz de decirlos… mamá estaba cerca y no quería ser reprendido por algo así. Se puso de pie y emprendió el caminar hacia su recamara, comenzaba a subir las escaleras cuando el “Tin-Tan”, de la campana en la entrada comenzó a sonar, el hermanito corrió con desespero hacía la puerta, mamá había soltado un delicado llamado para que se acomodase el detalle en su cuello antes de abrir, pero Fritz no había escuchado lo que ella le decía.

 

Llegó a la puerta y con un sonoro “Buenas noches” recibió al anciano amistoso que le sonrió del otro lado de la puerta.

 

— ¡Oh! Pequeño Fritz, como has crecido — Mencionó el viejo, el chiquillo se abalanzó hacia él, le abrazó, mencionó cuan feliz estaba de verle y disimuladamente, le hizo pasar, la madre, que había visto aquel emotivo recibimiento sonrió al tío y le saludó de manera fina y discreta, el padre en la cocina escuchó el alboroto fuera, explicó, innecesariamente a la cocinera, que haría a ver quién era el primer invitado en llegar.

 

— Deniss ven a saludar al tío Drosselmeyer — Escuchó que su padre en voz alta le llamaba, el chico frunció el ceño y se levantó con apatía

 

— ¡Maldición… ese maldito viejo loco! — Deniss siguió a pasos lentos el mismo recorrido que su hermanito había seguido hacía apenas uno minutos, salió del salón hacia el recibidor de la mansión, con una sonrisa fingida dio la bienvenida el hombre de cabellos blancos y el parche negro en su ojo izquierdo. Mal disimulado ignoró el saludo afectuoso y las palabras bonitas que el tío le había dado como primer regalo de Noche Buena. —

 

Fritz se sintió molesto, el tío Drosselmeyer era tan bueno siempre, y Deniss con sus desplantes siempre hacía que los buenos momentos se volviesen desagradables ratos de tención.

 

Drosselmeyer más que acostumbrado a la actitud de ese jovencito, sonrió mientras caminaba y al colocarse justo a su lado, despeinó sus cabellos rubios. Con su otra mano, sostenía una bolsa enorme que apenas había sido percibida por la madre, el padre y el hermanito pequeño.

 

— Son mis regalos de navidad — Confesó seguro de que ahora todos verían la bolsa enorme — Pero nadie puede ver lo que hay dentro… porque es una sorpresa.

 

Se adentró hasta la sala en dónde Deniss había estado recostado, posó la bolsa detrás de uno de los sillones y se dedicó a platicar con el pequeño Fritz, en cuestión de minutos más invitados llegaron, niños vestidos con prendas elegantes, hombres sugestivos y damas alegres con listones en sus peinados. Deniss estaba solo, a pesar de que era asediado por sus primas y las amigas de éstas, por sus pequeños primos y los hombres y mujeres ya mayores que quienes pensaban que ya era tiempo de que Deniss dejara de pertenecer al grupo de jovencitos y niños y se uniera a las platicas adultas que muy entretenidas podían ser.

 

El tío Drosselmeyer miró con pena a el que hacía unos años había sido su sobrino más allegado a él, le recordaba sonriente, con una imaginación mágica y una nata sensibilidad para las artes, entusiasmado con la vida y dispuesto a aprender cosas nuevas siempre, pero desde “aquello” había paso, desde que Clara se había ido, él se había vuelto contra el mundo, cualquiera que fuese el lugar en  el que estuviese, al tío Drosselmeyer le gustaría que Deniss encajase en alguno, se le veía solitario y pocos entendían cuan doloroso eran aún para él las navidades, para todos, pero tanto el señor, como la señora Stahlbaum habían decidido que las navidades recordarían a la niña, con amor y alegría, sin faltar al respeto, claro, pero era mejor una sonrisa nacida de un recuerdo que una lágrima hacía el pasado que no iba a volver.

 

Dame un poco de tristeza,

Una lágrima que me traiga a tu mundo,

Que me de magia para vivir,

 

La cena, las sonrías, Deniss se enfermaba de toda esa alegría dispersa por su hogar, era ridículamente asqueroso, ¿Cómo podían todos fingir que nada pasaba? Que ella no se había ido… que les había dejado sin decir nada y que no volvería, ¿Cómo sonreír cuando el aroma del pino navideño invadía la casa? Una esencia navideña que le calaba en los huesos, y sus ojos, en un momento final de la cena, comenzaron a humedecerse, el hermanito pequeño que a pesar de todo, procuraba al mayor, notó que la nariz de Deniss empezó a entrecortar el aire y un “fu-fu-muff” extraño fue acompañado de un pequeño temblorcito.

 

— Tío Drosselmeyer — Llamó el niño, Drosselmeyer miró inquieto al pequeño, entonces dirigió su mirada a Deniss que estaba con el ceño fruncido, escuchando lo que su hermanito tenía que decir — ¿Podemos abrir los regalos, qué será este año para mí? — Canturreó con un tonito alegre, parándose del comedor y todos le miraron con una sonrisa tierna, era un terroncito de dulzura el pequeño  —

 

Todos los niños se pusieron de pie, ante el desconcierto de los padres, los platos a medio acabar, una buena ración, comprendieron, los niños siempre serían así; siguieron al pequeño Fritz, y el tío Drosselmeyer junto a ellos se puso de pie, pidió una disculpa, se alejó de la mesa, con disimulo los presentes fisgonearon en el plato del señor Drosselmeyer, menos mal que recién había terminado de cenar. Los niños hacia la sala, costumbre era que siempre los regalos se entregaran en ese lugar.

