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Bajo llave por thery

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Notas del capitulo:

Hola, se me ocurrió subir esta vieja historia que había dejado abandonada entre el montón de cuentos y leseras que tengo. Como sea, no sé que advertencias colocar ya que cuando empecé a escribirla planeaba como algo experimental? terror psicológico? No lo sé... me cuesta definir mi estilo ;_; Pero como siempre no habrá romance ni nada lindo porque no sé escribir ese tipo de cosas. 

Espero les guste! Sus opiniones son siempre bienvenidas!

 

 

Su nombre es Vincent.

Y tu nombre es Oliver.

Vincent te parece un hombre agradable y bondadoso.

Él prepara deliciosas comidas y te arropa con mantas cuando tiemblas a causa del frío. Él no coloca una mano encima de ti sin tu permiso y estás muy agradecido por ello. Estás agradecido por muchas de las cosas que ha hecho por ti hasta el momento.

Tan sólo ha pasado una semana desde que él te llevo hasta su casa. Recuerdas que fue un día lluvioso cuando te encontró resguardado en el borde de una tienda. Las gotas de lluvia caían desde tu cabello negro hasta tu torso empapando tus ropas ya húmedas, los temblores incesantes te hacían sentir tan vulnerable, mientras observabas pasar incontables extraños de miradas perdidas en el gris del ambiente.

Estabas completamente abandonado.

Desde que empezaste a sobrevivir en las calles los colores de tu vida se borraron, permitiéndote observar constantemente esos mismos matices grises que el resto en aquella triste ciudad. Fue en ese momento en que sentiste la realidad golpeándote como nunca antes, haciendo que finalmente despertaras en un mundo completamente apático. Creíste que morirías de hipotermia en ese sitio, cobijado sólo por las gotas de lluvia que brillaban con el verde, el rojo y el ámbar de los semáforos cambiantes. Te aterrorizaba. Y de un instante a otro conociste lo significaba el amparo. En el momento que aquel hombre se acuclilló ante ti, ofreciéndote ayuda, una que apenas conseguiste aceptar antes de desmayarte en el interior de su automóvil. 

No conseguiste anticipar ni una sola idea de lo que sucedería contigo; lo último que pasó a través de tu mente fue que morir siendo salvado de esa manera no te parecía una mala forma de dejar el mundo.  

No puedes figurar dónde queda su casa con exactitud, pero lentamente se volvió tu propio hogar y eso es todo lo que importaba.

 

—Oliver.

Él es cuidadoso incluso hasta cuando se trata de dirigirse hacia ti. A veces, suele marcar sus pasos con firmeza para que puedas oírlo con anticipación antes de entrar en la habitación en la que sea que te encuentres, para que no acabes sobresaltándote. Las personas no son tu especialidad, y él no tardó en darse cuenta. Difícilmente sabes cómo lidiar con tu propio cuerpo y tus habilidades sociales dejan mucho que desear.

Vincent toma asiento al borde de la cama junto a ti entregándote una notable cantidad de espacio entre los dos. Te encuentras envuelto en una manta de color rosa con dibujos de ovejas, y en tus manos temblorosas sostienes una taza de chocolate caliente. Puedes ver de soslayo como ajusta sus gafas, sonriéndote gentilmente. Vincent tiene una sonrisa amable. Desearías poder sonreírle de vuelta.

—¿Está bien? —pregunta.

¿Está qué? Ah, sí. Él debe estar refiriéndose al chocolate. Observas el vapor escapando del tazón, aprietas tus labios mientras intentas formular una respuesta. Sin embargo, te distraes al pensar en la calidez de tus manos. Hace mucho que no sentías aquello. Vuelves tu rostro hacía él asintiendo lentamente.

Al mirarlo de cerca, puedes notar que es mucho más alto que tu padre, sus facciones son tan finas como la de los ángeles en las pinturas que decoran la habitación en la que te encuentras. Puedes decir que posee un rostro ameno. Te tranquiliza de algún modo. Su piel es blanquecina, pero no tan pálida como lo es la tuya. Sólo puedes compararlo contigo o con tu padre puesto que no conoces más personas con tanta cercanía. Detrás de las gafas rectangulares se muestran un par de ojos intensos y azules, tan profundos como el del océano, podrían atraparte, hacer que te perdieras en ellos. Nunca antes habías visto una mirada tan penetrante. Te avergüenza observarlo detenidamente, pero quieres retener en tu memoria la imagen de la persona que te ha rescatado. Esos labios que siempre dibujan una sonrisa parcial. Su rubio cabello, casi platinado, recortado y peinado pulcramente hacia atrás. Podrías decir que su apariencia es más similar a la de uno de esos modelos que aparecen en las portadas de revistas o en los anuncios de perfumes de televisión, pero él trabaja en una oficina. Te preguntas el por qué quiso ese trabajo tan aburrido, pero no tienes el valor como para formular la pregunta con tus labios.

Conforme con tu respuesta, él te sonríe con mayor energía, a lo que rehúyes tu trémula mirada de la suya. Sientes que tus labios intentan moverse, pero es inútil obligarte a sonreír. Quizás más adelante.

—Estoy feliz de que comiences a confiar un poco más en mí— dice él suavemente.  Abandonas la taza en la mesita de noche para alcanzar su rostro nuevamente. Él te ofrece otra sonrisa complacida ante el contacto visual al que no estás del todo acostumbrado.

—Tus ojos son realmente hermosos. Me agradaría que pudieras dirigirme la mirada más seguido.

