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Amor Sabor Chocolate por Ari-nee

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Notas del fanfic:

Esto es una bazofia según yo, pero algo tenía que subir por el MuraKaga Day.

Adv. ¡DEMASIADO OOC! y bastantes cursílerías. Ya están avisados.

Notas del capitulo:

La verdad es que lo tenía desde hace un par de horas pero, meh, la flojera.

Kuroko no Basket no me pertenece~

Le dedico este fic a mi compañera del MuraKaga Sao-chan, ella es mi hermano de otra madre <3

Kagami siempre había pensado que su relación con Murasakibara era perfecta, color rosa. Todo era tan bello y dulce, como un cuento de hadas; todo eran chocolates y rosas, abrazos y besos, cariños y mimos, y unas caricias que poco a poco prendían la chispa de la lujuria para que sus cuerpos se unieran durante el acto carnal. Todo era amor y pasión.

El pelirrojo había estado enamorado desde hace tiempo. Es cierto que el carácter infantil del jugador de Yosen le molestaba y mucho –además de que le había llamado doble cejas–  así fue las primeras veces, pero se llegó a dar cuenta que era adorable, de que el mayor exigía atención, y no solo regaños como Akashi y Himuro le daban. Murasakibara quería amor, y él se dispuso a dárselo.

Se acercó a él con la intención de jugar baloncesto, pues aunque Atsushi dijera que era aburrido y fastidioso, Kagami sabía que el pelimorado disfrutaba tanto aquel deporte como él, pues si en verdad no le gustara, jamás hubiese entrado en la zona como lo hizo durante la Winter Cup. Aun cuando Murasakibara se negara y tratara de alejarlo, él seguía insistiendo.

Luego, le invitó a su casa, con la excusa de que haría unos cuantos postres que le gustaría que el pelimorado probase. Himuro les acompañó la primera vez, pero luego, dándose cuenta de que su hermano y compañero de equipo ya se llevaban mejor, decidió dejarlos solos mientras se iba a otros lugares que estando con Atsushi no podía, pues siempre solía fastidiarlo para que se apure.

Kagami siguió dándole lo que Murasakibara le pedía. Jugaron baloncesto, le invitó al cine, a comer, incluso a dormir. Su relación de amistad estaba mejorando para ese entonces, el número nueve dejó de llamarlo con apodos referentes a sus cejas, y pasó a decirle su nombre con el sufijo “chin” que tanto le gustaba utilizar. Taiga igual, dejó de burlarle con respecto a su estatura gigante.

Pronto, el pelirrojo se dio cuenta que su corazón latía mucho si se trataba de aquel chico con cabellos púrpura. Pero, también sabía que no era el único que quería la atención de Murasakibara. Luego de que Akashi volviera a estar estable respecto a su personalidad, también acaparaba al de Yosen, dado que el pelimorado había estado enamorado de Seijuuro durante la secundaria.

Él no podía competir contra eso, lo sabía. Sin embargo, se le hacía un poco cruel que el de Rakuzan solo le acaparara porque creía aun tener el antiguo amor de Murasakibara. Fue un día sábado, donde los jugadores de la generación de los milagros se habían reunido en la cancha para jugar, que cuando él estaba llegando, se dio cuenta de algo que ese día le partió el corazón.

Justo cuando estaba entrando, pudo ver cómo es que Akashi y Murasakibara se estaban besando.

Le dolió, claro que sí. Ver al amor de tu vida besándose con otro frente a tus propias narices era algo que le partía el corazón a cualquiera. Dio media vuelta, y volvió por donde venía, ignorando los gritos de todos que le pedían que se quedase a jugar. Solo quería estar en su solitario departamento, llorando como un niño pequeño envuelto en las sábanas, escondido del mundo.

Pasó una semana y Kuroko se dio cuenta de cuán mal estaba. Casi no comía, ya no daba el mismo rendimiento en los entrenamientos, y su sonrisa no había vuelto a aparecer. Todos sus compañeros estaban preocupados, pues ya no era el mismo Kagami que conocían. Se podían ver sus ojeras, y que había bajado un poco de peso. El brillo de sus ojos, ya no se encontraba.

