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Una noche por lady_shizu

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Notas del fanfic:

Advertencias (?):

*OoC hasta en las edades (?) porque no soy ninguno de the GazettE, así que es inevitable. :v

*Si no te gusta la temática del FanFic o las parejas, NO continúes leyendo, que bien aclaré en el resumen de qué va la historia. Aceptaré cualquier crítica siempre y cuando sea constructiva.

 

 

 

 

Aclaración: cualquier similitud con otra historia o la vida real es pura coincidencia.

Importante: los personajes de esta historia no me pertenecen, son de sí mismos, yo sólo los utilizo para escribir y no gano ni para comprar un caramelo con ello. Pero, ¡ey!, todo el contenido fumado del fic es completamente mío (y ojalá ellos también lo fueran :’v).

 

 

Notas del capitulo:

No sé por qué, pero siempre que quiero escribir un Kaoi acabo escribiendo un KaiTa. </3

Aquí es donde digo que el Omegaverse convencional no me gusta para nada, y he ahí la razón por la que escribí esto: salir de mi zona de confort. Dicho esto, advierto que habrá varios puntos que no concordarán con los que usan otros escritores, o al menos los que me han dado como “referencia”. xD

Sin embargo (y como no me gusta), evité todo lo posible nombrar o detallar más de la cuenta algunos detalles sin importancia.

.

Una noche

.

LadyShizu

 

I: Capítulo único

 

La estridente música envolvía el ambiente, tornando la realidad en un espejismo de colores que se mezclaban en el reflejo de cientos de cuerpos sudados moviéndose de forma desigual, irracional, salvaje y desmedida. El viciado aire, espeso humo de nicotina y hiervas, la mayoría ilegal, flotando en el mínimo espacio personal existente, colándose entre caricias desvergonzadas y besos húmedos, entre el constante frote de cuerpos al ritmo de los parlantes y charlas de ebrios.

 

Suzuki Akira se había creado una ilusión propia y aparte de la general y a la vez tan única de cada persona allí afuera. La suya nacía y se agigantaba a través de manos fuertes que lo sostenían a la altura del hueso de la cadera, de la caliente e irregular respiración que lo golpeaba en la nuca, del creciente ritmo que golpes húmedos y gemidos ejecutaban cerca de su oreja, alcanzando su oído sin cesar. Así se componía el universo en el que ahora estaba sumergido, por completo entregado a él como lo estuvo del alcohol y la fiebre del baile minutos atrás, antes de que acabara en el cubículo de aquel sucio baño, con las manos y el perfil izquierdo pegados a la fría pared de cerámica manchada, teniendo intimidad con un extraño.

 

No obstante, al remontarse poco menos de una hora atrás, Akira se encontraba sentado a la barra de bebidas, disfrutando de lo que prometía ser una inocente noche de diversión con sus amigos Matsumoto Takanori y Shiroyama Yuu. Cierto era que aunque había bebido mucho, hubo ocasiones en las que estuvo peor. Mucho peor. Ciertamente la cabeza le daba vueltas y sentía latigazos en los músculos de tanto bailar, pero aún conservaba mucho de su autocontrol y razonamiento. La noche, todavía joven y rebosante de propuestas encantadoras, los instaba a la liberación y Akira podía observar su faceta más pura en la algarabía frente a sus ojos, en cientos de extraños bailando, bebiendo, fumando, besándose y buscando la suerte de conseguir rentar una habitación en el piso superior. La veía en Takanori besándose con un desconocido en plena pista de baile. En Shiroyama compitiendo en un duelo de bebidas con un joven de mirada coqueta que no le quitaba los ojos de encima. En todos los labios que él mismo había besado esa noche, en los cigarros que había fumado con Taka y en los shots de tequila que había compartido con Yuu y el joven que conocieron esa noche y ahora estaba devorándose la vida de labios de Takanori.

 

Incluso así, Akira podía presumir de encontrarse todavía en sus cinco sentidos. Disfrutando del estado de relajamiento máximo que un cuerpo humano podía alcanzar, feliz y satisfecho. Encantado con la vida y las oportunidades que esta le regalaba, una tras otra, como en ese instante, cuando juntaba sus labios con otros y compartía saliva directo de su lengua con otra igual de húmeda y deseosa. El joven que ahora lo acompañaba era en efecto muy atractivo, más que el promedio e incluso se atrevía a afirmar que mucho más que el nuevo amigo de Taka o aquel que intentaba llegar a la boca de su amigo Yuu sin obtener aún los resultados deseados. Kouyou creyó escuchar que le había dicho antes de volver a besarlo, tan ardiente como la primera vez.

