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Memorias de la Sangre - Estigma por msan

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Notas del capitulo:

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Caden leyó su nombre de nuevo. Los trazos de su firma en el documento de divorcio estaban lejos de mostrar seguridad, aunque consideraba que había tomado la decisión correcta. El abogado había acordado recoger el ignominioso papel al amanecer, sellando así el fin de cuatro años de matrimonio.

Su único pesar eran sus dos hijos. Los gemelos amaban a su madre como cualquier niño lo haría, y no se les podía ocultar o suavizar con mentiras la causa del divorcio. Eran sus hijos y como él tenían sangre de vampiro corriendo por las venas. Ya habían leído la mente de su ex esposa, sabían que ella no soportaba seguir siendo parte de la familia Taylor.

Él no sentía rencor hacia Madeleine. Consideraba que había aguantado aquella unión hasta el límite de su salud mental y emocional. Era una mujer fuerte, por eso fue elegida como su esposa. Pero aun siendo una ex soldado, capaz de enfrentar junto a él los ataques de vampiros de otra estirpe, quedó devastada al experimentar cada día que sus hijos no eran del todo humanos.

Tener en las venas la sangre de Andréas, un vampiro con más de dos mil años de existencia, implicaba que los Taylor eran excepcionales en muchos sentidos. Por un lado, padecían de anemia, fotodermatosis aguda y alteraciones en el procesamiento sensorial.

Por otro lado, poseían fuerza y velocidad superior a la de una persona promedio, envejecían lentamente, eran inmunes a la mayoría de las enfermedades, y su cuerpo se regeneraba después de sufrir alguna herida de manera casi instantánea. Algunos llegaban a desarrollar poderes psíquicos, con lo que pasaban a ser considerados "descendientes directos" del vampiro milenario que los originó.

Llevar una vida normal no era una opción para un Taylor. Caden lo sabía bien, porque lo había intentado. Sonrió al recordar su rotundo fracaso durante los escasos dos años que soportó en la universidad, viéndose obligado a volver a tomar tutores privados. Ese sería también el destino de sus hijos. Ya no pudo mantener la sonrisa.

Observó su reflejo en la ventana de su piso en Belgravia, el exclusivo barrio del centro de Londres que había elegido para vivir. Su cabello castaño claro estaba aún correctamente peinado hacia atrás. Se lo alborotó con una mano para que los mechones le cayeran libres sobre la frente. Le gustaba usarlo largo, pero, por ser CEO de una importante Fundación, debía adoptar una apariencia formal. El azul de sus ojos le pareció muy tenue, mala señal. La palidez de su piel era un dato usual.

—Voy a terminar pareciéndome Johnny Depp en una película de Tim Burton —dijo, refiriéndose a sus prominentes ojeras.

Llevaba un traje gris, con la corbata negra a medio deshacer destacándose sobre una insulsa camisa blanca. Un atuendo costoso, pero que él cambiaría con gusto por algo más deportivo.

Estaba cansado y molesto. La reunión de emergencia de esa tarde lo había obligado a "madrugar". Igual que el resto de su familia, dormía de día y vivía de noche. Aunque las últimas semanas su crisis matrimonial le había causado insomnio.

—Necesito beber.

Sí, la sangre lo curaba todo. Ese era otro aspecto interesante de los Taylor, necesitaban sangre para estar saludables. Sus sentidos se equilibraban y los efectos de la anemia desaparecían. Preferían sangre humana, que conseguían fácilmente gracias a su dinero. Sin embargo, los que eran "descendientes directos" requerían de la sangre de su ancestro para controlar sus poderes y no perder la razón.

Los hijos de Caden no habrían sobrevivido sin consumir la sangre de los vampiros de la estirpe de Andréas. Cuando comenzaron a recibir las "dosis", su matrimonio se precipitó hacia el final. Madeleine ya no podía verlos como humanos. Incluso él empezó a parecerle monstruoso, a pesar de haber sido amigos y compañeros de batalla por años.

Caden le dio la razón, cuando la sed le afectaba podía perder todo rastro de humanidad. Además, él había desarrollado un ritual bastante inusual para beber la sangre de su vampiro guardián. Ella nunca lo presenció, pero intuía que debía ser algo inaceptable y lo repudiaba.

