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Crimson Night por lady_shizu

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Notas del fanfic:

 

Advertencias(?:

*OoC for ever and ever(? porque no soy Tadatoshi Fujimaki, o eso es lo que tengo entendido :v *buscando en su acta de nacimiento*

*Si no te gusta la temática del FanFic o la pareja, NO continúes leyendo, que bien aclaré en el Summary de qué va la historia. Aceptaré cualquier crítica siempre y cuando sea constructiva.

 

 

 

«TODO (excepto los personajes) lo que a continuación vas a leer es inventado por mí. Si te ha gustado o has mostrado interés por algo en particular aquí escrito y quisieras utilizarlo, por favor pídeme el respectivo permiso para hacerlo.»

¡Di NO al plagio!

Mis FanFics están protegidos por Safe Creative.

 

 

 

Aclaración: cualquier similitud con otra historia o la vida real es pura coincidencia.

 

Importante: los personajes de esta historia no me pertenecen, son de Tadatoshi Fujimaki, yo sólo los utilizo para escribir, sin ánimo de lucro de por medio. No obstante, el contenido de éste fic es completamente de mi autoría.

 

 

Notas del capitulo:

¡Hola! Como regalo súper-duper atrasado de año nuevo y navidad (lo que, por cierto, no celebro en absoluto), les traigo este cortito y muy extraño One-Shot de mi pareja-perdición en KnB.

Un saludo enorme y mis más sinceros deseos de buena salud hacia ustedes(? [Yo pasé ambas fechas tirada en cama con fiebre oscilando los cuarenta grados :’v]

No estaba muy segura de agregar la advertencia de «Romántico», pero al final lo hice. No me hago responsable si el contenido «Romántico» es inexistente(? :v

Disfruten de la lectura ^^

 

 

Crimson Night

By

LadyShizu

 

.

Capítulo Único

.

 

—Ven a mí, Aominecchi…

 

Bajo los rayos de luz plateados que la luna derramaba sobre la piel de ambos, los irises ámbares, ahora teñidos con el color de la sangre, destellaban hacia él promesas deliciosas de una muerte segura. Aomine sonreía eufórico, con su mano sobre el costado derecho de su cuerpo herido, manando sangre, misma que yacía ataviando la belleza peligrosa de los labios de Kise Ryōta.

 

Ante su mirada, Kise se relamía los dedos embadurnados de su sangre. Un ataque mortífero a su persona, antes de que siquiera pensara en transformarse para ser él quien le diera muerte.

 

Un vampiro de Sangre Pura, cuyo linaje pertenecía a los más antiguos y poderosos, se encontraba frente a él. La belleza de su forma era incluso más peligrosa que las habilidades latentes en la sangre que corría por sus venas. Kise Ryōta, último descendiente del clan Kise, era magnificente. La fuerza de sus dominios en las artes del asesinato era sólo comparable con la belleza que su aspecto físico poseía.

 

Paradójicamente, el ser más oscuro que Aomine había conocido era dueño y señor de un aspecto celestial. Cada milímetro de su cuerpo poseía los matices propios de una pureza inmaculada.

 

Nada más lejos de la realidad.

 

El color del sol en sus cabellos; oro en sus irises; el blanco más pulcro en su piel. Con esos complementos juntos en una ecuación nacía Kise Ryōta. El único vampiro diurno con vida. El ser al que debía asesinar antes del amanecer. Aquel al que estuvo persiguiendo por más de tres meses.

 

—No dispongo de mucho tiempo, ¿sabes? —Aomine respondió al fin. La comisura derecha de sus labios se alargó aún más, dejando a la vista sus perfectos caninos—. Podrías comenzar por atacarme en serio, así yo no me sentiría ultrajado por permitirme matarte con ese nivel tan endeble.

