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El Pozo por Nayen Lemunantu

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Notas del fanfic:

Declaración: Kuroko no Basuke y todos sus personajes son propiedad de Tadatoshi Fujimaki.

 

Prólogo

 

Estaba cayendo.

Sentía en cada miembro de su cuerpo la horrible sensación de vértigo. El contenido de su estómago se le había subido a la garganta junto a todo el resto de sus órganos vitales. Sentía el bombeo de su corazón frenético en las venas que lo recorrían, como si la sangre le quisiera explotar. Estaba siendo tragado por el vacío a un ritmo vertiginoso.

No había nada a su alrededor. El vacío y la oscuridad lo envolvían, se estaba fundiendo con ellos, ahora ya no era nada. Ya no tenía conciencia de su cuerpo como una entidad separada de esa profunda e informe oscuridad.

Impotente, sólo podía dejarse llevar, con la mirada fija en la única fuente de claridad —arriba de su cabeza—, la que con el paso de los segundos se iba achicando hasta quedar reducida a un punto diminuto, casi como una estrella solitaria en medio del cielo velado de una noche invernal. Esa mísera fuente de luz era su única esperanza.

En ese lugar no existía el dolor, ni el temor, ni la dicha, no había nada… Sólo existía la soledad que provoca la oscuridad profunda y envolvente que lo consume todo.

Y de pronto, la caída libre se detuvo tan abrupta como empezó. Con un golpe sordo, sus huesos se estrellaron contra el fondo de piedra y el dolor subió como un hormigueo, desparramándose por cada célula de su cuerpo.

Sintió un sacudón y abrió los ojos de golpe.

Ese sueño otra vez…

Le era tan común últimamente que ya estaba empezando a fastidiarlo.

 

 

PRIMERA PARTE

 

 

Atrapado

 

 

I

 

Lo primero que llegó hasta él fue el olor: a sudor y piel; a sexo. Abrió los ojos lento, los sentía pesados al igual que el resto del cuerpo. Cuando se movió en la cama para ponerse de pie, la resaca lo hizo soltar un gemido y una maldición inaudible; se llevó las dos manos a las sienes y se las masajeó lento.

Volvió a abrir los ojos y reconoció la habitación del motel.

Recordó de golpe todo lo que había pasado la noche anterior: los rumores que había oído en los pasillos del colegio, la pelea con Nijimura, el pub al que había entrado engañando sobre su edad a los guardias, la fiesta que no lo había hecho olvidar la rabia que sentía y aquel hombre desconocido…

Ladeó el cuello y buscó con la mirada algún rastro de él, pero no había nada; se había ido sin despertarlo.

«Mejor para mí —pensó dejándose caer de espaldas en la cama, con suavidad, para no sufrir más del terrible dolor de cabeza que ya sentía—. Me ahorrará la escenita estúpida de decirle que fue sólo un revolcón.»

Estaba agotado y dolorido, debía reconocer que ese tipo le había dado duro, como si hubiera querido partirlo en dos. Aunque él no se había quejado; hace meses que no se lo follaban así de bien. Pero sabía que ese disfrute breve tendría un precio, uno que tendría que pagar muy pronto.

Se levantó de la cama en medio de un quejido, ignorando el dolor a pura fuerza de voluntad. Tuvo que rebuscar entre los bolsillos de sus jeans para encontrar el celular; marcaba las nueve veintitrés, demasiado tarde para pasar desapercibido. Ya no sacaba nada con apurarse, era obvio que su madre había notado su ausencia, así que un par de horas más tarde no le harían daño.

Se encaminó a la ducha. Al menos se aseguraría de llegar sin olor a sexo. Por suerte el cuarto de motel que había rentado el tipo de la noche anterior tenía baño privado; era un lugar bastante decente para tratarse de un motel del barrio rojo de Tokio. Por lo visto ese tipo tenía algo de clase, supuso que se debía a su edad, debía tener unos treinta y tantos.

Eran pasadas las diez de la mañana cuando salió del motel, pero le tomó casi una hora llegar a su casa. Si hubiera sido día de semana, su madre ni siquiera hubiera notado que había pasado la noche afuera, pero ese día era domingo, así que sabía a la perfección que se la encontraría en cuanto volviera. Mientras subía en el ascensor, consideró la posibilidad de desaparecer el resto del día y así evitarse el sermón, pero sabía que eso sólo empeoraría las cosas.

Como supuso, en cuanto entró al departamento, su madre se le abalanzó con preguntas.

—¡Kazunari! —No terminaba de entrar cuando le interceptó el camino. Estaba en bata aún y las bolsas oscuras bajo sus ojos evidenciaban que no había dormido en toda la noche, seguramente esperándolo—. ¿Estas son horas de llegar a tu casa? 

