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Un toque dulce... por Layonenth4

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Notas del fanfic:

Hi... últimamente me ha dado por querer leer Sabriel. ¿Cuál es mi sorpresa? ¡Casi no hay de ellos! Y si hay, es una pequeña cuarta parte, porque lo demas es Destiel. Así que me pongo de rebelde y subo este fic, será pequeño, pero al final es un comienzo... Espero.

Notas del capitulo:

Holo!

Esto sólo es algo así como... el Prólogo?

Espero le den una oportunidad y lo disfruten ^^

~*Un toque dulce…*~

 


Prólogo: Ojos miel.

Sam no puede creerlo, ¡es que simplemente no puede creerlo!

No, de hecho si puede porque el término por evaporar hasta su última neurona para llegar a ese día, pero simplemente era inimaginable.

Parado sobre el estrado después de escuchar su nombre privilegiado con el cuadro de honor y el mejor de su generación, estrechando una mano con su director y asesor vocacional, recibió su diploma con certificado y titulación que lo identificaba ante la sociedad como graduado en la carrera de derecho y varías especialidades del área.

Con una toga negra horrible que le hacía lucir como dementor y un gorro ridículo del cual colgaba un cordón dorado, él puso su mirada en el público que aplaudía aun y con los gritos de sus amigos y compañeros. Pero no fue eso lo que buscó ni la mirada con la que se encontró, sino que ahí de pie frente a una de las incomodas sillas para los familiares de los egresados, estaba la única persona que necesitaba tener ese día a su lado.

Un sujeto rubio cobrizo mayor que él de ojos verdes, cuyo único parentesco eran las orejas y forma del mentón, usaba un traje posiblemente rentado y una corbata mal puesta, aplaudiendo todavía y con un orgullo enorme cargado en su mirada mientras le sonreía con una mueca pequeña, pero sincera; Sam sintió un calorcito en su pecho y sonrió aún más cohibido pero le dolían los pómulos por el acto de sonreír.

Su hermano estaba en su graduación, pese a todas las discusiones que tuvieron antes de que él se fuera a la universidad, y que durante los últimos cuatro años no lo había visto con pocas llamadas contadas con una sola mano. Aun así se vio en la necesidad moral y sentimental de enviarle una invitación con Bobby de intermediario para ese gran día, después de todo lo logró con su ayuda desde un principio; no importaron las peleas, los reclamos e incluso las ofensas graves, Dean nunca dejó de pagar la matrícula de la universidad, siempre puntual, y siempre con un bono extra para los gastos.

Un pequeño recuerdo llego a él mientras bajaba del estrado:

Dean, ¿qué vamos a hacer? — preguntó mientras miraba a su hermano con sus pequeños ojos, sentado en una de las camas sucias de aquel motel.

Él tenía apenas ocho años, su hermano estaba con doce años y ya lucia muy estrado para su edad, caminando de un lado a otro por la pequeña habitación.

No te preocupes enano, papá nos mandara dinero en cualquier momento.

¿Y si no lo hace? — insistió y su hermano detuvo su caminata y bufó con fastidio

Qué sí lo hará Samantha, sólo que posiblemente no le han pagado aún.

Dean se tumbó en su coma boca-abajo con el rostro al lado contrario de Sam, y suspiró. Mañana iniciaban las clases y no tenían suficiente dinero para ambos, sin contar que no contaban con transporte e irían caminando de aquí al pueblo, con el fin de ahorrar para los alimentos, y no tenían muchas libretas o bolígrafos que usar.

Puedo dejar de ir a la escuela. No te pediré las verduras que me gustan, y así tú podrías…

Alto ahí Sammy, tu no dejaras la escuela en ningún momento, ¿me escuchaste? — Dean se sentó de sopetón en su cama, mirando con severidad a su hermanito. Después dirigió su mirada a la mesa de la habitación donde había amontonado todas las libretas, mochilas, viejos colores y algunas plumas y lapiceros.

Sam aprovechó ese lapso de silencio para volver a hablar.

Dean, no tenemos dinero para mis útiles. — con su vocecita, toda seriedad desaparecía. Aun así, su hermano no lo escuchó, al contrario, asintió con su cabeza a alguna de sus propias ideas y se acercó a él.

