Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Te conozco por VanniaDel

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Tom llevaba un mes entero pensando, habían cosas que aun no entendía y por lo tanto, sentí impotencia

Te Conozco

 

Tom llevaba un mes entero pensando, había cosas que aun no entendía y por lo tanto, sentía impotencia.

Estuvo por volverse loco intentando poner en orden sus recuerdos, y no fue hasta que en una vieja agenda de trabajo empezó a escribir detalles de su contemporánea relación, que pudo estar un poco más estable emocionalmente.

La idea le había surgido de una de las tantas películas que había visto con su actual pareja, o tal vez antigua… aun no estaba muy claro respecto a eso.

¡Y pensar que el alguna vez encontró de lo más idiota al personaje que encarnaba Joseph Gordon Levitt en “500 días con ella”!, ahora tenía ganas de darse contra la pared por haber tenido aquellos pensamientos. …l estaba haciendo lo mismo, solo que no se puso a describir, acotar, rememorar todos los días de esos cuatro años y  medio de relación que llevaba con Bill. Le tomaría una eternidad y precisamente tiempo era lo que menos tenía.

 

Entre la confusión, el remordimiento y el miedo de haber sido el culpable de arruinar una relación tan bonita y acogedora como la que habían mantenido, le partía el alma.

Ya no sentía esa cálida sensación de estar en su hogar. El departamento se le hacía vacío, frío y aterrador por las noches. Era una de esas cosas por las cuales buscaba soluciones y esperaba encontrarlas cuanto antes por su bien, el de Bill y el de su amor.

 

Se sentó de golpe  en el sofá que alguna vez consideró cómodo y que ahora se le antojaba un conjunto de rocas selladas y envueltas en tela. Vio de reojo la agenda y sosteniendo su cabeza entre sus manos, afirmado en las rodillas, soltó un exasperado suspiro. Odiaba el no entender que carajos pasaba. Releyó sus últimas frases y el pánico le invadió de un instante a otro.

• Llegadas tarde a casa por causa de trabajo.

• Distancia y falta de conversación.

• Salidas esporádicas sin aviso por parte de Bill.

• Días enteros sin vernos. (Dos semanas ‘antes de’ con frecuencia)

 

Todo estaba tan claro que sus ojos empezaron a picar y enseguida la humedad que tenía le impidió seguir leyendo correctamente. No podía ser cierto. La idea de Bill teniendo un amante no le entraba en la cabeza, pero todo apuntaba a que fuera la opción con mayores posibilidades. La verdad era que si entraba aquella hipótesis en su cabeza… pero no en su corazón.

Tal como había acotado ya casi ni se hablaban y cuando lo hacían era solo para criticar algo del otro. Ahí estaba el problema: no era que se decían, sino como lo decían. La mayoría de las veces era el de rastas el que iniciaba la discusión y no precisamente para hostigar a Tom, él quería algo de atención, cosa que el mayor no entendía. Por consiguiente sus pensamientos respecto  a la traición se reafirmaban al encajar esa pieza del puzzle con que Bill saliera de casa sin retorno ni aviso alguno. Todo coincidía: Bill empezaba las discusiones para irse disgustado y así no sentirse culpable al momento de la infidelidad.

Esa historia que Tom tenía en su cabeza era tan palpable y dramática que hasta podría ponerla en rodajes cinematográficos y ganar un Globo de Oro o un Oscar sin mucho esfuerzo.

La paranoia le puso aterido el cerebro por un instante y su trance pareció llegar a su fin. Volvió a suspirar, no sabía cuantas veces lo había hecho esa tarde, pero si sabía que le hacia sentir más ligero.

Cogió la agenda en una mano y con la otra el vaso de whisky, que estaba a la mitad. Sintió escocer la garganta y las ganas de gritar eran casi insoportables. Con rencor  arrancó una hoja dejando los objetos que antes sostenía en sus manos, en la mesilla de centro y con un lápiz trazó una línea a la mitad del papel. Si él no era feliz, entonces Bill tampoco lo sería. Estaba seguro de eso. Bill no podía encontrarse acogido tan pronto con su amante, porque nadie lo conocía tan bien como él. Nadie.

