Dos cuerpos de frente a la vista que les ofrece el balcón de su departamento. Uno junto al otro observan el panorama bajo ellos, niños jugando, señoras conversando, gente caminando.
— Mátalo — dice Manuel con la voz apretada, conteniendo el humo en su garganta, mientras ofrece a Martín lo último que queda del caño que estaban compartiendo.
Martín no dice nada, sólo toma el susodicho entre su índice y pulgar y aspira lo máximo que puede antes de quemarse los dedos. Escucha y siente a Manuel exhalar finalmente, el humo y olor a marihuana rodeándolos. Martín siente su garganta escocer y apaga finalmente la colilla, dejando escapar el aire unos segundos después.
Manuel lo mira con el rostro alegre, labios curvados a más no poder en una sonrisa drogada. Martín lo mira de la misma forma, su sonrisa reflejando la de Manuel. A ambos se les salen unas carcajadas al ver el rostro del otro, y lo que en un principio son risas algo fuertes se convierten en un ataque imparable. Ríen, ríen, y ríen agarrándose los estómagos adoloridos de tanto movimiento abdominal.
Una vez que las risas se han calmado se miran nuevamente antes de unir sus labios, probando el sabor de la hierba en la boca del otro.
Martín se levanta a buscar dos botellitas de cerveza mientras Manuel calienta la pizza que habían guardado para la ocasión, una vez todo listo vuelven juntos a sus puestos en el balcón.
Comen rápido y en silencio, como si en cualquier momento alguien les fuera a arrebatar los platos. Las cervezas continúan inmaculadas al costado de cada uno. Cuando finalmente terminan sus porciones dejan los platos a un lado y toman sus botellas, un brindis consensuado sin palabras toma lugar cuando chocan los cuellos de las botellas para luego beber sedientamente. Ambos bajan por lo menos la mitad.
Pasado un rato en que Martín había estado observando detenidamente — ¡Ja! Sí a eso se le puede llamar estar volando tan arriba que ni cuenta te das del paso del tiempo, Han sido cuánto ¿5?, ¿10?, ¿15 minutos? Quizá fue media hora, quizá fue sólo un minuto... — a la gente bajo ellos, Martín mira a Manuel y nota que este lo había estado observando a él.
—¿Ocurre al-? — Te amo — le interrumpe Manuel precipitadamente, como si las palabras hubieran brotado solas de su boca, como si sus labios hubieran pensado antes que su cerebro.
Y quizá no tan inesperadamente, se inclina para besarlo. La lengua de Manuel juguetea con la de Martín, sus dientes muerden el labio inferior y Martín siente un fuego abrasador recorrer su cuerpo, las manos de Manuel explorándolo todo.
Martín toma el control no sin antes separarse lo suficiente para responder — Y yo a ti — y se encarga de responder el beso con la misma intensidad de Manuel.
No necesitan palabras para saber que deben mover sus apasionados cuerpos a un lugar más privado, por lo que sin separarse y con mucha dificultad se levantan y trastabillan hasta el dormitorio.