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Juguetes sexuales. por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

Porque el porno de la guerra civil es divertido. Esta historia es basicamente un largo recuento de perversiones sexuales, la mayoria con abuso (violacion, non con) porque, vamos, es un relato de prisioneros de guerra en manos de captores que guerreaban por el esclavismo racista, asi, que, ¿que esperaban? Hay que ser congruentes. Tener discernimiento para saber que esto es una obra de arte y no un manifiesto como el del partido comunista. 

Ojala lo disfruten.

Notas del capitulo:

Ultima advertencia: esto va a ser mucho porno y algunas cosas guarras.

Arenosos vayan a molestar a los que se sacan la selfie en Auschwitz.

Lo condujeron a su presencia. Tenía una aparatosa herida en el brazo, estaba sucio, cansado, hambriento, y lo último que querría seria hacerse cargo de los oficiales enemigos capturados. Que se fueran al demonio, de no ser porque entre ellos estaba ella, la nenita castaña de ojos kawais y bigotito falso. El mismo se había encargado de tomarla prisionera (así recibió la herida en el brazo) y aunque estuviera el doble de cansado tendría fuerzas para eso.

Descorchó una botella con los dientes, se dejó caer en la improvisada poltrona y asintió con un gruñido cuando su ordenanza le preguntó si ya podía traer a los prisioneros.

Se veía hermosa a la luz del quinque pardo, sucio, funcional. Realmente, sus ojos no eran tan grandes, pero sus iris sí que lo eran: enormes, castaños, ocupando casi toda la superficie de los ojos, lánguidos, terminados en un piquito caído, tierno, que volvía su rostro totalmente adorable. Las mejillas sedosas y la boquita rosada solo resaltaban la incongruencia del bigotito, lo absurdo de ese vello facial de quita y pon, estaba seguro.

-… ¿Señor?

No había oído una palabra de lo que dijo el ordenanza, pero ni falta que hacía.

-Señores, salud. – levantó la botella en dirección a ellos y bebió un largo trago, sin ofrecerles. Cruzó los pies sobre la mesa, vieja y ennegrecida. – Estamos entre caballeros, así que mientras den su palabra de honor de no escapar, no tendrán que pisar una prisión. Pueden escribir a sus familias para que paguen sus rescates, pues sabemos que su ejército está quedándose sin fondos. Eso es todo.

-¿Todo? – preguntó un viejo capitán.

-Todo – sonrió Fasmember, bajando los pies y echando su imponente torso hacia delante – Perder una batalla debe de ser más agotador que ganarla, y si yo estoy exhausto… El correo de mañana podrá llevar sus cartas.

-Señor, disculpe.

-¿Qué? – replicó de mal modo.

-Ese oficial está al mando de negros.

Alzo las cejas, admirando. Doncellas disfrazadas al mando de esclavos fugados: las excentricidades del ejército de la unión no tenían fin.

-¿Esta seguro?

-Coronel Robert Gould Shaw, oficial al mando del 54 de Massachusetts. – dijo la nenita con voz clara, la naricilla bien en alto y dando un paso al frente.

Sus compañeros se miraban con nerviosismo y él la estudio, apreciando su valor y sus buenas formas.

-Sepárenlo.

-¡No ira a hacer cumplir esa bárbara proclama!

-¡No se atreverá, con un oficial!

-¡Hijo único!

Ahogó las protestas con un restelleo de la fusta sobre su propio muslo.

-Caballeros, la ley es la ley. Retírense.

Más protestas. El ordenanza llamó a más soldados para que le ayudaran a sacar a los oficiales capturados. La nenita permanecía de pie, impasible. Caminó alrededor de ella, estudiándola con atención: solo un más pronunciado, aunque no más rápido, subir y bajar de su pecho traicionaba su gesto sereno.

-El famoso coronel Shaw. Me lo imaginaba más…

-Señor, ¿preparo el pelotón de fusilamiento?

El pelotón era el, pelotudo mejor dicho.

-¿Quién le ha dado permiso de entrar a mis habitaciones sin permiso?

-Lo siento, señor. Yo, creí que…

-El prisionero permanecerá bajo mi custodia.