 

Fue cuando se percató de que, aunque pudiera asegurar que Kouyou era su nombre, había dudado incluso de si era real o no, ya fuera por lo atractivo de su rostro o lo varonil de su voz. Akira tuvo tiempo apenas de advertir que estaba cayendo de picada dentro de un remolino de confusión antes de que sus bocas continuaran saboreándose a gusto, ambos sentados a la barra de bebidas, para apartar la cabeza y resoplar profundo. Un click en su cabeza le advirtió a continuación que el aumento de temperatura que comenzaba a sentir nada tenía que ver con el alcohol, la nicotina o el fogoso beso de Kouyou. Éste era diferente y a la vez muy familiar. Espantosamente familiar.

 

Dejando un lo siento atrás, se alejó del atractivo muchacho y caminó hacia la pista de baile, interceptando a Takanori antes de que decidiera continuar cenándose a aquel joven justo allí. Tomó del brazo a su amigo y se alejaron del cúmulo de personas moviéndose en frenesí felicidad.

 

—Taka, dame la píldora.

 

No creyó necesitar más que eso, así que, apoyándose de lado en la pared, esperó a que Takanori, con el ceño fruncido y sin perder el contacto visual con su pareja de baile, hurgara en el bolso que tenía desacomodado en la cadera, seguro por obra de las inquietas manos de su compañía. Mientras, Akira se fijó la hora en el reloj de su teléfono celular, maldiciendo el momento en que éste se había cambiado a modo silencio sin que él se diera cuenta o recordara cuándo lo hizo, obteniendo así el motivo de que no hubiera escuchado nunca la alarma programada. Con poco menos de diez minutos de retraso, ya no le extrañaba el haberse desatado con tanta facilidad cuando Kouyou apareció de la nada y lo besó sin siquiera preguntar si podía.

 

—Taka —habló intranquilo, sintiendo en conciencia cómo su cuerpo comenzaba a reaccionar debidamente a su estado—, rápido, por favor.

 

Pero por más que Takanori buscara y buscara en el pequeño espacio del bolso, no conseguía dar con lo que quería.

 

—No están —pronunció de repente, sin dejar de buscar pero con la voz alterada, ahora prestando toda su atención en el interior del objeto a altura de su cadera—. No están. Y tampoco mi celular ni mi cédula de identificación.

 

—¡Taka! —Separándose rápido del muro, le apartó las manos y sacando su celular activó la linterna para ver con mayor claridad; desechados quedaron en algún lugar todos los efectos de lo ingerido a lo largo de la noche, reemplazados por la desesperación y el miedo en su estado más puro—. ¡Taka!

 

—¡¿Qué?!

 

—¡¿Dónde están?!

 

—¡Mi celular!

 

—¡¿Dónde están?!

 

—¡Mi identificación!

 

Hablaban al mismo tiempo, a gritos, mientras intentaban que las manos temblorosas de ambos buscaran donde obviamente no había nada importante. Ni el móvil que tanto trabajo le había costado comprar a Takanori, ni la costosa tirilla de píldoras inhibidoras de Akira, gracias a las cuales había podido consumir lo que quisiera sin el riesgo de las comunes y gratuitas.

 

—¡Taka!

 

—¡Aki!

 

—¡¿Qué voy a hacer ahora?! Esto está mal, mal, mal…

 

—¡No están, Aki! Alguien debió robarme todo mientras bailaba…

 

—Ya casi se acaba el efecto de la anterior…

 

—… o quizá mientras estábamos en la barra, ¡no sé!

 

—Maldición, tengo poco más de treinta minutos antes de que el efecto pase por completo…

 

—¡Argh! Voy a matar a la pequeña mierda que me robó. ¡La voy a matar!

 

—Si nos apuramos, podemos llegar al departamento antes de eso.

 

—Mi teléfono nuevo…

 

Akira observó a Takanori lamentarse en voz baja, con el rostro compungido ante la pérdida de su identidad y el artefacto por el que tan duro había trabajado los últimos meses. Sin embargo, también estaba sufriendo por las píldoras, lo supo tan pronto los ojos de Taka lo miraron directo a los ojos, con la boca torcida y los labios entreabiertos tan temblorosos como los propios.

