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Diario de un policía: Aomine Daiki. por lanekorubia

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11 de Agosto, 2013.

 

Nublado.

 

Así me recibía el cielo todos los putos días, malditamente nublado.

 

A veces esto solo me hacía pensar que le gustaba mimetizarse con mi estado de ánimo, otras veces simplemente pensaba que el muy desgraciado quería deprimirme aún más. Un nuevo día, un nuevo turno en la comisaría. Cuando me enlisté para convertirme en un oficial, debo admitir que fue por culpa de todas esas series policiacas que pasan en la televisión hoy en día. Mira, joder, fue culpa de Satsuki que yo me obsesionara con esa mierda de CSI y toda la parafernalia que ésta tenía. Díganme si no se han tentado a quitarse unos lentes tan misteriosamente como el jodido de Horacio Caine lo hace. Bien, aquí estoy yo, lo único que puedo llegar a sacarme es la ridícula gorra que nos obligan a usar y la cual detesto con todo mi puto ser.

 

Tanto así como también odio ésta ciudad.

 

 Tachikawa,  el pueblo con menos crímenes en todo Japón.

 

Llevaba un mes como jefe de policía y solo había puesto una multa de exceso de velocidad a la señora Himeji luego de que los frenos de su silla de ruedas eléctrica se cortaran. Recuerdo ese día a la perfección, estaba comiendo una de las donas de Murasakibara en la esquina de la plaza central cuando la ancianita pasó como si de Brian O'Conner se tratara en su silla, le había puesto todo el nitro y ni siquiera se veía a la velocidad que andaba. Ese día terminé de comer mi dona bañada en glasé y luego, con una parsimonia que sinceramente aplaudí, caminé hacia ella cuando uno de los montículos de arena que estaban en la calle, debido a la construcción del nuevo inmueble en la calle principal, detuvieron sus intentos de carreras ilegales en sillas de ruedas.

 

Esas cosas eran simplemente aberrantes, joder.

 

Y ahora aquí me encontraba, estacionado en la patrulla junto a la cafetería que tenía Murasakibara. No sé qué haría sin éste tipo y sus manos creadas en el olimpo, estas cosas eran manjar de dioses. Había pedido una dona rellena con manjar y con cobertura de frutilla, cuando la radio de la patrulla comenzó a sonar. Gruñí por la interrupción, tenía todo un método creado antes de comer estas exquisiteces, era mi maldito ritual y alguien osaba a interrumpirme, con un demonio… Y algo me decía que el novato de Sakurai era el que me estaba hinchando las pelotas en estos momentos.

 

—Mine-chin, puede ser un problema. —Murasakibara apuntó la radio que estaba en el auto de policías.

 

—¿La señora Himeji y sus frenos otra vez? —Me dio un suave golpe en el brazo y negó con su cabeza, sonriente, entregándome una caja con seis donas dentro.

 

Me senté en el asiento del piloto y eché a andar el auto antes de tomar la llamada de la radio. Conté mentalmente, esperando, cruzando los dedos porque ésta vez hubiera algo de acción en ésta bendita ciudad. ¡No sé, joder, algún asalto a un banco que ni siquiera tenemos o una mierda de esas!

 

—Oficial Aomine al habla, cambio.

 

—¡Tenemos un código rojo! —Entorné mis ojos y le di un nuevo mordisco a mi dona. Sakurai quería tomarme por estúpido, nunca, en lo que llevo de servicio en ésta ciudad, ha habido un código rojo, ¡nunca ha habido ningún maldito código!—. Repito, ¡tenemos un código rojo en la taberna!, ¡cambio!

 

—¿Estás consciente de lo que es un código rojo, Sakurai?

 

Sakurai Ryo era nuestro recluta más reciente, un mocoso de apenas veinte años que servía más como chico de los mandados. Era un inocentón todavía, él era perfecto para sacar multas a la señora Himeji, yo había tenido mi cuota suficiente de carterazos provenientes de la señora, ahora era el turno del muchacho. Creo que ese había sido mi peor error, ¿qué haría en todo el día ahora?, la señora Himeji era como la criminal más buscada del pueblo al ser una amante de la velocidad.

 

Nunca había utilizado tanta ironía en un día.

 

—¡Señor, sí señor! —gruñí, observando a mis pequeñas amigas con pena. Tenía planeada una tarde de donas y café hasta que el turno llegara a su fin, como siempre, y ahora tendría que ir donde Sakurai a ver que realmente no era nada, como todos los maldito días—, ¡avise a las demás unidades!, ¡esto es un completo descontrol!

