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Traslape por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Escrito con afán de diversión, jamás de lucro.

Notas del capitulo: Basado en esta idea:

1.- Presagios de espectador.

 

—Te lo aseguro, Tom y tú van a hacer clic en cuanto se conozcan —dijo Georgie mientras conducía su automóvil por las últimas calles al estudio en Hamburg en donde el tal Tom Kaulitz tenía su base de trabajo—. Si tuviera que poner una mano al fuego para apostarme de que es el indicado para hacer despegar tu carrera como solista, lo haría sin dudarlo.

Un tanto incrédulo de la buena publicidad que Georgie le daba al tal Tom, fue que Bill puso en manifiesto su escepticismo con un muy tibio recibimiento que dejaba en claro que primero tendría que pasar por su reconocimiento antes de ganarse tantos títulos a su favor.

—Sería genial si así fuera, pero tampoco quiero hacerme ilusiones. No es el primer productor al que me acerco, y ya me estoy curando de chascos.

—Pues deberías —insistió Georgie, manteniendo una actitud positiva que en su opinión le hacía falta a Bill para tomarse en serio el nuevo giro a su carrera—. Tom ha conseguido llegar hasta la cima donde se encuentra con su talento natural, excelentes conexiones, buena suerte, pero sobre todo…

—¿Qué, patrocinadores? —Implicó Bill con malicia, puesto que en la industria no era nada fuera de lo habitual que los artistas se prestaran a ello y lo consideraran de lo más normal su a cambio conseguían fama y dinero.

—No. Una férrea ética laboral. Es casi tan adicto al trabajo como tú, si no es que más, así que es fácil suponer que juntos podrán lanzar ese demo que tienes en mente en tiempo récord y con resultados asombrosos.

—Eso me gustaría a mí… —Murmuró Bill, que de perfil contemplaba el paisaje de edificios y calles luminosas y limpias de Hamburg que contrastaban con el Berlín gris y repleto de grafiti de donde él provenía.

Bueno, no su Berlín tal cual, porque Bill había nacido en Leipzig veintisiete años atrás aunque sólo había vivido ahí el primer año de existencia antes de que su familia se mudara a un pueblo minúsculo e inerte al paso del tiempo (y de la caída del muro) a las afueras de Magdeburg, pero sí su hogar durante la última década cuando al poco de cumplir la mayoría de edad se decidiera a rentar ahí un piso con su mejor amiga Natalie a probar suerte con sus composiciones musicales.

Y aunque el proceso había tenido sus altas y bajas, Bill podía afirmar sin presunción que en los últimos cinco años las primeras por fin habían superado a las segundas cuando su carrera como escritor de canciones despegó al vender una de sus composiciones en inglés a Britney Spears. Apenas un sencillo que debutó en las radios internacionales en buenos puestos aunque sin llegar a los primeros lugares, pero que le sirvió para para comprar su primera prenda de Channel y empezar a hacerse un nombre importante y reconocido dentro de la industria.

A esas alturas de su vida, el nombre de Bill Trümper ya era uno que se reconocía en los booklets de varios artistas nacionales e internacionales, pues una vez que Bill vio oportunidad en el mercado anglosajón se pasó tres años en la casa de un novio que conoció en Los Ángeles perfeccionando sus conocimientos del idioma inglés y escribiendo como loco hasta que consiguió hacer una venta de cada canción que escribió durante ese periodo.

Pese a que de ese novio no quedaban más que los recuerdos, Bill había adquirido desde entonces una confianza ciega en sus habilidades, que compaginada con una seriedad absoluta para cumplir plazos y hacer entregas de calidad, lo habían convertido en uno de los letristas más cotizados en Alemania, llegando incluso a ser comparado como “la versión teutona de Max Martin”. Todo un logro considerando su edad y el que había comenzado desde los peldaños más bajos como un don nadie que había tenido que labrarse el camino por su propia cuenta.