Recibió sin fines de llamadas y mensajes de preocupación de todos los que conocía. Incluso llegó a notar algún mensaje de Midorima, y eso que el peliverde era un Tsundere. Pero nada de eso importaba, la segunda semana, no pudo evitar llamar a su padre para contarle lo ocurrido, llorando mientras le pedía ir a visitarlo a América, y si era posible, regresar a vivir ahí.

El padre de Kagami era alguien que, pese a tener un carácter duro y serio, apreciaba mucho a su único hijo. Si no había ido a vivir con el pelirrojo era porque el trabajo no se lo permitía, porque realmente quería estar con Taiga, preguntarle cómo le va en la escuela, saber de sus amigos, cuidarlo y vigilarlo que no se gastara toda su mesada en tonterías. Quería estar con su muchacho.

Fue por eso que, cuando su bebé le llamó llorando, rogándole porque le dejara ir a américa al menos un mes, no se lo negó. Aun si perdía clases, lo voz quebrada de su hijo le decía que la cosa era enserio, y no pensaba dejar a Taiga sufriendo solo en Japón. Fue por eso que le envió dinero para que se comprase un boleto de avión.

Murasakibara por otra parte, se dio cuenta que ya no amaba a Akashi como anteriormente lo había hecho en la secundaria. Besarlo no fue tan sorprendente como lo imaginó, incluso terminó siendo él mismo quién cortó el precipitante beso que el capitán de Rakuzan le había dado de repente durante aquel sábado. El sábado que Kagami no fue a jugar.

No supo nada de aquel pelirrojo y eso le preocupaba. Himuro se negaba a contarle algo diciendo que no sabía nada, pero conocía demasiado bien al pelinegro como para saber que sí sabía, pero no le quería decir. Intentó llamarlo pero seguía sin respuesta, así que se decidió que la siguiente semana iría a Tokio para ver a Kagami en persona, y preguntarle qué le pasaba.

Lamentablemente no pudo, porque Seijuuro había mandado una limusina por él, y era obligatorio que se subiese a ella. Llegó a Kioto luego de horas de viaje, donde el emperador le esperaba con una sonrisa que le dio escalofríos, él no quería estar ahí, pero más le valía no desobedecer al chico. Luego de una plática que se transformó en pelea, se fue de ahí en tren, para regresar a Akita.

Resultó que Akashi quería formalizar una relación con él, pero Atsushi ya no estaba tan seguro de querer hacer eso. Seijuuro ya no le atraía de la misma forma, porque ahora su mente solo se concentraba en cierto pelirrojo de hermosa sonrisa, de ojos brillantes y actitud amable. Se negó, y entonces el número cuatro explotó en cólera, diciendo que le obligaría a estar con él y amarlo.

Le ignoró todos los gritos, mientras se retiraba de ahí sin hacer caso a nada que saliese de los labios de Akashi.

La siguiente semana, fue por el chico que ocupaba su mente, pero se encontró con que nadie sabía de él después de hace una semana. Fue a su departamento, y el portero del edificio le informó que el pelirrojo había salido de viaje, pero no sabía en dónde. Buscó por todos lados, pero no le encontró, ¿Por qué su dulce de fresa se había ido sin decir nada? No lo entendía.

Fue Tatsuya quien, después de que él le dijera que creía estar enamorado de su hermano, le confesó que Taiga también estaba enamorado de él, pero vio el beso que se había dado con Akashi, y luego de eso Kagami había corrido lejos, pasando una semana fatal. “Decidió que regresaría a américa” fue lo que escuchó, y sintió un nudo en el pecho, cerca de su corazón.

 ¡¿Qué?! ¡Eso no podía ser cierto!