Eso fue suficiente para hacerle sentir una especie de placer en su estómago y pecho.

En la primera mitad de la hoja escribió cerca de cincuenta defectos que Bill tenía, mientras que en el otro, una cantidad similar se contrastaba con sus virtudes.

Comparó la tabla que había creado y se sintió orgulloso. No por nada Tom Kaulitz estaba enamorado de Bill Trümper. Había descrito ciento treinta y dos adjetivos que el menor tenía, todo un record personal.

Tomando entremedio sorbos de, ahora ron, algunas frases sueltas y algo desarmadas se escribieron con parsimonia en el reverso de la hoja.

 

“Te conozco desde el pelo hasta la punta de los pies”

 

Cada palabra se tornaba tan literal que le hacía recordar cada parte de ese delgado cuerpo, con piel tan tersa y blanquecina donde solo la tinta de sus tatuajes parecía impedirle parecer inmaculada; con esos cabellos negros finos y suaves que eran el contraste. Era toda una hermosura, parecía el pecado mismo, y no es por exagerar pero el no encontrarle algún defecto daba razones suficientes para pensar que no era bueno, que no era real. Algo malo debía haber, no todo podía ser tan perfecto, Tom asimiló que podría ser el pecado en persona.

 

Viajó a sus memorias y se detuvo en ese día en que conoció todo de Bill, respecto al aspecto físico claro. Fue cuando llevaban poco más de cuatro meses saliendo oficialmente cuando hicieron el amor por vez primera.

Empezando por su cabello largo que en sus puntas terminaba con algunos dreadlocks  negros y blancos alternados, su frente que tenía esa ligera curva milimétrica hacia dentro y luego volvía a subir un poquito más para llegar a su nariz, delgada, fina, respingada y muy redondeada en su punta.

Esas cejas voluptuosas  a veces maquilladas que hacían el arco perfecto a esos ojos marrones con el particular brillo de la felicidad. Esos parpados suaves y blanquecinos ocultos por las oscuras sombras, les hacían ver más profusos y agrandados.  Sus delicadas, blandas y sensibles orejas con ese pequeño vello que se erizaba al sentir su respiración cerca. Esas mejillas que por la mañana se presentaban pálidas y tras tomar su café al desayuno se estremecían con un tono rosa suave. Sus labios… el superior delgado y con una suave protuberancia hacia el exterior, el inferior un poco más grueso. Juntos eran la perdición, que al ser besados eran el pasaje de aquellos suaves e incitantes jadeos. Sus dientes: su paleta derecha un poco mas torcida de lo normal, mientras su colmillo izquierdo se notaba, solo desde muy cerca, más afilado que su opuesto. Ese lunar en el mentón que trataba de esconderse pero que se percibía claramente, era una especie de bonus para su sensualidad.

A Tom le fascinaba besarlo tras sus momentos de pasión. Su níveo cuello, sus hombros derechos que caían curvilíneos, los largos bazos que terminaban en delicadas y bien cuidadas manos.  Su pecho cálido y receptor de sus caricias, su ombligo escondido. Su cintura de envidia, sus caderas estrechas y huesudas, su trasero respingón y bien moldeado, sus piernas largas y flexibles.

Sus suaves talones con algunos pliegues y  para terminar los dedos de sus pies, ordenados de mayor a menor comenzando por el pulgar. Definitivamente la frase antecesora no era retórica.

Con un poco más de entusiasmo se dejó llevar por su lado poético y romántico.