 

—Sakurai, te lo preguntaré una vez más, ¿estás completamente seguro de que es un código rojo?

 

Él debía estar agarrándome el pelo. Esto es Tachikawa,  por todo lo santo, el tranquilo y lleno de ancianos ciudad de Tachikawa. Como dije anteriormente, la señora Himeji era la criminal más peligrosa por estos alrededores, ¡la señora Himeji era una anciana de ochenta años! Un código rojo hablaba de un robo a mano armada, secuestro, asesinato, violación… ¡ni siquiera he tenido la oportunidad de manipular mi arma y Sakurai me habla de un jodido código rojo!, ¿qué parte de "en Tachikawa solo hay partes por mal estacionamiento y sillas de ruedas con exceso de velocidad" nadie entendía? Alguien iba a tener que realizarle una alcoholemia a Sakurai, tal vez el chico había ido a por unas copas y ahora alucinaba.

 

—Oh, santo Dios, Dios todopoderoso que estás con nosotros, líbranos de este mal… —Se escuchó por la radio un gigantesco estruendo y cristales quebrándose. Fruncí el ceño y aceleré la velocidad de la patrulla—. Señor, ¿cree que si grabo esto y lo subimos a Youtube seremos famosos? —La voz confidencial de Ryo me sacó de mis casillas.

 

—¡Oficial Sakurai, está de guardia! —grité por el radio—. Le exijo que guarde la compostura y me informe del infortunio, cambio. —Prendí las sirenas de la patrulla y la adrenalina se apoderó de mi cuerpo en un santiamén.

 

Santa mierda.

 

¡Finalmente iba a tener un caso como los de película!

 

Si no fuera un hombre hecho y derecho de veintisiete años, probablemente estaría ovillado sobre el asiento, meciéndome de adelante hacia atrás, llorando de felicidad porque la espera finalmente había llegado a su fin. Me creía incluso capaz de besar a los malditos malhechores por traer el caos a ésta jodida ciudad, hacerles una fiesta de bienvenida, invitarlos a realizar más fechorías con tal de que trajeran un poco de acción a la monótona vida que vivía en éste lugar. Era capaz, demonios que era capaz de hacerlo.

 

—Estaba haciendo mi turno, señor, cuando escuché un sonoro estruendo proveniente de la taberna de Imayoshi-san. Me acerqué por mera curiosidad, incluso traté de pasar inadvertido entre la gente, camuflándome con ellos, me compré una botella de cerveza solo para guardar apariencias…

 

—¡Sakurai, al grano!

 

—Salí de la taberna, señor, ya que nada estaba pasando. ¡Y justo en ese momento comenzó todo!, ¡yo estaba de espaldas a la puerta cuando empezaron los golpes y a romper las botellas!, ¡es un caos total!, ¡no puedo contar cuántas son las personas involucradas!

 

—Sakurai, estoy doblando la esquina, estaré allí en unos segundos. Trata de mantener la calma y ve si puedes hacer algo, avisaré inmediatamente a las otras unidades, creo que necesitaremos respaldos.

 

¡Oh, por todos los infiernos!

 

¡Ésta mierda se ponía cada vez más emocionante!

 

Doblé en la esquina rápidamente, haciendo un pequeño derrape con la patrulla debido a la alta velocidad a la que andaba. Sí, joder, me sentía como el mismísimo Toretto. La sirena estaba encendida, haciendo el característico y molesto sonido que estas hacían. ¡Pero me sentía como un jodido policía federal o alguna mierda así!, ¡a la mierda esos tipos del FBI, aquí viene Daiki jodido Aomine por su código rojo! Estacioné a unos metros de la taberna de Imayoshi, justo a un costado de la motocicleta de Sakurai. El novato estaba en la acera contigua mirando hacia el lugar sin hacer absolutamente nada, creo que el niño se había meado los pantalones. Pero él había tenido razón después de todo, ¡algo estaba pasando en el lugar y era algo endemoniadamente grande! Uno de los ventanales principales de la taberna estaba destrozado, hecho añicos literalmente. Se había formado un círculo de hombres que portaban unas chaquetas rojas, sin mangas y de cuero, a alguien tenían acorralado en el centro del círculo, me era difícil ver a la otra persona entre tanta maldita testosterona junta.

 

Mierda.

 

Sakurai había tenido la razón todo éste tiempo, ¡era un puto código rojo!

 

Me bajé de la patrulla y tomé la radio para pedir por ayuda.