Lo cual por supuesto lo llevaba al punto actual en el que se encontraba, haciendo esa transición de escritor de letras a dar el salto formal para buscar un músico que le ayudara en ese segundo paso de darles melodía y así poder cumplir ese segundo sueño de infancia en donde él era el cantante de sus propias canciones y no sólo un nombre escrito en letras pequeñas como parte del staff de producción.

Una meta por demás ambiciosa en palabras de varios de sus colegas, ya que Bill no había dado muestras hasta entonces de sentirse inclinado a buscar por su cuenta una carrera musical siendo que estaba inserto dentro de la industria y era uno de los ejes centrales actuales, pero como él mismo lo había definido: “Entonces no era el momento adecuado, pero ahora lo es”, y ya que la vida era saber reconocer las oportunidades y escoger el momento adecuado para lanzarse sobre ellas, ese era su aquí y ahora que no pensaba dejar que se le escapara de entre los dedos como un colibrí asustado.

Para ello había contactado a Georgie, amiga de muchos años atrás en la industria musical y que tocaba varios instrumentos (siendo el bajo el principal), cuyo esposo Gustav le recomendó acudir con Tom Kaulitz, para quien ambos habían trabajado en el pasado varias ocasiones y con quien compartían una amistad a pesar de las diferentes locaciones en las que se encontraban los tres, ya que si bien Georgie y Gustav radicaban en Magdeburg, no tenían inconveniente en acudir a donde quiera que se les necesitara a ellos o a sus instrumentos para realizar una grabación.

Era así como Bill había contactado por su cuenta y con sugerencia de Georgie al no tan renombrado Tom Kaulitz (al menos no por los medios bajo ese nombre), y acordado una cita con él para reunirse y conversar del proyecto que tenía en mente. Los correos habían sido de lo más formales y sin comprometerse a nada serio, puesto que primero había que corroborar si sus estilos encajaban para trabajar en la creación de un demo o era mejor no insistir en tierra infértil, y Bill esperaba que al menos su viaje a Hamburg no fuera una pérdida total de su tiempo o en verdad se lamentaría de haber pedido una semana de vacaciones no reembolsable.

—Henos aquí —le sacó Georgie de pronto de sus ensoñaciones, y Bill se removió inquieto en su asiento cuando ante él apareció un edificio de tres plantas que para nada daba la impresión de ser un estudio de grabación, mucho menos la morada secreta de Tom Kaulitz, mejor conocido por su nombre artístico de A~TomiK, el famoso DJ que se había presentado el verano anterior por toda Europa en los festivales de música y abarrotando los recintos con toda clase de personas que lo único que querían era escuchar su música en vivo incluso si para ello tenían que pagar boletos al doble o hasta el triple que para otros artistas. Una afirmación que Bill no podía afirmar o desmentir porque aquella no era la clase de música que se podía encontrar en su reproductor de iTunes, pero a la que se comprometió consigo mismo de ponerle remedio una vez que esa entrevista tuviera lugar.

Como introducción y de paso advertencia, Georgie le había prevenido que Tom prefería mantener muy diferenciadas y separadas esas dos facetas de su personalidad, pues ahí donde Tom Kaulitz era músico, productor, y ocasional aficionado al arte moderno y urbano que valoraba su privacidad como el que más, A~TomiK era su figura pública, el DJ que había sacudido Europa en los últimos tres años con sus ritmos electrónicos y con tintes de rock, y cuyas contadas apariciones fuera de los escenarios (aunque también sobre ellos) incluían una antigua máscara de gas que databa de la Primera Guerra Mundial y que le cubría el rostro por completo y disminuía su cara a la exposición del público.

—Más que tímido es reservado, pero ya te darás cuenta cuando lo conozcas. Él prefiere que se le reconozca por sus talentos y no por su simple apariencia —le había prevenido Georgie al iniciar aquel viaje, y Bill tenía también sus dudas si esa no era una de esas precauciones de rigor cuando se está por conocer a un chalado de lo peor.

