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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa gente :) 

Gracias por ser tan pacientes y esperar
Les dejo el capítulo rapidito, porque tengo algo de prisa y voy saliendo. 

Espero que les guste. Y como siempre, si encuentran algún error avísenme :) 

Capítulo 40




Por un segundo logré ver la silueta de mis pestañas balanceándose delante de mis ojos. Entonces los cerré. 

Sus maldita mirada azul asaltó mi cabeza. 

   —Oye, cazador —di un salto cuando una mano tocó mi hombro—. Te estabas durmiendo, ¿todo bien? 

   —¿Steiss? 

El hombre sonrió. 

   —Vaya, pareces aturdido —comentó y no reconocí ningún tono de burla en su voz. Miré a mí alrededor y me sentí perdido. Estábamos dentro del camión que habíamos tomado hace poco más de una hora, o eso es lo que recordaba antes de haberme dormido. ¿Cuánto había pasado? 

El pelirrojo, Reed y su amigo estaban sentados frente a mí, masticando unas frutas. Sonrieron al verme. ¿Acaso tenía la puta cara pintada? 

   —¿Cuánto dormí? —balbuceé la pregunta al aire, sin dirigirla a nadie realmente. 

   —Tan sólo unos minutos. Debe ser por el hambre —Steiss estiró la mano hacia mí y me ofreció una manzana que brillaba de lo roja que era. La tomé sin pensar. 

   —Gracias —le di el primer mordisco—. Joder, está deliciosa. 

   —Esta mañana uno de nuestros manzanos la dejó caer. 

   —Ya veo las ventajas de vivir aquí —le di otra mordida. No recordaba la última vez que comí algo tan dulce. La tomé en mi mano y la inspeccioné mejor—. Mi madre solía prepararlas asadas —mencioné.  

   —¿¡Manzanas asadas!? —exclamó Reed desde el asiento del frente—. ¿Eso existe? 

   —Chico, ¿no has comido manzanas asadas nunca en tu vida? —me burlé. Él negó con la cabeza.

   —Entonces no has vivido una mierda —añadió Steiss. Yo estaba a punto de decir algo parecido. Él me guiñó un ojo—. Sé cómo prepararlas, quizás cuando volvamos podremos hacer algo con todas las que han caído esta mañana. 

Se me hizo agua la boca de sólo pensarlo. 

   —Bien —sonreí. Después de todo, para preparar un montón de gente que iría a una guerra, iba a ser necesaria un montón de azúcar—. ¿En dónde estamos?

   —Cerca… —Steiss se levantó de su asiento—. Iré a mirar —se dirigió hacia la cortina que nos separaba del conductor. 


Cuando mi vista volvió al frente, Reed y el pelirrojo seguían mirándome de la misma forma. 

   —¿Qué? —gruñí—. ¿Tengo algo en el rostro? —El hermano de Ethan, que estaba sentado al fondo del camión, soltó una pequeña risa—. ¿Saben que si siguen viéndome de esa forma me veré en la obligación de partirles la puta cara, no? 

   —Cuervo… —habló el pelinegro—. Tu autoridad se esfumó cuando confesaste que te gustaban las manzanas asadas —Los otros tres chicos rieron un poco—. Lo siento, amigo. Bienvenido al grupo de los sin dignidad. Terence perdió la suya la primera vez que Aiden lo pinchó.

Reed soló una carcajada ruidosa. 

   —Y a Reed se le cayó la suya cuando vomitó en la guarida de Scorpion —se burló el pelirrojo, dándole un codazo a su noviecito. 

Automáticamente, todos miramos al chico que estaba sentado junto a ellos, Oliver. 

   —¿Qué? —gruñó él, dándole una mascada a la fruta que tenía en la mano—. No me metan en sus cosas. No voy a ser parte de su club de perdedores

   —Ya lo serás —afirmó Reed, mientras intentaba contener una risa que, al parecer, no podía controlar. Quizás eran los nervios. 

   —Buenas noticias, gente —Steiss volvió justo cuando el camión se detuvo de golpe—. Creo que encontramos a nuestra horda un poco antes de lo que esperábamos. Tomen sus cosas, vamos a abrir las puertas —agarré la mochila que me entregaron y tomé esa especie de lanza que uno de los hombres de Steiss me había dado hace un rato atrás.

  —¿Cómo se supone que lo haremos? —pregunté. 

  —¿Has pescado peces en una feria? —preguntó él de vuelta—. Bueno, no es comparación precisa, pero es algo como eso —rió, a punto de jalar el pestillo para abrir—. Ustedes sólo preocúpense de que la cabeza de los infectados quede atrapada en el espacio de la lanza y listo. Todo lo demás estará bien si sólo hacen eso. 

   —¿Intentas tranquilizarnos? —preguntó Reed. 