 

“Se que roncas por las noches y que duermes de revés”

 

Tom debía reconocer que cuando escuchó a Bill roncar una de las primeras noches que durmieron juntos, se exaltó e incluso pensó que había sido producto de su imaginación. Pero toda duda quedó silenciada por ese ronquido algo estruendoso. No que fueran ronquidos como de gigante, aunque si  algo intimidadores y ‘mata pasiones’. El de trenzas se acordó que había tratado de acomodarlo: con cojines, de un lado, del otro, boca arriba… pero nada, Bill simplemente se reacomodaba y seguía con ese sueño pesado característico de su persona. Tom luego de una semana se había acostumbrado a ese tipo de ruidos nocturnos.

Otro detalle que el sabía a la perfección era la forma en que dormía: “De revés” o sea boca abajo. Le maravillaba ver esa espalda suya completamente desnuda cubierta ligeramente por su cabello. Las vértebras de su columna y llegando a su espalda baja ese espacio medio hundido donde a Tom le gustaba posar su mano. Bajando un poco más y ya se hallaba la sábana cubriendo desde ahí en adelante.

El rostro de Bill siempre quedaba virado hacia la derecha, el lado en el que dormía el mayor, otro punto de vista que le gustaba.  Ese ángulo preciso que tenía para verlo dormir daba el enfoque en su rostro semi enterrado en la almohada, su cuello y algo de esas clavículas marcadas tapadas por el hombro.

 

En ese instante se sintió mal, y no por el hecho de pensar en Bill con alguien más, sino por sentir que lo estaba perdiendo y el no había hecho nada para mantenerle cerca. Todos esos recuerdos estaban marcados con fuego en su cabeza y no se creía lo realmente fuerte para pensar en algún día borrarlos. Era un cobarde. Pero uno bien enamorado.

 

“Se que dices que tienes veinte cuando tienes veintitrés”

 

Quizás esa frase fuese más que una mentira, era casi un mensaje subliminal o una mofa. Completamente todo a la inversa era lo que sucedía. Bill tenía veintitrés años, casi veinticuatro y cuando él solía mencionar su edad  le quedaban mirando un segundo y luego se reían o le decían que se veía menor. Hubo un tiempo en que a Tom eso le molestaba, con sus veintiséis años se sentía como pedófilo cuando exclamaban los posibles veinte del moreno. Era una estupidez, lo asumía, pero le daba enojo en esas situaciones, le hacían sentirse viejo. Aunque irónicamente Tom fuera el más inmaduro en algunas ocasiones.

 

“Te conozco cuando y ríes y tus gestos al amar”

 

¡Como no iba a saberlo! Cuando se habían conocido, tras unos minutos Bill ya estaba riendo de todas las cosas que le decía. Esa margarita, o al menos el intento de ella, en su lado izquierdo la reconocía a leguas y la vista de la mitad de sus dientes, su lengua con el sensual  piercing e incluso la campanilla. Esa era la panorámica cuando reía, con su cabeza levemente para atrás y el pliegue de piel que se formaba en su nuca. Y cuando amaba… esa era su parte favorita.

 

 Mientras él le embestía con cuidado y amor, Bill se transformaba en puro encanto. Dejaba sus manos sujetas a sus hombros, echaba la cabeza hacia atrás completamente con sus labios rojos entreabiertos, sus ojos destellando el deseo, y de vez en cuando bajando los parpados al sentir aún más placer. Cuando llegaba a la cúspide su rostro se contraía de manera estremecedora y sus manos arañaban lo primero que alcanzaba.

Esta era otra frase textual, y la que ahora había escrito era igual de cierta pero se le antojaba triste.

 

“Se de aquella cirugía que a nadie le has de contar”

 

Después del accidente que había sufrido junto a su padre, Bill había quedado con una cicatriz detrás de su oreja izquierda. Empezaba al nivel de la curvatura justo a la orilla del pelo y medía cerca de diez centímetros desde ahí. Había quedado fea, la piel se había recogido y tenía rastros de quemadura. El menor había llorado por meses, subirse a un coche le daba miedo y cuando al cepillar su cabello la notaba le daban escalofríos. Recordar eso le hacía mal, y ver la cicatriz era más dañino. Por eso lo habían conversado como pareja, ya que el accidente había sucedido cuando llevaban casi dos años, y tras barajar posibilidades y el recurso monetario se decidió por una cirugía a láser. Nadie mas lo sabia, solo ellos dos. Todo había salido un éxito, ahora apenas y se podía apreciar  una fina línea como secuela.