Cerró la puerta tras de sí, sin tomarle mucha importancia a las recriminaciones de su mamá. Mientras se dada la vuelta y caminaba por el pequeño pasillo hasta el living, vio que su hermana menor, Hikari, tomaba desayuno tranquila sobre la barra de la cocina americana. La chica sonrió con malicia al verle la cara de fastidio; ella sabía que estaba en problemas y parecía alegrarse por ello.

—¿Dónde estuviste toda la noche? Por tu culpa casi muero de preocupación —continuó su madre, siguiéndole los pasos—. ¿Crees que te puedes mandar solo y hacer lo que se te ocurra? ¡Estás muy equivocado, Kazunari Takao! Aún tienes diecisiete años, todavía estás muy lejos de ser mayor de edad, y mientras vivas bajo mi techo, me harás caso a mí, te guste o no.

Su voz era dura, se podía percibir un dejo de enojo y desilusión, pero a él no consiguió conmoverlo. Su madre muchas veces se portaba como una histérica. Se dejó caer sobre el sillón del living y con gesto apático, se apostó a seguir oyendo el sermón.

—¿Con quién estuviste? Apuesto que fue con ese chiquillo —dijo haciendo un gesto despectivo con la mano. Él sabía de quién hablaba—. Ese amiguito tuyo es un verdadero problemático y he oído toda clase de rumores sobre él, ¿cómo se llamaba? —Pensó por unos instantes, de pie frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¡Nijimura-kun! —dijo por fin—. Te he dicho que no me gusta ese chico. Tú empezaste a comportarte así desde que te hiciste amigo de él.

—Deja de cuestionar mis amistades, vieja —respondió con brusquedad—. Además, no estaba con él.

—¿Y con quién estabas entonces?

«¡Mierda! Yo y mi bocaza pensó, reprendiéndose a sí mismo—. Ahora cómo le digo a mi vieja que pasé la noche en un motel con un tipo mayor del que no sé ni el nombre.»

—Estuve en casa de unos compañeros —mintió. Se veía absolutamente tranquilo, sentado a lo indio, sin despegar la vista de los ojos cansados de su madre—. Estábamos haciendo una tarea.

—¿Y eso que tienes en el cuello era parte de la tarea? —preguntó Hikari con un falso tono de inocencia.

«¿Lo que tengo en el cuello? —Miró a su hermana con el ceño arrugado. La sonrisa de la chica se ensanchó—. ¿De qué mierda estás hablando ahora, mocosa? —Se llevó por inercia una mano al cuello y sintió un leve escozor, ahí lo recordó todo—. ¡Ese desgraciado hijo de mil putas! Había olvidado que el muy cabrón me mordió de lo lindo anoche. ¡¿Ahora cómo hago para explicarle esto a mi vieja?!»

—¡Kazunari, por dios! —gritó su madre horrorizada al seguir con los ojos la dirección que marcaban sus dedos y ver el manchón rojizo en el costado derecho de su cuello—. ¿Eso es un chupetón?

«¡Ah, Hikari! Mi querida hermanita. ¿Qué te hice para que me odies tanto? —se preguntó poniendo la sonrisa más irónica que tenía, mirándola directo a los ojos—. Mamá siempre la ha mimado demasiado. Bueno, después de todo ella es la luz[1] de sus ojos.»

—Era una tarea sobre educación sexual —respondió con una calma perfecta, sin dejar de mirar fijo a su hermana—. Pero veo que tú sabes mucho al respecto, Hikari, cariño. —La ironía casi se podía palpar en su voz—. Tal vez debería preguntarte a ti. 

—¡No seas pendejo, Kazu-chan! —replicó Hikari. Él frunció el ceño; nunca le había gustado la manera en que su querida hermanita menor pronunciaba su nombre, había algo despectivo y burlesco en su tono de voz—. A pesar de ser tu hermana, yo soy muy diferente a ti. —La chica le lanzó una sonrisa fría y distante, que trataba de aparentar superioridad—. No me compares contigo.

—No te metas en esto, enana pre-púber —respondió con voz tranquila. No se dejó alterar por aquella provocación; habría caído muy bajo si se dejaba afectar por las palabras de una niña de trece años—. No es asunto tuyo.

—¡Ya basta ustedes dos! —gritó la madre, tratando de poner orden dentro de su hogar—. ¿Cómo pueden comportarse así? Son hermanos, los tres somos una familia, ¿o ya lo olvidaron?

Él soltó un bufido y rodó los ojos. Hikari ladeó el cuello y siguió con su desayuno; optó por ignorarlo. Al menos en eso ambos estaban de acuerdo, los dos cansados del mismo discurso de su madre: siempre martirizada, siempre sufriendo; primero había sido por el mal marido, luego por el divorcio, por el padre ausente, y ahora, por los hijos ingratos.