Toma mis libretas, no pienso usarlas aún. — Sam abrió los ojos, pero todavía no acababa — También mi mochila, la tuya ya está rota. ¡Pero cuídala Sam! Oh juro que iras con una bolsa de algún minisúper.

¡No iras a la escuela! — exclamó el con un pequeño gritito, sorprendiéndose de tremenda revelación.

¡A Dean le encantaba la escuela! Siempre hacia amigos en cualquier lado y hacia caras raras que a las niñas parecían gustarles, y amaba el deporte, las clases de historia y matemáticas. ¡Dean no podía faltar a la escuela!

Claro que sí enano, sólo que no iré la primer semana. Diré que me dio ¡el mal de las vacas locas! — el mayor aprovecho para tirase sobre él y hacerle cosquillas, dejando que la risa incontrolada de Sam llenara toda la habitación.

¡Dean! ¡Basta hermano! ¡Dean! — suplicaba entre risas, olvidando por completo el tema anterior.

Tú no te apures Sammy — le dijo antes de arroparlo para dormir —, nunca te faltara nada. Lo prometo.

Desde entonces su padre siempre tuvo la mania de cambiar de pueblo en pueblo pero rara vez aparecerse en el motel donde los dejaba, y con poco dinero. Veía a su hermano trabajar todos los días saliendo del instituto en distintos trabajos de muy mal sueldo y calidad. Garrotero, mensajero, lava platos, triturador, recolector de basura y chatarra; a la corta edad de catorce años para Dean eran los únicos trabajos que podían ofrecerles sus vecinos cuando residían en algún sitio por más de tres semanas y su padre dejaba de aparecer. Curiosamente nunca lo dejaba solo en casa, departamento o cuarto de motel temporal, siempre lo llevaba a donde fuese que laborara y los mismos jefes y compañeros de su hermano le daban comida mientras hacia la tarea sentado en alguna esquina para no estorbar, bajo la severa vigilancia de su hermano.

Al principio creía que era genial que su hermano lo llevara de comer a diferentes lados con sabores distintos, pasando los años y no siendo tan ingenuo se daba cuenta que lo único que su hermano trataba era de ahorrar dinero lo mayor posible, y a veces ni siquiera comía.

Y Dean nunca falto a su promesa, porque nunca le falto nada, ni siquiera amor y familia, porque su hermano mayor se lo había dado de alguna manera.

Definitivamente, cuando la ceremonia termina, sus amigos acabaron con las fotos y su novia Jessica salió con sus padres, él camino al lugar del público donde vio a su hermano de pie, pero este ya no estaba por ningún lado. Se acercó a la silla donde supuestamente debió de haber estado mirando y notó un sobre blanco con su nombre y la caligrafía perfecta.

»Bien hecho Sammy. Sigue escribiendo tu mejor camino. «

Anexada a la nota se encontraba un objeto envuelto en una pequeña tela negra, en donde un calígrafo Montblanc Starwalker* de punta fina negro con ranuras plateadas, brillaba por su magnificencia, girando hipnotizado por tan tremendo obsequio y se dio cuenta que tenía dos letras grabadas a lo largo de su longitud: S.W.

.

.

.

Sam puede sentirse orgulloso al dejar una caja con sus pertenencias en su nueva oficina, en su primer día de trabajo oficial, en aquel pequeño buffet que acababa de abrir no hace más de seis meses en la ruidosa ciudad de Brooklyn.

Terminar su carrera de derecho en la universidad de Stanford fue su meta desde pequeño, pero no fue hasta estar en su graduación recibiendo su diploma junto a una papelera con buenas referencias por parte de sus maestros y líderes de servicio, que entendió que él podía ir mucho, mucho más lejos. O hacia abajo. Lo hermoso del a vida en un graduado, es que no sabes a donde carajos iras a parar.

Inicio desde abajo como todos, pero gracias a su labia y carácter, también daba créditos a sus buenas referencias dadas por sus maestros, tuvo un puesto a pocos meses en una oficina de gobierno. El sueldo era un asco, pero hacia lo que tanto amaba.