Conocedor en su campo, por supuesto, hasta él no podía ser sordo a los comentarios de su genio y música con los que A~TomiK dominaba las listas de popularidad, pero a fin de cuentas eso no lo eximía de cruzar esa línea invisible entre excéntrico, genio incomprendido y loco peligroso…

—¿Listo? —Preguntó Georgie apenas apagar el automóvil y esperar a que Bill hiciera su primer movimiento.

«Es aquí y ahora», pensó Bill con nervios y ansiedad, pero también regocijo. «Tengo un presentimiento, pero ojalá supiera de qué…»

Poco sabría él del vuelco que estaba por sufrir su vida…

 

—No sé, Gus —resopló Tom recostado en su silla reclinable y con la cabeza echada hacia atrás—. La última vez que acepté trabajar con un aficionado me llevé un terrible chasco. Tal vez debí de haber rechazado su petición de reunirnos alegando que tenía demasiado trabajo y no podía atenderlo como es debido. Así habría podido recomendarlo con alguien más.

—¿Qué? ¡No! —Replicó Gustav, que recargado contra la consola de audios cumplía con la labor que Georgie le había encomendado: Preparar el terreno para que el encuentro entre sus dos amigos fluyera como la seda—. Antes conócelo. Bill es… Tiene talento, ¿vale? Y sabes que yo no digo eso a la ligera ni de cualquiera.

—No, excepto de Georgie —le chanceó Tom, a quien le encantaba poner en jaque las habilidades de la bajista aunque sin ir en serio porque la respetaba como música y como colaboradora además de amiga.

Gustav bufó con su broma, pero en lugar de perder la concentración, volvió a la carga con el tema de Bill.

—Sus letras son buenas, y su voz es única.

—‘Único’ es ese adjetivo que la gente utiliza para designar lo que puede ser genial o basura, aunque más veces lo segundo —dijo Tom sin amargura, sólo estableciendo un hecho ineludible con el que se había topado a lo largo de su carrera—. Sé que he prometido conocerlo, y por lo que ha dejado entrever en sus correos no parece ser mala persona, pero…

—Dale el beneficio de la duda —presionó Gustav—. Es un buen amigo mío y de Georgie, también hemos trabajado en varias ocasiones con él sin incidentes, y no habríamos de propiciar un encuentro contigo si no creyéramos que sus estilos se pudieran mezclar y complementar.

Tom se propulsionó en su silla para dar un giro lento en donde la habitación se desdibujó y él pudo vaciar su mente de preocupaciones y limitarse a ser.

Cierto era que confiaba en el criterio de esos dos amigos suyos, quienes en varias ocasiones en el pasado le habían puesto en contacto con otros colaboradores importantes que de alguna manera habían sido cruciales en su carrera («en ambas carreras», se recordó con una media sonrisa), por lo que no estaba en sus planes ignorarlos de buenas a primeras, aunque… Tom había tenido por su cuenta malas experiencias.

No siempre era el negocio de la música uno bueno o agradable con tantos egos inflados, gente que se creía tener un talento superior y que apenas sobrepasaba lo mediocre cuando no era que se empantanaba en esa categoría, y ni hablar de que a veces la conexión no se establecía, y dos personas cuyos puntos de vista eran diametralmente opuestos no tenía verdaderas oportunidades de trabajar juntos y desarrollar en conjunto sus talentos individuales cuando ese chispazo jamás se encendía.

Tom ya había lidiado con casos así en el pasado, y no le agradaba en lo absoluto la perspectiva de tener que hacerlo una vez más.

Los resultados, aunque no siempre catastróficos, eran los puntos negros de su carrera empezada media vida atrás cuando a los quince años decidió que tenía que hacer una vida de la música o morir en el intento.