   —¿Yo? ¿Cómo podría? —rió. La puerta se abrió, un rayo de sol entró justo en mi línea de visión y me encegueció por algunos segundos. Sujeté bien esa lanza y me levanté para adelantarme a los demás. Era mi deber hacerlo, sólo había que fijarse en cómo le temblaban las piernas a Reed antes de que Steiss abriera las puertas del camión. Ellos no iban a moverse si no veían un ejemplo. Ellos tenían mucho que perder, por eso temían. En cambio, yo. Bueno...yo.

Nunca tuve miedo a perder nada.

   —¡Si tienen que disparar, que sea en las piernas! —gritó Steiss y saltó del camión. Yo lo hice después de él, y ambos nos quedamos viendo cuando mis pies tocaron suelo firme—. B-Bueno… —balbuceó, y yo me encogí de hombros al observar la situación que tenía delante.

Creo que el término «horda» no era precisamente el adecuado para referirse a esto. 

   —Tus hombres son unos escandalosos —me burlé. Nos habíamos detenido cerca de una plazuela, que era donde estaban todos los zombies que comenzaron a acercare a nosotros en cuanto nos sintieron. No eran demasiados, quizás unos veinte o treinta y la mayoría de ellos estaba en los huesos; inservibles, como verdaderos cadáveres andantes a los que apenas les quedaba el instinto de comer. No descarté que gran parte de esa masa fuera tan antigua como el inicio de este desastre.

   —No lo entiendo… —Steiss parecía realmente sorprendido—. Esto no parece la horda que me describió el explorador. 

   —Esto parece una broma… —dije. No tenía que ponerme en los zapatos de Steiss para saber que a su comunidad esta clase de infectados no les servía. La Hermandad solía usar a los zombies como arma para defenderse, para atacar cuando necesitaban hacerlo o para infundir temor; así fue cómo habían logrado absorber al resto de comunidades pequeñas que existieron alguna vez en esta ciudad y así fue cómo toda la gente que vivía aquí se redujo a tan sólo ellos y nosotros. No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que esta clase de muertos era una burla para ellos. 

   —¿Vinimos por esto? —preguntó el hermano de Ethan cuando nos alcanzó—. ¿Para qué quieres a un montón de zombies que apenas pueden mantenerse en pie, Steiss? 

   —Debimos habernos equivocado… —El castaño sujetó su lanza y, con un movimiento ágil, la giró, la empuñó y enterró con fuerza en el cuello de un infectado que ya nos había alcanzado, justo bajo la barbilla. Oí el conocido sonido del metal entrando en la carne, que a estas alturas se presentaba blanda y flexible, como un montón de chicle que podía ser estirado fácilmente. Así lucían los muertos después de tanto tiempo; tan sólo seres andantes, con tan sólo una capa de piel escurridiza sobre los huesos. Sabía que el virus mantenía algunas partes de los órganos vivos en ellos, pero no sabía durante cuánto tiempo ni cómo los hacía funcionar. Era un proceso asqueroso en el que nunca me interesó indagar cuando tuve la oportunidad. La lanza se quedó ahí por algunos segundos y él intento retirarla por unos momentos más. Parecía que el cuerpo de esa cosa quería tragársela. Le ayudé a quitarla—. Lo siento, amigo —El castaño se disculpó, no conmigo ni con ninguno de los que estábamos ahí. Se disculpó con el jodido muerto.

   —¿Sabes que no te entiende, verdad? —pregunté. 

   —¿Estás seguro de eso? —me preguntó de vuelta y, por primera vez desde que el virus se desató, dudé. No, ni siquiera Wolfang había logrado precisar si los infectados podrían llegar a entender el lenguaje humano o podrían llegar a desarrollar su propia forma de comunicación. Eso es algo que se obvia a la hora de desatar esta clase de desastres. Son malditos zombies, nada más. No había forma que ellos pudiesen llegar a comunicarse entre ellos mismos o con nosotros. No. Jamás me había cuestionado algo como eso. No iba a cuestionármelo ahora—. Bien, vamos a limpiar este lugar, gente —ordenó cuando el resto bajó del camión—. Mírenlos. Estos pobres necesitan descansar. 

Sin quererlo, mi conciencia estuvo a punto de pesar un poco más cuando levanté la lanza para clavársela a otro infectado, pero no tardé en desechar cualquier pensamiento culposo. Fue una idiotez que duró tan sólo un par de segundos. No iba a contagiarme con la estupidez de La Hermandad. Estas cosas eran muertos, solamente eso.

Sin decirnos nada, nos separamos en parejas y comenzamos a limpiar poco a poco; en silencio, sin necesitar nada más que esas lanzas que entraban y salían de los cuerpos deformados que caminaban hacia nosotros lentamente, sólo como los infectados más antiguos solían hacerlo. Ellos no caminaban; ellos, encorvados, arrastraban los pies mientras intentaban estirar los débiles brazos con apenas una cáscara de piel encima hacia nosotros. El cuerpo se despedazaba, se caía a trozos, se podría como un montón de mierda aunque el virus intentara mantenerlo vivo. Pero el tiempo, la gravedad y el clima hacían lo suyo con estos cadáveres andantes y eso ni siquiera el virus más mortal jamás creado por el hombre iba a cambiarlo. Era parte de la naturaleza de todo esto. Todo se desvanecía, todo acababa pudriéndose. Todo moría. 