 

—Lo siento —murmuró Takanori, con la impotencia de no saber qué hacer escalando su cuerpo. Akira soltó un suspiro cargado y ansioso, pero sonrió a su amigo, tomándole ambas manos para intentar consolarlo, a pesar de que quien necesitaba ser consolado con urgencia era él.

 

—Está bien, Taka. No se puede hacer nada. Busquemos a Yuu y vayamos al departamento, ¿sí? Luego pueden volver para buscar a quien te robó, así le enseñas que con Matsumoto Takanori no se juega.

 

El plan era simple, ir por el auto, conducir unos veintitrés minutos aproximados hasta el departamento que compartían los tres, buscar las píldoras de emergencia que siempre tenía guardadas por precaución; al menos era lo que ahora mismo le convenía que ocurriera. Así, mientras se deslizaban cual serpientes evadiendo a todas las personas que podían, todo se derrumbó cuando de manera repentina, Takanori arremetió contra un grupo de jóvenes que, formando un círculo casi pegados a una pared, reían y murmuraban palabras inentendibles. Lo siguiente que Akira supo era que estaban siendo rodeados por aquellos que segundos antes habían estado bailando. Porras provenían de todas partes, y en el frenesí, Akira se arrojó a ayudar a Takanori, agradeciendo, mientras arrojaba golpes certeros hacia todas direcciones, las clases de defensa personal que su madre lo había obligado a tomar desde niño.

 

Sin embargo, eso poco le sirvió cuando al llegar junto a Takanori fue empujado por la multitud y separado de su amigo. De forma progresiva comenzaba a debilitarse, volviéndose cada vez más ansioso. Escuchó la voz de Yuu llamándolos, y gritó su nombre. También el de Takanori. Las personas se removían, empujándolo hacia atrás sin que pudiera oponer mucha resistencia. Desesperado, comenzó a llamar a sus amigos, buscándolos con ojos húmedos y los nervios cortándole la piel. Le temblaban las piernas, por lo que buscó apoyo en una pared tan pronto pudo salir del océano de gente que buscaba poder continuar mirando cómo la seguridad del lugar se llevaba a los alborotadores.

 

Jadeando, echó la cabeza hacia atrás y apretó los párpados con fuerza, esperando poder tomar todo el aire que pudiera obtener del viciado ambiente que lo rodeaba. Estaba mal y lo sabía, a esas alturas sentía unas enormes y casi incontrolables ganas de echarse a llorar. Pero no podía culpar a Takanori por no haberse podido controlarse tras descubrir a quienes le habían robado y además estaban burlándose de la foto de su cédula de identificación.

 

—Hueles bien.

 

Soltó un jadeo como primera respuesta al tacto de una mano sobre su cintura. O tal vez fueran dos, tres, cinco; no podía discernir con claridad la cantidad ni el lugar donde se situaban. Lo siguiente fueron respiraciones contra su cuello, mejillas y sienes; tan calientes que le erizaban la piel y le despertaban temor. Con la cabeza aún reposada en la pared, abrió los ojos, emitiendo un gemido asustado al verse aprisionado por tres hombres. Ellos no le prestaron atención cuando les pidió que lo dejaran, pero sí que lo hicieron cuando, irritado, los lanzó al suelo con menos de seis movimientos limpios, dejándoles en el camino algunos golpes que les impidiera levantarse al menos el tiempo necesario para que pudiera huir.

 

Tal vez no estaba ocurriendo en realidad, pero su mente caótica le gritaba que ya todos allí sabían lo que le estaba ocurriendo a su cuerpo. Cada mirada que recibía de las personas a las que empujaba para escabullirse y encontrar una salida, la percibía oscura, malintencionada; a cada movimiento, una amenaza. Estaba tan ofuscado que, entre respiraciones agitadas y el perpetuo temblor de su cuerpo, corrió hacia la única puerta que alcanzó a divisar y la cerró con prisa una vez que estuvo del otro lado de ella. La fluorescente luz blanca lo cegó los primeros segundos hasta que se acostumbró a ella lo suficiente para saber que acababa de encerrarse en el baño, y no estaba solo. Desde su lateral izquierdo, un joven frente a los orinales lo miraba con ojos penetrantes y una ceja levantada. El olor que éste despedía no le permitió a Akira dudar de qué posición ostentaba. Así que quiso tirarse al piso y llorar, mas no lo hizo. Se mantuvo de pie, con la espalda pegada a la puerta y sin quitar sus ojos de aquel extraño, intentando analizar por medio de sus gestos lo que fuera que haría a continuación, encerrado allí con él y con las presentes circunstancias.