 

Los niños excitados, alegres decían: ¿qué será este año? ¡Una muñeca!, dijo la primera pequeña señorita con caireles y vestido verde deslumbrante, ¡Un veloz ferrocarril! Esta vez fue un niñito regordete amante de esos pequeños juguetes, después siguió una canasta de dulces, una cajita musical echa en cristal brillante, una bailarina de cuerda que tenía a un lindo príncipe a un lado… también hubo un osito de felpa para el más pequeño de los niños, Fritz entre sus manos tuvo un pequeño ajedrez que seguro, el tío Drosselmeyer le enseñaría a jugar en sus próximas visitas y después de todo eso, el hombre mayor notó que quedaba para alguien, un muñequito de madera bastante hermoso, un soldadito quizá, algunos niños vieron el juguete con intenciones de pedir un cambio, pero el tío Drosselmeyer se adelantó a las suplicas.

 

— Este es un regalo de Navidad muy especial, saben para quién es… porque no le hemos olvidado, y se arrodilló ante el árbol de navidad, lo colocó debajo y los niños miraron con ojos abiertos enormemente como la madera del soldadito de uniforme bicolor resplandecía debido a las velas que alumbraban el árbol hermoso. — Un cascanueces… hubiese sido tan bonito que ocurriese todo tal cual yo…

 

— Tío Drossel — Llamó el anfitrión de la velada, los adultos también anhelaban platicar con ese hombre, el hombre que en su juventud decidió que dedicarse a construir juguetes y divertir a los niños, como los que ahora ya comenzaban a dormitar, era lo que él quería hacer. — Por favor, venga y acompáñenos en esta velada tan hermosa.

 

Los niños dormitando, poco a poco se quedaron dormidos, Deniss tuvo que lidiar con eso, porque su madre le había dicho que llevase a los niños en las habitaciones sobrantes, el baile en el salón mientras la melodía comenzaba a resonar, cuando el último niño fue guiado hasta el dormitorio, el joven regresó a la sala, junto al árbol deslumbrante y se sentó en la alfombra cálida,  su rostro amable, su mirada triste…. el soldadito a las faldas del árbol le hizo sentir escalofríos, le tomó entre sus manos, le observó detenidamente, al cascanueces de madera que de pronto le hizo titubear, iba a devolverlo en su lugar cuando de pronto un papelito enrollado con un listón llamó su atención, tomó el papel entre sus manos y fue necesario sólo de sus dedos a modo de pisca para desdoblarlo y leer…

 

Para la pequeña Clara…”

 

— ¡¡ Maldito Drosselmeyer…!! — Exclamó con furia y en un ataque de irá arrojó al cascanueces lejos de su vista, y chocó con la pared, un bracito caído al estrellarse con el suelo. —

 

— Sí te molestó algo que yo hizo, no tenías porque desquitarte con el pobre cascanueces — Murmuró Drosselmeyer, recargado en el marco de la habitación —

 

— ¿Qué pretendía con esto? — Cuestionó a la vez que se ponía de pie para encararlo.

 

— Es mi manera de demostrar cuanto le extraño — Parecía sincero, a Deniss le pareció que el viejo hombre no mentí, pero que manera de demostrar su tristeza, pensó, con un detalle distinto su intención no sería mal vista, con este, parecía que lo que deseaba era más que nada herirlos a todos — No se lo dije a nadie, no esperaba que alguien tomara. Olvidé cuán curioso que eres

 

— No fue mi culpa — Recriminó y abandonó la habitación sin decir nada más, Drosselmeyer se dirigió hacia dónde el cascanueces, entre sus manos viejas sostuvo su cuerpo y con sus dedos el bracito también lo recogió, un brillo que unió las dos partes, una herida sanada… y triste que parecía el hombre, a murmullo de ave lo dijo con el corazón sollozando — La pequeña Clara no está, es todo lo que puedo hacer por ti… mi pequeño cascanueces.

 

Drosselmeyer suspiró, hondo, pesadamente, entonces también se dejó ver un poco de enojo en su rostro, porque ya no podía hacer nada… ahora él mismo se lo preguntaba ¿Qué pretendía con todo eso? Clara no podía deshacer ese hechizo, no podía ni eso, mi muchas cosas más, Deniss se había molestado con él, tal vez después de todo sí había sido una mala idea… tomó al cascanueces entre sus manos, la fiesta se había acabado para él, y fue el primero en marcharse, después de siguieron algunas personas más, otras parejas, muy apegadas a la familia subieron a las habitaciones en las que sus niños ya descansaban, el ligero “tic-tac” del reloj sonó… doce campanadas y quién dormitaba de pronto se despertó, en su habitación oscura algo no estaba bien… una lucecita que de inmediato llamó su atención, por debajo de la puerta de manera se escapó y él detrás de  un fuerte viento que le hizo estremecer de miedo… y sin pensarlo, abrió la puerta,  caminó por el pasillo hasta las escaleras, bajó y se dirigió al gran árbol de navidad y le sintió aún más enorme de lo que era… bastante para su gusto, porque cuando viró su rostro hacia todos lados notó que no sólo el árbol eran mucho más grandes de lo  que pensaba.

 

— ¡Cuidado! — Escuchó una extraña voz que le hizo virarse, sintió un fuerte empujón que le hizo caer al suelo, abrió los ojos después del impacto, sobre él una rata gigantesca — ¡Déjale!

 

Deniss apenas si pudo reconocer a quien le hablaba, una imponente figura de madera que extrañamente tenía un gesto amenazante en su inexpresiva mirada… Deniss sintió que todo le daba vueltas, lo último que escuchó antes de caer inconsciente fue el chillido de la rata y el enorme soldado de madera que se acercaba a él…

 

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