   —Y pensar que estuve a punto de convertirme en uno de estos —dije, mientras remataba al décimo zombie que intentó inútilmente abalanzarse contra mí. Ya casi habíamos terminado. 

   —Tus amigos no te habrían dejado llegar tan lejos. Te habrían matado antes. 

   —¿Amigos? —reí—. No todos tenemos esa suerte. 

   —Vamos, hombre —Al verse sobrepasado por un pequeño grupo, Steiss agarró a uno por la cabeza, le clavó sin querer las uñas en la piel y le enterró un cuchillo sin titubear. Le ayudé con otro que estaba demasiado cerca de él—. Tienes un montón de gente a tu disposición. Alguien debe significar un amigo para ti —sacudió la mano en el aire para lanzar lejos toda la mierda de zombie que le cubría hasta la muñeca—. ¿Nadie? ¿Qué tal ese amigo que te enseñó francés? 

Clavé con todas mis fuerzas la lanza en el cuello del último zombie del grupo teníamos más cerca y lo lancé al suelo en la maniobra. Recordar a Scorpion aún me hacía hervir la sangre. Hijo de puta. 

   —Vaya… —Steiss soltó un silbido que denotaba asombro—. No quieres hablar de eso, ¿verdad?

   —Preferiría que no… —iba a decir algo más, pero el sonido de un disparo me hizo olvidar todas las palabras que estaba a punto de escupir. Steiss y yo cruzamos una mirada que duró tan solo unos segundos antes de correr en dirección al ruido. Por lo que tenía entendido, ninguno de nosotros salvo él llevaba armas de fuego. Nos detuvimos frente a la puerta del conductor del camión. El tipo que manejaba estaba con medio cuerpo fuera del vehículo. Sostenía el arma entre sus manos y bajo sus pies estaba el cuerpo de un infectado; pero no era uno como los que habíamos estado matando. Éste parecía más joven. 

   —¿Qué ocurrió? —preguntó Steiss cuando vio a su hombre, que todavía temblaba.

   —Apareció de repente e intentó meterse por la ventana —El conductor se bajó del camión con una mano sobre su pecho; nervioso, como si el corazón se le fuese a salir por la garganta—. Estaba relajado porque todos los demás se movían lento y… —miró hacia un costado y su rostro empalideció—. ¡Ahí! ¡Ahí vienen más! —gritó. 

   —Tranquilo, tranquilo —Steiss le dio una fuerte palmada en la espalda para tranquilizarlo—. Es primera vez que sale a exploración —me susurró, como si me quisiera dar explicaciones por el comportamiento de su hombre—. De seguro ya se orinó en los pantalones.

Solté una carcajada. 

   —Vamos, vuelve al camión —le dije. El hombre miró a Steiss para pedir su aprobación y él asintió con la cabeza. Obedeció. 

   —Ahí vienen —El hermano de Ethan nos alcanzó y tras él los otros tres chicos. Nos quedamos atentos, formados y esperando. Un nuevo grupo se acercaba hacia nosotros; no eran demasiados, pero eran rápidos, corrían. Y no podíamos acabarlos. Estos definitivamente eran los que el explorador de Steiss vio. 

   —Separémonos para que ellos también lo hagan —ordenó Steiss—. Las puertas del camión están abiertas, cójanlos y métanlos adentro. 

   —Lo dices como si fuera lo más fácil del mundo —dijo el pelirrojo. 

   —Es lo más fácil del mundo —contestó él, mientras se alejaba de nosotros, sacudía las manos y gritaba para que le siguieran. Le imité y corrí hacia el otro extremo e inmediatamente todos hicieron lo mismo. El grupo de infectados se dividió y dos corrieron hacia mí. Empuñé la lanza con fuerza y la estiré para atrapar la cabeza de uno que calzó perfectamente entre el grueso alambre y las dos puntas. 

Fue justo como pescar un pez en una feria. 

Le di una patada al otro para alejarlo y corrí junto a mi presa hasta el camión, evitando entre risas sus brazos que intentaban alcanzarme. Era gracioso verlo querer desesperadamente agarrarme para darme un mordisco y eso despertaba en mí una extraña adrenalina que no sentía hace algún tiempo. Si me equivocaba estaba jodido; si me equivocaba, esa bestia podría arrancarme un brazo, morderme o arañarme la cara hasta dejarme completamente ciego. Y aun así, si todo eso llegaba a pasar, no estaría lo suficientemente jodido. Teníamos la cura andante con nosotros. Ahí se producía la adrenalina. Podía morir y salvarme al instante. 

Metí al zombie dentro y cerré la puerta a tiempo para capturar al otro que me había seguido. Lo logré sin mucho esfuerzo. Sí, esto era lo más fácil del mundo. Y sí, podría vivir el resto de mi vida haciendo esto. 