-Pero señor, la proclama dice…

-Conozco perfectamente lo que dice la proclama. “Todo oficial blanco al mando de tropas negras será acusado de traición sediciosa y ejecutado”, pero no dice cuándo, ni como, eso lo decido yo, y decido que se quedara conmigo mientras lo decido. Puede retirarse.

-Por supuesto, señor.

Desconcertado, hizo una reverencia y salió. Desconcertado también estaba el coronel Shaw.

-Tome asiento, coronel. Jamás pensaría en cumplir una orden tan barbárica, y menos contra una dama.

La nenita parpadeó en un gesto desconcertado, adorable.

-Vamos, coronel, ¿cree que no sé que hemos ganado una batalla pírrica? – volvió a llevar los labios a la botella, estudiándolo - ¿Qué no sé qué es usted?

-Lo siento, coronel, yo no comprendo…

-Vamos – en un movimiento rápido, efectivo, se había puesto cara a cara con él, casi rozándolo con su nariz. Robert se echó atrás instintivamente -, ¿a quién cree que engaña con ese bigotito? ¿Con esa barbita ridícula?

La nenita paro la trompita ofendida, encantadora.

-Coronel, nada le autoriza…

Que fuera muy apuesto no lo autorizaba a nada. Burlarse de su apariencia era infantil, pero más aun lo seria quejarse por ello.

Fasmember seguía invadiendo su espacio personal, admirándolo, haciéndolo sentir incómodo. Lo peor era su sonrisa.

-¿Nadie le ha dicho que es demasiado hermosa para vestir uniforme? Aunque no digo que no sea excitante, sobre todo por los pantalones…

Estaba mirando por encima de su hombro hacia su trasero. Robert se cubrió la cara con las manos, avergonzado. Lo tomaban por una chica, creían que era una chica.

-… además, es peligroso.

La palabra sonaba a peligro, la manera como era dicha justo detrás de su oído. Sus manos se posaron sobre sus caderas y él se dio la vuelta, hechandose un paso atrás.

Era un hombre alto, apuesto, fuerte; la línea de su mandíbula era tan cuadrada, tan dura. Todo lo que querría para sí pero nunca tendría. Sus ojos eran claros, de un gris verdoso, militar, que combinaba con el de su uniforme desgastado.

Fasmember veía el deseo en los ojos de la nena, y eso le daba todo el vigor que necesitaba.

¿Era una aventurera o una idealista? ¿De verdad era la hija de aquellos industriales de Boston?

Le rodeó la espalda y la acercó a él por la cintura, sin que hiciera nada. Su ingenuidad al recibir el beso lo convenció de que era una chica decente.

Robert no podía creer lo que estaba pasando. Ese coronel creía que era una chica y lo estaba besando. Estaba en shock, y cada beso lo dejaba más… impresionado, avergonzado. ¿Qué iba a pensar de él cuándo descubriera que era hombre? ¿Qué iba a pensar Forbes? ¿Por qué no lo paraba?

Reculó atrás, sacudiendo la cabeza, separándose.

-Coronel, yo…

Estaba tan avergonzado, no debería estar explicando eso.

-… yo soy varón.

¿Qué no tenía ojos para verlo?, quería preguntarle, pero no hallaba una manera educada de decírselo.

Fasmember seguía sonriendo.

-Preciosa, con eso engaño a quienes querían ser engañados…

Debía verse hermosa con un amplio vestido rosado, o del color que fuese, con colorete y adornos en el cabello.

-… pero yo quiero la verdad.

Adelantó la mano pero ella se alejó, viéndolo arriba, a los ojos, con aprensión.

-Esa es la verdad… soy tan hombre como usted… y aunque no lo fuera, su comportamiento no es digno de un caballero…

Cada que se le acercaba titubeaba, caminaba atrás, hasta que hubo pared que le impidió seguir alejándose. Fasmember estaba fascinado con el terror de sus ojos, su deseo, su hermosura. Cuando iba a ponerle las manos encima los cerro, encogiéndose y lanzándole un puñetazo que desvió con delicadeza, cogiéndole la muñeca.