Se despojó de la chaqueta y la corbata y las arrojó sobre el sofá. Pasó por la habitación de los niños para asegurarse de que dormían; le quedaban unas horas antes de tener que invertir toda su energía en entretenerlos. Entró a su despacho, cerró la puerta con llave y sondeó los alrededores con su mente para asegurarse de no ser espiado.

Siempre tomaba muchas precauciones. Poseía un secreto que ocultaba de su propia familia: Era homosexual. Toda una vergüenza para su padre, quien quería postularlo como futuro líder de los Taylor. Cuando sospechó que Caden tenía esta orientación, lo obligó a casarse y probar que era digno de ser su hijo.

Cada generación elegía al miembro más fuerte como cabeza de la familia. En el presente, ese puesto lo ocupaba su tío, George Taylor. Un hombre moderno que dedicaba su vida a buscar una cura científica para la anemia que los afectaba.

El padre de Caden siempre había competido con su hermano para ser el líder. Al no ser elegido por los ancianos de la familia decidió crear la Fundación Lazarus buscando opacar a su hermano, dando a los Taylor un enorme bienestar económico.

Las actividades de la fundación abarcaban inversiones en el sector agropecuario, minero y farmacéutico. Así como el comercio de antigüedades, el fomento de la cultura y la filantropía. Pero todo era una pantalla para continuar el legado familiar.

Desde que fueron convertidos por Andréas, más de cien años atrás, al engendrar al primer híbrido de humano y vampiro, cada descendiente se había dedicado a una sola cosa: Velar para que el sueño de su ancestro no fuera perturbado, y sobrevivir a los ataques de otros vampiros que consideraban su existencia una abominación.

Los Taylor contaban con la ayuda de un ejército formado por vampiros de la estirpe de Andréas. Miles de monstruos dormían bajo la casa principal en el condado de Gloucestershire. Otros estaban distribuidos por toda Europa, como guardianes de cada miembro de la familia.

Durante centurias gozaron de una relativa tranquilidad, hasta que otro vampiro milenario envió a los miembros de su estirpe contra ellos y estalló una guerra larga, secreta y terriblemente cruel.

La madre de Caden fue una de las víctimas. También era una Taylor, prima de su padre, pero sin otro poder que el de la telepatía. El día en que la asesinaron marcó el fin de la infancia de sus hijos; estos apenas tenían once años.

Caden y su hermana gemela, Bethanie, comenzaron a entrenarse como soldados. Al cumplir catorce, se involucraron en su primera batalla. Su don particular para la piroquinesis y telequinesis probó entonces ser muy valioso. Pero nada superó el temor que despertaba su primo Ethan, quien era capaz de controlar la mente de los vampiros enemigos y sumirlos en una pesadilla para que se mataran entre ellos.

Los vampiros que su ancestro había dejado como generales les consideraron sus iguales, dejando que batallaran a su lado, aunque no fueran más que adolescentes. Al final, el otro bando aceptó pactar, y la guerra terminó cuando Caden tenía diecinueve años.

Frunció los labios al recordar como él, su hermana y su primo habían luchado por sobrevivir a su condición, a la guerra y, de manera especial, a sus exigentes padres. Ser un Taylor les había pasado factura. Ninguno pudo asistir a la escuela. Todo lo habían aprendido de sus parientes, maestros privados y, sobre todo, de sus guardianes vampiros. Se les dificultó mucho mantener una vida "normal". Ya no se sentían humanos.

Cuando Caden se enamoró de un compañero de clase en la universidad, pasó por una gran crisis de autodescubrimiento. Decidió ocultar su homosexualidad, a pesar de que mantener un secreto dentro de una familia de psíquicos requería de un gran esfuerzo. Aprendió a crear y mantener una barrera mental permanente, y se hizo cada vez más huraño.