Si bien sus padres ya se lo habían esperado de él porque desde pequeño había demostrado pasión por las clases de guitarra a las que había insistido en anotarse apenas cumplir los ocho años para cumplir el requisito de edad mínima en la inscripción, la noticia no les cayó con el mismo agrado que Tom había esperado cuando se presentó ante ellos con su equipaje en un brazo, su instrumento colgando de la espalda, y un pasaje sin retorno para Hamburg. A cambio de apoyo incondicional le pidieron tan sólo que terminara primero su educación, por lo que Tom compaginó el Gymnasium con clases de música extensivas en las tardes en donde perfeccionó su técnica en la guitarra con la que su padre lo había iniciado por su cuenta en el camino artístico a los seis años y sumó a su repertorio media docena más de instrumentos que le sirvieran para valerse con sus propias manos (literalmente) cuando el momento llegara.

Con el estuche de su guitarra a cuestas y los ahorros de los últimos años, Tom salió del mísero pueblito en el que había crecido y se dirigió a la gran ciudad de Hamburg que representaba para él sus sueños y ambiciones, dispuesto a al menos darle un mordisco al mundo antes de que éste lo devorara primero a él, y en el proceso vivió toda clase de aventuras, desde vivir dos semanas en las calles cuando su casero se hartó de no recibir la renta por tres meses seguidos, sobrevivir a un ayuno de setenta y dos horas cuando su salario en un puesto de kebabs no dio para más y él tuvo que elegir entre comprar bolsas de ramen instantáneo o las cuerdas que su guitarra necesitaba, hasta considerar brevemente el negocio de la prostitución cuando sus reservas llegaron al mínimo y la luz al final del túnel le hicieron creer que se había equivocado de vocación y lo mejor era volver al regazo de sus padres con el rabo entre las piernas.

Su salvación fue el conocer a David Jost de Universal cuando éste pasó a su lado mientras Tom tocaba la guitarra, una composición propia, en una plaza concurrida, y en lugar de depositar una moneda o un billete, dejó caer su tarjeta de presentación ahí dentro.

El resto, era como se contaba en los cuentos de hadas, salvo por algunos detalles un poco escabrosos y de los que prefería no tener memoria… Y la prueba de ello era lo mucho que Tom se había dejado la piel, la sangre y las lágrimas en hacerse de un nombre y una reputación, además de dinero suficiente para comprar el equipo necesario para montar su propio negocio como productor y hacerse de su propia cartera de clientes, además de ser su propio jefe al componer música para sí mismo y multiplicar su inversión inicial más allá de lo que nadie habría considerado factible.

De ahí que en aquel punto de su vida se sintiera con la confianza de aceptar y rechazar sin más explicaciones que las propias a quienes le pidieran trabajar a su lado, ya fuera en su faceta de Tom Kaulitz o de A~TomiK, aunque debía de admitir que Bill Trümper lo tenía intrigado más allá de los breves correos que habían intercambiado en las últimas semanas y la información que tanto Gustav como Georgie le habían proporcionado de su persona.

Por lo que entendía, Bill no tenía grandes aspiraciones de ascender como una nueva estrella musical, sino más bien probar suerte y tachar de su lista uno de tantos objetivos, y ello desconcertaba a Tom, quien no entendía cómo un sueño tan tibio podía ser la satisfacción de nadie, mucho menos de un individuo que había dejado entrever (y que le había sido descrito) como poco menos que un genio particular.

«Como sea», pensó Tom cuando su silla perdió fuerza y sus giros llegaron a su fin, «nada ni nadie me obliga a trabajar con él, pero antes veamos de qué se trata y cuáles son sus intenciones…»

Pero como descubriría después, primero tendría que averiguar y dejar claro cuáles serían las suyas con esa persona que llegaría a sacudirle hasta la médula…

 

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Notas finales:

Nas~
Este fic está compuesto por 11+1 partes que iré actualizando de aquí al 14 de diciembre en honor a Rosi, quien merece mil regalos en este mundo, y que al menos de mi parte tendrá unos cuantos. ¡Feliz cumpleaños adelantado! No desesperes, todavía quedan más sorpresas para la gran fecha~
Para quien lea, ténganme un poco de paciencia. Nunca fue lo mío escribir AUs, éste es apenas el segundo (y medio) pero con todo espero que les guste.
B&B~!


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