Ahora con su nueva transferencia a Brooklyn y un mejor empleo, saco de la cajita el mismo portarretrato de madera con la vieja fotografía de su hermano y él, juntos, y no evitó recordar porque estaba disfrutando de esa nueva oficina, de esa vida.

¡Pero Dean, no puedes dedicarte a eso! ¡Es inmoral! — Sam tendría unos quince años, cuando descubrió porque de pronto su hermano ganaba tanto dinero. Por qué logró rentar ese pequeño pero adorable departamento más cercas del instituto de lo que estaba la casa de Bobby.

Por eso mismo inmoral tal vez no era la palabra correcta que quería utilizar, pero estaba frustrado y confundido, por lo que su cerebro no trabajaba muy bien que digamos para enfrentar la noticia que el mismo descubrió gracias a una llamada que tal vez no debió de recibir.

Un stripper, un maldito stripper todas las noches en un bar para mujeres.

Sam tú tienes hambre todos los días, ¿verdad? — Dean sonaba enfadado y lo miraba directamente. Ahora casi compartían la misma estatura, por lo que no le era difícil ponérsele de frente

Sí.

Necesitas un techo para dormir y descansar tu cuerpo de niña, ¿no? — Sma iba a replicar, pero Dean no lo dejo— Además, este departamento te gusta, ¿cierto? Tienes tu propio cuarto y una cocina que no huele a las cervezas de Bobby ¡Y al fin terminaras el instituto en una ciudad decente!

Jodidamente cierto para Sam, todo era jodidamente cierto. Al morir su padre Bobby pudo acogerlos y esconderlos de servicios infantiles, ahora Dean era un mayor de edad y no había menor problema en separarlos, pero si alguien se llegase a enterar de lo que hacía su hermano posiblemente no lo consideren apropiado y puedan separarlos.

Pero también era cierto que trabajar de mecánico con Rufus no dejaba mucho dinero, y que Dean ya no pudo seguir con su universidad porque no había suficiente dinero y no tenía el tiempo para concentrarse en los estudios y mantener una beca, pese a que fuese bueno con las materias. No podía con dos trabajos seguidos y descuidarlo a él. Entonces tal vez estar de stripper no era mala idea, ¡pero Sam no podía procesarlo!

¿Ropa? ¿Útiles escolares? ¡Joder Sam! ¿Acaso no disfrutas hasta de la maldita televisión con cable?

¡Sí Dean, pero eso no significa que tu debas usar tu cuerpo así! — para Sam, su hermano era su héroe, su persona más preciada y querida. No podía permitir que por su culpa Dean tuviera que hacer algo que no quisiera o humillara.

Tú no te metas Sam, es mi problema como busco mantenerte. — sonó mucho más agresivo y Sam no evitó encogerse en su lugar, recordando vagamente como llegaba su padre ebrio después de que lo despidieran de otro empleo. Dean se percató de ello, se acercó a él y lo abrazó — Lo siento hermano, sé que puede avergonzarte que alguien se entere de esto pero… Sam, no puedo permitir que un día te falte hasta lo más insignificante enano. No puedo.

No me avergüenza Dean, pero si alguien más se entera podría separarnos — sintió como con sus palabras su hermano mayor lo abrazó mucho más fuerte, y él se dio la oportunidad de intentar hacerlo cambiar de parecer —; Yo no necesito nada Dean. Es más, podría empezar a trabajar en…

Eso jamás lo harás Samuel, saca esa idea de tu cabeza porque mientras yo respire, lo único que harás con tu feo culo será llevarlo a la escuela.

¡Dean!

Acéptalo. Vívelo. Amalo. — Ese fue como el punto final para el tema, pero la voz más relajada de Dean inundo la pequeña sala a la que aún le faltaban muebles para verse perfecta. — Sam, tu único deber es usar ese privilegiado cerebro que tienes y un día graduarte de una buena universidad. Ya después viviré en uno de tus pent-house con vista al mar y tendrás que mantenerme.