Así quedó atrapado. Nunca pudo hacer lo que quería ni expresar sus sentimientos ante otros. Su hermana dependía mucho de su apoyo, por lo que no quería mostrar debilidad ante ella. Su primo Ethan, menor que él por dos años, apenas podía controlar su descomunal poder y seguramente iba a ser capaz de atravesar su barrera. Empezó a evitarlo con la excusa de ser su rival por el puesto de líder.

Después de abandonar derrotado la universidad, se independizó. Comenzó a vivir solo con su guardián en aquel piso. Descubrió entonces que podía contar con este como amigo. Lo conocía desde niño, pero era la primera vez que convivían a solas.

Este guardián, Cassius, era un soldado romano que había sido convertido en vampiro por Andréas, antes de que Roma fuera un imperio. Era muy poderoso debido a su edad, pero manifestaba la personalidad de un autómata, porque era un esclavo.

Había una gran diferencia entre un vampiro amo y un esclavo. La misma que entre una persona y un robot programado. Los esclavos carecían de voluntad propia y dependían de su creador para sobrevivir. Alejarse por mucho tiempo de este los hacía sufrir hasta el punto de preferir quitarse la vida.

Cuando un vampiro amo moría, todos sus esclavos enloquecían y terminaban convirtiéndose en lo que los Taylor habían bautizado como "golem". Seres que perdían poco a poco su forma humana, como si su carne estuviera hecha de arcilla y fuera humedeciéndose poco a poco. Sin inteligencia ni voluntad para hacer otra cosa que esperar por un nuevo amo, que podía llegar muy tarde. Algunos olvidaban alimentarse o resguardarse de la luz del sol y encontraban un triste final.

Pero, si otro vampiro los hacía parte de su estirpe, como un injerto de última hora, podían seguir llevando la triste vida de un esclavo, permaneciendo deformes, porque el daño sufrido a sus cuerpos era irreversible.

El ejército de Andréas contaba con miles de estos golem. A Caden siempre le habían agradado por ser tontos y expresivos. Su querido guardián era todo lo contrario. Un excelente estratega, una feroz máquina de muerte ideal para la guerra, pero el compañero menos interesante para una conversación amistosa. Tuvo que esforzarse mucho por enseñarle a ser más "sociable".

Cassius no recordaba su vida como humano. Sus memorias comenzaban desde el primer momento en que abrió los ojos como bebedor de sangre. Lo único que sabía de sí mismo era su nombre y todo lo aprendido como legionario. Fuera del campo de batalla era igual que un niño apático.

En él, Caden encontró alguien que le escuchaba sin juzgarle. Hablaba poco, mas siempre decía lo que necesitaba oír. Desde que se conocieron, su guardián fue para él, según la circunstancia, un maestro paciente de historia o un exigente entrenador de defensa personal. Un ser que no le temía por sus inusuales poderes, ya que él también los poseía y en mayor grado.  

Su compañía le liberaba de la soledad, de la confusión, de la horrenda certeza de ser distinto al mostrarse su igual en muchos aspectos. Cassius era alguien con quien podía ser él mismo y que le hacía sentir completo.

Al convivir juntos, sin nadie más alrededor, fueron intimando. Caden descubrió un día que se había enamorado. Aunque sabía bien que Cassius era un esclavo y que sólo estaba obedeciendo órdenes de su ancestro, no refrenó lo que sentía y se entregó por completo a su secreta pasión.

Ya había asumido que ningún humano iba a aceptarlo por completo. Decidió aferrarse aún más a su lado vampiro hasta el punto de que su primera experiencia sexual fue precisamente con su guardián. Pasó algún tiempo sumido en la ilusión del primer amor, hasta que su padre le exigió que se casara y diera una descendencia a su linaje.

Respiró aliviado al pensar en que la farsa que representó con Madeleine por fin había terminado. Observó cómo el atardecer llegaba a su fin y daba paso a la noche. Hizo que la pared falsa que tenía en su despacho se moviera, dejando al descubierto una puerta de metal reforzado.

Su ex esposa odiaba aquella puerta. Odiaba que un monstruo durmiera en su casa de día y deambulara libre por la noche entre ellos. Odiaba irse sintiendo fuera de lugar, mientras un vampiro resultaba mejor para cuidar de sus hijos y apoyar a su esposo. Lo odió tanto que terminó destrozada.