Ambos habían dado gracias al cielo que el incidente no hubiera pasado a mayores.

Sin meditarlo más escribió otra frase sincera.

 

“Se que odias la rutina un poco más que a la cocina”

 

Bill odiaba la rutina, le producía querer repelerla como si de alguna enfermedad contagiosa se tratase. Siempre estaba innovando, para él no había esquemas que seguir. Ahí se unían los dos puntos anteriores, un día almorzaban comida chatarra de algún carrito del parque, otro pedían pizza al repartidor, al día siguiente a un restaurante y así… Recordando la comida cayó en cuenta que había sido pocas veces las que habían cocinado, no tener habilidades culinarias era una cosa en común.

 

Tom se puso de pie  y fue a por más tragos, sus sentimientos a flor de piel por su recientemente descubierta faceta de poeta le iban aclarando un poco más le panorama del conflicto. No había persona en el mundo que pudiera reemplazarle. El reitero de aquello le produjo iracunda alegría.

 

“Dime si él te conoce la mitad

Dime si él tiene la sensibilidad

De encontrar el punto exacto donde explotas al amar

Dime si él te conoce la mitad

Dime si él te ama la mitad

De lo que te ama este loco, que dejaste en libertad…”

 

 

La simpleza de las palabras, pero la profundidad que les otorgaba le daba un poco mas de valor para continuar con sus versos.

 

 

 

“Reconozco lo piensas antes de empezar a hablar”

 

No, no era que Tom fuera psíquico, era la sencilla costumbre y el afecto por aquellas frases concretas que el menor decía. Eran como un discurso el cual el de trenzas estudiaba y Bill lo hablaba. Esa especie de conexión que habían descubierto y que dejaron descrita como algo más allá de la química, les servía en los momentos complicados. Se quiso tirar por la ventana por no poder obtener las mejores respuestas gracias a esa unión.

 

“Sé de tus ciento cincuenta dietas para adelgazar”

 

Propiamente tal no era conciso, él no necesitaba adelgazar ya que el prácticamente se encontraba en los huesos.

Aquí venia la excepción no eran consejos para disminuir el peso o para reestablecer  la forma de su cuerpo, eran para  mantener su misma figura. La cuestión surgía cuando la comida chatarra entraba en sus extraños antojos y finalmente cedía dejando a los cereales, yogurt y la fruta en segundo plano.

 

“Se que padeces de insomnio y que fumas sin parar”

 

El despertarse en mitad de la noche no era de lo más agradable, pero el que fuera Bill el que lo despertara porque no podía dormir apaciguaba las cosas. Esa sensación de ansiedad que sufría y se demostraba con la agitación de su pecho, no se le quitaba de un instante a otro. Podían pasar horas para calmarse y eso se veía en sus rostros  oprimidos y algo ojerosos al día siguiente. La forma más efectiva de bajar esa sensación un poco mas rápido era fumar.

Los cigarrillos ahora acaparaban gran parte de la mesa de noche, los compartían entre charlas, caricias y arrumacos en el balcón.

 

“Imagino esas charlas que en mi honor han de entablar”

 

Una cosa que el menor hacia con mayor frecuencia de los esperado era el hablar de su pareja. Que aquí y allá. Que si y que no. Que arriba y abajo. Le salía tan normal y  desde su corazón que se había convertido casi en un hobbie. Su amor era casi un juego, no en el sentido de hacer las cosas a lo loco, sino a hacer cosas espontáneas pero sin perder el enfoque del uno sobre el otro. Cosas como salir en pijamas a la calle y correr toda la extensión del parque para tomar un taxi y pedirle  al conductor que siga al primer auto de color azul que viera. Gestos como esos eran señalados con reiteración y le hacia sentir bien. Que Bill estuviese hablando con su amante sobre él, le hacía sentir especial.