   —Eres bueno —dijo Steiss cuando llegó a mi lado. Abrí la puerta para meter al segundo infectado y él aprovechó para ingresar al suyo—. Vaya, eres realmente bueno —Con un movimiento ágil, capturó a otro que se nos había acercado y también lo metió. 

   —¿Qué puedo decir? —me encogí de hombros—. Creo que nací para esto. 

   —¡Cuervo! —Un grito llamó mi atención, la voz del pelirrojo se oyó temblorosa cuando gritó mi nombre. Me hizo un gesto que apuntaba hacia algún lugar al que no tenía acceso desde el camión y corrí hacia él. Me olvidé de la alegre sensación de adrenalina y un extraño nudo se formó en mi garganta. Puede decirse que mis entrañas sabían bien lo que iba a decirme antes que llegara junto a él y viera hacia el lugar que me indicaba. Algo me hizo temerlo antes de llegar. Pude presentirlo—. M-Mira —balbuceó. 

   —Llegaron más, fantástico —gritó Steiss. 

Otro pequeño grupo de zombies avanzaba hacia nosotros. Esto era algo normal, después de ese disparo era obvio que más infectados iban a llegar y supuse que para Steiss eso estuvo muy bien, pero no pude evitar detenerlo cuando noté sus intenciones por capturarlos a ellos. Esos no eran infectados cualquiera. 

   —No —le agarré del brazo—. No lo harás —repetí. No se lo estaba pidiendo, era una orden. No iba a dejar que se les acercara—. Esos son míos. 

   —¿Qué?

   —C-Cuervo… ese grupo —balbuceó Reed. 

   —No puedes llevarte a ese grupo… —El nudo en mi garganta se intensificó y algo muy cercano a la culpa me invadió por dentro. Sí, yo tenía la culpa—. Por favor… —Esta vez sí rogué—. Déjame matarlos. 

   —¿¡Matarlos!? —Steiss alzó la voz, aparentemente sorprendido—. ¿¡Estás loco!? ¡Esos están nuevos! ¡Podrían apenas tener un par de días y es muy difícil encontrarlos! ¡Hoy es nuestro día de…!

   —¡Eran hombres míos! —interrumpí y alcé la voz también, mientras veía cómo seguían avanzando y cada paso que daban endurecía aún más el incómodo remordimiento. Reconocí cada uno de los cuerpos y rostros deshechos que caminaba hacia nosotros; recordaba sus nombres, recordaba el día en que entraron al escuadrón, recordaba el entrenamiento que recibieron... recordaba todo—. Está bien que tú y tu gente coleccionen infectados… —agarré a Steiss de los hombros para que me miraba—. Pero esa era mi gente y ellos no habrían querido esto.  

Steiss tragó saliva. 

   —¿Cuándo…cuándo los perdiste? —preguntó.

   —Antes de llegar a tú comunidad una horda nos atacó y ellos cayeron. No pudimos dispararles porque se suponía que íbamos a una guerra y no debíamos gastar balas, no pudimos enterrarlos tampoco. Yo era su líder y no pude hacer nada por ellos, ni siquiera protegerlos —dije y eso fue tan sólo la mitad de la historia. No fui capaz de hacer nada por mis hombres, ni siquiera de usar a Reed para sanarlos, y es que la mayoría estaba incurable. Las mordidas habían sido demasiado graves, no iban a vivir de todas formas. 

Pero debí haberles disparado. ¿Pero cómo demonios iba a saber? 

Steiss sonrió. Su sonrisa era agradable. 

   —No es tu culpa —dijo, mientras desenfundaba la pistola que llevaba y me la tendía—. Sigues siendo un buen líder para ellos aún si fueron convertidos —la tomé y él me dio un pequeño empujón—. Tienes razón, anda. Es tu gente. No tengo derecho a intervenir. 

Guardé el arma y tomé el cuchillo que nos habían dado. Lo haría lo más silencioso posible. 

   —Gracias.

  —¿Necesitas ayuda? —preguntó el pelirrojo. 

   —Sólo si me ven superado —respondí. Quería hacerlo yo mismo. Fui yo quien crió a estos hombres; yo les enseñé a matar, yo les enseñé a llegar hasta el punto al que habían llegado. Eran mis hombres, mi gente, mis hermanos, mi familia. Y yo era su líder. El líder que les falló.

Avancé hacia ellos y tomé la cabeza del que estaba más cerca. Mi estómago dio un vuelco cuando me percaté de quién era; su nombre era Tadder, uno de los pocos que había estado conmigo en el ejército de E.L.L.O.S y uno de los que me siguió cuando salí del escuadrón y me desvinculé de Wolfang y de toda su organización de mierda. Sí, era uno de los hombres más leales que había conocido y lo más cercano a un amigo que había tenido. Y había acabo de esta forma—. Lo siento, compañero —me disculpé, como si él de verdad fuese a entender lo que le estaba diciendo. Lo atraje un poco hacia a mí y topé mi frente contra la suya—. Lo siento mucho... —Él soltó un rugido animal e intentó morderme como respuesta. Y no lo culpaba. Si alguna parte de él todavía seguía ahí, debía estar cabreadísima conmigo—. Joder, lo lamento... —susurré y clavé el cuchillo a un costado de su cabeza, cerca de su oído, ahí, donde sabía que todo acabaría rápido.