Le besó la mano y luego llevo su mano libre a su carita, que ocultó creyendo que le pegaría, lo que lo hirió. Cogió un extremo del bigotito y tiro de él. Nada. Un chillidito. Nada.

Se acercó a verlo: parecía real. Le tocó el pecho y no reaccionó como mujer, gritando y apartándole las manos, sino que se curvó, como pretendiendo hundirse en la pared.

-¡No! ¿Qué hace?

Le abrió la chaqueta a pesar de sus protestas y sumió la cálida tela de la camisa, sobando su pechito absolutamente plano. Había chicas destetadas, pero eso era una ausencia total, o casi. Le abrió la camisa; no llevaba vendas, solo una camisa interior de hombre. La desfajó, metió las manos dentro. Nada.

Robert sintió que se tranquilizaba al ver la cara de total desconcierto, de sorpresa del coronel confederado. Se había dejado hacer, creyendo que lo dejaría en paz al confirmar que era varón. Para su sorpresa, la ausencia de pechos no bastó a Fasmember, que llevó la mano a su entrepierna y agarró sus partes privadas, con lo que sí gritó y lo empujó.

Se quedó cerca, apretándose contra la pared, agitado, mirándolo como un pequeño animal a su cazador.

Fasmember no lo podía creer. El bigotito era de verdad, era un chico. Una delicia con cosita entre las piernas.

-Vaya vaya… conque chico de verdad. – su mano subía de nuevo por debajo de la camisa interior, palpando su pecho planito, rozando con su pulgar un pezoncito caliente.

Sonrió. El coronel confederado sonrió y eso le dio más miedo que cualquier cosa vivida antes. Una sensación de peligro, un calor que lo sofocaba.

Fasmember friccionó el pezoncito entre su pulgar y su índice. Que fuera un chico lo hacía más fácil, en realidad: una belleza como de chica, pero sin que fuera una chica… un mundo de posibilidades se le abría, de actos inmorales a los que jamás podría someter a una dama, pero que deseaba desde la base de su pene.

Tenía que conseguirle un vestido, pero de momento… Volvió a besar su boquita, creyó que cooperaria, pero en cuanto reaccionó lo hizo para negarse.

-Coronel, su comportamiento es totalmente inapropiado. – lo enfrentó con una ingenuidad candorosa.

Le recorrió la carita con el dedo, sin responder una palabra. Lo acercó a sus labios, lo pasó por encima, separándolos.

Volvió a negarse.

-Coronel, es un cadáver que camina por mi voluntad. Si fuera usted procuraría complacerme.

-Prefiero la muerte a la deshonra.

Conque era de esas, suspiro. Bueno, peor para él. A él de hecho le gustaba. De cualquier modo le gustaba.

Lo aferró con fuerza de los cabellos para besarlo, el extraño cosquilleo del bigotito contra su piel afeitada. Profanó su boca con su lengua, sometiéndola sin problemas, sujetándolo tanto por la cintura que casi lo alzaba, pegándolo a él. La zorrita manoteaba, se retorcía, estimulaba su erección.

Robert procuraba soltarse, escapar. Era verdad lo que había dicho, no sabía cómo había podido soportar tanta bajeza haciendo lo que hacía con Forbes, pero que este coronel confederado pretendiera tomarlo, solo por lujuria… Prefería la muerte. Intentó coger el arma que había visto escondía en sus pantalones, pero cuando la tomó, un grito de asombro intentó escapar de sus labios.

Fasmember se relamió, separándolos, excitado y sorprendido. Robert también estaba sorprendido, y lo miraba con unos ojotes: aquella arma era su arma, con la que pretendía ultrajarlo; era tan grande, tan dura, tan caliente que una oleada de calor acompañó a la de miedo.

-¿Te gusta? – preguntó satisfecho de si mismo, arrimándosela.

-Jamás, ¡no!

Volvió a besarlo, entusiasmado.

-Cuando la tengas en el culo no opinaras igual.

¡En el culo! ¡Eso en su culo! Se moriría, sospechaba que literalmente. Se defendió, con uñas y dientes, sin que su resistencia lograra más que excitar a Fasmember mientras lo desvestía. Lamió la sangre que le había sacado con su mordida en el labio y le dio un cabezazo.