Sam salió de sus recuerdos con una sonrisa amarga, dejando el portarretratos sobre su escritorio y olvidando sus momentos sentimentales para ponerse a acomodar todas sus cosas en su nueva y merecida oficina.

Extrañaba con locura a su hermano, y aunque ya hablara más seguido con él y dentro de unos días lo vería por primera vez para tomar unas cervezas en algún lugar, sentía que ocultarlo de su vida está muy mal. Pero que se le iba a hacer, era un deseo y orden de Dean.

.

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Sam mira desde su ventana en lo más alto de su edificio, la pequeña ciudad en movimiento que se mostraba bajo sus pies. Era majestuosa la vista, y estando en el penúltimo piso justo con los ejecutivos y directivos de algún otro lado.

El edificio era para puros asuntos legales, siendo de cristal con treinta pisos, Sam estaba en el veintinueve junto a su socio y con quien logró levantar desde su pequeño Buffet en un barrio desconocido hasta llevarlo al centro de Manhattan. Ahora eran una barra de abogados independientes, con firmas más pequeñas comandados por ellos, pero aun conservando aquel pequeño despacho en Brooklyn como beneficencia para las personas de escasos recursos, y servicios gratuitos a quienes sufriesen de abuso laboral.

Sí, Sam logró todo eso en tan sólo cuatro años. Ahora a sus veintiséis años, era el abogado más joven y exitoso de Nueva York, si es que no lo era aún de todo el país. Recientemente con su éxito que se hizo bastante notable en empresas internacionales, revistas importantes de economía, política, sociales y de legislatura solicitaban de su atención.

Incluso una revista popular de rumbo amarillista pidió una sesión con él, aunque recalcaron más su dinero y atractivo que su trabajo en sí. No le molesto del todo, al menos dejaron la nota que pidió diciendo que sus servicios siempre estarán para todo público.

Le valía un cacahuate que dijese Gadreel y su secretaria Rubi al respecto, toda la gente de bajo recursos siempre recibiría su ayuda, porque él en el pasado la necesitó y nadie se la pudo brindar a él o a su hermano.

Su hermano.

Dean.

Hace cinco años que no lo veía. Si no fuese por Bobby quien argumentaba que Claire lo obligaba a echarle una visita de vez en cuando, ya no sabría si su hermano estaba vivo.

Curiosamente, aún tenía la cuenta de siempre a su nombre, y a esta le seguía llegando cierta cantidad cada mes. No ha tocado un solo centavo de esa cuenta desde hace unos dos años cuando empezó a ganar más de lo suficiente, pero siempre recibía notificaciones del banco con la nueva suma.

Ya no sabía si lo hacía Dean, o lo hacía Bobby. Mejor lo dejaba en el olvido.

La última vez que habló con su hermano frente a frente fue una semana después de su nuevo trabajo en Brooklyn, donde Dean dejo las cosas muy claras.

Debemos mantener el más mínimo contacto, Sam. — sentado frente a él y con unos lentes de sol y un café de Starbucks, Sam miro como su hermano lo decía en serio

¿De qué contacto mínimo hablas Dean? Es la primera vez que te veo desde hace años. — su hermano abrió la boca para replicar, pero no lo dejo — Aparecerte y dejarme un regalo en mi graduación para irte luego, no es verte.

Piénsalo Sammy, es lo mejor para todos.

¿Para quién? ¿Para ti? ¿Para el maldito país? — la intención de Sam no era empezar a molestarse, pero la situación no se prestaba para otra cosa — ¡Sólo quiero estar con mi hermano!

Piensa en tu reputación Sam. Que te vean conmigo no es bueno para tu futuro.

¿Qué tiene de malo que me vean contigo, Dean? — se mofó Sam tomando un sorbo de su café

Tu puedes ser una monja Samantha, pero tus compañeros de trabajo no o incluso tus jefes. Si te ven conmigo, pensaran mal de ti. — Sam iba a replicarle el toque femenino a su nombre, pero entendió a lo que se refería su hermano.

Su hermano el stripper, que curiosamente se ganó buena fama tras los últimos años y ahora hasta daba giras privadas con sus compañeros en una organización privada creada por los mismos. Sam no podía ignorar ese triunfo, durante tantos años su hermano envejecía pero no para mal, y maldito sea si mentía, pero aun siendo su hermano para él mismo era atractivo con un cuerpo totalmente desarrollado.

