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Fuera de control por AvengerWalker

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Notas del fanfic:

Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada

Notas del capitulo:

Hace muchos años no escribo de esta pareja, así que pensé en darle una oportunidad. Medité si incluir esta narración en la serie de drabbles y one-shots, pero una vez más opté por publicarlo aparte.

Al comienzo iba a ser un one-shot, pero decidí que mejor iba a dividirlo en dos capítulos. Quizá, solo quizá y dependiendo de cómo se de el proceso artístico(?) sean tres. Tengo pensado incluir un limón (lemon, je).

Ahora bien... Shaka es un personaje del cual no me es sencillo escribir. Hay muchos aspectos interesantes en su personalidad y es muy probable que mi caracterización del virginiano no concuerde con la de muchos. Sé que varios le toman como a alguien libre de imperfecciones, pero es tan humano como todos e imagino que precisamente mucho de lo que se capta de él trae un esfuerzo enorme que no se ve a simple vista.

Tenía ganas de experimentar un poco, estudiar y dejarme llevar por esa parte de Shaka que quizá no se destaca, así que espero al menos no resulte chocante de leer (?).

Para su caracterización y en general para el relato me estoy basando en Episode G, de hecho estaría ubicado por esa línea temporal. Sólo he hecho unos pocos cambios respecto de la edad. También me baso en el perfil zodiacal de Virgo dado por la astrología y en la personalidad de mi novio, que es muy así (y es de este signo)


Ojalá sea de su agrado ^^

Era complejo para los caballeros de oro definir en una sola palabra a quien portaba el manto de Virgo. Su mera existencia era sacrosanta y teñía el ambiente de un cosmos sutil, cómodo y cálido, pero también peligroso e imponente. Cada quien era especial a su manera: Milo con su carismática extroversión; Aldebarán con sus conversaciones humorísticas y su capacidad para robarle sonrisas a cualquiera; Afrodita con sus estructuras poco convencionales, pero carácter honrado; incluso DeathMask desfilaba un sinfín de cualidades que quedaban opacadas por su mortuorio aspecto intimidante. Cada caballero tenía sus virtudes y defectos, pero incluso para quienes habían compartido años de entrenamiento al lado de Shaka, este permanecía como un secreto insondable y destacaba por sobre todos.

El de cabellos rubios siempre sabía qué hacer, tenía la respuesta correcta a cualquier situación y lo reflexionaba todo. Aunque resguardaba la mirada detrás de las tupidas pestañas, su nivel de observación era de los mayores en el Santuario: todo lo notaba, nada pasaba inadvertido. Era perfeccionista a niveles asombrosos y casi parecía que sus obras eran resultado de la naturaleza, como si no hubiera exigido esfuerzo alguno de su parte. Aun cuando sus habilidades no estaban del todo desarrolladas, había detectado cómo cierta oscuridad se cernía en torno al Santuario. Desconocía su procedencia, pues era escurridiza y difícil de rastrear.

Shaka era sinónimo de perfección, y aunque varios de sus compañeros de armas contaban con un orgullo aplastante, debían admitir que el de Virgo raras veces cometía un error. De hecho, nunca le habían visto titubear ante una decisión, mas sí reflexionar con la suficiente madurez y sopesar distintas opciones. Era buen estratega, implacable en sus ataques y no le era arduo identificar los puntos débiles de los demás. Resultaba evidente que nada se le escapaba, pero sobre todo él, entre los guerreros dorados, era quien contaba con un lado desconocido. Exigía y requería que todo estuviese ordenado, impecable, perfecto. Cualquier detalle fuera de lugar llegaba a perturbarle la mente, por lo que era meticuloso respecto de dónde meditar y bajo qué condiciones. Podía decirse que precisaba tenerlo todo bajo control, en poder de sus manos, sometido. Aquello que se le escapaba y parecía desafiar su voluntad inspiraba una vena agresiva en él que contenía casi de inmediato. Porque Shaka estaba en un plano mucho más elevado, y aunque sentía tanto como cualquiera, cada uno de sus sentimientos tenían un límite: nunca se dejaba avasallar por los mismos, sino que la racionalidad trascendía sobre todo. Si bien sus técnicas eran casi fulminantes y sus contrincantes eran incapaces de detectar un punto franqueable, Shaka experimentaba diversos niveles de frustración cuando las cosas no salían como gustaba. Reconocía los errores como una necesidad que guiaba al aprendizaje, mas no disfrutaba ni un poco cuando se enfrentaba con su imperfección, tan pesada y mundana a la vez. Pero no había nada con lo que no pudiera lidiar. Excepto el amor.