Lo dejé caer al suelo, mientras una sensación de ahogo me llenaba el pecho, y tomé a otro; Jamie, apenas tenía quince cuando se nos unió hace tres años. Perdió a toda su familia cuando su campamento intentó invadirnos, lo que significó un gran error. Pero él entendió la gravedad de ese error y las consecuencias que tendría, por eso no dudó en unírsenos cuando le dimos la oportunidad. Aprendió rápido y en poco tiempo se convirtió en un chico fuerte que nunca nos reprochó nada y que nunca intentó vengarse, porque seguramente comprendía la simpleza de la guerra; las cosas se dieron así, nada más. Pero joder, apenas era un niño. Y era un buen chico. Él no merecía esto. 

Enterré el cuchillo en el centro de su frente y lo dejé caer. 

Algo me empujó y me tiró al suelo. Sujeté con mis manos un rostro que intentaba desesperadamente alcanzarme para morderme. Su garganta estaba desecha, ellos la habían devorado casi por completo y le faltaba la mitad de la cara, pero aun así logré reconocerlo. Tom; demonios, él tenía una novia, una de las chicas de Viuda. Él solía desaparecer dos veces por semana para ir a verla. Mierda, el corazón de esa chica iba a romperse cuando se enterara de la noticia. Solté una mano para tomar el cuchillo que había caído al suelo y lo clavé en su ojo, no quería hacerlo, pero fue el único lugar en el que logré apuntar. Lo enterré con más fuerza para asegurarme que el filo llegara a su cerebro y dejé que el pesado cuerpo me cayera encima cuando noté que lo había acabado. 

Dejé escapar un grito que contenía toda mi frustración reprimida. 

Aún con Tom encima, busqué el arma que Steiss me había dado y disparé dos veces. Los cuerpos de George y Ben cayeron al suelo; ellos eran unos hermanos que se nos unieron hace unos cuatro años atrás. Acostumbraban a discutir por viejas riñas del pasado; peleas de cuando vivían como personas normales, algunas tan estúpidas como que uno solía romperle los juguetes al otro cuando eran pequeños y esa clase de banalidades que de seguro les hacía sentir más humanos y soñar con viejos tiempos que ya no podrían alcanzar. 

   —¡Maldición! —Desde el suelo, disparé cuatro veces más. Dan, Bratt, Craig y Derek, uno de los chicos de Scorpion que me había acompañado, se desvanecieron en el piso como si hubiesen pulsado un botón que los apagaría; ese botón fueron las balas que disparé directo a sus cabezas y esos disparos dolieron en alguna parte de mi orgullo, esa parte que perdí cuando les dejé morir—. ¡Joder! —volví a gritar. Estaba frustrado, estaba furioso conmigo mismo por haberlos dejado olvidados, por no haberlos acabado antes. Todos los cuerpos que estaban tirados a mí alrededor eran mi culpa. No me moví, no quité el cuerpo que tenía encima hasta que alguien más llegó y lo hizo por mí. 

   —¿Estás bien? —Steiss me tendió la mano y por inercia la tomé—. No quise interrumpir, yo… —me levantó—. Creo que necesitabas eso. 

    —Sí, sí, claro… —intenté soltar su mano, pero él la apretó con más fuerza. 

    —Estás temblando —dijo y, sin previo aviso, me abrazó—. Está bien. 

   —¿Qué de todo esto está bien? —quise apartarme y sólo entonces noté que efectivamente mis manos sí temblaban. No logré entender bien el por qué. Mi cabeza era un maldito caos—. Suéltame. 

   —Te sientes mal por las personas que perdiste… —continuó él. No tengo recuerdo de la última vez que alguien quiso abrazarme para contener cualquiera de las emociones que podría estar brotando desesperadamente de mí. No recuerdo la última vez que sentí alguna de estas emociones. ¿Por qué ahora?—. Dijiste que no tenías la suerte de tener amigos, pero creo que esa gente era más que eso para ti y lo sabes. Y pienso que crees que esto es injusto, y eso te hiere. 

Tampoco recordaba a la última persona que logró leerme tan claramente. 

Me acarició el hombro antes de dejarme ir. 

   —Estoy bien —dije, en un intento por recomponerme y recoger la dignidad que había perdido, para así volver a ser yo mismo—. Estoy bien… —repetí, más para mí que para él. Steiss sonrió. 

   —Claro que lo estás. 

Mis labios picaron por soltar un «gracias» que jamás saqué de mi boca. En el fondo, yo era un cabrón orgulloso y mi orgullo nunca me permitiría decir algo como eso. Supuse que él ya lo había notado. 