 

La sonrisa en labios de Kise tironeó con más fuerza, dejando escapar una suave risilla entre un suspiro. Las gotas de sangre que recorrían sus dedos, formando un río por el largo de su antebrazo, fueron degustadas con parsimonia, sin que sus orbes rojizos perdieran de enfoque la figura de Aomine, a unos metros de distancia.

 

—¿Matarme? —Volvió a reír—. Me gusta cómo piensas, Aominecchi. Me gusta de verdad. —Su nueva risa se filtró con éxito entre los árboles sacudidos por la fuerte brisa, llegando a los oídos de Daiki—. Muchos vinieron antes de ti, pero ninguno denotaba tanta confianza como tú. El terror los dominaba y eran muy fáciles de asesinar. Hasta ahora te he dejado continuar con el juego de busca y caza. Ya no más. Espero que tú sepas entretenerme por más tiempo.

 

Los cúmulos de nubes fueron arrastrados por el viento, dejando paso nuevamente a la lluvia platinada de la luna. Ante aquella luz bañando su cuerpo, Aomine gruñó en éxtasis y dolor mediante su transformación se llevaba a cabo. Cada hueso de su cuerpo crujía en la adaptación a la nueva forma que comenzaba a tomar. Y Kise esperó paciente a que su metamorfosis a lycan terminara.

 

Enorme. Aomine era enorme en muchos sentidos, y eso lo llenó de ansiedad. Por fin lo había encontrado. Aquel que le daría la muerte que siempre estuvo buscando.

 

Aomine también era rápido. Con dificultad, Kise consiguió esquivar el primer y mortal ataque. Un golpe directo al corazón. La camisa que lo ataviaba se abrió en ese lugar, mostrando cuatro largos cortes superficiales que se abrían paso desde su ombligo hasta el hombro. Y rió, como en años no hacía. El siguiente golpe tuvo lugar desde su espalda. Con un ágil salto lo evadió. Y entonces llegó el tercero, en medio del aire. El cuarto lo dejó contra el suelo, con la enorme y pesada pata delantera sobre su pecho, ejerciendo fuerza en el lugar donde las heridas aún continuaban sanando.

 

Poderosas, las piernas de Kise alejaron a Aomine en un movimiento casi elástico, de una patada. Largos dedos asieron el pelaje azul de su cuerpo mientras aún se encontraba en el aire, lanzándolo lejos. Aventándolo contra un árbol.

 

Aomine sonrió con el largo hocico derramando sangre. Era increíble la cantidad de fuerza que poseía alguien de tal aspecto. Lo último que alcanzó a vislumbrar antes de que Kise se arrojara contra él fue los últimos resquicios de las heridas sobre su pecho sanando.

 

Magnífico. Simplemente magnífico.

 

A pesar de la descomunal diferencia de tamaños, aquel ser de oro no se mostraba intimidado a la hora de embestir en su contra. La radiante sonrisa no se esfumaba de su fisonomía y sus ojos rojizos brillaban presos del éxtasis que advertía recorriéndole cada rincón.

 

Kise Ryōta era alguien sencilla e indudablemente majestuoso. Y con su muerte, esa noche su estirpe desaparecería por completo.

 

El clan de oro, cuyos miembros había escuchado que poseían una belleza enceguecedora, todos y cada uno de ellos parecían nacer de los brazos del mismísimo sol, emerger de un río de oro fundido. Mortíferamente perfectos y peligrosos. Los únicos Inmortales que tocaban el límite de su poder durante el día. Y de noche igualmente eran imparables.

 

Alegoría de perfección.

 

Sin embargo, la razón por la que Aomine fue seleccionado especialmente para la tarea de darle fin a aquel ente etéreo, era porque mientras la luna brillara sobre el cielo nocturno y las estrellas sirvieran de guía, su fuerza no podía ser superada por ningún otro lycan.

 

Y para matar definitivamente a un vampiro, la ponzoña latente en su cuerpo era necesaria.