 

—Oficial Aomine, reportándose —comuniqué, sin quitar mis ojos de los cuerpos que repartían golpes sin cesar de un lado a otro—. ¡Atención a todas las unidades!, ¡atención a todas las unidades! —grité, llevando mi mano inconscientemente hacia la pistola que descansaba en mi cinturón—, ¡tenemos un código rojo!, repito, ¡código ro…

 

Y ahí, entre esa multitud de testosterona motoquera, vi al causante de todo el embrollo.

 

Él causante.

 

¿Pero qué demonios?

 

En medio de todo ese círculo de músculos y cuero estaba la menuda figura de un muchacho. Al principio creía que era una muchacha, ¿qué chiquillo llevaría una campera de color amarillo patito?, tenía que ser una fémina con un asqueroso gusto en ropa. Con el ceño fruncido me incliné para observarlo mejor. Era casi imposible hacerlo ya que el capuchón de su chaquetón cubría su rostro, y sus largas hebras rubias lo ayudaban a esconderse. En definitiva se trataba de un niño, y yo había visto esa horrible campera en algún lugar antes.

 

—¡Oficial Aomine! —Sakurai corrió hacia mí, su aniñado rostro estaba rojo como el infierno, una gota de sudor caía perezosamente desde su cuero cabelludo. Él era un nenaza con todas las letras de la palabra, ¡se había hecho en sus pantaloncillos como dije!

 

—Sakurai, ¿quién es él chiquillo? —le pregunté confundido, sin quitar mis ojos de su pequeña figura.

 

¿Dónde carajos había visto yo ese cabello rubio?

 

—¡Kise Ryouta, señor!

 

Kise Ryouta.

 

Él único hijo del ahora retirado jefe de policía, Touma Kise, y de la peculiar Shoko Kise.

 

—¡Falsa alarma! —chillé, cancelando el llamado con una nota de hastío en la voz—. ¡Falsa alarma!, es él chico Kise, yo me encargo de esto. —Suspiré volviendo a acomodar la radio en su lugar. Cerré la puerta de la patrulla y me preparé mentalmente para la pelea—. Sakurai, necesitaré tu ayuda para sacar al chiquillo de ahí.

 

—P-Pero señor…

 

—¡Es una orden! —El novato asintió temeroso cuando alcé la voz.

 

Nos acercamos al epicentro del alboroto, donde Kise seguía batallando por sí solo contra esos grandes muchachos. Rodé mis ojos y me abrí paso entre la pelea. Una de las cosas buenas de ser policía era que, bueno, en pueblos pequeños eres como una jodida eminencia. Valía la pena lucir el ridículo sombrero, porque lo es, ridículo, lo odio como la puta madre pero son gajes del oficio, supongo. Los hombres dejaron de luchar cuando me vieron acercarme en compañía de Sakurai, todos menos Kise, que seguía despotricando como una fiera salvaje.

 

Pero con clase.

 

El chiquillo hablaba de una forma que me hacía querer sacarle la mierda de encima por sabelotodo.

 

—¿Eso es todo lo que tienen? —preguntó el adolescente, pasando su brazo bruscamente por su labio donde tenía un corte que sangraba—. Y yo pensé que sus testículos habían bajado, ya veo que me he equivocado, por supuesto, deben tener un par de ovarios ahí dentro tan iguales a los de mi madre. Ya saben lo que dicen, las apariencias engañan, me siento malditamente estafado. —El chiquillo sonrió, provocando a la pandilla.

 

—¡Cierra la boca, pequeño pedazo de mierda! —gritó uno de los gigantes, sosteniendo un arma corto punzante en su mano.

 

—Y ciertamente carecen de un amplio vocabulario, ¿qué esperabas, Ryouta?, ¿delincuentes cultos? —Él seguía con su monologo sin más—. Debería darles una asquerosa vergüenza que un "pedazo de mierda" como yo pueda patear sus traseros, me pregunto qué dirán sus mamis sobre esto…

 

Cuando el tipo iba a abalanzarse sobre él, hice algo que había esperado toda mi vida hacer. Saqué mi hermosa arma de su funda y disparé tres veces hacia el cielo. Santa mierda, creo que me fui en los pantalones por lo sublime de la emoción, ¡ahora sí que me sentía como un maldito policía! Fue mucho mejor que un orgasmo múltiple, se los aseguro, ¿un buen polvo?, ¿qué carajos es eso? El bullicio paró de repente, todos los ojos estaban sobre mí, el delincuente había parado a mitad de camino, aun sosteniendo la botella rota en lo alto de su mano. Kise me observó de brazos cruzados, arqueando sus cejas hacia mí.