Sientes los músculos de tu abdomen tensarse ante sus palabras e inconscientemente juntas tus cejas. Muerdes tu labio inferior en un intento de figurar que es lo que estás sintiendo. Entonces es cuando ves la sonrisa de Vincent esfumarse. ¿Hiciste algo mal? ¿Qué ocurriría si llegara a echarte? No, no puedes volver allá fuera. No puedes. Morirás si vuelves a continuar sobreviviendo de ese modo.

—¿Te he molestado?

Oh. Vincent se acerca, sus manos descansan sobre sus rodillas. Te mantienes inmóvil.

—Lo siento, no voy a presionarte, ya sabes, pero espero que puedas hablar conmigo cuándo sientas que te nace hacerlo.

Ah...

Esto... es un sentimiento nuevo, pero crees que puedes reconocerlo.

Tú también esperas aquello.

 

***

 

Al día siguiente Vincent te levanta en sus brazos para recostarte en el asiento trasero de su automóvil. Tenías la sensación de haber dormido por mucho tiempo. A pesar de eso, tu cuerpo tenso no poseía fuerza alguna, y para peor se estaba entumeciendo. Se te hacía arduo conseguir pensar estando aturdido; dentro de tu cabeza revoloteaban aún extraños sueños en blanco y negro —sueños y pesadillas—. Eran como siempre, vívidos... Unos te parecían horribles y ajenos, en tanto otros eran tan tuyos como la parte de ese pasado que te esforzabas a olvidar cada día.

Algo frío toca tu frente con el más suave de los roces.

Te remueves ante el tacto, intentando acomodarte en busca de calor, a lo que el click del cinturón de seguridad te hace abrir los ojos un momento para encontrar el rostro del mayor rozando tu cabello. Con esa imagen en tu mente te duermes recordando las palabras de Vincent durante el momento en que se preparaban para salir.

¿Oliver? ¿Aún no eres capaz de levantarte?

Niegas con la cabeza.

Hmm

Ves cómo se pasea a través de la habitación principal, en donde has estado durmiendo y pasando la mayor parte de tus días.

Vamos a vestirnos para salir. Conozco a alguien que te ayudara a sentirte mucho mejor.

 

 

El término doctor te causa un dolor constante en el pecho, precisamente fue lo primero en lo que pensaste al abrir tus ojos.

—Ya casi llegamos.

Acabas despertando, sintiéndote ligeramente mareado cuando Vincent te saca del automóvil para llevarte en brazos hacia la clínica. Estás parcialmente consiente, y puedes oír susurros bajos... Personas nuevas, significan nuevas miradas puestas sobre ti. Te tensas notoriamente aferrándote a la solapa del mayor.

—Tranquilo —te asegura Vincent—. No tienes de que preocuparte, nadie te hará daño.

Su tono te relaja casi de inmediato. Su voz tiene ese efecto; tan seguro y atractivo, como si cada vez que hablara te hiciera sentir mejor, como cuando eras tan sólo un niño...  De todos modos, muerdes tu labio inferior dejando escapar un suspiro, comenzando a calmarte gradualmente. 

Entonces, esta vez sientes que algo tibio roza tu frente.

Vincent acaba de besarte.

El sonrojo en tus mejillas no es bienvenido. Desvías tu mirada, la confusión se marca en la posición de tus cejas fruncidas. Tu corazón está acelerado nuevamente. El contacto físico es nuevo para ti, sin embargo, te parece que no debería sentirse tan sofocante.

—¿Te encuentras bien?

Miras a Vincent directamente, exasperado, con los ojos abiertos. Él te está sonriendo amablemente. Tu corazón comienza a latir con mayor intensidad. Deseas que se detuviera. Te sientes más débil que cuando llegaste a este lugar.

—Uhm...si —respondes, sintiendo la garganta adormecida y rasposa.

Él te observa con curiosidad, su sonrisa se apaga un poco, sus ojos lucen tan maravillados como si estuviese mirando alguna rareza. De cierto modo te parece incómodo.

—Tu voz es dulce.

Deseas responder su cumplido, pero no encuentras las palabras. Por suerte, alguien vestido en una bata blanca aclara su garganta para llamar tu atención. No prestas atención a su apariencia por completo, todo lo que puedes concretar es que es una mujer.

 

La persona de la bata cierra la puerta con cautela, pero a pesar de su consideración, te sobresaltas a causa del más mínimo estimulo. Tal como un animal lastimado.

Vincent deja escapar un leve suspiro.

—Se cuidadosa con él, no tengo todos sus datos, pero lo he estado cuidando por un par de semanas… por lo que me he percatado él... —

—No soy un niño.

Enseguida la habitación se plaga de un silencio sepulcral. La voz de ahora...

¿Era la tuya?

Abruptamente muerdes tu labio inferior como de costumbre, aferrando tus manos frías a la camilla en la que te sentaron. Con un vistazo tembloroso diriges tus ojos hacia la doctora y luego hacia Vincent.

La mujer aclara su garganta nuevamente.

—Vincent ha tenido que ayudarte con tus baños, ¿no es así?

Ella observa a Vincent quien asiente.

—Entonces, por lo que él ha visto no veo cómo tú no eres un niño.

—No lo soy—repites.

Tu voz no es demasiado potente, pero se oye segura, aunque suave a la vez.

—Una vez escuche que no eres un niño por como luces... —Tu corazón palpita con fuerza, y sientes las réplicas de las pulsaciones en tus sienes. —Tampoco soy una niña.

—¿Entonces qué eres? — Pregunta la mujer, confundida.

—Soy Oliver.

 

 

 

 

 

 


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