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Fobos y Deimos por misteriane

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Notas del fanfic:

No es necesario leer la primera parte, pero si desean conocer más a los personajes y su pasado, los invito a leerla...

Notas del capitulo: Hooooooli! Gracias por leer y comenzar una nueva aventura conmigo y mis queridos personajes!! Espero les guste y comenten!
En la redacción del Daily York las cosas siempre marchaban a una velocidad arrasadora. Siempre un paso adelante, así decían los que sabían. Sam había aprendido a seguir los ritmos del equipo, y desempeñaba su papel de manera ejemplar. Amaba su trabajo y su carrera iba cuesta arriba sin interrupciones. Sin embargo, ese día algo había logrado generarle un excepcional malestar. Una noticia sobre él. Necros, aquel seudónimo que usaba ese sanguinario asesino, de repente aparecía en la pantalla de su monitor. Había vuelto a atacar, en pleno centro de Manhattan. Otra víctima, un cadáver en un estacionamiento subterráneo, rodeado de arreglos florales, coronas y ramos, formando una escena terrorífica y bizarra a la vez. La crónica no era muy extensa, sólo un par de líneas que irían en una de las últimas páginas del periódico. Pero Sam ni siquiera pudo completar la lectura. De repente los sonidos se transformaron en una serie de zumbidos aturdidores, como salidos de una película de terror. Sus manos temblaban, al igual que su labio inferior, lo que le impedía decir tan solo una palabra.
El resto del equipo de redacción, compuesto por otras cuatro personas, advirtió su malestar y acudieron en su ayuda. Estaba mareado, de piel pálida y perlada por el sudor frío. Había sido un error darle a editar esa noticia. Sólo se trató de un simple descuido, ya que todos conocían su historia. La historia del muchacho que sobrevivió a Necros. El único que luego de caer en las garras de ese asesino serial, volvió para contarlo. Había sido LA noticia de aquel año, con un alcance a nivel mundial. De hecho, uno de sus compañeros había sido quien editó la crónica del caso para el Daily York, ganándose un notable ascenso.
Seis años habían pasado ya. No obstante, para Sam, esos días aún no se habían alejado lo suficiente. Todavía podía recordar el olor a desinfectante, el frío que le calaba hasta los huesos, aquella cegadora luz fluorescente, sus propias lagrimas que, al estar acostado boca arriba, caían por los lados de sus ojos y humedecían sus oídos. Todas esas sensaciones estaban aún tan frescas, tan claras. Y ahora una simple palabra, su nombre, bastaba para traer desde el pasado todo eso que creía haber olvidado. El terror nuevamente al asecho, eclipsando sus sentidos, nublándole el pensamiento, la razón.
De repente se encontró frente a la puerta de su apartamento, con las llaves tintineando en sus temblorosas manos. Apenas recordaba cómo había llegado allí. Venían a su mente imágenes de sí mismo subiendo al auto de Dorothy, una de sus compañeras, el viaje a casa, la voz angustiada de la mujer que monologaba histéricamente, un “gracias por traerme” que salió seco y ausente de su boca, el ascensor, y nuevamente la puerta de su hogar. Parpadeó un par de veces para aclarar la vista y, tal vez, también su mente. Las llaves se resistían rebeldes a sus movimientos, que se volvían cada vez más frenéticos y desesperados. Quería entrar, ¡Dios! necesitaba hacerlo. Sin darse cuenta, terminó llorando a gritos mientras golpeaba con los puños violentamente la madera que obstruía la entrada. En cuestión de segundos la puerta se abrió.

- Sam!!! Santo Dios, me asust…-

Andrew ni siquiera pudo terminar la frase. De un salto Sam se había abalanzado sobre su novio ahogándolo en un necesitado abrazo. Apretaba su cuerpo contra el suyo con una fuerza notoria, mientras sollozaba a un volumen casi imperceptible.

- Sam, mi amor, por favor dime qué ocurre…-

El joven Andrew, apenas si podía contener su sorpresa. Se encontraba conteniendo a su amado rubio que se deshacía en lágrimas en sus brazos, sin emitir otro sonido que sus jadeos angustiosos. Delicadamente lo llevó hacia el sofá blanco ubicado en la mitad de la sala. Con suavidad alejó su cuerpo del de Sam y ambos pudieron mirarse a los ojos. Y comprendió todo. Una vez más, pudo reconocer aquel miedo en los ojos grises de Sam, ese que veía luego de despertarlo de sus horribles pesadillas, cuando tenía algún inesperado ataque de pánico o simplemente cuando se ponía a recordar aquel pasado trágico.