Estaba de peor humor que de costumbre, los entrenamientos no eran igual, las clases le importaban menos que antes, su mente no paraba de asustarlo con pesadillas durante la noche, ¡Ni siquiera sus dulces sabía igual! Ahora todo era insípido, todo pareció dejar de girar en su mundo mientras esperaba que Kagami llegara en cualquier momento.

Himuro –que había notado todo lo que su compañero de equipo estaba sufriendo– decidió avisarle, diciendo que Kagami había vuelto luego de un mes. Los ojos de Murasakibara adquirieron de nuevo brillo, ya que su Kaga-chin había vuelto a Japón. No dudo en ir hasta el aeropuerto, corriendo hasta donde se bajaban los del vuelo de Estados Unidos a Tokio, notando aquella cabellera roja como el fuego enseguida.

Kagami recuerda muy bien ese día. Era un nueve de octubre, donde no había frío, pero si fresco. Se estaba bajando del avión con su maleta, cuando sus ojos rubí observaron como una figura de dos metros con el cabello morado venía corriendo en su dirección. Su corazón latió rápido y se dio cuenta que aun con el mes que había estado lejos, conociendo otros chicos, su amor le seguía perteneciendo únicamente a él.

¡Kaga-chin! – El grito de Murasakibara hizo eco por todo el aeropuerto.

Murasakibara… – Murmuró. Kagami no tuvo tiempo de decir nada más cuando estuvo entre los fuertes brazos de su amor supuestamente platónico.

¡Kaga-chin! ¡¿Por qué te fuiste y no me lo dijiste?! ¡Fue horrible esperar a que llegaras! ¡Ya ni podía comer mis dulces tranquilo por tu culpa! – Reprochó en un berrinche, mientras le abrazaba más fuerte e incluso le elevaba por los aires.

Lo… siento… – Logró pronunciar apenas, que de no ser porque Atsushi le tenía cerca al abrazarlo, no le hubiese oído.

¡Un “lo siento” no me basta! ¡No te permitiré volver a subir a un avión nunca! ¡No quiero que lo hagas! ¡No quiero! ¡No quiero! ¡No quiero! – Volvió a reprochar, pero Kagami cayó en cuenta de un detalle.

Murasakibara… estaba llorando...

Mura… ¿Por qué lloras? – Se atrevió a preguntar, pues le partía al alma ver al mayor con gruesas lágrimas bajando por sus mejillas.

Porque Kaga-chin quería irse lejos de mí – Contestó con la voz quebrada mientras sorbía su nariz. Era tan adorable, como un niño que llora por no obtener lo que quiere – Yo amo mucho a Kaga-chin, y no quiero que se vaya.

¿eh? – El corazón de Kagami latió muy fuerte con esas palabras. Los rubís se cristalizaron mientras su cara adquiría el tono de su cabello – No es cierto, a ti te gusta Akashi – Intentó apartarse de él.

¡No! Ya no quiero a Aka-chin, ahora amo a Kaga-chin – Murasakibara evitó que Kagami se alejase de él, que se soltase de su abrazo. No lo dejaría, casi lo pierde una vez, no lo volvería a hacer.

¿Lo d-dices en s-serio? – Preguntó también llorando. Su llegada a Tokio había sido por demás extraña, nunca se esperó estar haciendo aquella escena en el aeropuerto.

Claro que sí, Kaga-chin es mi dulce favorito – Le dijo el pelimorado mientras chocaba su frente con la del menor. Ambos tenían los ojos bañados en lágrimas, pero una sonrisa sincera en el rostro – ¿Kaga-chin, quieres ser mi novio? – Le preguntó dulcemente.

Sí, ¡Sí quiero! – Taiga no lo pensó dos veces antes de arrojarse hacia los labios de Atsushi. Fue ese día donde se volvieron pareja, donde se juraron amor eterno que seguía perdurando hasta en la actualidad, ya habían durado 3 años.