 

—¿Qué creen que están haciendo en mi ciudad? —Utilicé mi voz de policía cabrón al hacer esa pregunta. Nadie contestó—. Preguntaré una vez más, ¿qué demonios creen que están haciendo en mi ciudad?

 

—Eh, jefe, no queríamos causar problemas, pero él…

 

—Los causaron, no me importa el por qué, el cómo ni el dónde. Están haciendo un alboroto que tiene a los ciudadanos con los pelos de punta. —Acomodé mi gorra—. ¡Y tú, suelta esa maldita botella! —Apunté al hombre con mi pistola, solo estaba jodiendo, lamentablemente. El tipo abrió su palma dejando caer el resto de la botella en el suelo, los vidrios cayeron hacia todos lados y él se giró lentamente hasta enfrentarme—. Kise, ¿puedes explicarme esto?

 

El rubio se giró lentamente, con una inteligente sonrisilla en sus dañados labios. Alzó una de sus cejas perezosamente y luego rodó esos ojos que me sacaban de quicio por la jodida astucia que mostraban. Mocoso insolente, eso era, un chiquillo que no conoce la palabra respeto hacia sus mayores. ¿Dónde demonios lo había visto antes?

 

—Pasa que estoy rodeado de neandertales, eso es lo que pasa… —Él entrecerró sus ojos y se acercó a mí lentamente, cuando estuvo lo bastante cerca su mirada se fijó en la placa sobre mi pecho. El muchacho luego bajo la vista con parsimonia, y con descaro me recorrió con sus adolescentes ojos—. Chocolate negro —murmuró traviesamente.

 

Un puto tic se apoderó de mi ojo cuando me comparó con ellos.

 

¡Debe ser por el puto gorro!

 

—Váyanse de mi ciudad y no regresen nunca más —murmuré sin quitar mis ojos del adolescente—, ya han hecho bastante daño por aquí, no queremos esto. No habrá cargos si obedecen. —Por favor que no aceptaran, por favor no, no quería volver a tener que lidiar con la señora Himeji—. Y cuando digo "nunca más", me refiero a nunca más, muchachos. O si lo prefieren, puedo contactar con algunos de mis amigos en Akiwara…

 

Los motoqueros comenzaron a hacer ruidos de molestia en general.

 

—¿Eso va para mí también, oficial?, no me importaría pasar una noche en la celda, podría mostrarte qué tan bien sé manejar eso que llevas en el pantalón. —Abrí mis ojos sorprendido por su descaro, él rio—. ¿Qué?, ¿en qué piensa el oficial?, ¡me refería a las esposas!

 

Claro, las esposas, la había olvidado.

 

Carraspeé y mis ojos se desviaron hacia los Chaquetas Rojas.

 

—¿Y?, ¿a qué demonios están esperando? —Alcé una de mis cejas mientras me cruzaba de brazos.

 

La pandilla rezongó y reclamó fervientemente entre dientes mientras caminaban hacia sus motocicletas y seguían mis palabras al pie de la letra. Cuadré mi mandíbula y mantuve mi expresión estoica aunque estuviera llorando y gimiendo como una nena por dentro. Les juro que estuve a punto de llorar como un bebé cuando los vi partir, ¿qué clase de maricas eran?, ¿no iban a enfrentarse a mí?, ¿por qué tenían que tocarme delincuentes obedientes? ¡Sabía que todo no podía ir malditamente bien con éste código rojo!, ¡no!, ¡claro que no!, ¡tenían que tocarme estos maricas, joder! Suspiré derrotado cuando sus motocicletas desaparecieron al final de la carretera. ¡Ellos ni siquiera habían intentado persuadirme! ¡Demonios!, ¡ahora me encontraba putamente enojado!

 

—Entonces… ¿Qué harás conmigo?, no puedo irme del pueblo, no puedes llevarme en tu patrulla, soy menor de edad. —Se encogió de hombros—. Y la correccional… nah, queda bastante lejos de Tachikawa no querrás mandar a un inocente como yo con todos esos aberrantes delincuentes, ¿no? —Él comenzó a hacer ojitos, haciendo sobresalir su labio inferior.

 

—Vuelve a tu casa, niño, y no te metas en problemas nuevamente…

 

—Tu cara se me hace conocida, oficial, ¿nos conocemos de antes? El oficial Wakamatsu era quien se ocupaba de mí antes.