 

Nada inusual ocurrió, para sorpresa de Akira. El extraño continuó con la satisfacción de sus necesidades fisiológicas como si él no estuviera allí, por lo que juraba que de no ser por el fortísimo golpe que acababan de propinarle a la puerta, habría conseguido relajarse lo suficiente para recordar que en el bolsillo trasero de su jeans estaba su teléfono celular a la espera de ser utilizado para sacarlo de dificultades, o al menos para conocer el paradero de sus amigos.

 

Otro golpe seguido de muchos más consiguieron aplacar casi nada los gritos de algunos jóvenes que buscaban ingresar a como diera lugar. Akira se apartó de la puerta y volteó a verla, desesperado. A su espalda, el desconocido terminaba de lavarse las manos como si lo que ocurriera en el mundo no le afectara para nada.

 

—No podrás evitar que entren —le dijo de repente, tirando en el basurero el papel con el que acababa de secarse. Akira medio giró nuevamente, esta vez para observarlo con angustia evidente—. Anda, ve al último cubículo y enciérrate con seguro —le indicó a continuación, acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza dirigido a dicho lugar mientras caminaba hacia él con pasos tranquilo—. Haré que se vayan lo más rápido posible, pero no te aseguro nada.

 

Sin decir nada, Akira afirmó con la cabeza y volteó por completo, caminando rápido en la dirección indicada, dispuesto a acatar la orden de aquel extraño. Normalmente pondría en duda la veracidad de las palabras de un desconocido, porque en realidad nada le decía que podía confiar, pero su situación era tan desesperada que eligió creer, aunque todo estuviera en su contra.

 

—Espera —volvió a hablar, deteniéndolo. Cuando Akira se volvió, lo vio quitarse la chaqueta y tendérsela—. Ponte esto y, por favor, intenta tranquilizarte. No hagas ruido.

 

Tomó la prenda con dedos temblorosos, levantando los ojos hacia los de aquel, que no había apartado los suyos de su rostro en ningún momento. Se sintió cohibido y supo que el efecto estaba terminándose. Hubiera deseado tener más tiempo para agradecerle, pero la vergüenza y el miedo no eran sus aliados en ese momento. Aferró la prenda y salió corriendo hacia el último cubículo, encerrándose y colocándose la chaqueta lo más rápido que sus sentidos y movimientos irregulares y torpes le permitieron. Bajó la tapa del retrete y se sentó sobre ella, subiendo las piernas y llevándose las rodillas al pecho, rodeándolas con ambos brazos y enterrando la cara en el poco espacio que quedaba. En esa posición, la chaqueta lo cubría por completo, embriagándolo del fuerte olor de aquel extraño. Comprendió, entonces, que aunque se mostró impertérrito, quien estaba afuera ahora, brindándole su ayuda, no había estado para nada tan tranquilo como quiso hacerle creer.

 

Eso lo tranquilizó enormemente. En especial, lo ayudó a sobreponerse al ruido de la puerta principal siendo abierta y a las quejas y murmullos que no tardaron en hacerse con el silencio del lugar. Algunos de los cubículos fueron abiertos, obligándolo a abrir los ojos y tragar saliva, pero el continuo al suyo no. En cambio, escuchó que alguien se apoyaba sobre la puerta frente a él y cuando levantó la cabeza, vio un par de pies a través de la enorme franja bajo la puerta. Por la posición de estos, se notaba que la persona estaba dándole la espalda, y aunque no necesitó intentar recordar el color o modelo de calzado del joven que estaba ayudándolo, supo que se trataba de él porque desprendía el mismo intenso olor que estaba impregnado en su chaqueta y éste lo alcanzaba con facilidad.

 

—¿Buscan algo?

 

Akira se sobresaltó al reconocer su voz, al parecer estaba teniendo dificultades.

 

—¿Quién está ahí?

 

A esa voz sí que no la reconoció, pero le causó horribles escalofríos, pues el dueño de la misma estaba demasiado inquieto, lo podía percibir por el tono empleado.

 

—¿Por qué no juegas a adivinar, eh? Largo. No quieres problemas conmigo, ninguno de ustedes, se los aseguro.

 

Luego de eso, pasaron unos cinco minutos, que le parecieron cinco horas, antes de que un par de golpes buscaran llamar su atención.

 

—Ya puedes salir.