No muy duro, pues a fines prácticos era una chica. Solo lo necesario para aturdirlo un poco y cargarlo a la cama; vieja, elegante, adoselada, pero que había sufrido un par de ataques de artillería. Lo hecho en ella, manteniéndolo bajo el, ingeniándoselas para besuquearlo en el manoseo mientras se quitaba la ropa.

Pálida que era, pequeña, deliciosa. La ausencia de pechitos se suplía con creces con aquellas blondas, sonrosadas redondeces que acompañaban a su pollita. No creyó que le gustaría tanto, pero la acarició con entusiasmo.

Sus manos toscas apretujaban su virilidad, irritándosela, haciéndosela crecer. Estaba tan mortificado, más que cuando se corría sin necesidad de que Forbes se la agarrara. Forbes, ¿Qué habría sido de él? Muerto, seguramente, pues no estaba entre los oficiales capturados. Su querido, muerto, lo hacía llorar de pena, pero al menos no estaba sufriendo el horrible castigo que él, castigo por sus culpas.

La nena lloraba y eso le resultaba excitante. Como caballero, jamás toleraría el llanto femenino, pero como lo que era en esos momentos… La nena no nena lloraba, mientras le acariciaba la ereccioncita, comiéndoselo con los ojos. Frotó la polla contra su muslo, llenito solo hasta arriba, que daban ganas de mordérselo, chupárselo, abrírselo.

Era un bocadito delicioso, le tenía tantas ganas. Chupeteó su cuello, su pechito, mientras le acariciaba los muslos, sosteniéndoselos. Sus durezas se encontraron y la nenita abrió mucho sus ojazos castaños al sentir toda su longitud. Probablemente le llegara hasta el centro de su cuerpo, probablemente lo lastimara, pero podía hacerlo.

Después de todo, era hombre.

Sabía que era necesaria la lubricación por sus experiencias previas, por lo que lo golpeó, para aturdirlo, regresando a la cama con el aceite a penas a tiempo para cogerlo por un tobillo en su huida, jalándolo, volviéndolo a aprisionar entre sus brazos, lado a lado, sus labios rozando su hombro, desde atrás.

Robert sentía miedo, exaltación. Jamás olvidaría la respiración del hombre, el contacto de su nariz, de sus dedos. Chilló y se quedó privado al sentir uno entrar ahí; grande, huesudo, indeseado.

No era capaz siquiera de defenderse, menos de defender a sus hombres, a su país. Dolió cuando el segundo dedo entró: muy pronto, muy rápido, muy violento. Se abrían dentro de él lastimándolo, haciéndolo sentir muy mojado, abierto, como si ya… Tan avergonzado de conocer la sensación como de que se lo hicieran ahora. Cuando lo penetró gritó tan fuerte que le tapó la boca, fuerte, brutal, asfixiándolo. Sacándole lágrimas de dolor con cada pulgada de ese miembro que no terminaba de entrar.

Por un momento, Fasmember dudo de poder metérsela toda: la sentía estrechamente apretada por doquier, no parecía que fuera a caberle la última pulgada; era tan bajita, tan pequeña. Tan deliciosa que empujó con fuerza y entró hasta las bolas, arrancándole lágrimas y ahogados gritos.

Que le dolía era evidente: su cuerpo temblaba, su interior lo apretaba a espasmos. Ver esos hermosos ojos bañados en lágrimas, esa carita contraída por el dolor, lo hacía sentir ganas de metérsela tan duro como pudiera, aferrándolo, poseyéndolo, sacando de él todo el placer que pudiera, sin importarle.

Pero no podía moverse tan rápido como quería, por lo que volteó contra la cama, montándose sobre él y embistiéndolo brutalmente, sabiendo que le hacía daño y gozándolo, lamentando, casi, que de su boca solo salieran exclamaciones ahogadas, involuntarias, cuando más lo lastimaba.