 

—El oficial Wakamatsu fue transferido a la reserva de Hamura, ahora estoy a cargo. —Me crucé de brazos, él posó su mirada sobre mi brazo tatuado—. Y no creo que nos conozcamos, muchacho, primera vez que tengo que lidiar con algo como tú. —Me giré hacia Sakurai que había presenciado todo sumido en un eterno silencio—. Vamos a la comisaria, no tenemos nada más que hacer aquí.

 

—¡Es un demonio! —chilló Imaysoshi, saliendo de su taberna y apuntando a Kise, quien sonreía divertido por la situación—, ¡la cárcel debería ser tu lugar, engendro del mismísimo demonio! ¡Debes pagar por tus pecados! ¡Estarás condenado!

 

—¡Oh vamos, hombre!, he traído un poco de diversión a éste deplorable lugar, ¿hace cuántos siglos que no veías algo así?, ¡te traje recuerdos de tu viejo oeste!

 

—¡No soy tan viejo!

 

—Pues, amigo, déjame decirte que esas arrugas dicen lo contrario. —La cara del viejo Imayoshi se tornó roja por la rabia—. Y ese olor a cementerio que traes… tsk, a alguien le llegará la hora rápido, ¿qué dice, oficial?

 

—Kise… —Arquee una ceja, mandándolo a callar—. Imayoshi, regresa a tu taberna. Esos tipos eran Chaquetas Rojas, la pandilla líder de todo Tokio. —Una pandilla bien malditamente cobarde, déjenme decirles—. Kise hará trabajo comunitario en tu taberna, y con eso te ayudará a pagar los gastos que acarreó el problema, ¿cierto, chiquillo?

 

Infló sus mejillas y entrecerró sus ojos.

 

—Si me das una cerveza más, podrías considerarlo hecho, anciano.

 

—¡Quiero que él pague!

 

Imayoshi era un tipo borracho de unos cuarenta años que subsistía gracias a las ganancias que le daba el roñoso bar, que era de su propiedad desde tiempos remotos en los que yo reposaba tranquilamente como espermio en las bolas de mi señor padre. Con su huesudo dedo índice seguía apuntando a Kise, tenía éste tic en el ojo que me estaba perturbando, el pobre bastardo había tenido un accidente unos años atrás por manejar borracho y su ojo salió dañado. Era como el ojo de un puto buitre, todo saltón, observándote fijamente.

 

Un escalofrío recorrió mi espalda, tuve que desviar la vista de esa maldita distracción que era.

 

—Y tú, no deberías permitir el acceso a menores de edad, y menos venderles bebidas ilícitas. —El viejo se puso blanco como la cal y tragó saliva, su dedo titubeó en el aire—. Hombre, guarda silencio y acata la orden, podrías salir más perjudicado tú si sigues con esto. Para nuestra desgracia, el niño es imputable, en cambio tú… —Imayoshi asintió de igual manera, sin nada más que decir.

 

—¡Ya escuchaste al oficial buenote, viejo buitre!

 

—La próxima vez no estaré cerca para salvar tu trasero, mocoso. —Rodó sus ojos y me ignoró completamente—. Estaba hablando enserio sobre el trabajo en la taberna. Esos hombres eran unos Chaquetas Rojas, ¿sabes quiénes son ellos?

 

—No es como si me metiera a internet a buscar información sobre los criminales de la zona, ¿no? Sé que probablemente puedo Googlear esa información, pero, me creas o no, gasto mi tiempo en cosas muchísimo más productivas... Una de esas ahora será observarte, por ejemplo. Así que, sinceramente y poniéndome al nivel de esos trogloditas que tú haces llamar Chaquetas Rojas… Me vale verga. —Me guiñó un ojo, completamente sonriente.

 

—Pues no debería valerte verga, joder. Esos tipos son peligrosos, niño, son uno de los clubes motoqueros que manejan la ciudad de Tokio. No sé qué hacían por estos lados, pero procura mantenerte alejado de ellos la próxima vez. Peligro, ¿entiendes el significado de esa palabra?

 

—¿Eso que huelo es preocupación? —Me miró por sobre su hombro y sonrió con picardía.

 

Lo guie hacia la patrulla para llevarlo a la comisaría y agendar lo del trabajo comunitario. Sakurai caminaba junto a nosotros observando a Kise embelesado, y una curiosidad chisporroteante resaltaba en sus ojos cafes al estar presente en nuestro intercambio de palabras. Jóvenes, no tenía nada qué decir, una vez yo lucí igual de idiota que el castaño. Kise iba tarareando una canción y movía su cabeza al ritmo de ésta, me estaba sacando de mis casillas fácilmente. Era como si él hubiera sacado un diploma en sacarme de mis casillas.