Luego de todo el drama, Kagami llamó a su padre diciendo que ya no era necesario mudarse a américa, y como el adulto ya sabía que tenía tan deprimido a su hijo cuando fue a verle, la curiosidad no pudo evitar preguntarle al pelirrojo por qué el cambio de decisión. Kagami le explicó todo, y su padre no tuvo más remedio que dejarlo en Japón, claro, con una amenaza para Atsushi.

Su primer mes de noviazgo fue difícil, es decir, vivían realmente lejos, y mantener una relación a distancia no era saludable. Ambos tenían miedo de lo que fuese a pasar con su pareja mientras no estuviesen con ella. Aunque, era agradable verse cada semana, ya sea que el pelimorado fuera a Tokio o el pelirrojo a Akita. Sabían que la espera valía la pena.

Fue en ese mes donde tuvieron un gran problema. Akashi había vuelto debido a su obsesión por su antiguo compañero, dispuesto a llevarse a Murasakibara. Kagami tenía miedo de lo que sea que fuese a pasar, y el mayor no sabía qué hacer, porque el emperador le había amenazado con lastimar a Taiga si no aceptaba ser su novio. Atsushi no quería que su Kaga-chin saliese herido.

Pero, Himuro se enteró de todo. Ya sea por parte de su hermano o de su compañero, se había enterado de la amenaza de Akashi. Él no quería que ninguno de sus amigos saliese herido de forma física o emocional, por lo que decidió que le pondría fin a todo eso. Con su fama de playboy y con su coquetería, intentó enamorar a Seijuuro, y luego de casi dos meses lo logró, haciendo que el capitán de Rakuzan dejase su obsesión y a la pareja en paz.

Igual, aquella cereza absoluta era realmente alguien ardiente. Durante sus coqueteos no pudo evitar enamorarse también, formando una pareja en poco tiempo.

Luego de ese obstáculo, Atsushi y Taiga siguieron con su noviazgo. Kagami sentía todo en color rosa, pues aunque él no era de aquellas personas empalagosas, debía aceptar que su amor era incluso mucho más que perfecto. El de Yosen le recitaba poemas pequeños que inventaba, relacionándolo a él con los dulces, pero de igual forma sus poemas eran bonitos.

¡Kaga-chin! – El grito de Murasakibara se escuchó en todo su departamento, mientras él cocinaba la cena. Su novio se quedaría a dormir con él.

¿Qué pasa, Murasakibara? – Preguntó mientras giraba un poco la cabeza hacia atrás, pues su pareja estaba en la sala, y él en la cocina.

¡Te inventé un poema! – Le expresó su emoción mientras sonreía como niño pequeño. Es que la verdad, Atsushi parecía un niño pequeño, pero con altura de dos metros.

– ¿A sí? – Le preguntó curioso, recibiendo muchos asentimientos del pelimorado.

Sí, escucha – El nueve carraspeó un poco antes de volver a hablar – Si tú fueras chocolate y yo un bombón, juntos haríamos un dulce amor – Le recitó. Kagami sintió sus mejillas calentarse.

Es muy bonito – Le comentó, pues realmente le había gustado – Muchas gracias por el poema, Murasakibara – Se acercó al sillón de la sala y le dio un pequeño beso a su pareja.

Para Kaga-chin lo que sea~ – Le canturreó feliz de haber recibido el beso – ¿Ya casi está la cena, Kaga-chin? – Taiga asintió mientras regresaba a la cocina.

Ya casi, no desesperes – Le dijo.

Su relación era muy perfecta, quizá demasiado. Esto no era normal en un noviazgo y de alguna forma tenía miedo de que algo malo pasara, pero hasta el momento no había pasado nada. Como Atsushi tenía un talento para cocinar postres, él era el encargado de prepararles los más deliciosos pastelillos cuando alguna fecha importante se acercaba. Debía admitir que su pareja era muy bueno en la cocina, salvo por el mínimo detalle de que el mayor solo cocinaba postres.