Abrió con telequinesis la puerta, cuyos cerrojos sólo podían accionarse desde dentro. Atravesó el umbral y contempló al vampiro durmiendo en una enorme cama de sábanas negras. Cassius era alto, de espalda ancha y músculos pronunciados. Tenía el cabello negro muy corto y su rostro mostraba una expresión adusta. Llevaba puesto un bóxer azul.

Caden se quitó la camisa y se acostó a su lado. El cuerpo del vampiro no sólo tenía el color y la dureza del mármol, también se le asemejaba en su frialdad. A medida que despertaba se hacía flexible, pero no ganaba calidez.

—Debo alimentarme —dijo Cassius, con su tono más formal al verle a su lado—. Es peligroso para ti entrar antes de que me alimente.

—Bebe mi sangre —sugirió Caden, con la voz cargada de deseo.

—Ya te hemos advertido que el veneno de nuestros colmillos podría terminar de convertirte en vampiro.

—No tienes que morderme.

Caden se abrió una herida en el cuello con sus propias uñas, tan filosas como navajas. Cassius se apresuró a abrazarlo y colocar sus labios alrededor de la herida. Bebió unos sorbos y pasó su lengua para cicatrizarla.

—¿Qué te pasa?—preguntó, sorprendido.

—Acabo de divorciarme —susurró Caden, besándolo en el cuello.

—Los niños van a extrañarla.

—Hazme el amor —ordenó su Taylor, arrodillándose en la cama para erguirse sobre él.

Cassius lo miró extrañado por un momento. Entendió que Caden sufría, que estaba solo y tenía frío. Darle calidez a su Taylor era su tarea esa noche, así como lo había sido muchas otras. No solo debía proteger su vida, tenía que lograr que quisiera vivirla.

Pero él no era más que una roca sin recuerdos. No sabía otra cosa que no fuera esperar las órdenes de Andréas y batallar. Y su amo insistía en perpetuar su sueño, no estaba ahí para decirle cómo servirle mejor. Llevaba tiempo ingeniándoselas por su cuenta. Lidiar con la fragilidad humana de Caden Taylor era más difícil que enfrentar a otros vampiros milenarios.

Matar, destruir, defenderse, eran cosas simples. Sanar las heridas del joven que lo miraba anhelante, hacerlo sonreír y agradecer estar vivo, era la misión más difícil e importante que había asumido para complacer a su amo. Porque era eso lo que Andréas quería sin duda, que los miembros de la familia Taylor fueran felices.

Sujetó a Caden por el brazo y le rasgó la piel en la muñeca con las uñas para desangrarlo. Consumió una gran cantidad del vital líquido y su cuerpo se puso caliente. Ya parecía humano. Pudo ver, en las memorias que transmitía la sangre de Caden, la discusión que había tenido esa tarde a causa de su divorcio.

Su padre y los ancianos veían a Madeleine como una desertora. Caden abogó para que el bienestar económico y la seguridad de la madre de sus hijos fueran garantizados. Accedieron a regañadientes. Luego Peter Taylor se atrevió a sugerirle que volviera a contraer matrimonio por el bien de sus hijos.

Ya había hecho preparar una lista de miembros de la fundación que llenaban el perfil de compañera ideal. Todo lo que se dijo en aquella reunión acerca del incierto futuro de los gemelos, hirió al joven padre terriblemente. Y la mención de un segundo matrimonio provocó que se sintiera a punto de hacer estallar algunas cosas.

El guardián cerró la herida y besó al joven Taylor, quien vibró al sentir el sabor de su propia sangre. Terminó de desvestirlo y excitó su miembro, lamiéndolo con destreza. Recordó cuando los poderes de Caden y su hermana se manifestaron antes de que cumplieran cinco años. Los niños incendiaban y rompían en pedazos cosas sin querer, escuchaban los pensamientos de todos a su alrededor, y no tenían fuerzas para moverse debido a la anemia. Nadie podía acercárseles y estaban cerca de perecer.