En algún punto de sus interacciones humanas, se descubrió admirando los andares del caballero de Aries como quien disfruta de una obra de arte. Era un muchacho calmado, introvertido y un tanto tímido, en demasía atento a sus alrededores y los sentimientos de los demás. En diversas ocasiones había conversado con él, algunas de las cuales guiaron a intercambios de opiniones que resultaron excitantes a nivel intelectual. En el trayecto de su experiencia, terminó descolocado por el incesante retumbar de su corazón, que parecía llenar su propio templo y el primero cuando descendía a estrechar su lazo con el lemuriano. Un extraño y novedoso cosquilleo asentaba en su estómago hasta abrazarle el torrente sanguíneo, y se descubrió embargado por una punzante rabia cuando encontró a Mu conversando animoso con Aldebarán. Recordaba haber regresado a Virgo, donde descargó su ira contra cada adorno que se le cruzó en el camino; ante el golpe de su brazo, múltiples velas se estrellaron contra el suelo del jardín. Se recargó con cierta agitación contra la pared y analizó, estupefacto, lo que acababa de hacer. Perder el control no era propio de él: siempre mantenía las emociones en un cubículo especial, impedía que las mismas controlaran sus acciones. El abrasivo calor se elevó una vez más cuando recordó las comisuras de aquellos rosados labios arquearse ante las bromas de Aldebarán, seguramente mediocres y estúpidas. Una parte de su consciencia le regañó por juzgar de esa manera a su compañero de armas. Suspiró.

 

— No sé qué sucede conmigo… ¿cómo puedo no saberlo?

 

***

 

Apenas algunos meses transcurrieron desde que Shaka identificase el motivo de su malestar: estaba enamorado. No se trataba de un impulso o necesidad física propio de la adolescencia; era consciente de lo lógico que podía resultar mezclar las cosas a esa edad: ejemplo de ello eran Aioria y Milo, quienes no sabían relacionarse de otra manera que fuera discutiendo, a los golpes o bien en la cama. No… lo suyo no era mera calentura. Distaba de ser algo pasajero o terrenal. Amaba a Mu de una forma especial y nunca querría mancillar su persona con horridas fantasías sexuales; deseaba contemplarle en todas sus formas, cuidar y proteger de él. Quería enamorar su alma y su mente, embriagarse en el natural aroma de su cuerpo y admirarle constantemente, día y noche. Pero nunca consideró dentro de sus planes la traición de Aioros.

En el instante en que el guardián de Sagitario escapó con Atenea entre sus brazos, el Santuario experimentó un cambio súbito y con él, cada miembro del mismo. Los caballeros dorados quedaron marcados por la situación, sobre todo los más cercanos al traidor: Aioria, el hermano menor y Shura, su mejor amigo y confidente. En cuanto las aguas parecieron calmarse, Shaka se recluyó en su templo a meditar, necesitado de un poco de tranquilidad y paz mental; precisaba poner en orden sus pensamientos y decidir qué hacer a continuación… hasta que la desaparición de aquel cosmos por el que tanto velaba se perdió.

Despavorido, sobrellevado por sus emociones, aunque tanto se preocupaba por mantenerlas a raya, abandonó el templo que protegía y descendió por las escalinatas sin afirmarse a su innata cordialidad. Olvidó pedir permiso para transgredir los territorios ajenos e ignoró por completo las quejas que el guardián del cuarto templo le dirigió. No podía hacer más que seguir aquella fina línea de energía que no era más que un vestigio, una huella que había quedado atrás; algo involuntario que Aries había perdido, la sombra de la vida que allí habitó. Sus bellas facciones se descolocaron en un rictus de dolor cuando comprobó que efectivamente Mu no estaba allí, pero lo peor de todo fue caer en la cuenta de la ausencia de su armadura. Aquello sirvió para confirmar todas sus sospechas.

 

—Mu… se fue.


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