 

Una vez llegamos a la patrulla detuvimos nuestro andar.

 

—¡Ya sé de donde te conozco! —chilló, su sonrisa acrecentándose aún más.

 

Luego, él hizo algo que me agarró completamente desapercibido. Con un veloz movimiento de su pequeña mano, me quitó la gorra de policía y se la puso sobre su cabeza. Kise dio una vuelta y luego se detuvo frente a mí nuevamente, estirando sus brazos a ambos costados de su cuerpo, queriendo decirme algo con ese gesto. Yo aún estaba malditamente sorprendido por la velocidad en la que me hacía arrebatado la gorra. Qué demonios, ¿era hijo de Flash?

 

—Acabas de agregar otro delito a la lista.

 

En  Tachikawa había una jodida ley que condenaba a cualquiera que osara a arrebatarle la gorra a un oficial.

 

—Ya tenía acumulado uno de estos en la lista, realmente, ¿es que aún no me recuerdas? —preguntó con fingida tristeza—. Me hiere que no recuerdes a la delincuente más joven del condado, a los ocho años sabía malditamente bien cómo sacar calcomanias de la tienda de la señora Lee… Y esconderle la cartera.

 

Y ahí lo recordé.

 

Claro que había visto esa asquerosa campera amarilla en algún lado.

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—¿Qué tienes ahí?

 

El pequeño niño debía tener unos ocho años o nueve años. Su espalda se tensó cuando le pregunté eso. Me habían mandado de niñera, todo por ser el nuevo, joder, ¿qué estaba haciendo aquí tras un mocoso cuando podría estar en la calle trabajando en algo real? El oficial Wakamatsu me odiaba endemoniadamente, puto viejo, la agarró conmigo desde que puse un pie en la comisaría. El enano me miró por sobre su hombro, unos grandes y peligrosos ojos dorados. Mierda, yo había visto esa mirada antes en una personita igual de pequeña que él, no traía nada, nada bueno.

 

—Buenos días, señor policía. —Él se dio vuelta toda sonrisitas y cruzó sus brazos por su espalda—, ¿me deja ver su placa?

 

—No. ¿Qué estabas haciendo?

 

—Nada.

 

Nos miramos fijamente por unos largos segundos, entrecerré mis ojos y me agaché a su altura.

 

—Tiene unos bonitos ojos azules, señor policía.

 

—Y tú tienes una naricilla que hace un extraño movimiento cuando estás mintiendo, pequeño Kise. —Piqué la punta de su nariz con mi dedo índice, haciendo que el niño frunciera el ceño—. Ahora dime la verdad, ¿qué estás haciendo en éste callejón? No es un lugar para un niño.

 

—¿Qué son esos dibujos? —me preguntó, ignorando por completo mi pregunta y pasando su pequeña mano por sobre mi brazo tatuado—, papá tiene uno de estos en el trasero, ¿sabe?, es un hot dog… —Él hizo una mueca con sus labios—. Mamá lo odia, siempre le dice que no debe andar de borracho ya que esas son las consecuencias… ¿Qué tan borracho estaba usted oficial?

 

—¿D-Disculpa?

 

—¿Qué tan borracho estaba para hacerse uno de estos taaan grande? —Ladeó su cabecita con verdadera curiosidad. Carraspeé incómodo y rasqué mi nuca, el chiquillo me había deslumbrado con su conversación por un lapsus de momento—. Los suyos son más lindos que el de papá.

 

—Yo no estaba borracho. —Observé los diferentes motivos que llevaba tatuados en el brazo y sonreí—. Para nada de borracho, estaba completamente lúcido, corazón. Ahora, y antes de que vuelvas a desviar el tema —sonrió aniñadamente con inocencia—, lo preguntaré por última vez, ¿qué estás haciendo aquí?

 

—Cuando iba en preescolar, a Haizaki le gustaba tomar los alimentos de Takaocchi —fruncí el ceño—, entonces, una vez le dije a Takaocchi que lo mejor sería esconder nuestras galletas, así Haizaki no se las llevaría… Funcionó —Él me estaba tratando de engatusar nuevamente, demonios—. Y lo seguimos haciendo hasta el día de hoy, aunque Haizaki ya no esté con nosotros, señor oficial.

 

—¿Qué tiene que ver todo eso con la pregunta…? —Una lámpara  se prendió en mi dura cabezota—, ¿qué estás escondiendo aquí?