   —¡Eh, chicos! —Reed tironeó mi chaqueta nerviosamente cuando llegó junto a nosotros—. Chicos, chicos… —El chofer del camión bajó del vehículo con el rostro más pálido que la primera vez que lo vi—. Creo que… 

   —Sip, ya lo vi —La respuesta de Steiss no me transmitió ninguna emoción y su rostro se mantuvo estoico y blanco por algunos segundos que me parecieron eternos. Yo no reaccioné de la misma forma, yo ya había tomado el arma y estaba disparando para cuando los vimos entrar. Una nueva horda, una mucho más grande, entró corriendo por la calle principal—. ¡Baja esa cosa! —me gritó, me agarró del brazo y me obligó a soltar la pistola—. ¡Los disparos los llamaron! ¡Sepárense! —Sin soltarme, me hizo correr hacia alguna parte—. ¡Busquen un lugar seguro, son demasiados! —Todos corrimos hacia lugares diferentes y nos separamos. No pensé en dónde nos esconderíamos, no pensé en dónde se esconderían Reed y los demás. Sólo pensé en mover mis jodidas piernas lo más rápido posible para poder salvar mi maldito trasero y no acabar como las personas a las que acababa de disparar, para evitar que alguien más tuviese que apretar el gatillo para rematarme. Me solté de la mano de Steiss para correr junto a él y dejar que me guiara, él conocía éste lugar mejor que yo. Pero sólo veía calles abiertas y esas cosas estaban demasiado cerca como para detenernos a forcejear con alguna puerta—. ¡Sigue corriendo! —me ordenó. 

   —¡Eso hago, hijo de puta! —le grité.

De vuelta recibí una de sus carcajadas.

   —¡Ahí! —gritó él, y apuntó hacia unas rejas que cercaban por completo una torre de antena de telefonía.

   —¿¡Ahí!? 

   —¿¡Ves algún otro lugar!? —me jaló de la chaqueta y me hizo una mueca, mientras corría hacia la reja. Me di un pequeño impulso y la trepé para saltar hacia el otro lado. El cayó de costado y tuvo que rodar para amortiguar el impacto y evitar que la caída le rompiera el hombro—. Sí eres un maldito gato —gruñó cuando ambos topamos nuestras espaldas contra la gigante antena que se alzaba tras nosotros. Observé cómo esa gran horda de infectados intentaba escalar la cerca que nos separaba de ellos—. Volviste a caer de pie. 

   —Son años de experiencia en saltos suicidas —solté rápido, entre risas, y miré hacia la antena a mis espaldas. Esa cosa debía medir unos cuarenta o cincuenta metros por lo menos. Si ellos lograban pasar la cerca, tendríamos que subirla—. ¿Crees que ellos puedan escalar la reja? 

   —Oh, amigo. Ya lo están haciendo.

   —Mierda —Uno de los zombies se las había arreglado para empinarse sobre la espalda de otro y así alcanzar la parte más alta de la reja—. ¿Y crees que ellos puedan razonar de alguna forma cómo para coordinar esfuerzos y tirarla? 

   —¿Qué te hace pensar que no? —preguntó de vuelta y, otra vez, sus respuestas me hicieron cuestionar cosas que jamás me había molestado en analizar. Me agarró del brazo y me sacudió, para hacerme reaccionar—. Vamos, arriba. Tú primero —tomé los barrotes que se suponía pertenecían a la escalera y comencé a subir; primero rápido, como si los más de cincuenta infectados que estaban al otro lado hubiesen saltado hacia nosotros para seguirnos. Pero luego calmé el ritmo cuando miré hacia abajo y vi sólo a Steiss detrás de mí. Nadie iba a enterrar sus dientes en mí hoy. 

Seguí subiendo sin intentar mirar hacia abajo otra vez, ni siquiera cuando oí el ruido de ellos, que se abalanzaban sobre la reja. Iban a tumbarla de todas formas, sólo esperaba estar lo suficientemente alto para entonces. El viento empezó a soplar con más fuerza cuando ya habíamos alcanzado los veinticinco o treinta metros de altura e hizo más difícil la tarea de seguir ahí sujeto sin resbalar. 

   —¿Vas bien? —pregunté hacia abajo, sin mirar. 

   —¡Muy bien! —gritó él y algo pícaro en su tono de voz hizo que estuviera a punto de voltear hacia él. Pero no lo hice. Sonreí. 

   —¿Me estás mirando el trasero, verdad?

Las carcajadas de Steiss se escucharon algo apagadas por el silbido del viento. 

   —¿Cómo supiste?  

No respondí. El ruido de la caída de una de las rejas nos hizo callar a ambos. Aumenté el ritmo para subir más rápido. Si teníamos suerte, ellos simplemente se olvidarían de que estábamos allí. Tampoco creía que fueran capaces de subir esos cincuenta metros. 

