Entre mis sombras
Siempre apareces en las circunstancias más adversas. Nunca estás en los buenos ratos. Eres un pequeño fantasmito que merodea por mi vida con la intención de presentarte ante mí en la más extraña y traviesa ocasión de todas. Siempre vas con ese toque oscuro que te caracteriza, eres todo de color negro excepto esa tez tan pálida…
Eres un misterio, ¿sabes? No tienes nombre. Eres como la novela del Nombre del Viento. Tienes nombre humano, pero no te sienta bien. En el fondo de mi corazón y mi alma yo sé que no puedo nombrarte como es debido, pues tu nombre verdadero se oculta en la naturaleza, libre de presentarse cuando él quiera. Y cuando estoy fatal, siento un latido intenso en mi interior, como si te llamara por tu nombre sin saber cómo lo hace. Acto seguido, ahí estás, apareces, con toda tu oscuridad traviesa, te regocijas entre mis malos sentimientos y los adaptas a ti mismo…
¿Cómo lo haces? Es como una sola conversación contigo y ya todo cambia. Te miro, y sabes lo que pienso, pero yo no sé lo que piensas. Me río, y tú te ríes de esa forma adorable y luego el adorable soy yo porque me quedo encantado pensando en ti aunque te tengo delante. Eres un pozo sin fondo de calma, y casi ni te conozco y ni siquiera sé de qué color tienes los ojos, porque los miro y no pienso en el color, sino en lo que hay más allá.
Recuerdo una vez que te presentaste en mis sueños de forma inesperada. No eras del todo tú. Eras de mi altura, no más bajito, como eres realmente. Y eras rubio. Pero tu mirada era la misma. En aquel momento supe que no me podría desprender nunca de ti. No dijiste nada, solamente me mirabas mientras a mi alrededor pasaban un montón de cosas. Había amigos míos, y no me interesaban. Había hechos que eran dignos de perversión, y me daban igual. Porque estabas sentado delante de mí y nada más me importaba.
Despertarme de ese sueño fue como perder algo en mi interior. Mi corazón me pedía a gritos que me volviera a dormir y me quedara allí contigo pero… ¿por qué? Te tengo en la vida real. Apareces cuando lo necesito y tus conversaciones a medio camino entre filosóficas y absurdas me libran de todos mis demonios y me transportan a la más exuberante naturaleza aun cuando estamos en mi habitación, lejos de cualquier mundo natural.
Escribo todo esto porque pasé mucho tiempo sin sentir que te quería a mi lado de nuevo. Pensaba que no acudirías. Pero mi llamado fue igual de efectivo. Nos encontramos, nos reímos, nos abrazamos, me diste los mimos que necesitaba, los justos y exactos, y cuando fue la hora, simplemente me dijiste adiós y te fuiste. No fue frío ni distante. Para mí fue un “hasta luego”, como si viviéramos juntos.
Ahora no anhelo tu regreso, ni tu cuerpo exuberante como salido de las sombras, ni tu risa… Solamente te echo agradable de menos y pienso en ti mirando al techo como un bobo. No espero que aparezcas ahora, porque me siento bien. Pero prométeme que vendrás si no me siento yo mismo de nuevo.
Prométemelo.