 

Cuando enfocó sus sentidos, Aomine se descubrió sobre Kise, con ambas patas delanteras apretándole los hombros, y las traseras sobre sus muslos, impidiéndole cualquier movimiento. Los dedos de Ryōta se ceñían al pelaje de sus patas y la amplia sonrisa carmín, junto a los irises que volvían a ser dorados, le anunciaron su inminente victoria.

 

¿Así, tan fácil? ¿Por qué? Kise era más fuerte que eso. No quería desestimar la reñida batalla que tuvieron, pero tampoco lo aceptaba. Gruñó acercando su hocico ensangrentado a la cara alegre del vampiro, mirándolo colérico a través de sus grandes ojos rojos. Ryōta sonrió aún más al verse a sí mismo reflejado en los orbes de Aomine. Herido. Derrotado.

 

Finalmente lo matarían. Por fin, luego de cientos de años esperando, había encontrado un enemigo digno de darle muerte. Reflejado en los ojos de Aomine, ni siquiera pensó en forcejear para luchar por su vida, para concretar la venganza hacia aquellos que habían acabado con su familia frente a sus ojos. La promesa que había jurado cumplir cuando los vio volverse cenizas bajo la luz del crepúsculo.

 

No. Ya no importaba. Había decidido honrar la forma de vida pacífica de su clan, y en memoria de su familia rompió su palabra hace siglos, esperando sólo el día en que apareciera ante él alguien con un poder digno de dejarlo yaciendo inerte a sus pies antes de volverse cenizas que el viento arrastraría hasta el fin del mundo. Aomine Daiki era esa persona.

 

Lo único que Kise ahora anhelaba era reencontrarse con su familia en el infierno. ¿Dónde más si no?

 

—La victoria es tuya, Aominecchi. Adelante, hazlo ya… —Movió la cabeza, dejándole espacio para ingresar a su cuello—. Que sea rápido, por favor —canturreó. Incluso en el final, Kise no dejaba de sonreír.

 

Una sola mordida certera a la vena yugular en su forma lycan y Kise Ryōta dejaría de existir.

 

Tras largos segundos de silencio, Aomine deshizo su transformación, mostrándose completamente desnudo ante la vista iluminada de Kise. Las heridas de la batalla se extendían por lo largo de múltiples zonas de su cuerpo, creando ríos carmesíes sobre su piel morena. Con desesperación, le desgarró las ropas y se lanzó a atacarle el cuello, enterrando sus dedos húmedos con sangre de Kise o suya, quizá de ambos, en la abertura entre los glúteos, luego de separarle las piernas sin el menor cuidado.

 

Kise se sorprendió, pero fuerza no tenía para negarse. Sus heridas aún no sanaban lo suficiente, y ver el fuego en los irises azules de Aomine lo instó a dejarse hacer. Perderse en el dominio que aquel cuerpo apenas más grande que el suyo ejercía sobre su voluntad.

 

—¡Nhg! —Su espalda se curvó cual parábola cuando, en lugar de tres dedos, sintió al mismo Aomine abriéndose paso en su cuerpo de un profundo y rápido movimiento.

 

Sus gritos tardaron menos en llegar, acompasados con las penetraciones que le hacían burbujear la sangre, tensar cada músculo bajo la piel. La sensación de vértigo lo inundó, y como pudo deslizó las manos y enterró las uñas en la espalda amplia y mojada de sudor y sangre, surcando nuevos caminos rojizos desde los omóplatos hasta la cadera. Pegando los muslos a la cadera inquieta que se movía poderosamente contra la suya, arrancándole deliciosos temblores que subían por su espina hasta provocarle un mareo inexplicable en la cabeza.

 

Las sensaciones a las que Aomine sometía a su cuerpo tenían un efecto tan impactante que incluso sus ojos derramaban lágrimas y sus labios gritaban exigiéndole que no se detuviera cuando alcanzó a golpear un punto en su interior que lo estremeció de tal forma que sintió que su cuerpo experimentaría la fusión(1) en cualquier momento. Suplicaba que continuaran así por toda la eternidad de vida que aún les quedaba.