Mis dedos tantearon una superficie plana y supe que habíamos llegado a la plataforma que estaba en la cima. Me alcé sobre la pequeña barrera y la crucé para dejarme caer. Estaba jadeando y me sujeté a los barrotes que nos ayudarían a no caer desde esa altura. Antes del desastre, solía mirar estas antenas por la ventanilla de mi auto y me preguntaba cuánto tardaría una persona en escalarlas. Bueno, ya lo sabía. Habíamos tardado menos de diez minutos en subirla toda y joder, ahora estaba desecho. Jamás pensé que cansaría tanto. 

Steiss se dejó caer a mi lado e inmediatamente se movió para acomodarnos. El espacio seguro allí era poco. Nos quedamos en silencio por varios minutos, hasta que nuestras respiraciones se calmaron y la adrenalina dejó de circular tan rápido.

   —Eso estuvo cerca —comentó, seguramente para romper el hielo que se había formado entre nosotros. Estiró su cuello para mirar hacia abajo y una sonrisa nerviosa afloró de sus labios—. Hay muchos allí abajo y falta poco para el atardecer, ellos no van a moverse de aquí hasta mañana. 

Intenté mover mi pierna, que estaba enredada con la suya, para adquirir una mejor posición, pero cada movimiento que hacía nos enredaba más.

   —Joder… —gruñí. 

   —Yo que tú no me movería tanto. Podríamos caer ambos. 

   —¿Y pretendes que pasemos la noche aquí? —pregunté. Él me hizo un gesto para que me callara—. ¿Qué? —Un ruidoso «shhh» salió de su boca y me vi obligado a cerrar la mía—. ¿Qué?  —repetí luego de un rato, al no oír nada fuera de lo normal. 

   —Escúchalos —dijo y sonrió—. Están cantando. 

¿Cantando? ¿Quién?

Cerré los ojos e intenté concentrarme para oír mejor lo que ocurría a mí alrededor. A mis oídos sólo llegó el ruido de los gemidos y jadeos roncos de los zombies que estaban abajo y que se mezclaban con el viento, que los hacía sonar un poco más escalofriantes de lo normal, como en una mala película de terror. Aunque ahora sí daban algo de miedo. Hice una mueca cuando descubrí que me estaba tendiendo una broma y él empezó a reír cuando vio mi rostro, a punto de gritar sobre él.

   —Guarda tus energías, Branwen —rió más fuerte—. No podremos bajar de este lugar hasta mañana. Mejora ese humor y hazte la idea.   

   —Jódete —respondí.

   —Jódeme —contestó. Y, por un momento, mi mente fue capaz de recrear la escena. Lo imaginé con los pantalones abajo, aferrado a los barrotes de la plataforma, gritando mientras me lo follaba. O viceversa. De cualquier forma, a mi entrepierna le agradó la imagen que mi cabeza había formado—. Puedes hacerte la idea de eso también. 

Esta vez fui yo quien sonrió. Ya lo había hecho.

Sin querer moverse demasiado, Steiss metió la mano al bolsillo de su pantalón y buscó algo que no tardé en reconocer. Le había visto guardarlo hoy por la mañana, durante nuestra visita al huerto donde encontramos esa planta asquerosa. El olor llegó a mis fosas nasales cuando, con cuidado, buscó otro papel en el bolsillo de su chaqueta y esparció la hierba en su interior, para darle la forma de un cigarrillo. 

   —¿Harás esto ahora? —le pregunté seriamente—. Sabes que no voy a lanzarme a salvarte si te caes por estar drogado, ¿verdad? —Él me ignoró y encendió el pitillo.

   —Haremos esto ahora… —contestó y le dio una calada. El característico olor, que era semejante al que se obtenía al quemar una rama de orégano, despertó algunos sentidos que tenía dormidos—. Necesitas relajarte y mueres por darle una fumada a esta delicia, lo sé —lo tendió hacia mí—. Yo si me lanzaré a salvarte si se te ocurre caer —tomé el cigarrillo entre mis dedos y observé por algunos segundos cómo se quemaba la hierba en su interior. Quizás si necesitaba algo como eso. Me lo llevé a los labios y calé profundamente. 

Inmediatamente después, mis hombros se destensaron, mis músculos se relajaron e incluso la tensión en mi mandíbula cedió. 

Me sentí en las nubes rápidamente. 

   —Eso es… —Steiss rió y me contagié de su risa inevitablemente. De pronto, todo me parecía gracioso—. Si vamos a pasar la noche aquí, será mejor que lo hagamos de ésta forma. 

Ahora le encontraba toda la razón. 

Estiré el cigarrillo hacia él para que lo tomara y fumara otra vez. Cuando él lo tomó, sus dedos se quemaron un poco y ambos reímos por la reacción exagerada que tuvo al quejarse en voz alta. 

   —¡Cuidado o vas a tirarlo! 

   —Lo siento —rió—. Lo siento —Lo tomó para darle otra calada y tosió un poco—. Dios, esta mierda está buena. 