Ya no era el adolescente o joven adulto delgado y apenas con musculo cuando inicio y que causaba ternura a sus clientes, ahora era un jodido hombre hecho y derecho que creaba otras reacciones menos inocentes en sus clientes. Para acabarla Dean expandió sus horizontes en cierto momento, y ya no sólo daba shows a mujeres, sino a homosexuales también.

Pero he ahí donde su hermano tenía razón, tenía muchos compañeros bisexuales o completamente gays, el incluido, por lo que posiblemente alguno llegase a reconocer a su hermano en un futuro.

¡Pero que les valiera! ¡Era su hermano, no lo podían tachar por eso! ¿O sí?

Sam, no hemos trabajado como esclavos toda la vida para que con tus sentimentalismos vengas a joderla. Es lo mejor para ti.

¿Y por qué no lo dejas? — se le ocurrió hablar, y su hermano se recostó en su silla con el rostro de piedra, pero Sam siguió hablando — Ya no necesitas tanto dinero Dean, yo puedo mantenerme solo y debes preocuparte sólo por ti. Rufus te dejo los dos talleres y te deja buena ganancia. Además, ¿no querías tener tu propia cadena de talleres? Podría ir iniciando.

El silencio de Dean le dejo claro a Sam que posiblemente toco un tema que debía ser ignorado, pero de un momento a otro su hermano comenzó a murmurar apenas mirándolo.

Para hacer eso te piden cierto tipo de titulación universitaria, ¿sabías? — sí le iba a contestar que si pero que no importaba, que él le ayudaría en lo que fuese — Pensaba entrar en la universidad pública.

Dean lo había dicho en voz baja y mirando a otro lado, pero Sam estaba que irradiaba de felicidad por la noticia.

¡Eso suena genial!

Aún es una idea, no te emociones niñita.

Idiota.

Perra.

Prométeme al menos que te quedaras esta semana conmigo. Apenas tengo trabajo y necesitó quitarme el estrés. — Sam puso su carita de perrito mojado y Dean gruño, antes de volver a tomar un sorbo de cabeza con Sam sabiéndose ganador.

Pero eso fue todo, una semana, después de eso Dean mantuvo su palabra del mínimo contacto y hasta ahora no sabía mucho de él. No sabía siquiera si siempre había terminado sus estudios o no; en un principio cuando el apenas se decidía entre quedarse en la universidad pública o irse a California, la idea de que sólo él disfrutara de la universidad y su hermano trabajara toda la noche y después fuera a los talleres de Rufus, le hacía ver que estaba siendo injusto. Pero su mayor cumplió su segunda promesa, jamás lo dejo trabajar a menos que fueran trabajos de alguno de sus compañeros y siempre y cuando no estorbaran en los suyos propios. Además de que ese dinero iba directo a su bolsillo, jamás le dejo apoyar en algo de la casa.

Ahora helo ahí, con un pequeño imperio forjado por él mismo, desde la sombras siempre apoyado por un tercero que nadie debía conocer.

Se acomodó su traje Gucci azul marino y paso sus dedos por los gemelos de con la insignia de una "W". Estaba un poco nervioso en el momento, pues pronto tendría otra entrevista para el New York Time y curiosamente siempre tenía problemas para hablar con los medios de comunicación. Para todos él era una persona seria, de pocas palabras y muy escueto, pero lo favorecieron con su carácter, cuando solamente se ponía tan nervioso como una roca.

Podía hablar frente al criminal más psicópata del mundo o destruir una empresa desde sus cimientos que contaminaba una zona rural, pero jamás hablar frente a los medios de comunicación.

Señor — esa era la voz de Rubi por el comunicador —, el escritor del New York Time esa aquí.

— Hazlo pasar Rubi, y que no nos molesten por el resto de la hora a menos que sea importante.

Claro señor.