 

Kise se acercó a mi rostro, formando un cono con sus manitas sobre su boca, susurró junto a mi oído.

 

—Escondo las calcomanías de la señora Lee.

 

Cuando se echó hacia atrás, cruzó sus brazos tras de su espalda, luciendo inocente de un momento a otro con esa suave sonrisa que adornaba su rostro de niño. No pude evitar sonreír por su ingenio, él era inteligente para su edad. Suspiré poniéndome de pie y mirando una vez al cielo para pensar en qué íbamos a hacer. La señora Lee me había hablado sobre el pequeño ladronzuelo de dulces. ¿Qué carajos podía hacer yo con un niño?, claramente no podía leerle sus derechos y subirlo a la patrulla, ¡era un pequeño de ocho años! Rasqué mi cabeza, calentándomela de tanto pensar en…

 

Joder.

 

Esperen.

 

¿Dónde mierda está mi gorro?

 

—¡Nos vemos en otro momento, oficial Aominecchi! —Con el ceño fruncido bajé la mirada, Kise corría a lo largo del callejón, su campera amarilla que era cerca de cinco tallas más grandes que él seguía el compás de sus movimientos.

 

Y ahí, sobre su cabeza de niño loco, estaba mi gorra.

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El pequeñito Kise se había convertido en un irreverente adolescente.

 

Debí haber hecho la relación luego de ver la horrenda campera amarilla que llevaba.

 

—Kise… —Él sonrió, aún con la gorra sobre su cabeza—. Quedas bajo arresto por tu falta de irrespetuosidad. —Y una mierda, ¿siquiera existía eso?, bueno, ¿quién es la ley aquí?, Daiki jodido Aomine, señores—. ¿Me haces los honores, mocoso? —Le enseñé las esposas que sostenía en mis manos.

 

—El sueño de cualquier chico es ser esposado por el amor de su vida, ¿eh?, lo estoy cumpliendo justo aquí.

 

—¿Amor?, te llevo más de diez años, mocoso. —El chiquillo estiró sus brazos, entregándose a mi merced. Él me miraba atentamente mientras yo me acercaba a su menudo cuerpo para acomodar las esposas sobre sus magulladas y muy delgadas muñecas.

 

—Para el amor no hay edad, ni límites, ni leyes… Eso dijo mamá luego de tirarse a Hayama, el energúmeno de la tienda de vídeos. El amor llega cuando le da la puta gana, oficial Aominecchi. Traiga sus esposas, felizmente me entrego como su prisionero.

 

En un inesperado movimiento me atrapó entre sus brazos, las esposas nos mantenían unidos, sin darme acceso a escapar. Lo observé arqueando una de mis cejas, él sonreía completamente divertido0 con la situación, su cuerpo estaba jodidamente pegado al mío, su cabeza apenas y me llegaba a la altura del pecho. Él estaba haciendo ese adorable gesto con su nariz que había hecho el día en que la había atrapado escondiendo las calcomanías que había sacado de la tienda de la señora Lee.

 

Un niño.

 

Eso era, un niño que arrugaba su respingona naricilla cada vez que mentía… O se ponía malditamente nervioso.

 

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11 de Agosto, 2016.

 

—Hey, tú, ladronzuelo, ¿te llevo chocolates?

 

—¡Pero mira que buen cuñado salió nuestro Takaocchi! —gritó Kise, guiñándome un ojo—, por favor llévame unos Hershey's, tu hermano aquí tiene una obsesión absurda con las donas, es todo lo que comemos en la comisaría.

 

—Takao no es tu cuñado —murmuré, apretando un poco más las esposas solo por el placer de verlo fruncir el ceño—, y las donas de Murasakibara son el paraíso, si no te gustan, joder, deja de meterte en tantos malditos problemas.

 

—¿Y dejar de ver todo esto? —Trató de abarcar mi anatomía pero las esposas eran un impedimento—. No lo creo, campeón, si yo no hago el intento de verte tú ni siquiera moverías un dedo, alguno de los dos tiene que mantener la llama viva, ¿no?

 

—Bien, es la hora. —Suspiré, cansando de hacer esto todas las putas semanas—. Kise Ryouta, tienes derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en tu contra… Ya, bien, te sabes esa mierda de memoria, ¿podríamos simplemente irnos?

 

—¿Estás tan ansioso de que estemos solos? —Sonrió con picardía—. No tengo problemas en que nos vayamos moviendo. ¡Takaocchi no se te ocurra interrumpir si no encuentras a tu hermano tras su escritorio, probablemente lo esté entreteniendo tras las rejas!