Era tanto el morbo que se salió de él, sólo para contemplar su culito abierto, enrojecido. Su polla ensangrentada, palpitante; los caminitos de sangre que corrían por el interior de sus nalgas, hacia sus bolas, más cargados hacia un muslo.

Robert jadeaba en silencio: había terminado, ese hombre había tenido piedad de él y el dolor cedía paso a la humillante sensación de aire frio en su culito abierto. Intentó incorporarse, pero no pudo. El coronel tomó sus caderas y terminó de ponerlo de rodillas, al menos la parte inferior de su cuerpo. Luego lo lamió.

Estaba tan avergonzado, tanto, que no podía hacer otra cosa que enterrar el rostro en las almohadas. Era tan vergonzozo, tan horrible, sentir sus dedos ahí, su lengua ahí, donde todavía escocia, lastimaba. Gimió al sentir entrar tres, y la lengua rodeando el agujerito. Más aceite, viscoso, escurriendo por sus bolas, masajeadas. Un apretón y más adelante, a su miembro, frotado de esa manera tosca hasta que volvió a hincharse, para mayor vergüenza suya.

Fasmember se masturbaba, lamiéndolo; su delicado, lastimado agujerito. Parecía una virgen a la que acabara de desflorar, estuviera desflorando, y esas bolitas rosas, acomodadas de cierta manera, parecían su vulva. Lamió en medio de ellas, imaginando que se abrían, que palpaba entre ellas el botoncito caliente y duro que escurría su elixir, pero se encontraba con redondeces a ambos lados, tensas, perfumadas, con un delicado aroma que no era de mujer.

Acarició su polla, lamiendo entre sus bolitas y su ano, sus bolitas, su ano, ya completamente cerradito al tamaño de sus dedos, dos, que entraban y salían manteniendo la dosis justa de gemidos de dolor.

Le dio la vuelta: quería ver su cara, quería verlo sufrir mientras lo violaba, deliciosa palabra suyo significado saboreaba en un platillo tan exquisito. El terror en sus ojos cuando comprendió que volvería a entrar, en el momento justo de sentir su polla patinando sobre su culito, la sangre cuajándose, el jugueteo de penetro o no penetro, patinando y empujando sin decisión, solo para atormentarlo más.

Y su grito, su exquisito grito cuando lo penetró de golpe, hasta el fondo, hasta que sus bolas golpearon con el interior de sus nalgas; todo su cuerpecito sacudiéndose por la fuerza de sus embates, sus caderas martilleando, pegando una y otra vez con sus nalgas suavecitas, sus sollozos, que se tapara la cara con las manos.

Le retiró las manos y se las puso sobre la cama, acariciando sus mejillas, deleitándose en sus lágrimas, en el reproche de sus ojos. Lamió sobre su mejilla, probando lo saladito, yendo a su pezón, dulce, durito, mordisqueable. Era tan delicioso, pero tan delicioso ese turrito, que lo conservaría con el hasta el final de la guerra.

El confederado pujaba, gruñía lastimándolo tanto que ya ni siquiera dolía, comenzaba a no doler. Esa arma desproporcionada amenazaba con partirlo en dos a cada estocada, no sabía como podía seguir resistiendo en una pieza, pero lo hacía, hipando. Se había exforzado en no llorar, en dejar de llorar, y ya casi lo lograba. Ya no se veía tan guapo, haciendo esas caras sobre él, malvado.

Volvió a sentir que las lágrimas le afloraban a los ojos al sentir esos chorros viscosos en su interior, tan calientes, tan abundantes. Tan adentro, que era lo más vergonzozo de todo. Sintió ganas de morirse al escuchar el ruidito obsceno con que Fasmember se retiró, el frío, la ausencia. Era tan humillante estar así de abierto, mojado, usado. Quería controlar el llanto pero parecía que el confederado quisiera provocárselo, con su falsa ternura, con sus atenciones indeseadas.

-¡No! Déjeme… - protestó al verse agarrado por delante, de nuevo esos toscos apretones, casi dolorosos.

Pero Fasmember hizo oídos sordos, jugando con el juguetito que la nenita tenia ahí de adorno, dudando ahora de que lo hubiera usado alguna vez con una chica.