Pero bueno, lo cierto es que a ambos les gustaba estar así. Kagami se adueñaba de las camisas de Murasakibara, usándolas como pijamas para dormir; también gustaban de dormir abrazados cuando estaban juntos. A veces veían películas en la televisión del pelirrojo, tapados con una manta muy larga, para cubrir ambos cuerpos, mientras devoraban palomitas, refrescos y otras golosinas.

Tal vez el de Yosen no llegase con un ramo de 50 rosas, pero que apareciera frente a la puerta del departamento de Taiga, con una maleta, diciendo que se quedaría con él el fin de semana, era todo lo que Kagami necesitaba. No era muy fácil, pero ambos sabían cómo sobrellevarla bien. Igual, al diez le gustaba que su novio le hiciera compañía. Incluso habían pensado que cuando pasasen a la universidad de Tokio, Murasakibara podría vivir con él en el departamento.

Una de las cosas que incomodaban a Kagami eran los hermanos del número nueve, sus 4 hermanos mayores eran bastante altos, por no mencionar que hasta la única hermana que Atsushi tenía era solo un centímetro más baja que él, por dios, la chica era un completo gigante, justo como su hermano. Lo curioso era que, aunque fuesen los hermanos mayores, pareciera que solo Murasakibara había alcanzado la estatura más alta.

Joder, eso de que el hermano menor crece más que los mayores era completamente verdad. Solo miren a Murasakibara para que se den cuenta.

Eran amigables, menos perezosos que su novio y con menos apetitos en los dulces. Lo que si le incomodaba era que le abrazaran y le mimaran, que le consintieran de más por alguien que no era su pareja. Siempre era lo mismo, llegaba de visita a aquella casa, saludaba y luego ¡PUM! Tenía unos cuatro gigantes que le hablaban al mismo tiempo mientras le acariciaban el cabello y le abrazaban hasta casi dejarlo sin aire. Los “mi lindo cuñadito ha vuelto” no faltaban.

Pero bueno, era la familia de su pareja, por lo que no podía ignorarlos u ofenderlos, sus padres también eran altos, su padre sobre todo, solo media dos centímetros menos que su novio; por otra parte, su madre era un poco más baja, tal vez solo unos cuantos centímetros más alta que Himuro. Eran buenos suegros, y si lo pensaba bien, sus cuñados no estaban tan mal. La familia Murasakibara le había aceptado como pareja de su hijo menor, y esperaban la noticia de un niño lo más pronto posible.

¡¿Pero qué carajo?! ¡Ni siquiera habían cumplido los 18! Cabe aclarar que la cara de estupefacción más su rostro sonrojado de la vergüenza era algo que iba a ocurrir ante esas palabras.

Una última cosa que Kagami pensaba acerca de pareja, era sobre las veces donde hacían el amor, era un tema algo vergonzoso de tocar, pero sabía que esa era otra de las razones por las cuales le encantaba Murasakibara. No le tachen de pervertido, él no se refiere a su paquete, –aunque en parte, el chico la tiene enorme– sino porque el pelimorado era bastante cariñoso con él, un amor de persona. Nunca hacía algo que no quisiera, procuraba ser cuidadoso para que nada le doliera, y siempre preguntaba si podía hacer algo. Siempre era tan tierno, dándole besos y caricias.

Taiga sabía que de alguna forma, su amor con Atsushi era tan dulce como un chocolate, no había tantas complicaciones y sabía que podían contar el uno con el otro. Ambos hacían un solo corazón que latía tranquilamente, al ritmo del empalagoso amor. Kagami podía pensar muchas más cosas de Murasakibara, había demasiadas, pero de ser así, este pequeño escrito sobre sus pensamientos sería demasiado extenso, y por más que escribiera, y escribiera, jamás terminaría, porque siempre encontraba y aprendía algo nuevo de su pareja, que con el tiempo iba comprendiendo y terminaba amando.

Y así seguiría, por todos los días que a ambos les quedasen juntos…

Notas finales:

Si leyeron hasta aquí los felicito, pudieron terminar esta deshonra de fic sin tener cáncer visual(?)


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