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Un único deseo por Amelia_Badguy

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La raza de los Sayayin era conocida por lo salvaje que podían ser, por lo luchadores que eran, siendo que eran los perfectos soldados para Frezzer, para aquel ser que era el emperador de la galaxia, según se autodenominaba.

Pero la raza Sayayin también tenía otro secreto, uno oculto, uno que ni siquiera su mismo señor Frezzer sabía.

La raza de los Sayayin tenía en sus filas lo que eran llamadas personas Alfa, Beta y Omega. No había mucha diferencia entre los Alfas y los Beta, pero si con los Omegas, que siempre eran soldados denominado de clase baja, porque su poder de pelea nunca era demasiado grande realmente.

La familia real de los Sayayin siempre habían sido Alfas, en el caso del rey y Betas en el caso de la reina, o bien los hijos que vinieran después del primogénito. Esto era para que el nuevo heredero no fuera a tener la condición de Omega, lo cual sería realmente desastroso, después de todo sería un gran deshonor que el príncipe del planeta fuese un Omega de bajo poder de combate.

Pero lamentablemente aquello había ocurrido, el joven príncipe que había nacido, el príncipe Vegeta, no había sido nada más que un Omega, aunque su poder de pelea había sido realmente alto.

Por lo cual aquel secreto se había mantenido sólo entre la familia real y el Beta que cuidaba y entrenaba al príncipe, Nappa, que apenas el niño había comenzado a entrenar lo llevaba a distintos planetas para que se hiciera más fuerte, aunque también para que nadie en el planeta pudiese oler la esencia de aquel niño, el olor a Omega que desprendía aunque fuese un pequeño niño.

El rey Vegeta había asumido que en algún momento de la vida del príncipe se debería decir la verdad, que el niño no había sido nada más que un Omega, pero aquel secreto aun era custodiado, pues aquello nunca había sucedido antes, sólo con aquel niño que podía conquistar un planeta sólo por su cuenta y nada más que aquello.

Pero la desgracia ocurrió en el planeta Vegita, el cual fue destruido por un meteorito, según les contó Frezzer a los tres Sayayines que quedaban a sus órdenes, pues otro que había sobrevivido había sido el hermano beta del príncipe y unos Sayayines rebeldes de los cuales no tendrían noticias, pero no le importaban.

Aquello fue una especie de alivio para el pequeño príncipe, que siempre tenía un gesto serio en su rostro y no debía preocuparse por los demás soldados, después de todo sólo los Sayayins notaban aquella condición, pero Nappa y Raditz no le harían nada, no les convenía a ninguno de los dos y lo sabían bien.

Ese pequeño niño fue creciendo, volviéndose cada vez más fuerte, como si la condición que determinaba su fuerza, aquella condición de Omega, no importase en él, que siempre se esforzaba en entrenar más, conquistar más planetas sin importar nada.

Aunque tuvieron que encerrarlo en una habitación cuando su primer celo llego.

Nappa había sido el encargado de eso, encerrar al príncipe cuando su celo llego, cuando aquel olor que desprendía su cuerpo hubiera llamado a cualquier Alfa Sayayin para que saltara sobre Vegeta y lo marcara como su Omega para siempre, pero no habían más Sayayin.

Aunque fue un gran alivio para Vegeta, — después de haber estado dos semanas en una habitación, con su cuerpo caliente y fluidos saliendo de él, con su cuerpo rogando que alguien lo embistiera y lo llenara finalmente — que Nappa había logrado rescatar del planeta unas pastillas supresoras para el siclo de celo, que esa vez no utilizaron, porque aquello debía declararse en el cuerpo del príncipe sí o sí.

Hicieron que uno de los científicos de Frezzer reprodujera más, sin explicaciones, hasta que completo su trabajo, para finalmente matarlo sin miramiento alguno, después de todo nadie debía enterarse de aquel encargo que habían hecho.

Vegeta siempre cargaba con él supresores que permitían que su ciclo de celo no llegase en medio de la conquista de un planeta o algo así. Odiaba con su ser aquel maldito ciclo, aquella situación que había tenido que vivir una vez, sólo porque así debía ser, su ciclo había tenido que aparecer antes de ser suprimido con aquellas pastillas.

Esa vez estaban en un planeta cuando escucharon por el rastreador, que estaba conectado con el Raditz, que el beta había ido a la Tierra, un insignificante planeta, a ver si su hermano lo había conquistado.

Aquel hermano de Raditz, que en realidad era el último Alfa que había quedado con vida, según les había contado Raditz una vez, aunque claro, no había sido tomado muy en cuenta cuando nació para grandes cosas, después de todo su poder de pelea había sido demasiado bajo, mucho más bajo que el de muchos Omegas.

Habían escuchado por aquel rastreador como Raditz estaba en una pelea con Kakaratto, el nombre de aquel único Alfa sobreviviente de la raza Sayayin, el cual Vegeta, desde que Raditz le había dicho su poder de pelea al nacer, pensaba que no sería un Alfa para nada realmente digno de alguien, peleaba contra Raditz contra otro sujeto, siendo que supieron que Raditz había muerto a manos de Kakaratto, lo cual le despertó curiosidad, además de aquellas esferas del dragón.

Con aquellas esferas del dragón pensó que podría sacar ese estado de su cuerpo, dejar de ser un maldito Omega que tuviera que depender de pastillas para no entrar en celo cuando el momento del año llegase.

— Nappa, prepárate, iremos a la Tierra a buscar esas nombradas esferas del dragón — Le dijo como si nada al Sayayin más alto.

Con el paso del tiempo Vegeta se había transformado en un perfecto Omega, siendo que sería notoria su naturaleza para quién supiera de aquello, después de todo era más pequeño que un alfa y un beta realmente, además que sus rasgos no eran tan toscos como los de Nappa o el mismo Raditz.

Para cualquier Alfa, Vegeta hubiera sido un Omega difícil, al cual hubieran tenido que someter por su carácter, pero se hubieran enfrentado a su furia, pues por su orgullo nunca se hubiera dejado intimidar.

Pero ya no habían alfas en el universo y el mismo Vegeta quería aquellas esferas para borrar su condición de omega, por lo cual iniciaron aquel viaje a la Tierra que les traería más de una sorpresa realmente al llegar.

Aunque en aquellos seis meses que duro el viaje, sólo durmieron y Vegeta había tomado sus malditas pastillas, de las cuales deseaba realmente dejar de depender de una maldita vez al llegar a la Tierra.


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