Era pequeñito pero bien proporcionado, sonrosadito, intensamente rosa en la punta, que masajeaba con un pulgar. Apoyó la mejilla sobre su pancita de turra; redondeada, suave, sin más vellos que una delicada pelusilla en su pubis. La aplanó, acercó su boca, engulló con facilidad toda la pollita, chupándola, acariciándola con su lengua.

Robert estaba congelado sobre la cama, mirando al techo: eso era placentero, a su pesar. Rudo, pero placentero. Gimió y se encogió, sumiendo las nalgas en la cama, cuando el coronel lo chupó muy recio.

Fasmember dejo de hacerlo, recorriendo a lametazitos esa redondeada pancita, hasta su ombligo, sobándola luego. Apoyó la cabeza en una mano, contemplándolo: esa carita traumatizada que lo ignoraba, sus pezoncitos rosados, su pollita rosada, aun dura. La tomó como al descuido, acariciándola lentamente, suavemente, como si perteneciera a una chica. No mudó el gesto, pero de nuevo su pechito subió y bajo más pronunciadamente. Más rápidamente.

Le sobaba el frente de la punta, la hendidura, y era tan intenso que apenas podía mantener la calma. Apretó los labios, tenso los muslos. Se avergonzó de que sus fluidos corrieran, facilitándolo todo. Fasmember lamió y él se tapó la boca con las manos, conteniendo los grititos, los gemidos, ahora de gozo. ¿Cómo podía ser tan zorra? Ese hombre lo había ultrajado, seguía ultrajándolo, y el derritiéndose.

La nenita soltaba su dulzura y él lo lamía como si fuera un caramelo, exactamente así, gozando de jugar con un pequeño miembro que no representaba ningún peligro. Sintió la tentación de tocarlo atrás, pero se limitó a tocar sus muslos; quería que lo gozara. Sus ruiditos contenidos eran tan diferentes a los de dolor, lo veía retorcerse, de placer, y se juró que lo tendría así por los embates de su polla.

Succionó su pollita, sin parar, jalando y jalando con sus mejillas, cada vez más rápido. La nenita chillaba, casi histérica, le empujaba la cabeza, para alejarla, pero él se quedó ahí y sintió la boca llena de un sabor dulce, viscosito.

Separó los labios, tragó, viendo el brillante, rosado miembro del que había salido, todavía duro. Lo lamió, y la nena lo empujó con más fuerza, haciéndose bolita hacia el otro lado, mostrándole sus blancas, carnosas nalgas. Nada más tocárselas brincó, dándole el frente de nuevo, mirándolo con terror.

¿¡Otra vez?!, preguntaba Robert, sin creer tanta depravación, asustándose al ver las portentosas dimensiones de esa erección, todavía manchada por su sangre.

Fasmember siguió su mirada y la movió, orgulloso. Tenía la polla más grande del mundo y la sabia usar. Se la arrimó, él se echó atrás. Se masturbó frente a él, con impudor, para lucírsela. Robert se la veía con los ojos como platos, inconsciente de que se le antojaba, pero no así.

-Ven. – lo llamó, sobándosela con cadencia.

-No. – replicó asustado.

-Ven. – lo jaló, sin que pudiera resistirse. – Tócala.

-No. – lo miraba desde su regazo, hacia arriba, totalmente asustado.

Le cogió la mano y lo obligó a tocarla. Se resistía, pero podía dominarlo, y sin usar violencia. Los ojos se le humedecieron, aflojó la muñeca y se dejó guiar. Su manita era pequeña, delicada, suave. Le encantaría verla moviéndose sobre su propia pollita, al ritmo delicado, de niña, que le debía gustar. Pero sentirla, verla, sobre su propia polla, era muy bueno también. Le besuqueó la mejilla, el cuellito, sin perder detalle de lo que pasaba abajo.

Se estimuló lentamente, dejándose gozar de ello, pero cuando necesitó algo más que caricias se dirigió a la orejita de la nena.

-Mételo en tu boca.

-¡No!

Lo miró. Parecía a punto del llanto, sin que le hiciera más que pedírselo.