 

“Y hasta sé lo que este viernes le haz de hacer para cenar”

 

No que Bill cocinase, por obvias razones. Y como le conocía tan bien sabía que compraría comida china y que a la salsa de soya la pondría aderezos extras para hacerla aun más sabrosa. La concisa frase lo decía todo, no había para que detallar más, pero la ultima escrita antes de caer en más recuerdos, si había que explicarla.

 

 

 

“Y es que tanto te conozco que hasta sé me has de extrañar”

 

Tom sabía cuando Bill pensaba en él. Aquí era donde ocurría una interconexión entre todos sus versos antecesores. Partiendo porque sabía cada parte su cuerpo, como tocarlo, cuando detenerse, sus ‘pros’, sus ‘contras’, su sensualidad, todo.

El sabía como se sentía cuando le confundían de edad, como se expresaba ante las situaciones y por eso yo no tenían ni la vergüenza ni la timidez inicial.

Sabía sus secretos, sus destrezas y habilidades, su conexión se las transmitía de manera espiritual. Sabía que en las noches no podía dormir sin su beso ni su abrazo, esos actos por mínimos que fuesen le hacían alterarse y ponerse de mal humor en la ausencia.

 

“Dime si él te conoce la mitad

Dime si él tiene la sensibilidad

De encontrar el punto exacto donde explotas al amar

Dime si él te conoce la mitad

Dime si él te ama la mitad

De lo que te ama este loco, que dejaste en libertad…”

 

Tom sin haberse dado cuenta había cogido el teléfono inalámbrico de forma inconciente. Aunque una parte de él quería hacerlo. Los dígitos estaban ya marcados y cerrando sus ojos  un segundo, la llamada saliente ya estaba hecha. Se arrepintió en último momento al darse cuenta de que oír su voz en ese instante le haría gritar inevitablemente. Una ampolleta se encendió imaginariamente al lado de su cabeza. Cuando uno de los dos llamaba al otro y la dejaba como ‘llamada perdida’, era un “necesitamos hablar” pero que se camuflaba con el orgullo, el miedo, la confusión y la desesperación.

Se sentó en el sillón masajeando sus sienes pensando en que le diría cuando llegase

 

No pasaron más de  veinte minutos cuando el timbre sonó. No se sobresaltó porque lo esperaba. Sonó una vez más y ahí se puso de pie, abrió la puerta encontrándose con el rostro oprimido de angustia de portaba Bill.

—Tom —susurró y al instante le abrazó por lo hombros. El de trenzas se sentía tan mal por haber tenido pensamientos tan negativos para con él, y que peor aun, ahora sabía que estaban errados.

Le apretó con fuerza contra su cuerpo y enredando una de sus manos en su cabello le despegó de su hombro.

—Bill, lamento tan… — y un par de labios le callaron todas las palabras que iba a decir. Le mordió con suavidad y jaló el labio inferior a sabiendas que le hacía sentir un choque eléctrico cargado de pasión.

—Sé que me vas a decir… Te conozco

Una linda sonrisa se dibujó en sus labios y Tom no se resistió a su tentación. Le tomó de las caderas con ímpetu y bajando sus manos hasta posarlas tras sus rodillas le alzó sin aviso comenzando un beso apasionado. Ahora tenía una idea que antes no se había cruzado en su cabeza… “Tal vez solo salía a despejarse y buscar consejos con Andreas”  

De camino a la habitación observó de reojo la hoja, solo le quedaba una cosa por nombrar y era precisamente lo que había supuesto. Era lo que Bill había hecho.

 

“Y es que tanto te conozco que hasta podría jurar… te mueres por regresar”

 

                                                                                              VanniaDel


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).