Entonces, el vampiro que dirigía a la estirpe de Andréas, a quien llamaban Balacro, lo envió junto con otro para que fueran sus guardianes permanentes. En el momento en que le dio su sangre a Caden, este se tranquilizó y le sonrió. Desde entonces, se convirtió en "su Taylor" y su prioridad fue quedarse a su lado para ayudarle de cualquier manera. Incluso si eso significaba mantener aquellas inusuales sesiones de sexo.

Se liberó del bóxer y dejó ante Caden su miembro erecto. Este lo lamió desesperado por unos minutos; luego le dio la espalda, se inclinó y suplicó que lo penetrara. Cassius le desgarró el hombro con las uñas y volvió a beber su sangre. Luego mojó sus dedos en esta y los metió entre las nalgas del joven, buscando humedecer el camino.

Siguió bebiendo y acariciando por dentro a Caden hasta que le vio a punto de perder el conocimiento. Lo embistió, entrando en él con todas sus fuerzas. Sus movimientos fueron precisos, y apenas jadeó, mientras que Caden se estremecía de placer con cada arremetida. Rodeó su delgado cuerpo con los brazos y sujetó su miembro para excitarlo, haciendo que perdiera el control.

Una de las lámparas estalló. Caden cerró sus ojos temiendo fijar la mirada en otra cosa y causar más destrozos. Cassius le hizo ladear la cabeza para besarlo. El joven sintió que un líquido caliente lo llenaba por dentro y se escurría entre sus piernas. Era sangre en lugar de semen. Cassius había llegado al orgasmo. Él no tardó mucho en hacer lo mismo y desmayarse agotado.

El vampiro lo recostó. Luego tomó uno de los trajes negros que colgaban en su pequeño armario y salió de la habitación tan rápido que ningún ojo humano podría haberle percibido. Saltó por una ventana hacia la noche londinense, guiándose por el inconfundible olor de la sangre.

Caden despertó poco después. Permaneció inmóvil sintiendo su cuerpo dolorido y débil. Estaba muriendo. Su guardián lo había desangrado. Le costaba respirar y su corazón luchaba por mantenerlo vivo. Intentó levantarse, falló lastimosamente.

Tenía sed. Moría de sed. Necesitaba sangre. La olió. Estaba a unos metros... ¡Sus hijos! Si les llamaba, ellos vendrían a él y podría alimentarse.

Aferró las sábanas. Él era el verdadero monstruo. Madeleine había temido siempre a Cassius, pero era Caden quien representaba un peligro. Cuando la sed se apoderaba de un descendiente directo de Andréas, perdían toda naturaleza humana y vampira. No eran más que sed y locura.

Cerró los ojos y esperó. Prefería morir antes que hacerles daño a sus preciosos hijos. Ellos eran lo mejor de su existencia.

—Ellos te aman como tú siempre has anhelado ser amado —escuchó decir a Cassius—. Siempre te han aceptado tal cual eres.

Abrió los ojos y encontró al vampiro desnudándose junto a la cama. Olía a sangre. Estaba lleno de ella. Un violento y salvaje impulso lo dominó. Se arrojó sobre su guardián y lo mordió en el cuello. No necesitaba colmillos de vampiro para desgarrar la carne y reclamar lo que anhelaba.

Cassius lo abrazó y lo dejó beber hasta que estuviera satisfecho. Así era como debían hacerse las cosas. Esa noche habían empezado al revés en su intercambio sangriento. Era momento de enderezar todo.

Cuando Caden se sintió fuerte, empujó al vampiro para que se recostara de espaldas sobre la cama, se colocó sobre él y comenzó a besarlo y morderlo desesperado. Cassius correspondió a sus besos con igual frenesí. Después, levantó la cadera y lo invitó a tomarlo, cosa que el joven no vaciló en hacer.

El placer compartido los unió más de lo que había hecho la sangre. Los besos fueron tornándose más suaves hasta llegar a la ternura, y las manos dejaron de rasgar la piel para acariciarla con adoración.

—¡Te amo, Cassius!

—Tú siempre vas a ser mi Taylor y yo siempre estaré a tu lado, Caden.