-Si no lo metes en tu boca, lo meteré en tu culo.

La nenita chilló. Le soltó la mano, siguió besuqueándola, acariciándola suave, pero insistentemente. Lo empujó para acostarlo, se resistió.

-No, por favor.

Lloraba con sus hermosos, tiernos ojazos.

-Tú decides: por la boca o por el culo, pero por un lado lo tomarás.

Su colita le dolía, tenía miedo. ¿Por qué ese hombre era tan malo? Sus miradas de súplica solo obtenían indiferencia, volvió a empujarlo, tomó voluntariamente su erección en la mano, rogando que con eso bastara. Tardaba tanto tiempo en recorrerla, de arriba abajo. Era enorme.

-Tu boquita. – insistió, acariciándole los labios.

Se inclinó sobre él, empinando su adolorida colita. Fasmember no podía creer la innata sensualidad de esa turra, adorable, hermosa, deseable. Le hizo el amor con los ojos a sus caderitas bamboleantes, momentáneamente distraídos de la lenguita que lo acariciaba tímidamente.

Su  naricita, su bigotito. Era una niña disfrazada la que estaba haciéndole una mamada. Se estiró para alcanzar su capa azul, de rebelde, y se la puso sobre los hombros. Se veía tan bien que tuvo que ponerle también la gorra. Excitante, completamente excitante, dándole lamiditas que lo provocaban, chupaditas que más parecían besos, con las insignias de su rango y sus carnosas nalgas a la vista.

Se imaginó en el campo de batalla, recibiendo una mamada ahí, aislado de la realidad, solo él y esa hermosura, sin nada a la vista que desmintiera el sexo insinuado por su belleza perfecta.

Le acarició los cabellos, le ladeó el rostro; a un lado, a otro, admirándola. Obligando a meterse parte en la boca. La nena estaba reacia, o, más probablemente, no sabía cómo mamarla. La gorra se cayó, con lo que la cascada de abundante y brilloso, pero corto cabello  lució. Lo cogió por los cabellos con un poco de violencia, para que viera quien mandaba, y se la metió en la boca, lo más que pudo.

La nenita tosió, jadeó: disfrutó de verla descompuesta, despatarradita, solo en capa, antes de volverla a tomar de los cabellos para follarle la boca, esta vez mas rato, hasta que las lágrimas corrieron por su rostro enrojecido, congestionado. Esta vez al soltarla jaló aire, lloró, se limpió el mentón con el dorso de la mano. La cogió para poseer su boca una tercera vez, notándola más dócil, abriendo la boca cuanto podía. La gozo así unos momentos y luego la tiró, alzándole las piernas.

Robert contempló, aterrado, como ese hombre se volvía a ungir el miembro.

-No, por favor, usted prometió…

-Y lo cumplí; decidiste tomarla por tu boquita, pero ahora yo decido que quiero tu culo de nuevo.

Su cara era perversa, malvada, le hacía temblar las rodillas. Estaba frotándole los muslos, recio, rodeándoselos. Incluso sus caricias eran tan invasivas, tan… dominantes. Gritó al sentirlo apretar sus nalgas.

-Tu apretado culito… - le sobaba las generosas nalgas – sabroso como no te imaginas, casi virgen…

Fasmember parecía hablar más para sí mismo. Le daba miedo; parecía un poco loco, intuía que podía hacerle daño, mucho más daño. Sus dedos entraron, haciéndoselo. La mano que apretujaba, jalaba, también contribuía al dolor.

-No, por favor…

Calló sus súplicas. De nada servirían: ese hombre lo devoraba, se lo comía, estaba a punto de ensartarlo de nuevo. Y cuando lo hizo dolió más que la primera vez: lo escocía tanto, lo abría tanto que volvía a sangrar, agrandaba sus heridas internas, moviéndose sobre el como una bestia, en lo que él solo trataba de soportar el dolor con dignidad.

Se sentía como si lo estuvieran desvirgando de nuevo, y ciertamente, de haber sido su novia, la habría hecho sangrar mucho en su noche de bodas. La montaba fascinado, tan pequeña, y aun así capaz de recibirlo todo, de hacerlo sentir así. En verdad que el cuerpo humano era un prodigio, particularmente ese cuerpecito; delicioso, deseable, de formas suaves, con potencial para curvarse: algo más de comida y unos pechitos de nada aparecerían, unos muslitos más gordos.