Se alisó el traje azul marino, se ajustó la corbata por décima vez y esperó de pie justo donde estaba mirando atento a su puerta de vidrios cristalizado que no dejaba entrar o salir algún sonido de su oficina al exterior. Metió sus manos a sus bolsillos del pantalón, cuando la puerta se abrió.

Primero entro Rubi deteniendo la puerta con una mano, enfundada en su vestido perla. A su lado un hombre una cabeza y un poquito más baja que él, de un castaño claro que rozaba al rubio, que para ser sinceros no tenía la típica ropa de un reportero de tan popular periódico con altos estándares; mezclilla, montañeras caqui, una camisa blanca con las mangas arriscadas. Si no fuera por el rolex en su muñeca, no le hubiera creído ser quien decía.

— Nos vemos al rato. — la voz del hombre tenía el tono balanceado entre varonil y aguda. Le guiño con su ojo derecho a Rubi, y Sam frunció el ceño ante ese gesto.

— Hump. — se mofo su secretaria, pero su sonrisa de diabla le indicaba que no estaba del todo cohibida por el coqueteo.

La puerta fue cerrada con una movida de cabello y caderas sincronizados, y entonces la oficina quedo en silencio para ellos dos. Gabriel se giró a su dirección e iba a empezar a hablar, pero Sam se le tuvo que adelantar aun con el ceño incómodo.

— Le pediré que no incomode a mi personal. — su intención era pedirle que no se involucrara con Rubi, pues si bien ahora llevaban una relación de estricto trabajo, en el pasado llego a ser testigo de las mañas de la mujer y el hombre no debía porque ser parte de su lista de víctimas.

Claro que pese a su buena intención, su petición sonó demasiado fría y cortante por sus nervios, así que esperando no haber ofendido de alguna manera a su entrevistador, trago saliva con fuerza e iba a comenzar a explicarse, para cuando el otro soltó una pequeña risa antes de encararlo nuevamente.

— ¿Debo hacerlo con usted solamente? — el comentario con la voz del hombre lo sorprendió, pues era una pregunta con un claro doble sentido. En ese precisamente debía agradecer que su profesión le enseñara como controlar las reacciones de su cuerpo, porque si no estaría por completo colorado.

Los ojos del sujeto brillaban de travesura, mostrando que era de un café muy claro, delicioso color como la miel, destellantes como el oro mismo. Sam boqueo dos veces como idiota, después logró que sus labios permanecieran cerrado y carraspeo un poco para quitarse lo incómodo. Vale, que él mismo tuvo sus aventuras en la universidad, pero nunca nadie fue tan directo con él, mucho menos ahora con el miedo que su propia mirada profesaba a cualquiera según la revista de pop adolescente.

El reportero volvió a reír un poco más discreto pero el mismo carraspeo en una especie de imitación por su acto anterior, levantando la mirada divertida así como alzaba su mano al aire.

— Gabriel Novak, nuevo en New York Time y en la ciudad. — se presentó el hombre, por lo que Sam parpadeo varias veces antes de hacer los mismo.

— Sam Winchester, a tu servicio.

— Un verdadero placer señor Winchester. — Sam ignoró ese tono de con doble sentido, siguiendo obteniendo y almacenando datos del sujeto.

Las manos las tenía rasposas, bronceadas y aunque el olor de su crema humectante estaba en su piel, esta parecía seguir reseca en la yema de los dedos. Pero estaban calientes sus palmas, y pese a la rigurosidad, fue agradable el tacto para él.

— Sam a secas, por favor.

— De acuerdo. — el sujeto seguía sonriendo y le señalo con la mano que podía sentarse frente a él.

Apenas notaba la pequeña mochila de color arena que colgaba de su hombro, suponiendo que de ella sacaría alguna grabadora o una ipad para tomar nota de la entrevista. Curiosamente y en silencio, Sam sólo observo como el peculiar sujeto sacaba una pequeña libreta de forro negro y grueso, con una pluma no tan cara como su Montblack, pero si era bonita.

