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Bajo la Luna por MikaShier

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Éste es un fanfic original basado en Free! Iwatobi Swim Club, Free! Eternal Summer y High Speed!

Los personajes no son de mi autoría. Pertenecen a las series anime y la novela anteriormente mencionada.

 

Advertencias: Este fanfic es de temática Yaoi (homosexual). Si no te gusta este género, te recomiendo que no leas.

2. Éste Fanfic contiene Mpreg. Si no te gusta, te recomiendo no leer.

3. Éste fanfic tiene contenido sexual y lenguaje explícito.

 

Título: Bajo la Luna

 

Autor: MikaShier

 

Personajes principales: Matsuoka Rin; Nanase Haruka;

Notas del capitulo:

Este capítulo tiene contenido sexual y lenguaje explícito.

Los dedos de Haru se movían con torpeza sobre la piel de Rin, trazando caminos temblorosos que disparaban en el pelirrojo millones de sensaciones nuevas. Era la primera vez que se tocaban de aquel modo, había emoción, había miedo, había amor… pero había más nerviosismo que nada. Después de todo, ni uno ni otro tenían experiencias previas.

 

Un par de labios inexpertos acariciaban con temor el cuello del pelinegro y cuando el cálido aliento de aquel que fuera dueño del beso llegó a la sensible piel de aquella zona, Haru dejó salir un ligero suspiro.

 

─Rin… ─el pelinegro susurró el llamado en un volumen apenas audible para sí mismo. Pronto se preguntó si realmente había dicho algo.

 

Sus cuerpos estaban tan calientes y la piel tan sensible, que ambos pensaban que despertarían en cualquier momento, que no podía haber algo como esto en la vida real.  La fricción era abrumadora, la ropa había desaparecido casi por completo, dejando a ambos con solo una prenda restante.

 

El cuerpo de Rin, que yacía entre las blanquísimas sabanas de la cama de Haru, había sido salpicado con húmedos besos, mientras el pelinegro comenzaba a ser asaltado por las dudas. ¿Estaría haciéndolo bien? ¿Enserio llegarían hasta el final esta noche? Bah. Su novio se estremecía con cada roce, suspiraba de vez en cuando y parecía disfrutarlo, igual o más que él mismo; tenía que estar haciéndolo al menos decentemente. Y bueno, tenía claro que llegaría tan lejos como él se lo permitiera.

 

Los juegos previos eran tan torpes como rápidos, sus miradas estaban llenas de vergüenza y podían notar uno el rubor del otro a pesar de que eran iluminados por la débil luz de luna que asomaba por la ventana.

 

El silencio comenzaba a romperse, respiraciones agitadas y corazones que latían a mil por hora lo hacían.

 

─Si quieres que me detenga, dímelo. ─Ordenó Haruka en un susurro en el oído del otro chico, con una leve sonrisa en los labios.

 

Temblaba uno en brazos del otro. Los ojos de Rin estaban cerrados fuertemente, mientras Haru intentaba contener las sensaciones que le gritaban que comenzara a moverse.

 

“Su placer antes que el mío.” Había jurado el pelinegro cuando todo esto había empezado. Y así iba a continuar incluso cuando su cuerpo empezaba a exigirle, de manera egoísta, que dejara aquello de lado.

 

Entregar todo a la persona que amas era algo que debía ser perfecto. El momento tenía que ser perfecto. El ambiente tenía que ser perfecto… pero ahí estaban. Ni siquiera habían tocado el tema antes, fue tan repentino que, al principio, ambos se encontraron deseando que el otro se detuviera pronto, por miedo de perder el control. Entonces, después de verse por unos segundos, la mirada fija en los ojos del otro, ambos decidieron que el tiempo, el lugar, el ambiente… era perfecto. Y era perfecto porque eran ellos, porque eran Haru y Rin, porque se amaban y porque iban a estar juntos por la eternidad. De verdad lo estarían. Era una promesa silenciosa que comenzaba a hacerse tangible en cada abrazo, en cada beso, en cada caricia.

 

La orden dada fue absoluta. Y Haru no planeaba debatirla. Su interior celebró a escuchar aquellas palabras que desencadenarían actos de los que no planeaban arrepentirse. Palabras dichas en un susurro que se perdió en el frío aire nocturno.

 

─Sólo hazlo ─fue aquella orden. Sin ánimo de contradecir a su amante, Haruka se perdió en el calor interno de Rin mientras ambos se embriagaban en sensaciones nuevas y desconocidas.

 

Su amor se consumó con la luna de testigo. Entregaron su cuerpo en una declaración eterna, donde se juraron amarse el uno al otro. Porque era exactamente eso lo que sentían. Un inevitable amor.

 

Pero no era suficiente. No se detuvieron cuando Haru terminó dentro de Rin, ni cuando éste hizo lo propio, manchando las sábanas también. El pelinegro besó al contrario, intentando trasmitirle su cariño mientras acariciaba sus piernas, aún en su interior. Rin rodeó el cuello de su amante con los brazos mientras correspondía, cansado, pero con gusto.