 

Así lo hizo, aunque demoró casi un minuto completo en hacerlo. Abrió la puerta con lentitud y dudó en salir del angosto espacio, pero la presencia de aquel, reclinado sobre la pared y de brazos cruzados, le brindó la seguridad que jamás pensó que podría sentir estando en semejante situación.

 

—Gracias —fue lo primero que dijo, haciendo una reverencia de noventa grados.

 

—No puedo concebir qué clase de idiota sale a un club nocturno sin estar preparado para esto.

 

Akira se avergonzó tanto que no supo discernir si el aumento en la calentura de su rostro y cuello se debía a eso o a que el efecto de la píldora estaba a nada de terminarse por completo. Se incorporó lento, notándose cada vez más agitado. Sin embargo, cuando miró nuevamente al otro, lo advirtió más inquieto que al inicio: aunque tenía el apoyo de la pared, se veía un leve temblor en sus rodillas, su nuez de Adán subía y bajaba de forma constante, tamborileaba los dedos sobre sus brazos y la transpiración se volvió incluso más evidente cuando vio que desde su perlada sien derecha descendía una gota de sudor, recorriéndole la mejilla sonrojada.

 

—Vine preparado —comenzó a explicar, desviando la mirada y apoyándose en la pared que separaba ambos cubículos—, pero nos robaron hace algunos minutos. Estábamos buscando la salida cuando mi amigo los descubrió. Después comenzaron los golpes y nos separamos entre la multitud.

 

—Entonces decidiste buscar refugio en el lugar más vulnerable de todos.

 

—No sabía que era un baño —admitió con la cabeza gacha y la respiración más pesada a cada segundo—. Sólo quería salir de aquí y encontrar a mis amigos. Lamento haberte causado tantos problemas.

 

—No importa. —Suspiró pesado, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás—. Estoy acostumbrado a tratar con estas situaciones.

 

—Lo siento. —Aunque se disculpó, no pudo hacer la reverencia correspondiente otra vez. Todo comenzaba a darle vueltas—. Tu pareja debe estar preocupada por ti.

 

—No tengo pareja.

 

Esta vez, Akira levantó la cabeza un poco, lo suficiente para poder verlo. Aunque no consiguió dar con su mirada, se perdió en la nuez de Adán moviéndose de arriba abajo en medio del cuello tenso, marcado de venas prominentes.

 

—Creí que por eso sabías cómo lidiar con éste tipo de situación.

 

El extraño soltó una risilla, casi como un gemido doloroso; realmente estaba siendo afectado por la presencia de Akira.

 

—Mi mejor amigo es demasiado estúpido y despistado. Siempre tengo que protegerlo porque olvida sus píldoras o las pierde sin darse cuenta.

 

Akira rió un poco, aspirando profundo luego de eso, aunque no sabía si atribuírselo a los crecientes nervios, la incomodidad o al hecho de que acababan de llamarlo demasiado estúpido y despistado de forma indirecta.

 

—Lamento que tengas que pasar por lo mismo con un desconocido.

 

—¿Qué harás ahora?

 

Akira recordó, entonces, que tenía un teléfono móvil cuando quiso saber cuántos minutos le quedaban antes del inminente final. Quiso darse un golpe, pero de nada serviría, ni eso ni la existencia de su móvil.

 

—No sé… —confesó afligido, guardándose las lágrimas—. En nada tendré a decenas de idiotas sobre mí y entonces estaré tan mal que no me importará…

 

—Oye, calma, no vayas a llorar ahora, por favor.

 

Akira se sorbió la nariz y se limpió la humedad de los ojos con la manga de la chaqueta. No se había dado cuenta que aún la tenía puesta.

 

—Vine con unos amigos —dijo el otro, despegando la espalda del muro y acercándose para ponerle una mano en el hombro, intentando consolarlo de alguna forma—, puedo ir a buscarlos, les pediré que me ayuden a sacarte de aquí. Ninguno te tocará, lo prometo.

 

Con un movimiento horizontal de cabeza, Akira desechó la idea. En el fondo era consciente que aquel también sabía que no funcionaría, porque el efecto ya había terminado mientras hablaban, y en cuanto se marchara, el resto no tardaría en tirar la puerta y amontonarse sobre él.

 

—Está bien, agradezco tu ayuda. Ya no tienes que preocuparte más. De verdad, muchas gracias por todo. —Al terminar, intentó hacer una reverencia, pero en cambio acabó tambaleándose y siendo sujetado por ambos hombros.