 

—¡Y una vez más, joder, no quiero escuchar esas cosas!, ¡no seré cómplice de éste pedófilo de mierda! —Mi hermanito hizo una fingida mueca de asco con sus labios.

 

—Siempre dañas mis oídos con tus diatribas sobre qué tan estrecha era la vagina de tal chica, de cómo concluyeron el coito y cuánto anhelas volver a vivir una experiencia así. Siempre es el mismo discurso, imagina eso teniendo en cuenta de que eres un asqueroso mujeriego. —Tosí tratando de aguantar la risa por las palabras que Kise usaba, ¿es que acaso tenía realmente diecisiete años?—. Takaocchi, amigo, no te queda más que aguantar mis palabras, me la debes —Los ojos de Kise me miraron interrogantes—. ¿Nunca le hablaron a Takaocchi en casa sobre las enfermedades de transmisión sexual si iba de hoyo en hoyo?, sé que en el colegio lo hicieron, yo estaba allí, pero estamos hablando de tu hermano…

 

—Akashi le dio la charla cuando tenía doce… ¿por qué demonios estamos hablando de esto?

 

—Curiosidad.

 

—Eh, Kise… ¿y qué se supone que haga con esto? —Takao posó su mano sobre la cabeza rubia del mocoso que estaba junto a él. El niño resopló y se removió violentamente de su toque, como si le estuviera quemando como el mismísimo infierno. Shiro se cruzó de brazos y observó a mi hermano con los ojos entrecerrados, retándolo a tocarlo una vez más—. Joder, quiere morderme, ¿no tiene la rabia?

 

—Para tu suerte y nuestra desgracia, él está con todas sus vacunas al día —murmuró Kise, divertido—. Shiro, Takaocchi cuidará de ti, ¿sí?

 

—¡No quiero!, ¡es un idiota!

 

—Idiota y todo es mejor que papá, ¿no? —Ambos Kise rodaron los ojos—. Takaocchi es mi elfo doméstico, y ahora lo dejaré libre para que sea el tuyo, ¿sí? Hará todo lo que digas.

 

—¿Todo? —El enano sonrió maléficamente—. Está bien.

 

—No, con un demonio, no cuidaré de Chucky, estás loco, Ki-chan. ¡Mira esa maldita sonrisa!

 

—No tienes derecho a reclamar nada, te dije que me debías una… Aquí está tu castigo, solo será hasta que tu hermano se aburra de mí —Él volvió a sonreír—. Esperemos que eso nunca pase. Shiro, haz caso a Takaocchi en lo que te diga, no lo hagas sufrir… mucho, y por favor… ven a darle un abrazo a tu hermano, ¿sí?

 

Shiro corrió hacia su hermano y enredó sus brazos en torno a su cintura.

 

—¿Por qué el oficial Aomine sigue llevándote al calabozo?

 

—Porque a ese lugar van los chicos malos, y tu hermano es una de ellos —le respondí. El mocoso se mordió el labio inferior y asintió con su cabeza—. Tú debes portarte bien para que no sigas los pasos de Kise, lo sabes, ¿no?

 

—Onisan me lo dice siempre, oficial —Asentí a sus palabras, la atención del niño fue a su hermano mayor—. ¿Vendrás a buscarme?

 

—¿Quién más si no?, iré por ti apenas salga del calabozo —Kise dejó un beso sobre la cabellera rubia de su pequeño hermano—. Quedan diez días para tu cumpleaños, enano, ¡serás un niño grande de siete!, esto es porque tu hermano finalmente consiguió lo que querías para ese día, ¿eh? —Él le guiñó un ojo y luego se giró hacia mí—. También puedo darte tu regalo, ahora, si así lo desea mi querido oficial… Bueno, sería mi regalo adelantado de cumpleaños —Kise me observó con sus grandes ojos dorados—. ¿Qué dices?

 

—Digo que metas tu culo dentro de la patrulla para que sigamos con esto como corresponde —Abrió la boca para decir algo pero se lo impedí—. Diecisiete años —la apunté con mi dedo índice—, a punto de cumplir treinta —me apunté a mí—, no va a pasar ni ahora, ni mañana, ni nunca.

 

—Oficial Aominecchi, nunca diga nunca.

 

Cuán malditamente cierta era esa frase.

Notas finales:

Espero que les guste :3 es una adaptación muy divertida de una historia que leía hace tiempo xD cuenta con menos de 15 capitulos así que espero que les guste n.n 

nos leemos!!!

facebook: Tami Neko. 


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