 

─ ¡Feliz navidad, Haruka! ─se escuchó al tiempo en que la puerta de la habitación se abría, dejando que una franja de luz artificial iluminase la escena erótica de los amantes ─Di... Dios... Haruka...

 

─ ¿Qué pasa, amor? ─musitó otra voz que luego lanzó un jadeo sorprendido. Rin atinó a cubrirse con las sábanas y empujar a Haru, que seguía dentro suyo. El pelinegro parecía atónito, por lo que el contrario tuvo que taparle también─ ¿Qué demonios están haciendo?

 

─ ¿Mamá? ¿Papá? ─murmuró─ ¿Qué hacen aquí? Se supone... Nunca vienen en navidad...

 

─Tus padres... Ah... Esto... Ha... Haru... ─el pelirrojo se encogió sobre sí mismo, sin saber que hacer más que cubrirse mientras su novio se vestía y le pasaba su pantalón Quería morir ahí mismo. Su mente no funcionaba por el nerviosismo que también hacía temblar su cuerpo. Los habían descubierto. En pleno acto. Apenas pudo colocarse la prenda cuando escuchó la gruesa voz del padre de Haruka gruñir.

 

─Largo ─masculló en voz baja. Un escalofrío recorrió la espalda de Rin. Entonces una mano áspera se posó con fuerza en su hombro, mientras otra se afirmaba de su cabello─ ¡Fuera de mi casa! ¡Ahora, maldito!

 

─ ¡Papá! Suéltalo ─gritó Haruka, intentando detener a su padre, mas fue empujado a un lado con brusquedad─ ¡Te dije que lo sueltes!

 

El pelirrojo jadeó mientras el hombre lo arrastraba con fuerza por la casa de los Nanase. Rin temblaba, intentaba liberarse mientras era guiado hasta la puerta principal, se había torcido el pie una vez y había caído por los escalones, su cabello parecía a punto de ceder por la fuerza con la que era halado, pero eso no parecía importarle al mayor quien abrió la puerta y lo lanzó fuera. Su brazo desnudo golpeó contra el concreto del camino que intermediaba el pequeño jardín delantero de la casa de su novio cuando tropezó y cayó.

 

─No vuelvas a poner un pie en esta casa, jodido homosexual ─bramó el hombre mientras tomaba el montoncito de ropa que su esposa ofrecía y la lanzaba al rostro del menor─. No te quiero cerca de aquí, ¿entiendes? Eres una aberración. No arrastres a nuestro hijo contigo. Maldito marica. Deberías morir.

 

Rin temblaba, sus ojos carmín demostraban el temor que sentía mientras, con movimientos torpes pero rápidos, se colocaba la camisa. El frío aire nocturno chocaba con su piel, estremeciéndolo.  Se sentía pésimo y tenía unas irremediables ganas de llorar. Además, le dolía el cuerpo.

 

Se atrevió a observar la puerta de nuevo.

 

Haruka estaba ahí, mirándolo desde arriba con expresión contrariada. Hizo amago de acercarse, pero fue empujado dentro por su padre.

 

─Toma esto, imbécil ─un zapato lo golpeó en la nariz, llevó su mano a ese lugar con rapidez. La primera lágrima se deslizó por su mejilla, dando inicio a un llanto silencioso mientras caía en cuenta. Era su zapato─. No sé dónde está el otro. Por mí, que tus pies sangren, engendro del infierno No sé cómo pudiste siquiera nacer ─el hombre se giró hacia su hijo─. Vamos a hablar seriamente de esto, Haruka ─masculló antes de perderse en el interior de la casa, llevando al aludido consigo. La mujer, con un suspiro, se acercó al tembloroso Rin que no encontraba la fuerza para levantarse. Le acarició el rostro y colocó el zapato faltante frente a él.

 

El pelirrojo sollozó mientras lo tomaba con manos temblorosas. Se sentía fatal. Incluso se había puesto la camisa al revés. Pero le dolía levantarse. Se había torcido el tobillo cuando cayó por las escaleras.

 

─Por lo que más quieras, niño... No vuelvas a esta casa. Olvídate de nuestro hijo. Por su bien ─le levantó el rostro y lo volteó hacia la salida─. Y por el tuyo.

 

Y así sucedió.

 

Rin reunió todas sus fuerzas y se levantó. Salió de ahí con rapidez mientras las lágrimas atravesaban sus mejillas y el miedo se asentaba en su corazón. Ese día no solo había perdido su virginidad. Si no que con ella se había marchado su dignidad, su orgullo y su integridad.

 

Lo que sintió ese día no pudo borrarse. Y la influencia de las palabras pertenecientes al padre de su novio causó lo que desencadenaría una serie de consecuencias posiblemente irremediables. Ese día, se vio empujado al borde del abismo. Sólo. Así enfrentaría las cosas. El dolor de su alma perduró aún cuando sus lágrimas se secaron.

 

No sería una aberración. Rin lo decidió mientras se acomodaba la camisa en un baño público.

 

Pero el tiempo no se detuvo y, cuando se dio cuenta, ya nada podía remediarlo.

 

Jamás podría hacerlo.


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