 

Cuando la sensación de un fuerte nudo apretándose cada vez más en su abdomen bajo lo obligó a inclinarse hacia adelante y tensar cada músculo de su cuerpo, padeció la verdadera desesperación. El clímax arrastró fuego por cada fibra de su cuerpo en una poderosa explosión, como una supernova, desvaneciéndose casi al instante, arrebatándole hasta el último gramo de energía y cordura.

 

Aomine lo sujetó con una mano de la espalda y continuó embistiéndolo, ahora de manera errática debido a sus propios estremecimientos, siendo arrastrado por el propio placer que Ryōta experimentaba, llevándolo al orgasmo.

 

Kise dejó caer brazos y piernas al suelo, exhausto. La sonrisa en su rostro, amplia y esbozando felicidad, provocó que Aomine quisiera probarla. Se inclinó hacia sus labios y los degustó con calma, con suavidad, casi pidiéndole permiso para colar su lengua a la humedad de su boca. A Kise le pareció que éste Aomine era muy diferente al que con anterioridad le había arrancado la ropa e invadido su cuerpo sin siquiera decir una palabra.

 

De un movimiento lento y cuidadoso, Aomine se alejó, dejándose caer a su lado en la fría tierra. El cielo comenzaba a tomar tintes más claros, anunciándoles que el amanecer comenzaba. Bajo el sudor entremezclado con sangre, las heridas en sus cuerpos habían sanado.

 

—¿Y ahora qué? —preguntó Aomine, limpiándose el sudor de la frente—. Hoy termina mi tiempo límite para llevar tu cabeza ante el Consejo Lycan.

 

—Era una misión de mata o muere, Aominecchi. —Dibujando círculos en la tierra con los índices de cada mano, Kise respondió—. Ni yo estoy muerto, ni tú lo estás. Se podría considerar traición. No puedes llegar diciendo que no me encontraste ni una sola vez durante estos meses.

 

—Ni puedo matarte ahora.

 

—No. —Rió—. No puedes.

 

La naturaleza de Kise no se lo permitía. Como vampiro diurno, su fuerza era descomunalmente superior durante el día. Aomine, por el contrario, superaba los límites de la suya durante la noche.

 

Como el sol y la luna, la supremacía de cada uno dominaba durante tiempos diferentes. Jamás concordarían la una con la otra. Lo sabían. Y la idea que implicaba permanecer juntos para sobrevivir les encantaba.

 

Kise ya había decidido que moriría por la mano de Aomine Daiki, y mientras éste no mostrara nuevas señales de querer ejercer dicha obligación, él permanecería con vida esperando pacientemente a su lado.

 

—Será todo un reto —dijo Aomine, ampliando su sonrisa. Kise correspondió el gesto.

 

—No te preocupes, Aominecchi, si envían algún licántropo más fuerte que tú durante el día, yo te protegeré.

 

—¡¿Huh?! ¡¿Qué dices, Kise?!

 

Aomine estaba seguro de que la estruendosa carcajada de Ryōta resonó por todo el bosque.

 

Los primeros rayos de luz solar bañaron la copa de los árboles, dando inicio a la nueva etapa que ambos deberían superar juntos para sobrevivir.

 

Una nueva cacería daba comienzo.

 

Fin

Notas finales:

1- Fusión es el pasaje del estado sólido al líquido. Sería algo así como «derretirse en las manos de Aomine en cualquier momento» xD

 

Okay, aclarada la aclaración(?), ahora pasaré a hablar del fic. Tengo cierta obsesión por las cosas sobrenaturales, y durante mi enfermedad, durante un delirio febril, nació esto :v

Estoy loca, lo sé xD

Muchas gracias por leer y comentar ^^

LadyShizu


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