Sus besos siempre fueron duros y ásperos. Era como un castigo que ambos aceptaban sin ninguna queja. Dean era el primero en terminar ese contacto tan doloroso y necesitado. Se alejaba unos pasos para ver la agitación de Seth y centrarse en esos ojos tormentosos que le pedían una solución para su relación. ¿Relación? Luego pasaría el dorso de su mano por su boca, borrando toda huella y sensación de los tibios labios del único hombre que le quitaba el sueño y el aliento.
Pero Dean sabia que de nada serviría limpiarse y demostrar que no le importaba si Seth veía sus acciones con una expresión parecida al dolor, porque él era un mentiroso. Un mentiroso cobarde. Aun poseía ese hormigueo en el interior de su boca, producido por la lengua de Seth moviéndose con desesperación y enredándose con la suya. Acabando con dejarle un sabor que quedaría grabado en su mente. Él no quería esto. No quería más besos vacíos que no conducían a ningún lado. Seth no lo amaba.
-Dean…- susurró el hombre, al verlo darse vuelta.
Él estaba huyendo otra vez de un patrón que se repetía y al cual no quería dejar ir.