El humano sonrió; el vampiro le copió el gesto. Cada día lo hacía mejor. Cuando su amo despertara, seguramente le felicitaría porque ya no era tan parco y seco, porque poco a poco dejaba de actuar como un esclavo.

Durmieron por unas horas, hasta que los niños despertaron. Cassius se levantó para atenderlos. Caden no pudo abrir los ojos hasta una hora después. Tomó una ducha y se vistió con lo más cómodo que encontró.

Cuando fue a la habitación de los gemelos, estos ya habían recibido la dosis necesaria de sangre vampira, se habían dado un baño y arreglado sus camas. Siempre le causaba gracia lo bien que se le daba a su hosco vampiro lidiar con sus revoltosos hijos. También le enternecía que intentara enseñarles el alfabeto, mientras los mantenía sentados en su regazo.

Al verlo llegar, los niños corrieron a abrazarlo. Caden sintió que su risa era lo más hermoso que había escuchado en la vida, junto con la cálida voz de su amante.

—Vamos a ser una familia feliz —dijo a sus hijos provocando que le miraran con una sombra de tristeza en sus bellos ojos azules.

—Tenemos que serlo, ya que Madeleine nos dejó esa tarea— afirmó Cassius, acercándose para sacar del embrollo a Caden.

—¡Sí! Así mamá podrá estar tranquila —concluyó Anthony, el gemelo más impulsivo.

—Y un día podemos ir a verla y decirle que estamos bien —sugirió Michael, extendiendo las manos hacia su padre para que lo cargara.

Caden abrazó a sus dos hijos, los levantó y giró rápidamente para divertirlos. Las risas infantiles llenaron la habitación. Cassius pensó que Andréas seguramente estaría feliz de verlos así.

Los cuatro jugaron juntos por un rato. Luego Caden preparó la cena-desayuno y comieron recostados en la alfombra, mientras veían películas grabadas de dibujos animados. Cassius no necesitaba comer, por lo que aprovechó para hacer la limpieza.

Después,  Caden llevó los trastos a la cocina y, sin ninguna advertenca, fue trasportado a otro lugar. Se trataba del mausoleo de Andréas, en los sótanos de la casa principal. Era una ilusión, sin duda. Se vio a sí mismo y a Cassius frente a frente, vestidos de negro y a punto de matarse el uno al otro. Su Guardián esgrimía su espada, y él le apuntaba con dos armas automáticas de alto calibre, las que solía usar para despedazar vampiros enemigos.

—¡No es posible!—logró decir, cuando recuperó el aliento—¿Esto es el futuro?

Se volvió hacia su primo Ethan, a quien sentía a su lado, aunque no podía verlo. Este se materializó y asintió. Ya no era el muchacho frágil que recordaba; tenía veintitrés años y el alma anciana por tanto entrenar para controlar su poder. Era tan alto y atlético como Caden, también se le asemejaba en el color de sus ojos. Tenía el cabello rubio y le caía desordenado en mechones dispares.

Iba vestido con el mismo traje elegante que había lucido la última vez que compartieron fraternalmente, durante una cena de Navidad. Detalle que debía ser una proyección de su inconsciente o una descarada recriminación por haberse distanciado.

—Lo he soñado —respondió al fin su primo, con expresión grave—. Ya sabes que mis sueños se cumplen, si no se hace nada para cambiar la situación.

—¿Por qué vamos a terminar así?

—Tu padre va a despertar a Andréas...

—¿Por qué demonios va a hacerlo? ¡Andréas no quiere despertar y eso reanudará la guerra con otros vampiros!

—Para evitar que mi padre mate a Andréas.

—Tío George no sería capaz de...

—Temo que sí. Mi padre quiere acabar con Andréas y con toda su estirpe. Todo indica que habrá una guerra dentro de la familia, y tú y Cassius estarán en bandos contrarios.

—¡Imposible! Puede que yo sea capaz de seguir a mi padre, pero Cassius nunca seguirá al tuyo.

—Harás algo que Cassius no podrá perdonarte. De cualquier forma, no será la única tragedia.