—Supongo que esto pasa cuando una mujer cría sola a un hijo varón. —La mujer comentó para sí misma; estaba pensativa, paseándose inquieta por el living—. Te comportas así de rebelde porque no tienes una figura paterna en tu vida. Siempre lo he sabido, pero creí que podría criarte sola.

—¡Vieja, por favor! —Apenas pudo disimular el tono hastiado de su voz. Si había una cosa que no soportaba, era la autocompasión. 

—No, Kazunari, esto ya no puede seguir así. ¡Ya no puedo más! —Su madre se pasó ambas manos por el pelo, despejándose la frente marcada por las arrugas prematuras—. Necesitas algo que te motive y te centre, algo que te haga madurar.

—¡Ay, mamá! Eso no se vende en el supermercado —se burló su hermana.

—Basta, Hikari, esto no es ninguna broma —dijo la mujer con voz fuerte, de mando, a pesar de que sonaba extraño en boca suya—. Kazunari… —Se le acercó y le tomó las manos—. He pensado en inscribirte en la academia de baile a la que asiste tu hermana.

—¡¿Qué?! —gritaron ambos al instante. Otra cosa más en la que los dos hermanos estaban de acuerdo.

—¡Mamá, no puedes! —Hikari se llevó una mano al pecho, como si aquella propuesta la hubiera ofendido más allá de lo soportable—. ¡Esto es tan injusto! El baile es lo mío, es mi pasatiempo. ¡No tienes derecho a obligarme a compartirlo con él! —Levantó la mano para apuntarlo con el dedo índice, un gesto acusador—. Ya tengo que compartirlo todo con él, el baile no. ¡No lo haré!

—¡Hikari! No puedo creer que seas así de egoísta. —Su madre se tuvo que dar la vuelta para ver a la cara a su hija menor, desviando toda su atención de él por unos instantes.

«!Ay, vieja! —pensó— ¿De verdad no te habías dado cuenta que esta mocosa era así de egoísta? ¿Es en serio?»

—Estamos hablando del bienestar de tu hermano. ¡Entiéndelo!

—No hace falta que se peleen por mí —les dijo con calma—. No tengo intensiones de ir a esas estúpidas clasesitas.

—Esto es por tu bien, hijo. —La mujer se volvió a girar; esta vez miró con ojos cansados y suplicantes a su hijo mayor—. Estoy segura que me agradecerás después, cuando te des cuenta de todo lo que he hecho por ti.

—No me lo saques en cara, vieja. —Se puso de pie en medio de un movimiento arrebatado; estaba molesto, siempre había detestado la forma en que su madre parecía culparlo por cada error de su vida, o al menos esa era su impresión—. Sé que te casaste sólo porque estabas embarazada de mí, y que ese matrimonio fue el peor error de tu vida —dijo con voz gélida e hiriente—, pero no es necesario que me lo digas cada vez que tengas oportunidad.

—Hijo, sabes que no era eso lo que quise decir —se disculpó ella, aunque ya era inútil—. Sólo quiero que mejores esa actitud que tienes y la mejor opción que tengo es la academia de baile que tanto le ha servido a tu hermana.

—¡No lo puedo creer, mamá! —Hikari se puso de pie, molesta; tenía el ceño fruncido y la mandíbula tensa—. Sabes perfectamente que Kazu-chan no le prestará atención a las clases, igual que no le presta atención a nada.

No se molestó en mirarlo siquiera, todavía con el ceño fruncido, se encaminó a su pieza y se encerró ahí. Su actitud infantil sólo hizo sonreír a Kazunari; su hermanita estaba tan ansiosa por crecer y demostrar madurez, que cuando se mostraba como la niña chiquita que era, no podía aguantar las ganas de reírse de ella en su cara.

—Aunque no me guste reconocerlo —siguió como si no hubieran sido interrumpidos—, estoy de acuerdo con Kari-chan. ¡Es que en serio, vieja! ¿Ballet? ¡Como si quisiera ser tildado de maricón dentro de todo el colegio! Mejor sólo mátame. Esto es prácticamente un suicidio social.

—No es ballet, hijo —explicó ella con paciencia. Probablemente había visto una luz de esperanza en su actitud más dócil—. Es Street Dance, una danza muy masculina y fuerte, por lo que me explicaron ahí. Además, el profesor es norteamericano.

—¿Norteamericano? —dijo entrecerrando los ojos.

—Sí, y la academia es excelente. Estoy segura que te gustará mucho. —Ella lo miró con una sonrisa de ilusión bailando en sus labios; casi le dio remordimiento negarse, casi—. Ya hice todas las averiguaciones y te inscribí en su clase. ¡Sé que te hará muy bien tener algún pasatiempo, hijo!

—¡Olvídalo, vieja! —dijo testarudo—. Yo no voy a ir a esas putas clases de baile ni amarrado.

 


[1] Hikari significa luz. 


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