Apretaba los labios, los puños, pero ya no intentaba oponerse. Nena lista. Confiaba en que flojita, y cooperando, llegara a gozarlo. Era un crimen que no gozara de su pequeño cuerpecito. De momento, le excitaba su actitud de sacrificio, como de inglesa reprimida, pero la quería gozando, aullando y jadeando como las rameras que más bien debían pagarle a él.

Se sentía tan diferente a Forbes; con Forbes era dulce, suave, placentero. Con este hombre era rápido, violento, doloroso. Lo hacía sentirse más lleno, y eso, descubrió con horror, le gustaba. Se sentía tan lleno como si cada vez que se lo metía por completo lo fuera a reventar. Sentía que cada estocada seria la que lo abriría en dos, por completo, y quedaría ahí muerto.

Dolía, ardía, y no le gustaba su olor: demasiado intenso, demasiado sucio. Justo cuando sentía que el dolor menguaba el hombre se movía más rápido, más violento, y volvía a doler. Le aferraba los muslos, lo obligaba a alzarlos en posturas antinaturales, tanto tiempo, que su cadera dolía ya también, su baja espalda, sus muslos, su piel ahí donde sus dedos se quedaban marcados.

Cuando lo alzó para abrazarlo, pegándolo a su pecho mientras lo embestía con lo que prácticamente eran brincos sobre la cama se sintió muy mal; no solo la sensación, el dolor, era peor así, su miembro más grande; si no que no le gustaba su cercanía. Esa falsa intimidad, obligada. Lamió sus lágrimas, lo obligó a besarlo, a que abriera la boca, haciéndole daño en las mejillas. Violó su boca como violaba su colita, y al final lo golpeó.

¿Quién se creía esa zorra? Mirándolo con desprecio. La tiró de una bofetada en la cama, le cogió los muslos, abiertos, y lo alzó sin ningún problema para empalarlo. Así, sus nalgas se veían más abundantes, su cinturita más estrecha, su espaldita más linda. Su cabello, inusualmente corto lo destanteaba, hasta que fantaseó con que se lo había cortado. Se la acabó, escuchando sus quejaditos, ahogados contra las mantas, y cuando sintió que se corría se salió de él, soltándolo, masturbándose para acabar, rociándole todas las nalgas, bañándolo con su semen.

Robert no podía creer lo que le había hecho: tan vergonzozo, tan humillante. Y cuando lo sobó, embarrándole el semen viscoso, frío, intento voltearse, oponerse, pero él lo nalgueó. Lo nalgueó una y otra vez, excitado, disfrutándolo. Como si no le hubiera hecho bastante daño en las posaderas, se las dejó ardiendo también por fuera.

Era una pesadilla y Robert sólo quería que terminara: piel ardiente por dentro y por fuera, desagrado, subyección, abuso. Había hecho de él lo que quiso y no paraba. ¿Cuánta humillación, cuanta vergüenza más podría hacerle pasar?

La zorrita era deliciosa, pero él estaba agotado. Dos intensos orgasmos, dos veces de acabarse ese maravilloso culito habían terminado de rendirlo luego de semejante día.

No estaba convencida de quedarse, no había gozado aún, así que, para que no se escapara, la encadenó a una pesada bola que estaba seguro no podría mover, cuando él la había subido con exfuerzo a la cama. La dejo sucia, adrede, para que se sintiera impregnada de él, y tras una última caricia a su vientre terso se acomodó para su lado a dormirse.

 

 

Continuará...

Notas finales:

Cualquier duda o comentario no duden en enviarmelo. Esta obra esta terminada, asi que si no me da pereza la subire cada viernes hasta acabarla. Y si quince hojas de porno de jalon no fueron suficiente para ustedes, les dejo este otro relato mio que trata de lo mismo:

 http://www.amor-yaoi.com/viewstory.php?sid=98389&warning=5

Kiitos!


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