 

—Ya no puedo simplemente irme, ¿sabes? —habló agitado, cerrando los ojos para intentar concentrarse en cualquier cosa menos en el agradable olor que Akira despedía, en especial teniéndolo tan cerca—. Encontraré la forma de sacarte de aquí.

 

Por otro lado, Akira gimió adolorido, abrazándose a sí mismo mientras agachaba la cabeza todo lo que podía. Se sentía tan miserable deseando que aquel se fuera para no darle más problemas y a la vez esperando que no lo dejara solo allí. Tampoco quería que lo viera perder la razón y convertirse en el juguete de decenas de hombres, eso sería incluso más humillante.

 

Entonces se le ocurrió la idea más egoísta de su vida, y dominado por la desesperación no pudo rechazarla antes de darle voz.

 

—¿De… de verdad quieres hacer tanto por mí? No nos conocemos… —pronunció con dificultad, ayudándose de su estado para desechar por completo los formalismos y parte de la vergüenza, dejando que su cabeza descansara en el cálido hombro del otro—. Y estás tenso a mi lado. Muy tenso y agitado. —Enfatizó colocando una mano sobre el pectoral derecho de aquel.

 

El extraño soltó un gruñido bajo y lastimero, pero no hizo nada para apartarlo. Temblaba y sudaba, Akira lo percibió en su tacto, así como notó enseguida el abultamiento bajo el pantalón de jeans que se le ceñía tan bien a los muslos.

 

—Es normal que reaccione así…

 

—¿Por cuánto tiempo más vas a aguantar? —Con manos temblorosas, se aferró a la remera blanca, levemente transparentada por el sudor, que aquel vestía—. ¿Y yo?

 

—Tengo buen aguante, ya te lo dije.

 

—Pero yo no tanto… —Con lentitud separó la cabeza del hombro del otro y la levantó para poder verlo a la cara, aunque se detuvo primero a observarle la boca semiabierta y trémula, ligeramente húmeda por la lengua que acababa de deslizarse sobre ella—. Y ya sabemos cuál es la única forma de solucionar provisionalmente esto… Yo… —Dudó, perdiéndose un momento en la manera en que aquel volvía a relamerse, provocando que él hiciera lo mismo, sin darse cuenta de que era observado con igual intensidad—. Mierda… No puedo decirlo… —confesó avergonzado, también impaciente y sintiéndose cada vez más necesitado. Sin embargo, agradeció no precisar dar detalles de lo que no podía decir, porque aquel demostró haberlo comprendido de inmediato.

 

—¿Estás seguro?

 

Primero asintió varias veces, apartando por fin su atención de los labios del otro para fijarla en sus ojos. Eran marrones y contrastaban tan bien con el fleco de cabello castaño que le caía sobre el ojo derecho, dándole un enmarque perfecto a su atractivo rostro. O quizá Akira lo veía así por el efecto de su estado.

 

—Prefiero que seas tú quien lo haga —admitió—. Al menos a ti te escogí estando todavía consciente.

 

Respirando de manera sonora y caliente, aquel se le acercó un poco más, rozándole la mejilla con la punta de su nariz.

 

—Asumiré, entonces, que tú tampoco tienes pareja y que luego no tendré que pelear para mantener mi integridad física.

 

La estatura de ambos era casi la misma, o al menos eso les parecía cuando se daban cuenta de que no tenían que alzar o bajar la cabeza para encontrar los ojos contrarios, por lo que estar tan cerca y sentir la intimidad con tanta fuerza no les fue difícil, a pesar de que aún no hacían más que examinarse los rostros, detallando cada parte que constituía la fisonomía contraria.

 

—Soy Kai, por cierto —le susurró contra el cuello, moviéndose despacio, como si todavía esperara una señal para actuar, algo que le asegurara que luego no habría arrepentimientos. Akira lo intuía, por eso rió suave, subiendo la mano que tenía sobre su pectoral hasta descansarla en su nuca, donde jugueteó con su húmedo cabello ligeramente despeinado.

 

—Mis amigos me dicen Reita.

.

.

.

Notas finales:

No, no estás equivocado al creer que aquí termina. Es un final algo inconcluso, pero sabemos cómo termina la cosa porque así comienza la historia, así que no vi necesidad de escribir lo que todos sabemos que sigue. Además de que escribí esto en medio de un bloqueo y cansancio físico y mental extremos; aunque quisiera, no iba a poder agregarle nada más sin demorar medio año como mínimo. Con esto admito también que no revisé esto, así que seguro tendrá uno que otro error por ahí.

En fin…

Nos vemos algún día~


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