Cada día que pasaba pensaba que lo mejor será dejar que las cosas siguieran su curso, que cada uno se fuera por un camino diferente, y todo esto es culpa suya, por sus enfados sin razón.
Siempre pasaba lo mismo, Mail hacía lo que cualquier persona normal haría y el simplemente se enfadaba por todo, nada de lo que hacía le parecía bien, y solo le chantajeaba diciéndole que no se interesaba por él y que no le quería…
- Si en verdad es eso lo que piensa, ¿Por qué no se larga de mi vida de una vez? –Mail se encontraba en su habitación, teniendo un dialogo interior consigo mismo tras una pelea con Mihael. – ¿Por qué no se larga y me deja sufrir tranquilo?, ¿Acaso le divierte verme humillado de esta manera?
Todo comenzó con esa pelea absurda, sus malditas costumbres, su droga, el chocolate. Hace tres meses Mail estaba jugando con su consola, tranquilo en la silla de la cocina, cuando un rubio psicópata se la arrebató de las manos, Mail lo miró enfadado pero al rubio le daba absolutamente igual.
- ¿Acaso eres idiota perro? –Mihael estaba enfadado, eso se notaba en el ambiente.
- No sé a qué te refieres…–Mail confuso quiso recuperar su maquinita, pero su compañero lo empujó, haciéndolo caer al suelo.
- ¿Y el chocolate…?
- En tu cajón…
- No, no está en mi cajón, ¡está vacío!
- Bueno, ahora iré a comprar entonces, no hace falta que te pongas así…
- ¿Qué no me ponga así? ¿Qué te parecería a ti que te quitara tu consola y tu tabaco eh?
Mihael lleno de ira se agachó para agarrar a su compañero por el cuello de la camisa obligando le a incorporarse sin mucho esfuerzo (al fin y al cabo últimamente Mail no comía gran cosa, lo que le había hecho bajar mucho de peso, hasta el punto de estar casi en los huesos) lo levantó del suelo y después lo elevó en el aire, haciendo que el pelirrojo estuviera mas indefenso de lo que ya se sentía.
- Mi-hael, b-bájame…Mihael, por…
El pelirrojo no pudo seguir hablando, las pupilas del rubio estaban dilatadas, y en ese momento se dio cuenta, el rubio acababa de esnifar alguna sustancia que le hacía comportarse de aquella manera tan violenta.
En esos momentos solo podía hacer una cosa, dejar que le pegase hasta que se aburriese o se terminase el efecto, lo que antes ocurriese.
Tras diez minutos de golpes (que aplacaba bastante bien debido a la costumbre) el mayor se cansó, agarró su abrigo y se marchó a la calle mientras el pelirrojo se curaba los golpes.
- A este paso no cambiará nada...
Mail agarró su consola (había quedado inservible después de que Mihael la estampara contra el suelo) cogió su teléfono y llamó a su mejor amigo de la infancia para desahogarse un rato.
- Hola Light...
- Hola Matt, ¿estás bien? Se te oye deprimido.
- Si tranquilo, lo de siempre...
- ¿Otra vez Keehl?
- Ya estoy acostumbrado…
- No Mail, no puedes dejar que te trate así, tienes que irte de allí.
- ¿Y a dónde quieres que vaya? Mis padres están muertos, Amane me odia y mis abuelos no podrían mantenerme.
- ¿Puedes ayudar a tus abuelos con tu salario, no?
- Estoy en paro Light, no puedo ir a ninguna parte, estoy vivo gracias a él.
- Entonces ven a vivir conmigo.
- No quiero ser una carga.
- Mail, ¿Recuerdas el jardín de infancia…?
***
Dos niños jugaban en la caja de arena mientras esperaban su merienda cuando un tercero se les acercó.
- Hola, ¿Quieres jugar con nosotros? –El niño solo afirmó con la cabeza, pero tras un rato de jugar con la arena empezó a mirar mal al niño castaño.
- Ven conmigo, quiero enseñarte algo. –El rubio llevó a Mail lejos de su amigo y se quedó allí parado.
- ¿Qué querías enseñarme?
- Nada, solo es que no me cae bien ese niño.
- Pero es mi mejor amigo.
- ¿Puedo ser yo tu mejor amigo? –Su nuevo amigo se le acercó y le besó la mejilla. En ese entonces Mail no entendió mucho a lo que el chico se refería y se lo tomó como a un amigo más.
- Vamos a volver a jugar. –Mihael aceptó a duras penas y jugaron juntos hasta que la madre lo recogió.
- Oye Mail, ¿Qué quería enseñarte ese niño?
- Nada, solo quería decirme que fuésemos amigos.
- ¿No podía decirlo aquí? No sé, ¿Es un poco raro no crees?
- Puede ser. –Mail era el niño más lindo de la clase de las violetas en la guardería, no era de extrañar que a veces lo confundieran con una niña y a algún niño le gustase.
- Si te hace algo malo te prometo que yo te protegeré Mail.
- No creo que sea malo, solo es un poco raro.
- Igualmente, siempre te protegeré Mail, te lo prometo, eres mi mejor amigo, y te quiero.
***
Tras un rato de recuerdos inolvidables volvieron a la conversación.
- Si, éramos unos críos...
- Entonces te prometí que cuidaría de ti, y voy a cumplir mi promesa.
Cuando Mihael volvió de la calle se quedó extrañado de que la puerta estuviese medio abierta, entro en busca de Mail para disculparse, pero se topó con la persona que más aborrecía en el mundo, un castaño vestido con un uniforme universitario marrón clarito, con un maletín bajo el brazo.
- Light, ¡¿Qué cojones haces tú aquí?!
- Lo que llevo intentando hacer desde que apareciste en preescolar.
- No te llevarás a Mail, él quiere estar conmigo.
- No, eso es lo que quería, pero tú se lo haces imposible. –En ese momento el mencionado salió de la habitación con la mirada perdida y las gafas naranja de sol sobre los ojos para tapar sus lágrimas.
- Mail, ¿Qué mierda estás haciendo? ¿Acaso te has cansado de mí?
Mihael se abalanzó hacia el para agarrarlo del brazo y abrazarlo, pero el castaño se interpuso impidiéndole pasar.
- No te lo llevarás, esto ya no es la guardería, no puedes hacer lo que te venga en gana.
- ¡Eres tú el que quiere llevárselo, déjale decidir a él, Yagami!
- Él ya ha decidido... Mihael Keehl. –Una vez dicho aquello se dio la vuelta agarrando al menor del brazo, y una vez hubieron llegado a la puerta para marcharse agarró al chico para besarlo, dándole a entender al ahora ex de su mejor amigo que no lo buscase más.
- Mail, ¿Cómo hemos llegado a esto?–El pelirrojo solo agachó la cabeza dejando al castaño responder por él.
- Has llegado tú solo Mihael, esto se veía venir desde hace tres años. Entiéndelo.
Ambos salieron de la casa y se metieron al coche de Light, mientras Mihael solo podía verlos marchar por la ventana del que, una vez, había sido el cuarto de ambos.