— Bien, empecemos. — anunció el hombre, pero el abogado no pudo evitar mirarlo con rareza

— ¿Sólo lo apuntara todo en esa libreta? — cuestionó con las cejas alzadas mientras el reportero reía ante lo obvio

— No necesito más. Tengo buenas habilidades. — eso volvió a ser una insinuación bastante abierta, junto con una sonrisa que mostro con picardía. Pero la mueca fue tan absurda, que Sam no evito copearla en su rostro.

— Vaya, sí sonríe. A medias, claro. — el hombre se mostró sarcásticamente sorprendido, y curiosamente a Sam no le ofendió de todo, por lo que siguió con la misma sonrisa a medias

— No es mi problema que ustedes, la prensa, crea lo que le conviene.

— Lo sé, son unos desgraciados. Por suerte para usted yo siempre me entierro hasta el fondo. — ahora se sumó un guiño de ojo, a lo que Sam negó con la cabeza pero soltó un bufido divertido.

El hombre le estaba gradando, pese a que su sentido del humor era menos obsceno, el encanto en el rubio y su mente tan precoz era una diversión absoluta, más si el hombre parecía querer retarlo cada que hablaban. Sam amaba que la gente lo retara.

— ¿Todo lo que dice siempre es con eufemismo?

— En la mayoría de los casos.

— Suele ser algo molesto.

— No es mi problema que ustedes, la gente, entienda lo que le conviene. — el ojimiel se inclinó esta vez un poco hacia adelante, como si dijese un secreto con mucha seguridad. Las propias palabras de Sam se le regresaron a él en un golpe imprevisto, y sin querer o sentirlo de verdad soltó una pequeña risa con una sonrisa abierta mientras escrutaba aquella mirada dorada.

Ya no tenía nervios en lo absoluto, el hombre se encargó por tirarlos por la ventana con su sola presencia e insinuaciones. Ahora que Sam lo veía mejor, no le vendría mal seguirle el juego un poco. Además parecía que el sujeto tiraba para ambos lados como él. Increíble es lo que te hace estar dos meses en abstinencia.

— Eso sí que es una sonrisa. Debería usarla más, Sam. — el comentario sonó con sinceridad y el castaño apenas se daba cuenta que seguía sonriendo como idiota.

Sin perder el buen humor carraspeo un poco y recargó sus brazos con los dedos entrelazados sobre su escritorio, encogiéndose de hombros con inocencia.

— No me siento muy cómodo con tanta atención.

— Sé nota a leguas en cada entrevista que ha presentado o dado. Siempre escueto, vacío, sin vida en sus palabras. — Sam iba a replicar esa tremenda ofensa, pero el reportero pronto se dio a aclarar lo dicho — No como en los juzgados, donde parece que todo el concepto lingüístico fue creado para usted.

Bien, ese era un cumplido bastante poco profesional e íntimo, pero uno de los mejores que ha recibido en toda su carrera. Aun así, se sintió un poco incómodo; no por el comentario en sí, sino más bien por sentirse como un libro abierto ante un desconocido.

— ¿Crees saber todo de mí? — los nervios y la sonrisa histérica regresaron, esperando con ansias la respuesta. Pero con eso fue suficiente para que el reportero cruzara su corta pero formada pierna sobre la otra.

— Ese es el problema, todo lo que se nota en usted es simplemente superficial. No importa cuántas entrevistas tenga.

— ¿Ahora me llamas superficial? — bien, Sam paso directamente de la preocupación a la ofensa.

— Eres un exitoso y joven abogado, las apariencias influyen mucho a tu alrededor. — respondió con naturalidad el otro.

Pero Sam se tensó en absoluto con esa palabra. Esa maldita palabra que tanto detestaba, porque le hacía recordar que justamente su hermano decidió alejarse de él, y una parte suya decía que estaba agradecido. No, no le molestaba el usar apariencias, sino que la primera que acepto y de la que estaba avergonzadamente agradecido, era la de fingir que no tenía hermano.

El enojo, sin saber muy bien porque razón segura surgió en el, lo domino en el momento y perdió toda gracia que consiguió el reportero para él.

— Sólo tenemos una hora, empecemos. — terminó de decirlo y vio claramente la decepción en los gestos de Gabriel. Él lamentaba eso.

Momento. ¿Por qué de repente le interesaba que Gabriel le sonríera?


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