   —Ni me lo digas… —sonreí, mientras, sin quererlo realmente, me concentraba en el ruido que hacían los zombies abajo. El viento soplaba con una fuerza bestial y emitía su propio sonido, su propia música que se mezclaba con los jadeos guturales de los monstruos que estaban a nuestros pies. Ahora sí me parecía que cantaban, ahora podía oír lo que decían, ahora podía oír su ritmo—. La última vez que fumé lo hice junto a uno de los hombres que maté hoy —comenté.

Steiss me miró; una de sus miradas lentas y descaradas, de esas que no se molestan en ocultar, y me analizó, como si intentara leerme la mente. 

   —No eres un superhumano —me dijo, y tal vez adivinó los pensamientos de culpa que empezaron a asomar en mi cabeza, pero que no me dañaban realmente. No, ya no—. Puedes equivocarte, ¿sabías? 

   —Lo sé —me limité a decir. Pero no podía evitar pensar lo contrario. Nunca se me permitió equivocarme. Nunca se me perdonó el error. 

   —No, no lo sabes —contestó y el calor que emitían sus piernas cerca de las mías dejó un vacío cuando él se movió, para estar aún más cerca. Le vi aproximarse, pero ni siquiera pasó por mi mente hacer algo por detenerlo. Quedamos en una posición algo incómoda por el poco espacio que allí había, pero hubo algo que se sintió reconfortante cuando se hincó frente a mí, se posicionó entre mis piernas y apoyó su cabeza contra mi hombro, para enredar nuestros cuerpos. Las temperatura estaba bajando, comenzaba a hacer frío y un primitivo instinto me dijo que estaríamos mejor de esa forma, cuerpo con cuerpo, compartiendo el calor—. Quizás no estás acostumbrado a perder gente ni a sentirte responsable por ella. Siempre has estado en la cima, pero ahora estás aquí; abajo con los caídos. Te seguirás rompiendo si te sientes culpable cada vez que uno de tus hombres muere. 

«No estoy roto», quise decir. Pero ninguna de esas palabras salió de mi boca. 

   —Estaré bien —dije—. No voy a sentirme mal por ello ahora. Debemos preparar una guerra. 

   —¡Eso es! —Él le dio otra calada al cigarrillo y el humo bailó sobre mi mejilla—. Vamos a volver vivos mañana. Volveremos a La Hermandad y les anunciaré el ataque a Cobra, armaremos un ejército y sacaremos a su hermano de ahí. También comeremos manzanas. 

   —Y no olvides visitar a tu amigo —le recordé, y le quité el cigarrillo para fumar otro poco.

Él rió.

   —Estará feliz de vernos —Su cabeza estaba cerca de mi cuello e inevitablemente el olor de su cabello llegó a mi nariz y, posiblemente, la droga fue la que me hizo sentirlo más intensamente, no como un simple aroma, si no como un perfume que embriagó todos mis sentidos. Se movió un poco y sentí su respiración que golpeó sobre mi mejilla. Me estaba buscando—. Podremos hacer tantas cosas juntos… —susurró, sobre mi oído—. Acabaremos con Cobra, acabaremos con Scorpion. Acabaremos con todos. 

Algo de lo que dijo me revolvió las entrañas y me hizo reaccionar. 

   —¿Qué dijiste? 

   —Acabaremos con todos —repitió él. 

   —No… —giré mi rostro hacia él y le miré fijo—. Deja a Scorpion fuera de esta fiesta.  

   —¿Por qué pareces defenderlo si ya no trabajas con él? 

   —No estoy defendiéndole. Sólo que es demasiado peligroso. 

   —Aaw, ¿intentas protegerme? —se burló, el rastro de ironía en su voz fue casi palpable—. Sabes que podemos cargárnoslo ahora que no estás con él —se acercó un poco más y volteé mi rostro completamente hacia él. Su aliento chocó contra mis labios. 

   —Déjalo…. —lamí sus labios, que estaban demasiado cerca de mi boca, y que eran demasiado encantadores, demasiado tentativos—. Fuera —repetí, antes de besarlo. Steiss me gustaba, no podía negar eso. Pero cada vez que le escuchaba hablar de Scorpion me daban ganas de hacerle callar. Oírle decir su nombre me hería, me insultaba. Haría que se olvidara de él, de la misma forma en la que yo intentaba desesperadamente olvidarlo también. Estiró sus brazos alrededor de mi cuello e intensificó el beso; caliente, húmedo y con rastros de sabor a hierba en él. Dios, él era delicioso. 

Él tenía razón; yo era tan sólo un humano normal, uno que solía mirar por la ventanilla de su auto y hacerse preguntas estúpidas en el pasado. Siempre me pregunté cómo se sentiría el tener alas y volar. Pues ahora estaba flotando, sobre cincuenta metros de altura. Y definitivamente no tenía alas y definitivamente no estaba volando. Pero se le parecía, ¿no?

Notas finales:

*Inserte rostro de It aquí* Todos flotamos aquí abajo, Branwen. Tú también flotarás, tu también flotarás. 

xDDD Ok no. 

El hombre está flotando, pero en el fondo sabe que existe sólo una persona que lo hará volar. 



¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

Abrazos


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