Señaló hacia un punto remoto dentro de la oscura estancia. Caden pudo ver dos siluetas. Se trataba del mismo Ethan y alguien más. Su primo había sido transformado en vampiro, pero carecía de inteligencia y voluntad propia, era un esclavo. La otra figura lo abrazaba lleno de rabia y dolor mientras gritaba desesperado

—¡Andréas!—gritó Caden, reconociéndolo.

Su ancestro lo miró y pronunció unas palabras llenas de odio. Entonces la visión cambió a Londres. Vio la ciudad en ruinas, escuchó gritos de terror y olió la sangre, ríos de sangre derramándose. Cerró los ojos, espantado. Al abrirlos, se encontró de nuevo en el mausoleo.

—Sí, algo terrible va a pasar y Andréas va a destruir todo —reveló Ethan, intentando que sus emociones no se reflejaran en su voz.

—¡No! ¡No es posible! ¡Él no es capaz de algo así! —Caden recordaba las imágenes que la sangre de Cassius le habían transmitido sobre su ancestro. Siempre aparecía como un líder justo, reservado, irradiando una amable tristeza.

—Debemos detener este desastre —declaró su primo, lleno de convicción.

—¿Qué quieres hacer?

—Me revelaré contra mi padre, lo acusaré ante los ancianos y ante Balacro de querer traicionar a Andréas. Reclamaré el puesto de Cabeza de la familia. Todos saben que no hay otro psíquico más fuerte que yo, y que el mismo abuelo me quería como su sucesor.

—Nunca has desobedecido a tu padre —murmuró sorprendido, contrastándose a sí mismo con la actitud de su primo.

—¡Protegeré a Andréas a toda costa! Y tampoco permitiré que tu padre lo despierte. Seguramente, querrá usarte a ti y a tu hermana para que me ataquen durante el día, cuando nuestros vampiros no puedan intervenir. Ustedes actuando juntos podrían vencerme, por eso necesito que se unan a mí.

—Coup d'État —susurró Caden, resignado.

—Seremos una tercera facción en el conflicto y nos aseguraremos de que ese futuro no se cumpla.

—¡Estoy dispuesto a todo! —dijo con resolución—. Ya es tiempo de que libre una batalla que valga la pena.

—Sabía que tú me ayudarías, porque nos parecemos —Caden lo miró sorprendido, Ethan sonrió con ingenuidad—. También amas a un vampiro...

—Pero, mi querido primo —respondió con sincera compasión—, Andréas lleva siglos durmiendo...

—Le amo, aunque nunca llegue a abrir los ojos e ignore por completo mi existencia.

—Lo entiendo, porque amo a Cassius, a pesar de que es un esclavo y no sé si siente algo por mí o se limita a obedecer.

Sonrieron y se dieron la mano renovando su amistad. Caden salió del trance y se reunió con su familia.

—He pensado que es tiempo de volver a la casa principal —dijo, fingiendo tranquilidad—. Cassius, tú seguramente extrañas a Andréas y a tus compañeros. Hace meses que no los vemos. Además, ahora me parece agradable volver a ver al primo Ethan. Llamaré a Bethanie para invitarla también. Su esposo y sus hijos seguramente van a pasarlo bien con nosotros.

El vampiro sonrió con una efusividad inesperada. Los niños saltaron de alegría porque la casa principal estaba llena de sorpresas, y tendrían muchos compañeros de juegos.

Caden se quedó contemplándolos por un momento. Se apresuró a sellar en su mente las imágenes que Ethan le había mostrado. Quería evitar que ellos descubrieran sus verdaderos motivos para viajar. Cassius parecía estar lejos de adivinarlos, pues le miraba tan agradecido que lo enterneció.

Caminó hacia su guardián y lo besó, dejando a sus hijos confundidos. El vampiro trató de apartarlo.

—No deberías hacer algo así delante de los niños.

—Yo soy tu Taylor, y tú eres mi guardián. Nada va a cambiar eso jamás —aseguró antes de volver a besarlo.

Anthony y Michael se burlaron de Cassius,  era la primera vez que le veían sonrojarse.

—Vamos a ser una familia feliz —prometió Caden Taylor, dispuesto a arriesgar su vida para hacer realidad esas palabras. 

 

Fin

 


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