- Sam, di algo, por favor -
- …él volvió, Andrew… él volvió –

La tarde transcurría en silencio. Sobre el sofá dormía Sam, tomado de la mano de su novio que permanecía sentado en la alfombra. El invierno azotaba furioso a Nueva York, congelando cada gota del rocío crepuscular. Andrew se levantó lentamente, cuidando de no despertar a aquel rubio que tanto amaba. Fue a la habitación y tomó una manta con la que arropó a Sam, luego encendió el hogar y se quedó mirando como la ciudad se cubría de nieve desde el gran ventanal de la sala.
Sam y Andrew llevaban casi un año en pareja. Se habían conocido en Inglaterra, casi seis años atrás. Ambos eran estudiantes norteamericanos de intercambio. A diferencia de Andrew, cuyo viaje al Reino Unido había sido el sueño de su vida, Sam estaba allí por orden de su padre, el cual quería alejarlo lo más que se pudiese de aquel asesino que lo había secuestrado y que aún andaba suelto. A meses de terminar la preparatoria, ambos muchachos tenían que trabajar duro para insertarse al estricto programa educativo inglés, por lo que asistieron juntos a clases de apoyo que bridaba la embajada estadounidense. A pesar de compartir horas y horas de clases, charlas y demás, ninguno demostraba mucho interés por el otro. Sin embargo, en la noche del baile de graduación todo cambió. La fiesta era de carácter formal, por lo que, aburrido, Andrew no tardó en escabullirse para irse a deambular por los jardines del lugar. Era una noche bellísima, con una brisa fresca que ocasionalmente despeinaba los cabellos castaños del muchacho que observaba todo detenidamente. De repente, una pequeña figura apareció ante sus ojos. Era Sammuel, el otro chico de intercambio, que caminaba presuroso por el césped húmedo. Sin pensarlo, Andrew corrió hasta alcanzarlo, tomándolo del brazo.

- ¿Qué quieres? ¡Vete! ¡Déjame solo!- gruñó el rubio.
- Sammuel, ¿qué sucede?- dijo el otro advirtiendo la voz temblorosa del chico- ¿estabas llorando?-
- ¡No! ¿¡y a ti que te importa!?-
- Oye, tranquilo… solo quería sab…-

De repente se quedó sin palabras. Apenas la luz iluminó a aquel chico, pudo ver la palabra “marica” escrita en su frente.

- Solo fue una broma tonta…- comentó Sam, casi en un susurro- …pero es que últimamente reacciono así por cualquier cosa. Extraño mucho mi hogar ¿sabes? , me siento muy solo aquí-
- Lo lamento. Pero no te preocupes, si quieres volver al baile, podemos borrar eso de tu rostro, y…-
- ¿Volver? Olvídalo, ya todos lo saben…-
- Saben… ¿qué?-
- Que soy gay, un marica-

Andrew apenas si podía creerlo, Sam también tenía esa orientación sexual. Y era hermoso, muy hermoso. Sin pensarlo demasiado lo besó en los labios, a lo que el otro correspondió tímidamente.
Esa noche la pasaron juntos, tirados en el césped, mirando al cielo. Hablaron sin cesar. Y, entre otras cosas de su vida, Sam le contó de su secuestro, y Andrew recordó haber oído la noticia.
Al año siguiente, ambos ingresaron a la universidad de Cambridge, y recién en el último año decidieron formalizar su relación. Los dos estudiaron periodismo, y al finalizar la carrera, volvieron a Estados Unidos. Y allí, en la bulliciosa Nueva York, rentaron un enorme piso en el que vivían aún.
Andrew volvió de sus pensamientos al oír a Sam moverse perezosamente. Aquellos ojos grises lo miraban adormilados y pícaros, acompañados de una sonrisita tímida.

- ¿Estás mejor?-
- …mmhh… si… gracias-
- Me alegro, mi amor…- dándole un corto beso.
- Creí oír el teléfono sonar… ¿Recibí alguna llamada?-
- Si…- cambiando el semblante por uno serio y preocupado-… el Detective Alexander Foose, dice que hay un par de novedades que deberías saber-
Notas finales: Comenten, porfis! los quiero!!! nos leemos dentro de una semana... bye~

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